¡TARÁN!
GABRIELA RODRÍGUEZ-LOECHES,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
La verdad es que hay días en que nos despertamos y no tenemos la más mínima idea de lo que nos depara el destino. Así pues, a lo mejor no creerán lo que me pasó. En una sociedad donde en raras ocasiones deseamos los buenos días con una sonrisa y pedimos disculpas cuando tropezamos con alguien caminando despistados por la avenida, en una sociedad donde la mayor parte del tiempo vivimos quejándonos por lo que nos toca, aún encontramos almas insólitas. Todavía quedan personas buenas en el mundo.
Resulta que las ocho de la mañana es ya bastante tarde para alcanzar a comprar las entradas de un concierto de Buena Fe. Me levanté aún soñolienta, pero después de una molesta travesía en el ómnibus 174 no hay sueño que resista. Al fin me bajé en la parada de la intersección habanera de Línea y H y ahí, ¡a esperar casi un siglo a que pasara el rutero P1!, el cual, claro está, jamás llegó.
Como iba muy atrasada me decidí a tomar un taxi. Ya acomodada busco en la cartera el dinero y… nada más y nada menos que había olvidado el monedero, independiente del “capital” de las entradas. Detallé al conductor, se me hizo un nudo en la garganta, alcé mi voz y le dije: “Chofe, pare, por favor, no me percaté de coger el dinero”.
Para mi sorpresa, la señora que tenía sentada a mí lado, que se había dado cuenta de que algo me perturbaba, antes de que el chofer pudiera detener el carro, ¡TARÁN!, me tomó sutilmente de la mano y no me dejó bajarme de la máquina. Después que pasamos el túnel me dijo: “No te preocupes mi niña, si no tuviera el dinero no te podría ayudar, pero aquí está”.
¡Me sorprendió tanto el gesto de aquella mujer! Ella se quedó dos calles antes que yo, pero antes de bajarse, recibió una llamada; el tono de su celular me era conocido. ¡Increíble, era Arsenal!, uno de los temas más famosos del dúo guantanamero. Enseguida me dispuse a contarle a dónde iba cuando pude escuchar que le contaba a la voz del otro lado del móvil que tenía que trabajar, que no podrían asistir al concierto.
Y si piensan que es demasiado bueno para un solo día, sorpréndanse, porque llegué a la cola del Karl Marx casi sin esperanzas de ver el espectáculo, cuando ¡TARÁN! un completo desconocido me coló. Ulises había pasado la madrugada marcando para estar entre los primeros.
Aunque el sol y el calor de las diez de la mañana lo irritaba un poco, unido a la incomodidad característica de las colas, parece ser que la suerte estaba de mi lado y el muchacho notó en mis ojos la misma desesperación por oír esas voces tan llenas de buena fe. Solo que la de él lo había despertado más temprano.
Cuando estábamos conversando se me presentó el tercer problema. Yo tenía que comprar siete entradas y solo vendían cuatro por persona. Fue ahí que como por arte de magia apareció Eduardo, y ¡TARÁN!, me compró las tres que me faltaban. Puedo decir que ese día más que entradas, me regalaron una lección. Se preguntarán asombrados, porque es un poco raro: ¿cómo fui capaz de recibir tanta bondad en solo una mañana? Eduardo compró mis entradas para el viernes, aún sabiendo que ya él no podría asistir al concierto del sábado, pues había que comprar todas para el mismo día.
Dudo que alguien haya podido tener tanta suerte, y esta es mi manera de agradecerlo. ¡Lo que me sucede cuando se trata de Buena Fe! Cuanto quisiera que esta historia fuera una semilla capaz de florecer en cualquier tierra, por muy árida que sea. Ojalá mañana al despertar el destino me depare que todas las personas del mundo leyeron estas líneas. ¿Quién quita que alguno sea Ulises o Eduardo, o conozca a la mujer del taxi que no pudo ir al concierto, pero me inspiró a escribir esta crónica?
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