¡AL MENOS ESTOY VIVO!
YANDRY FERNÁNDEZ PERDOMO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Ahora camina contento por las calles de La Habana, reconfortado por haber podido volver a sentir los sabores de su patria. “¿Quién puede vivir bajo la constante amenaza de la naturaleza?”, fue la pregunta que se hizo cuando decidió regresar. Quizás la muerte le habría llegado pronto si hubiera estado en su casa aquel día cuando la tierra destruyó las esperanzas de un pueblo, en solo unos segundos.
Dos años atrás, Gonzalo se marchó a Ecuador junto a su esposa. Buscaban nuevas oportunidades. A la llegada, se instalaron en la tranquila ciudad de Porto Viejo, donde residía su suegro.
Era sábado 16 de abril. En un instante fugaz, Porto Viejo se volvió ruinas. La ferocidad de la tierra tomó por sorpresa a todos sus habitantes y un intenso terremoto, junto a un ruido estrepitoso los levantó de sus camas.
Gonzalo durmió aquella noche, por pura casualidad, en casa de su suegro. Cuando sintió que las paredes del cuarto vibraban y en el exterior se escuchaba un ruido tremendo, se despertó y salió junto a la familia para la calle. Sabía que su vida corría peligro si seguía en el edificio.
Todos afuera estaban atemorizados. Muchas personas quedaron atrapadas en las viviendas reducidas a escombros. Las fuerzas de rescate y salvamento recién comenzaban a evacuar la zona y las sirenas de las ambulancias se sentían por todas partes. En pocos minutos, la ciudad era un campo de batalla en tiempos de paz.
En la mañana del domingo, Gonzalo realizó un pequeño recorrido por las ruinas de lo que antes fue su hogar. Lloró al ver que sus pocas pertenencias ya no existían.
Su dolor crecía al escuchar las historias de las personas que murieron ese día. Jamás había conocido la sensación de vivir bajo la constante amenaza de un terremoto. Cada cierto momento de tranquilidad se avizoraban pequeños temblores. Aquella situación le era insostenible. No podía dormir por el miedo a correr con la misma desdicha de aquellos inocentes que quedaron sepultados bajo su propia casa.
El sueño de traer a su madre para vivir junto a él en aquella nación se desvanecía. La ciudad estaba devastada. Entonces, tomó la decisión que muy pocos cubanos emigrantes harían: volver a su Cuba querida con las manos vacías, justo como había salido de ella. Al llegar, un beso de su madre le mitigarían las lágrimas que derramó durante el viaje.
Hoy, Gonzalo, mi amigo, permanece en su tranquilo apartamento. Todos los días nos revive aquellos momentos de sufrimiento. Pero, aunque da gracias por seguir con vida, no deja de pensar en las personas que no corrieron con su misma suerte y quedaron sepultadas bajo la sombra de un ladrillo.
Tipo de crónica: Retrospectiva.
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