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Isla al Sur

LA CUENTA NO DA

LA CUENTA NO DA

MONICA LEZCANO LAVANDERA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.   

La semana pasada fui al supermercado de 3ra. y 70 con mi amiga Aylene. Ella es de Pinar del Río y nunca había entrado a una tienda “como en las películas”. El asombro la invadió al instante, pero no era por los enormes pasillos y los estantes repletos de productos caros. “Mira cómo llenan los carritos con boberías, ¡y son cubanos!”, me dijo después de abrir la puerta con sumo pasmo.

No es secreto para nadie la desigualdad económica que nos acecha. La sociedad cubana deviene una especie de balanza en la que no existe equilibrio. Los profesionales viven de salarios fantasmas que desaparecen después de una semana, y los cuentapropistas asumen un elevado nivel de vida.

Con el pago de impuestos y el arrendamiento de locales, el costo de los servicios particulares aumenta, “porque no da negocio” mantener los mismos precios si suben los de las patentes. Pero la población mantiene iguales sueldos, y es la que les aporta el crecimiento de sus ganancias.

Aylene lo entiende. Su prima es dueña de una pizzería. No le falta en qué ocuparse, y llega muy cansada a la casa, pero con el fruto del día en la cartera. Para eso se “mata” trabajando.

Por otra parte, afloran los que se aprovechan del papel que desempeñan en su centro laboral y acomodan sus necesidades a las “ventajas” que les da el puesto. Si bien es cierto que el país lucha contra la corrupción y las ilegalidades, no dejan de existir quienes mantienen una ceguera total ante tales incidencias.

La cuenta no da, de ninguna manera. El poder adquisitivo de quien se apega a la honradez de vivir únicamente de su salario disminuye cada vez más y se enfrenta a la tentativa del ya ¿justificado? robo “para la subsistencia”.

Las crecientes preocupaciones por la economía doméstica han marcado un ritmo ascendente en la relativización de los valores. Para muchos, la incertidumbre de un bolsillo vacío avala cualquier tipo de concesiones éticas. 

Cabría entonces preguntarse: ¿acaso es el dinero sinónimo de la felicidad? ¿Hasta qué punto las aspiraciones personales deben ser relegadas en pos de seguir consumiendo tiempo para “mejorar” económicamente?

A cada quien según su capacidad es una política de distribución justa, pero los profesionales están lejos de incluirse dentro de ella. Sus estudios y conocimientos resultan insuficientes para una aritmética sencilla de suma y resta, con la esperanza de que alcance el salario a finales de mes. Muchos abandonan el ejercicio de su profesión, otros hasta la geografía nacional buscando números favorables.

La emigración a otros países se ha convertido en una manera de amortiguar los pesares. Visas y pasaportes pululan en los sueños de muchos. Fenómenos como estos no sirven de casillas para todos los cubanos. Siguen existiendo personas honestas, sencillas, naturales. Personas que viajan en guaguas y regresan del trabajo para la bodega a buscar el pan de cada día –no siempre actualizado con el calendario-.

Mi amiga regresa hoy a Pinar del Río. Se va en una Yutong, esas de 33 pesos. Me hizo prometerle que la llevaría a Palco y a Carlos III, solo para mirar, porque ella no puede comprar tanto.

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