LA CIUDAD TAMBIÉN ES NUESTRA CASA
JAVIER ROQUE MARTÍNEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Para casi nadie es una duda que La Habana dista mucho de ser una ciudad limpia. Según Indicadores Seleccionados de Servicios Comunales, la capital cubana produce casi la tercera parte de los desechos sólidos que se generan a lo largo y ancho del país, razón por la cual es necesario sembrar la semilla de la conciencia en los diferentes sectores poblacionales, con el objetivo de lograr una mayor educación ambiental y promover el cumplimiento no solo para con la ley, sino también para con la salud humana.
Ahora bien: ¿quiénes son los principales culpables de que la ciudad se encuentre en unas condiciones higiénicas que dejen mucho que desear? Algunos pueden decir que los ciudadanos comunes y corrientes; otros, que los inspectores y los organismos y las instituciones estatales encargadas de velar por la limpieza de la provincia. Al final, cada uno de nosotros tiene su parte de culpa en la conformación de este basurero que hemos hecho de nuestro terruño, aunque aún estemos a tiempo de revertir las consecuencias de tan lamentable práctica.
Desde el niño que de pequeño se acostumbra a tirar las laticas de refresco o la jaba de basura fuera de los contenedores hasta aquellas personas mayores que se quejan del mal comportamiento de los menores, pero no hacen nada por cambiarlo, todos somos protagonistas activos en el día a día de nuestra ciudad, y no debería hacer falta ninguna entidad que multara estos malos ejemplos, puesto que estamos atentando no solo contra la estética comunitaria, sino contra la existencia de cada uno de los habitantes y de la propia Habana.
Es cierto que no abundan los inspectores sanitarios o ambientales, principales autoridades a la hora de evaluar el impacto de nuestras acciones sobre el entorno que nos rodea, y que por esta razón, según la Unidad de Medio Ambiente de La Habana, la mayoría de las multas son aplicadas a centros de trabajo y organismos estatales. Sin embargo, una de las principales fuentes de contaminación la constituimos los ciudadanos de a pie, y aunque también es cierto que a veces tenemos que caminar cuadras y cuadras para encontrar un tanque de basura, tampoco nos cuesta nada esperar hasta que aparezca uno y restar así un poco de suciedad a las calles.
Es parte de los derechos y deberes que compartimos como ciudadanos e hijos de la misma localidad cuidar la higiene de la capital y advertir, si las autoridades no lo hacen, a quienes se empeñan en desconocer la ley y convertir los alrededores en un conglomerado de artículos caseros y desechos institucionales que “adornan” las esquinas, a veces por días y semanas.
Puede que parezca difícil, pero no lo es. En cada ciudadano anida la solución para este problema, que perjudica a todos por igual sin necesidad de que sea así. El secreto está en sentirnos los dueños de la ciudad y cuidarla como si de nuestra casa se tratara.
Hagamos nuestro mejor esfuerzo por esta bella urbe, llena de historias y maravillas, de manera que, parafraseando a D’Artagnan, Athos, Portos y Aramis, podamos decir “Todos para una, y una para todos”.
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