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Isla al Sur

“SANTIAGUITO” EL MENSAJERO

“SANTIAGUITO” EL MENSAJERO

Santiago Núñez Núñez es ahora campesino, pero en su juventud fue mensajero de los rebeldes en la Sierra Maestra, uno que recorría las montañas con los ojos cerrados.

Texto y fotos:

MABY MARTÍNEZ RODRÍGUEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Es fácil encontrarlo arando un pequeño trocito de tierra o vigilando a los carneros que se escapan por la rendija del portón. Quizás se le escuche recitando una décima para matar las largas horas en el campo o conversando con el perro Pototo.

En apariencia es el típico campesino con ropas manchadas de tierra y cuerpo de acero, endurecido por el constante esfuerzo físico. Pero detrás de la frente sudorosa, de los callos y la sonrisa constante, esconde una juventud repleta de anécdotas de cuando vivió en las montañas del oriente cubano.

Cuando la tranquilidad de la Sierra Maestra todavía no era perturbada por forasteros, en el corazón de la Sierra, arrullado por el canto del sinsonte y por la frescura de un arroyo, nació en 1940 el menor de los ocho hijos de Francisco y Manuela: “Santiaguito”.

El matrimonio tuvo a los primeros siete hijos en finquitas a la orilla del camino, pero bajo la amenaza de la cercanía del peligro y el cansancio del constante andar, decidieron comprar con los ahorros una finquita en Taita José, donde nació Santiago Núñez Núñez.

La estancia en el ranchito se hizo placentera, según la tierra fue dando sus frutos y se prolongó por 12 años. El niño “Santiaguito” creció con la agilidad de una liebre y la fortaleza de un toro. Para cuando la hermana mayor enfermó, el niño ya sabía todo sobre el trabajo en el campo, conocía los beneficios y males que abundaban en la zona.

No pasó mucho tiempo antes de la mudanza, la tranquilidad que tanto le había costado alcanzar a la familia Núñez, se vio alterada por la muerte de la hija mayor. El médico más cercano estaba en Manzanillo y las consultas eran muy caras, los padres no tenían el dinero. La ignorancia y la pobreza nunca les permitieron saber qué enfermedad le arrancó a la niña de los brazos.

La única mesa de la casa se convirtió en la caja donde enterraron a Sofía. Santiaguito ayudó a su padre a desarmarla y le vio llorar como si cada astilla que se enterrara en su mano, se le clavara también en el corazón.

El nuevo hogar fue otra finquita en la Loma de la Victoria, armaron la casita cerca del único camino del lugar. “Santiaguito”, creció siendo responsable y obediente, donde había que trabajar para comer no cabían malcriadeces.

-¿Eran muy pobres? “Todos lo éramos, la pobreza no dejaba más opción que endulzar el café con una caña de azúcar. Eran tiempos donde las malangas y los boniatos eran los manjares más degustados por los campesinos”, cuenta Soledad, la esposa de Santiago, mientras cuela café.

Ya para el año 1957 la Sierra Maestra era territorio de los rebeldes y los casquitos monitoreaban la zona cada vez con más frecuencia. “Tenía 13 años cuando escuché hablar de Fidel por primera vez, pero lo vi con 17 años. Se apareció en mi casa con cuatro soldados, mi mamá, que ya estaba adaptada al ir y venir de gente por el bohío, les dio agua y café. Iban para altos de Mompié.

“Mi primo mayor, Ramoncito, se ofreció a servir de guía para llevarlos y le dijo a Fidel que le cargaría la mochila, el Comandante se negó y le dijo que si no podía con la de todos sus compañeros, con la de él tampoco”.

A medida que trascurrió el año 1957, la casa de los Núñez se convirtió en uno de los santuarios para los rebeldes. Cada vez más “alzaos” la utilizaban para reponer fuerzas y continuar el viaje hacia las montañas.

“Santiaguito” comenzó a familiarizarse con los alzados, ya todos lo conocían y con el paso del tiempo comenzó a ayudarlos. La madre cocinaba para las postas esparcidas por todas las montañas mientras el muchacho, ahora con 17 años, llevaba las provisiones hasta su destino. Comenzó a colaborar como guía para aquellos que venían del llano con la intensión de unirse a los rebeldes.

“Dice papá que correr por el monte y arar la tierra eran sus únicos ejercicios y que por eso está tan saludable y fuerte”, dice el hijo menor de Santiago Núñez, a quien ahora todos llaman “Santiaguito”. Sin dejar a un lado la guataca, toma un sorbo de café para regresar luego a su tarea.

En unos cuantos de sus recorridos se topó con los casquitos y tuvo que jugar con el ingenio para poder librarse del aprieto. En una ocasión le quitaron su yegua y la trotaron hasta cansarla, el pobre animal no aguantaba más. Santiago cortó la soga que sujetaba la improvisada montura y agarrando al caballo por las crines escapó. El casquito cayó al suelo y juró que esperaría allí su regreso, pero él no regresaría por aquel camino, el bosque era su casa.

Núñez guarda el recuerdo de cuando conoció a Camilo y al Che, estaba arando la tierra con el padre cuando la madre lo llamó y lo mandó a buscar agua. Dos de los principales dirigentes de la guerrilla iban a pasar la noche en la casa.

“Camilo era muy familiar, conversaba mucho y les decía a mis padres: “mama” y “papa”. El Che era más callado, siempre observando las lomas y pensando, analizaba todo”.

En una de las visitas de Camilo este descubrió una guitarrita colgada de un clavito y cuando supo que pertenecía al hijo menor de la familia, invitó a Santiago a tocar un “soncito” y lo acompañó con dos cucharas a modo de claves.

Con casi 18 años, “Santiaguito el mensajero”, como comenzaron a llamarle, intentó unirse a la tropa de Camilo, pero siempre recibió por respuesta una negativa: “No habían suficientes armas y tenían que guardarlas para los hombres que venían del llano, pues no podían regresar porque los mataban. Me dijo que era de más ayuda entregando mensajes y comida, así le ahorraba el disgusto a la vieja”.

Llevaba los mensajes en la gorra cabezona que tenía y la mayoría de los viajes los daba a pie, no quería que se repitiera la historia con los casquitos. Nunca comió en los pelotones, aunque muchas veces lo invitaban, no creía correcto arrebatarle la poca comida que tenían.

La Plata, Cinco Ranchos, Mompié, no había lugar lo suficientemente lejos o intrincado, ni las inclemencias del tiempo lo retrasaban. No hubo un mensaje que no lograra entregar.

A mediados del 1958 se incorporó a la tropa del teniente Roberto Fajardo, que se estableció en la finca de los Núñez. Fue mucha la batalla que dio para que el teniente lo aceptara en su pelotón, pero no lo hizo, siguió haciendo los recados y espiando a los “casquitos”.

Para cuando triunfó la revolución, Francisco, el padre, ya había muerto. Manuela y los cuatro hijos que aún vivían con ella, se mudaron a Minas del Frío y Santiago se incorporó al regimiento de la zona. Bajo las órdenes de Aldo Santamaría Cuadrado pasó un curso de tanquista y cuando lo solicitaban servía de guía para las brigadas de alfabetizadores en su escalada hasta el Turquino.        

Fue asignado a una compañía que embarcó hacia Camagüey, donde estuvo hasta 1972. Allí se casó con su primera esposa y tuvo dos hijos, pero la relación no funcionó y pronto partió para Santa Clara junto a su compadre y amigo José Patricio Valles Valey.

“Partió dejando atrás a su familia y nada le dolió más, pero era terco y quería hacer todo lo posible por esta revolución. Cuando volvió a Camagüey su exmujer se había casado y él le dejó la casa que el estado le había otorgado. Se podía haber quedado a terminar su vida tranquila, pero quería seguir trabajando. Nos fuimos para Matanzas a trabajar en la construcción La Paloma en el municipio de Los Arabos”.

Tan lejos de sus raíces y con el dolor de nunca haber podido aprender a escribir se retiró del ejército y comenzó a trabajar en el central España Republicana, en Perico, donde continua viviendo. A lo largo de su trayectoria le otorgaron varias veces el título de “Cortador Millonario”, por llegar al millón y medio de arrobas de caña.

A Soledad la conoció en la zafra del año 1984, era cocinera de uno de los pelotones. Ella nació, al igual que él, en las montañas del oriente, eso le recordó su tierra natal y fortificó la relación. Nunca aprendió a leer o escribir, pero su mujer le enseñó lo básico de las matemáticas.

Ahora vive tranquilo, complacido por lo que ha alcanzado en su vida, aunque de vez en cuando la tristeza lo invada y le haga recordar la belleza de los montes, el trino de los pájaros y la frescura del riachuelo que lo vieron nacer.

Lejos del ajetreo al que estaba acostumbrado, solo se entretiene cosechando el pedacito de tierra que tiene atrás de su casa y viendo pastar a los carneros, que cuida como si fueran miembros de la familia. A veces agradece la tranquilidad, pero nada más que para improvisar una décima, que luego su nieta Taina le anota para presentarla en los concursos.

“Lo que él considera una debilidad y que en cierta forma lo es, le ha dado una memoria increíble. Nunca lo he visto mirar un papel cuando recita una de sus rimas. Yo lo ayudo desde que lo conocí, cuando ingresó en la Asociación de Combatientes”, dice Pedro Luis Falcón, repentista periqueño, al momento que le da las migajas de pan a los desesperados patos que cría en el traspatio.

Los diplomas otorgados por la casa de cultura de la localidad se amontonan con el paso de los años, merecedor de distinciones como la de “Viajera Peninsular” y muchas otras, aún lo llaman para que participe en eventos alrededor de la provincia.

Miembro honorario de la Asociación de Combatientes del municipio y considerado uno de los más activos por el presidente de la organización, Rodrigo Rizo Villar, “contagia a todos con su entusiasmo y no falta a las asambleas y menos a una guardia, siempre contando historias de la Sierra, algunas propias, otras de sus conocidos”.

La nieta sonríe, “el abuelo, ni con un libro te alcanza para contar su vida. Sus hazañas no fueron muchas, o eso dice, porque no pudo tirar tiros, pero yo digo que es un héroe, que nunca se va a desprender de los recuerdos, los va contando y aunque no esté en campañas siempre lleva su camisa verde”, sonríe la niña y acaricia al pobre Pototo que deja de ladrar, como si lo arrullaran cual niño pequeño.          

Pie de fotos: 1-Santiago Núñez Núñez, quien con solo 18 años sirvió de mensajero para los rebeldes en la Sierra Maestra; 2-Ahora, jubilado, vive una vida tranquila cuidando de sus carneros y su finquita y de vez en cuando cuenta una que otra historia de su pasado.                               

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