LAS PARADOJAS DE LA RACIALIDAD
EDUARDO PÉREZ OTAÑO,
Comunicador Social,
Cortesía para Isla al Sur.
¿Qué es ser negro en Cuba? ¿Es el color de la piel un problema en esta Isla del Caribe, luego de 57 años de Revolución profunda y radical? ¿Existen las razas? Son estas interrogantes que se nos presentan como meros pretextos para acercarnos a un texto colosal, demoledor, único por su carácter de diario de la cotidianidad.
Con Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad, su autora Zuleica Romay logra acercarse y penetrar en un complejo problema que se ha mantenido bajo la alfombra del debate público durante años y que siempre se nos devuelve como tema espinoso, complejo.
Hablar de las razas, del negro, o simplemente de racismo, puede tornarse altamente dificultoso. Quienes intenten poner el tema sobre la mesa pueden encontrarse con todo tipo de resistencias o aparente falta de interés, disimuladas evasiones para no abordar un área bastante sensible de nuestro día a día.
Ganador del Premio extraordinario de estudios sobre la presencia negra en la América y el Caribe Contemporáneos, convocado por la Casa de las Américas en el año 2012, Elogio… no es simplemente una diatriba de la autora contra los remilgos de un racismo entronizado durante generaciones, sino una profunda reflexión desde su experiencia de vida, avalada por una intensa investigación de campo.
Zuleica, por demás, no se limita a acercarse al tema de lo negro en la cotidianidad sino que, para bien del ensayo, muestra otras aristas de la discriminación que van más allá del color de la piel y se centran en la procedencia o en el nivel socioeconómico.
Imposible resulta mantenerse al margen del cúmulo de verdades que encierran poco menos de trescientas páginas. No se vuelve a ser la misma persona luego de Elogio…, sino que se convierte uno en permanente escrutador de la realidad circundante, en la búsqueda de esos elementos que respaldan muchas de las tesis presentadas en el texto.
Frases como «esto es cosa de negros» y «pensemos como los blancos», a las que quizás en no pocas ocasiones hemos respondido con un asentimiento o con la risa cómplice de quien coincide en esencias, se convierten luego de la lectura de esta obra extraordinaria, en verdaderos latigazos a nuestra conciencia.
No pierde tiempo la autora en afirmaciones banales ni absolutistas; tampoco convierte el texto en una defensa personal de su color de piel y su herencia cultural. No es, a fin de cuentas, un alegato de autodefensa. Elogio… se convierte en un canto a lo posible, a la verdadera equidad, al reconocimiento del otro en su diversidad.
Afirma Romay en un pasaje: «Lo que demanda este momento de nuestra historia es multiplicar los espacios y lenguajes del debate, encaminar propuestas hacia los órganos decisorios de la sociedad, visibilizar intercambios, utilizando los medios de difusión para interconectar y retroalimentar a todos los que en ellos participan. No se precisa una catarsis nacional ni debemos aspirar a que un debate organizado desde alguna instancia de poder funcione como exorcismo colectivo. El análisis abierto y masificado sobre nuestra problemática racial será solo el inicio de la postrera y difícil batalla que aún hemos de librar por la más completa emancipación humana.»
En esa batalla, Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad se ha convertido en merecida vanguardia.
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