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Isla al Sur

“MI VIDA ENTERA ES UN AULA”

“MI VIDA ENTERA ES UN AULA”

Enrique Pino Pino ve en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Félix Varela, de Mayabeque, su segunda casa, tanto así que alcanzó la edad de retiro y decidió volver a contratarse como profesor de Física

DARIÁN BÁRCENA DÍAZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Fotos: Del autor y cortesía de ENRIQUE PINO PINO.

7: 45 am. Suena el timbre y comienza otro día de docencia  en el Instituto Preuniversitario Vocacional de  Ciencias Exactas (IPVCE) Félix Varela y Morales, de la provincia de Mayabeque.

Los alumnos entraron al Laboratorio de Física donde -entre tizas, borrador e instrumentos- los esperaba un personaje enigmático dentro del claustro de maestros de la escuela: Enrique Pino Pino, con más de 45 años dedicados a la  “hermosa labor de enseñar”, como él mismo la definió.

En 1995, este hombre  aceptó el reto de fundar un centro educacional para estudiantes con vocación científica en la otrora provincia  de La Habana, y desde entonces permanece, contra viento y marea, en su “segunda casa”. Ya rebasó las siete décadas de existencia, pero decidió continuar enseñando -contrato mediante-, la teoría de la relatividad de la vida.

El profe Pino —delgado, de piel blanca, arrugada y con un espeso bigote― aclaró, gentilmente, que él no es ninguna celebridad. Lo interrogué sobre su infancia, y respondió como lo haría Enrique Chiquito en la Sombrilla Amarilla: “Ya empezó la preguntadera”. Luego soltó esa carcajada burlona y me devolvió la tranquilidad, no sin antes prohibirme el uso de alguna grabadora o cámara. Sería una conversación formal. Acepté, sin más remedio.

“Mi infancia fue muy difícil, como la de casi todos los cubanos nacidos en aquellos desventurados años, donde la violación de los derechos del pueblo era casi obligatoria y la pobreza económica muy grande”, declaró este pedagogo mientras sacudía de su pullover verde el polvo de la tiza, inseparable compañera desde hace más de cuatro décadas.

Sus padres, de condición humilde, siempre quisieron que Pino fuera maestro, sueño imposible de alcanzar, pues desde los cinco años limpiaba botas en el parque del Ingenio Mercedita (actualmente Consejo Popular Gregorio Arleeh Mañalich, perteneciente al municipio de Melena del Sur), para ayudar en los gastos de la casa.

Ilusionado con los deseos de estudiar, conoció a Nancy, una maestra recién llegada a la zona, y ella lo convenció para enseñarle por las noches las nociones elementales de la educación, lo que le permitió seguir ayudando en su hogar y educarse a la  misma vez. El triunfo de la Revolución lo sorprendió con 14 años, cuando ya había vencido los primeros niveles escolares.

Con las letras, la luz de la verdad…

En 1961se incorporó a la Campaña de Alfabetización y recibió una medalla por sus aportes. Pensó que así podría cumplir el sueño de sus padres, y, además, erradicar el analfabetismo en Cuba. Nilda Lucía Porbén Lazo, compañera de Pino en la cruzada por la educación, destacó que Enrique casi no descansaba, “la autopreparación y el acondicionamiento de las aulitas improvisadas le robaban casi todo su tiempo libre, y todos coincidíamos en que sería un estupendo maestro”.

“El 5 de noviembre del propio año, Fidel declaró a Melena del Sur Territorio Libre de Analfabetismo (sería el primero en Cuba y en América Latina), y los maestros de aquí se incorporaron a la contienda en el municipio de Güines”, recoge el Compendio sobre la Campaña de Alfabetización en Melena del Sur, documento que pertenece a Nilda Lucía.

Luego inició los estudios de magisterio y, al graduarse en 1967, empezó a trabajar en la Escuela Primaria Rogelio Perea Suárez, momento que evocó con gran nostalgia.

Todos los caminos  conducen al aula

Comenzó su doble turno de clases y extrajo del portafolio de cuero, testigo presencial y silente de muchas aventuras, un poema para compartir con el grupo, porque conoce que en estas horas tempranas, si empieza con el contenido sin conversar un poquito con “sus muchachos”, la magia de la clase saldrá volando por la ventana.

Uno de sus antiguos estudiantes, Samuel Martínez Alcalá, aún siente satisfacción de que Pino fuera su profe, pues “no solo enseñaba las Leyes de Newton, ni el Movimiento Rectilíneo Uniforme, sino que con esa voz peculiar daba los mejores consejos para solucionar  problemas personales. Yo esperaba con ansias cada turno de Física, cada poema o frase célebre, porque tenía la certeza de que el profe no me defraudaría”.

En ocasiones, Pino sintió deseos de tirar la toalla, porque percibió que “este es un oficio ingrato. Creo que los maestros en Cuba están subvalorados, la remuneración no recompensa el sacrificio que hacemos para que los alumnos aprendan y sean mejores seres humanos, mas confío en la llegada de tiempos mejores para todos. Eso sí, mi amor por la enseñanza no disminuye”, acotó.

Hace dos años se jubiló, pero decidió contratarse nuevamente, con guardias incluidas, porque después de tanto tiempo dedicado a la docencia no sabría hacer otra cosa, ni podría soportar la soledad de la casa.

“Escogí el magisterio porque es la única profesión que me hace sentir útil. Todavía me quedan fuerzas para seguir educando, y aunque soy viejo, tengo el corazón y la memoria jóvenes. Me burlo del calendario porque nadie mejor que un físico sabe que todo es relativo y si volviera a nacer, recorrería el mismo camino hasta llegar aquí”, dijo mientras tomaba del estante un pequeño cubo naranja con agua en su interior.

Comenzó a girar el artilugio a una velocidad asombrosa y para sorpresa de los presentes, del envase no escapó ni una sola gota. Otros intentaron imitarlo, pero terminaron bañados de pies a cabeza, mientras Enrique reía como un niño que realizó con éxito la picardía más tremenda.

A propósito de baldes con agua y personas mojadas, Alejandro Rodríguez Pírez, jefe del Grupo 9, los “Pinos Nuevos”, al decir del propio Pino, rememoró una ocasión en la que el pedagogo no salió muy bien parado.

“Resulta que la noche antes de su cumpleaños, el físico estaba de guardia en la escuela, y al día siguiente, cuando subió a despertarnos para la gimnasia matutina, abrió la puerta del dormitorio y quedó completamente empapado, mientras los responsables del diluvio le cantábamos felicidades y todos –incluido él-, reímos hasta el cansancio”, comentó.

Los dos turnos de Física concluyeron y salió del Laboratorio hasta la cátedra, bastante limpia y organizada para compartirla tres hombres. El fuerte aroma de café  recién colado lo invitó a sorber varios tragos y fumar un cigarro.  De momento contempló la foto que hay encima del buró, su mirada  traspasó el cristal, como quien intenta, sin lograrlo, arrancar del pálido papel esa imagen venerada que siempre lo acompaña.

“Era su único hijo –comentó alguien con voz entrecortada a mis espaldas, y no es otro que Pedro Jorge Hernández Álvarez, también maestro de Física-, murió hace varios años. Fue un momento muy difícil, y recuerdo que al día siguiente de los funerales lo teníamos aquí, dando guerra nuevamente. No me creo capaz de hacer algo semejante, pero evidentemente, él ve en esta escuela su casa”.

Salió del refugio para el parqueo y acarició a Rocinanta, su bicicleta china. Lo observé desde el segundo piso, acompañado por el director del centro, Samuel Soto Páez, quien refirió que el profe “no tiene paciencia para esperar por las guaguas. Por esa razón recorre diariamente en bicicleta, los 12 kilómetros que separan al IPVCE de su hogar.”

Era muy bueno, pero…

Enrique, a pesar de su carácter afable es muy exigente con los alumnos, “demasiado en mi opinión. Era muy bueno -comenta Lorena Torres Aguiar, ex alumna del veterano-, pero con los errores no entendía, aunque creo que en parte lo hacía para que fuéramos mejores. Imagínate que los días antes de sus exámenes, se quedaba en la escuela para aclararles dudas a los estudiantes, eso ya no lo hace nadie”.

Pudiera parecer una exageración, mas las notas de los discípulos lo confirman: Enrique Pino es el profesor con mayor número de suspensos en la escuela, pero para las pruebas finales creo que tiene una varita mágica, porque todos obtienen buenos resultados, aseveró Alfredo González Montané, secretario de la institución, mientras el profe sonreía pícaramente y se encogía de hombros diciendo “así debe ser”.

Víctor Daniel Santiago García, subdirector docente y jefe del Departamento de Ciencias Exactas apuntó: “Entre sus logros, Pino atesora la condición de vanguardia provincial durante cinco años consecutivos (2003-2008), además de resultados relevantes en eventos científicos. Cada cierre de curso escolar su nombre estaba entre los profesores más destacados del claustro”, como si fuera una tradición.

Tras un día extenuante, la noche no es mejor, pues le corresponde guardia en la escuela. Él no se preocupa, pues su casa está segura. Una vecina, Lourdes Martínez Estrada, la cuida como si fuera propia. “Me gusta ayudarlo, creo que soy la única en el barrio que se preocupa por Enriquito, los demás son muy desagradecidos, porque lo molestan para que repase a sus hijos, y nunca les ha cobrado un centavo”, sostuvo.

La vigilia transcurrió tranquila, solo matizada por sonidos de animales nocturnos que, sin proponérselo, trajeron a la memoria de Andrés Arocha Gámez, profesor de Química, los recuerdos de aquella madrugada en la que ellos dos emprendieron una carrera heroica detrás de un hombre que asolaba a la escuela con intenciones desconocidas. “Oye -recordó-, corrimos más que Usain Bolt. Bueno, corrió Pino, pues yo estaba recién operado. Él salió disparado, como si una velocidad superior a la de la luz lo impulsara, pero no pudimos darle alcance”.

Amanece. Tras la rutina diaria de gimnasia y  formación matutina, llegó a la cátedra, se sirvió café y bebió con desenfado. El reloj marcaba las 7: 45 am y, una vez más, los muchachos entraron curiosos al Laboratorio donde –entre tizas, borrador e instrumentos- los esperaba el profe. A simple vista su imagen reflejaba los avatares de la madrugada sin dormir, huellas  que no impedían apreciar esa mirada donde confluyen el magisterio y la ternura. Con suma satisfacción introdujo la mano en el portafolio de cuero, y extrajo -para variar-, un poema.

Pie de foto: Pino recorre diariamente en bicicleta los 12 kilómetros que separan la escuela de su hogar en el Consejo Popular Gregorio Arleeh Mañalich, porque “no tiene paciencia para esperar por las guaguas”.

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