RELATO DE LOS DÍAS
JORGE YACER NAVA QUINTERO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Amar es padecer el tiempo
y el espacio con ternura.
Pablo Neruda
Aunque el alba despunta ya sobre el horizonte, en la densa oscuridad del cuarto nada anuncia el comienzo del día. Casi invisible en la penumbra, Mariano espera sobre la cama que suene el despertador para romper el ritual del insomnio y dar por iniciada la jornada. A las siete de la mañana la alarma deshace el silencio y el anciano de 75 años se levanta lentamente, toma el pantalón de la cabecera de la cama y, tras ponérselo, se interna en el baño.
Después del aseo matutino y las acostumbradas heridas producidas por la cuchilla de afeitar, el hombre bebe una taza de café, se pone la camisa y sale de la casa para buscar el periódico. Al regresar, deja la prensa sobre la mesa del comedor. Nada le impide ahora dedicarse al jardín.
Sus manos, fuertes como raíces de un roble añoso, sujetan la guataca y con paciencia desbroza la maleza que crece entre las flores. La experiencia guía el intento de sacar las malas yerbas sin cortar las plantas, porque cuando se les daña cuesta mucha labranza hacer que otras crezcan en su lugar.
Con finos hilos de agua, riega los marpacíficos, los nomeolvides, las maravillas y las rosas. A todas les multiplica el rocío y les quita los pétalos y las hojas muertas para que abonen la tierra. No tiene olvidos, maravillas ni mares que le hagan desatender sus flores. Ha hecho suyo el oficio de cultivar.
Desde el jardín ve los niños cuando van a la escuela o juegan en las calles; los jóvenes ansiosos por descubrirlo todo en un instante que no nos alcanza sino para comenzar; y las parejas que llevan entre los brazos promesas de amor eterno o la certidumbre del cariño moribundo por la monotonía. Es testigo y víctima de la muerte de las horas, los días le saben más a ayer y menos a mañana.
Cada tarde coloca rosas en el florero, bajo la fotografía de una joven que el tiempo ha difuminado en el papel, sin lograr que en su memoria la mirada de ella deje de ser el cristal de aguas claras donde él asoma el alma. Siempre reza allí una oración dedicada a ese recuerdo, ante la soledad, más omnipotente que el dolor de la espina o la fe del relicario.
Su rutina es la del jardín, la gente, el retrato… y el periódico, porque también le gusta tratar de descubrir la vida entre las palabras impresas. Y en la noche, este relato no fue diferente. Mariano, antes de ir a dormir, tomó el periódico, se sentó en uno de los sillones del portal y cuando creía haber leído todas las hojas, descubrió en el centro de la última página un titulaje que resumía la esencia de su cotidianidad. Escrito en gruesas letras negras podía leerse: 14 de Febrero, día del amor.
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