LA CIUDAD DEL AIRE
ELIZABETH CARVAJAL SUÁREZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
La ventanilla de la guagua sirve de apoyo para la cabeza. En los intervalos de desvelo, el paisaje que bordea la Carretera Central se convierte en soleados fotogramas. Entre los árboles y su sombra juega de prisa la luz mañanera. De tal suerte soy testigo que corren en estampida hacia mi asiento los pequeños bosques formados a la orilla del asfalto.Van rápidos en su carrera librada con los ojos y se camuflan burlones para dejarme definitivamente atrás.
Portales que rodean todas las manzanas, bicicletas adueñadas de las calles, gentes en sillones a la espera de que pase el calor del mediodía, refresqueras, trenes, piñas, Ciego de Ávila.
La impresión que esta ciudad central de Cuba me causó, llegó tras ver un cartel esparcido por rejas, ventanas y puertas de casas sencillas: “Hay aire”, o aún más curioso: “No hay aire”. Un negocio tan popular, como otros relacionados con la bicicleta, resulta en extremo interesante para esta viajera capitalina acostumbrada a los P, los almendrones y los ruteros.
En Ciego todos van al boulevard, a la turbina, a casa de la tía, a la escuela, montados en el sillín, en la parrilla o el caballo de una bicicleta. Los amigos recogen a otros amigos y en una suerte de vuelta ciclística se ven en las calles limpias, un tumulto polvoriento de tierra fina, ruedas y risas.
Los lugares siempre están mágicamente a la vuelta de la esquina. Por eso quedé asombrada cuando recorrí la cabecera provincial en un abrir y cerrar de ojos a pocos días de estar allí. A vuelo de pájaro descubrí la pasión en los portales por un equipo de tigres que este año trajo a casa la corona. Conocí personas que abren las puertas de su hogar para brindar café. Reconocí la cadencia casi imperceptible del niño que está aprendiendo a hablar en esta tierra distinta, pero tan cubana como la mía.
La piña colada, bebida convertida en orgullo de los avileños, sorprendió mi paladar por primera vez en esta tierra. De la misma excitante manera, puse mis pies, también por primera vez, en un pedal; allá, en la calle curiosamente llamada Ciego de Ávila, ubicada dentro del municipio y la provincia con el mismo nombre. Recuerdo el aire que golpeaba mi cara y a los niños corriendo y riendo detrás de mí cuando logré mantenerme rodando apenas unos metros.
Es otro el aire que se respira en la ciudad de los portales, cuando montas una bicicleta. Otras las maravillas que sorprendieron mi imaginación, como la mirada tierna e irónica que lancé a su malecón y el deseo atado a un hilo azul de nostalgia para demostrarle a estos orgullosos cubanos un pedacito del habanero, o la inigualable posibilidad de llegar a las playas, playas que para estos afortunados residentes del centro del país, son los cayos.
Deseos de volver a sus portales alistan las maletas del regreso a casa. Mis ojos ahora se cierran para recordar. La imborrable huella de las primeras veces permanece un instante. Luego se mezclan sutiles con el aire, para desvanecerse en un hasta pronto.
Crónica de viaje.
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