CITA CON EL MAR
Gerardo Sarmiento García, El Guajiro, no renuncia a la pesca nocturna en el malecón habanero, aún después de un reciente trasplante de riñón.
Texto y foto:
SEALYS GARDÓN PANTOJA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Cae el sol sobre el malecón habanero. Una vez más, El Guajiro regresa a la cita con el mar. Voy a su encuentro, a lanzarle un anzuelo, a ver si pica. Gerardo Sarmiento García vive en el Vedado. Es un holguinero que desde los años 80 se entiende con los peces. “Una vez que coges el primero, el que se engancha es uno. Siento orgullo, aunque, para otros, sea algo insignificante”, dice. Albañil del hospital Hermanos Amejeiras, enfermero, artesano en los años críticos de los 90, pescador siempre.
“Me gusta pescar con el carrete para sentir la pita, el movimiento de lo que atrapo. Con la vara no es igual, pierde encanto”. Los ojos verdes apuntan al horizonte que no termina y percibo las arrugas de un rostro de 55 años. Entonces, cuenta que se jubiló en 2011 por una insuficiencia renal crónica. Requirió un trasplante de riñón y entró al salón en dos ocasiones hace solo cuatro meses. Eso provocó el récord de 90 días sin ir al muro, pero ahora, “mírame aquí”.
La mayor pasión de este hombre es la costa norte capitalina. “Aquí cogí un serrucho de 33 libras y una cubera de 25”, me cuenta con una sonrisa en el rostro que delata su placer. Caminamos unos metros. Él no deja de atender la carnada y le da vueltas al carrete una y otra vez.
“En los últimos veinte días me he llevado un gallego y como nueve parguetes, esta es su temporada”. Asegura que nunca pierde tiempo. Algunas noches se va con las manos vacías, pero el alma limpia de inquietudes. Sin embargo, otras tantas vuelve al hogar con un buen número de ejemplares. “Aunque sean dos chicharros, y comemos los cuatro de la familia”. Cuando salía del trabajo venía un rato y regresaba a la casa entre la una y las dos de la madrugada. Le gusta la noche porque es tranquila y “hace un fresquito tremendo”.
Advierte que el secreto del mar es estudiarlo. Para él, “es tan importante como la tierra o el aire que respiramos. No lo debemos maltratar porque nos da gustos. Hay que respetarlo”.
Como lo hiciera mi abuelo, me recomienda mantenerme a salvo si un día me atrevo a usar una pita: “Lo más importante es que protejas tu vida”. También se lo dice a su hija más pequeña y a su yerno. Ellos pescan juntos y él les da algunas clases, “solo de vez en vez porque ustedes los jóvenes son muy tercos y no quieren escuchar”.
Parece que algo pica. Empieza a traer la carnada a la orilla. Falsa alarma, son solo los globos que parecen haberse enredado. Cuando los implementos están en tierra firme, ayudo y los sostengo; mientras, él resuelve cuestiones técnicas y se dispone a continuar plática y pesca.
“A mí me gusta cualquier pescado y como sea: frito, en salsa, asado, entero, en ruedas… Como si me das la cabeza pa’ hacer un sopón, buenísimo pa’ la gastritis”.
Nos detenemos, nunca de espaldas a las olas, una suerte de veneno sin antídoto para Gerardo. Entonces, “lanzo” una última pregunta:
-¿Qué representa el mar para usted?
Felicidad. Para mí el mar es felicidad.
Pie de foto: En el malecón de la capital cubana, Gerardo pescó un serrucho de 33 libras.
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