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Isla al Sur

FORMELL

FORMELL

ROGER RICARDO LUIS

Mi primer contacto con Juan Formell y Los Van Van fue en 1969. Creo que entre las primeras presentaciones públicas de su entonces novel agrupación estuvo la que dio en el terreno de baloncesto de la Escuela Vocacional de Vento, donde estudiaba.

Era la “Noche de cultura” y avisaron a última hora que vendría “una orquesta… “, como quien dice que el chícharo que dieron en el almuerzo, el de todos los días, lo repetirían en la comida. Y para colmo, la propuesta competía, nada más y nada menos, con un examen de Química a primera hora de la mañana siguiente que se anunciaba de arranca pescuezo. Como nadie sabía quiénes eran los del “combito” y sí sabíamos quién era la profesora Caruca, pues el destino de aquella audición parecía estar echada…

En efecto, las aulas de mi año, el más numeroso de la escuela en ese tiempo, estaban repletas de estudiantes metidos de cabeza en los libros y ejercicios de la” orgánica” que nos llevaba de prisa con tantas cadenas de carbono.
Y la cancha vacía. Como de costumbre, hicieron un llamado urgente a la militancia a “¡Dar el paso al frente!” ¡Qué tiempos…! Pero la gente se alzó, porque al otro día daríamos un paso atrás cuando suspendiéramos.

Cuatro gatos bajaron al terreno a regañadientes, pero cuando empezaron a tocar, la música subió a las aulas… Primero, empezamos a llevar el compás con el tamborileo de los dedos sobre las libretas, seguimos sonado el lápiz contra el costado de la paleta del pupitre, comenzamos a mover los pies y finalmente salimos “a chocar con la concreta”, con aquella nueva sonoridad como encantados por la magia del flautista de Hamelin.

El jolgorio se extendió hasta las doce y, como en el cuento de Cenicienta, el hechizo se deshizo. Al otro día, el suspenso estuvo que daba al pecho, masivo.

La protesta fue generalizada. Con la consigna de que “¡Va, va!”, la exigencia estudiantil de una segunda convocatoria se hizo realidad a la semana siguiente. La victoria tuvo el mismo gustazo de aquella fiesta en que rompimos la suela de los Kiko plástico bailando de lo lindo.

Así entró Formell en la vida de muchos de nosotros. A Los Van Van los escuchábamos en un radio ruso portátil a media voz en las horas de autoestudio, con uno de nosotros atento en la puerta, vigilando la posible llegada del profe de guardia. Siempre recuerdo que Marilú, nos sabía como la Yolanda de Pablito o Ana, de los Beatles.

Los Van Van se fueron apoderando de nuestras fiestas de sábado en la noche y compartiendo honores de tú a tú con los Aguas claras, Sangre, sudor y lágrimas, los legendarios Rolling Stones y los clásicos chicos de Liverpool. También estaban en las matinés dominicales que organizábamos en casa de Vivian en espera de la hora de ir a buscar el ómnibus que nos llevaba cada fin de semana de regreso a la beca.

Con Formell y sus Van Van hacíamos las ruedas de casino en las escuelas al campo. Siempre recuerdo que en aquella inolvidable zafra del 70, no pocas veces abríamos un ruedo en medio del cañaveral y nos poníamos a cantar las canciones vanvaneras del momento acompañados con la música que le sacábamos con nuestras cucharas a los machetes, cantimploras, botellas y jarros hechos de latas de leche condensada, hasta que el jefe de lote nos descubría y salíamos a la desbandada a los gritos de ¡Vagos!, ¡Descaraos!, ¡Sinvergüenzas!

Una vez, por la FEU los invitamos a tocar en el comedor del edificio de la beca de F y Tercera. El acontecimiento rebasó la siempre caliente, concurrida y polémica esquina de la bien llamada “Bombonera” de la Universidad de La Habana. Pero un imperdonable apagón abortó la fiesta y aquello casi termina como la fiesta del Guatao…

En uno de los aniversarios del periódico Granma, Formell y su tropa amenizaron la fiesta en el Cristino Naranjo. Al rememorar aquel acontecimiento, me viene a la mente una compañera muy cumplida y protocolar, quien llegó con una maxifalda y montada sobre unas puyas de vértigo, pero cuando comenzó a tocar la orquesta se desalmidonó: levantó el faldón a la rodilla, anudándolo; sacó de su cartera un par de tenis y bailó tanto que hasta el elegante moño que coronaba su cabeza se deshizo de tanta gozadera en un rumbón que duró casi hasta el amanecer.

No soy musicólogo, tengo mala cabeza para retener nombres de canciones y autores, pero sinceramente, y con el perdón de sus creadores, pienso que son todas de Formell. Aseguro que no me acuerdo de la mayoría de las letras, pero cuando las escucho me viene poco a poco a la mente y las disfruto, hasta trato de interpretarlas mentalmente porque si abro la boca pues ya podrán imaginarse…

Así me pasó en Angola. Cuando los sudafricanos nos ponían la lluvia de proyectiles de sus G-5 sobre nuestras posiciones en Cuito Cuanavale, en el refugios bajo tierra solíamos cantar esa que dice: “…tan,tan,tan, tan, taran, tan, ta … ¡La candela!”

Qué decir de los estribillos que se pegan y trascienden más allá de las canciones para formar parte del decir popular cotidiano para identificar situaciones con picaresca y sabrosura: “¿Qué cosa…? ¡…, pues que cosa la costurera!”

Quien no ha visto la memorable película Los pájaros tirándole a la escopeta y cómo no asociarla de inmediato a Formell y las formidables crónicas musicales que acompañan el devenir de la cinta.

Su música forma parte del cofre sagrado donde nos llevamos los recuerdos más entrañables de la patria. Cuando en la distancia escuchamos esas canciones es como si nos convocara irrenunciablemente “el Caimán” con la mezcla de alegrías y nostalgias que nos provocan.

Una vez, en Venezuela, Los Van Van tocaron en el caraqueño Parque del Este. La noticia corrió previamente de celular en celular de los médicos cubanos, quienes esa noche, desconociendo las normas de seguridad establecidas, bajaron de los cerros en masa para hacer la rueda de casino más grande jamás vista por esos lares. Hasta mi colega Marina, quien convalecía con una bota de yeso, no resistió el llamado de la tierra y haciendo realidad la canción de Los Matamoros , soltó la muleta y el bastón y se puso a bailar el son…

Formell y Los Van Van llegaron para formar parte de nuestras vidas, porque quién deja de tenerlos en una fiestas: las que hacemos en nuestros hogares, la casa del vecino, la cuadra, el centro de trabajo, la escuela, en los carnavales… Fiestar en Cuba no es concebible sin ellos.

Desde aquella ya casi remota primera vez que lo ví personalmente en 1969, no lo había tenido frente a frente hasta diciembre pasado. Fue en un acto de reconocimiento a trabajadores de la cultura, en la CTC. Ahí estaba, no en primera fila, sino entre el grupo, como uno más de los homenajeados, sencillo, amable, caballeroso, recibiendo el cariño de la gente. Apenas si pudo estar sentado en el lapso previo al inicio de la ceremonia, pues todo el mundo se le acercaba para saludarlo y tomarse una instantánea de recuerdo. Estaba con su compañera, una exalumna y posteriormente colega de Granma. A un gesto cariños de ella, dejé la pena a un lado y fui donde ellos; finalmente, después de tantos años, le estreché la mano por primera vez.

De esa ocasión no quedó una foto. “Sería en otra oportunidad”, le dije con resignación a una fotorreportera amiga que cubría el acto, quien me reprochó no haber aprovechado la ocasión. Y es que a veces uno piensa que para gentes como él la vida física es infinita. Por eso es duro creer que haya muerto una persona que tanta alegría ha prodigado a los cubanos con su música.

Tomado de Cubadebate. 4 mayo 2014 | 17

 

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