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Isla al Sur

¡NO LO INTENTES!

¡NO LO INTENTES!

ALIANET BELTRÁN ÁLVAREZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Un golpe inesperado, una mirada hiriente, una decisión errada y un recuerdo para toda la vida. Esa edad, tan complicada y confusa, en la que el menor problema se convierte en un caos inmenso, en la que desconoces qué hacer y sientes que el mundo se te cae encima, en la que llorar es insuficiente para justificar tu tristeza, y por ello, buscas soluciones fatales. 

“Errores cometemos todos”, dicen tus amistades, pero no les crees. Para ti, ya no existe nada más, todo se acabó, tus sueños y esperanzas se han roto, han caído en un abismo infinito. No sales del cuarto, no te apetece comer y lo que ocurre a tu alrededor no te motiva.

Una de las tantas noches, acostada sin poder dormir, se te ocurre una idea, si eso pasara ya no tendrías que sufrir, ni deberían preocuparse por ti. Te levantas de la cama precipitadamente, por tu cuerpo corre una mezcla de exaltación, culpa y miedo. Lo intentas, aprietas tu garganta hasta más no poder, pero no aguantas la presión. Tus manos se resbalan y todo lo que logras es un intento fallido.

“Que no ganes una batalla, no significa que hayas perdido la guerra”, oíste una vez y te animas. Desde que tienes en la cabeza la idea, estás más motivada. Lo único que te preocupa es la reacción de tu familia, pero al analizarlo bien, piensas que te agradecerían, así no se preocuparán, ni tendrán que soportar tu mal humor.

Ahora es el momento perfecto, estás enfadada, has discutido sin ninguna razón, esa noche no comes y te encierras. Llevas contigo lo necesario para tu plan. En el bolsillo escondiste, hace un rato, once pastillas bien contadas, las necesarias. Te las tomas, una tras otra, con la esperanza de que, con cada sorbo se apague ese espíritu tonto que te mantiene con vida sin desearlo. Cierras los ojos y tu mente se queda en blanco.

Sin sentido de ti misma, rompes todo cuanto hay en el cuarto. Se oyen los gritos del ataque, derriban la puerta, pero tú no te enteras, estás enajenada. No pasa el tiempo, sientes que todavía permaneces en la cama. Te despiertas y te asustas. ¿Dónde te encuentras? ¿Por qué te amarraron? Tienes ganas de llorar porque no entiendes, no te acuerdas de nada.

Por fin, distingues a alguien, con una sonrisa en la boca y una lágrima desobediente que quiere asomársele en los ojos. Dice que todo está bien, lo más malo ha pasado. Te acuerdas de lo ocurrido cuando ves a tu familia saludándote a través de una ventana, empiezas a llorar y te arrepientes, ¿cómo pudiste ser tan tonta?

De ese día en adelante tu vida cambió, el alma trató de fortalecerse, pero cada vez que te despertabas por las noches para ir al baño y veías a tu mamá sentada en un sillón afuera de tu cuarto, vigilante, el corazón se te desgarraba sin quererlo. Volviste a la escuela, las miradas cada vez eran más insoportables, algunas por la lástima que transmitían y otras por el desprecio. El transcurso de los días hizo que tu historia se fuera olvidando, pero aún no lo habías superado.

Incontables fueron los días en que deseaste volver a atrás. Hoy, después de tres años, el corazón se ha llenado de curitas, conociste nuevas personas, capaces de borrar tu tristeza, no lloras en las noches y tu vida ha tomado un poco de sentido. Ahora comprendiste la dimensión del error. Sabes que por más difícil que parezca, siempre habrá una manera de luchar y seguir adelante. Deberías entonces, de una vez y por todas, convencerte: el suicidio no es la mejor opción.     
 

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