RECORRIDO POR UN PAISAJE CRIOLLO
El cuadro del pintor cubano Carlos Enríquez manifiesta su línea estética de pinturas en remolino, y deja en un segundo plano la figura humana.
ISRAEL LEIVA VILLEGAS,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de la Habana.
La obra del pintor villaclareño Carlos Enríquez Gómez (1900-1957), rompió con el academismo presente en la plástica cubana de la primera mitad del siglo XX. Perteneciente a la vanguardia modernista de los años veinte en Cuba, reflejó en sus cuadros al criollo, el campesinado y el valor añadido de una sutil crítica social.
Dentro de sus creaciones más reconocidas se encuentra Paisaje Criollo, del año 1943. El lienzo ilustra la campiña cubana envuelta en un torbellino verde y al fondo con varias palmas reales, símbolo distintivo de su obra.
Poseedor de cualidades naturales que le permitieron crear un estilo nuevo dentro de la pintura cubana, con el empleo de la combinación de colores y la creación de nuevas visiones y contrastes entre los planos visuales y las formas.
El trabajo, realizado en óleo sobre tela, continúa con la línea estética del pintor, aunque deja en un segundo plano la figura humana, protagonista en la mayoría de sus obras. La dimensión física de 76 por 60 centímetros, ayuda a dar una sensación de profundidad e invita a buscar a lo lejos la referencia del paisaje montañoso.
El cuadro hace gala de gran hermosura estilística, propiciada por la utilización de colores licuados que actúan como agentes de una realidad alternativa. La forma diluida de las figuras destierra toda seriedad y forma un alegre conjunto de remolinos dispuestos a conciencia, además de introducir un tono surrealista, siempre presente en lo que el propio Carlos Enríquez, denominó “romanticismo criollo”.
La ausencia de un punto focal resalta la obra en su totalidad y evidencia el empleo innovador de la composición, que acentúa las líneas curvas en el contorno de las figuras.
El gran valor artístico de Paisaje Criollo le ha valido incluirse en las exposiciones que comúnmente se realizan en el Museo de Bellas Artes, en La Habana. En el sitio de la instalación, dedicada al arte cubano, la obra forma parte de la colección de Enríquez junto a El rapto de las mulatas y Campesinos felices
Aunque Paisaje Criollo no solo deslumbra por su calidad pictórica, sino, que destaca entre las obras que supusieron una nueva forma de ver la realidad por parte de los artistas de la Isla. Los temas en las creaciones eran tratados con una profundidad expresiva que hacia frente a los paisajes románticos y suaves que reflejaban a la alta burguesía. Amelia Peláez (La costurera, 1931) y René Portocarrero (Mujer con mariposa), también se unieron al camino iniciado por Carlos Enríquez.
La genialidad del pintor cubano, fue reconocida con la exhibición de dos de sus obras en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, institución que adquirió un cuadro suyo. También se le otorgó, en el año 1938, el premio del Segundo Salón Nacional de Pintura y Escultura.
Otros especialistas, citados por la página web www.encaribe.com, manifiestan que el expresionismo y el surrealismo le ofrecieron, con sus particulares lenguajes y temporalidades, coordenadas desde las cuales encauzó sus preocupaciones pictóricas. Con la influencia de estos dos movimientos cristalizó la poética que, decantada y alimentada con otros componentes, palpitaría a lo largo de toda su obra, y resalta en Paisaje Criollo.
Refiriéndose a Carlos Enríquez, Graziela Pogolotti, expresó: “Abrir los ojos hacia lo cubano, limpiar la tela, construir el cuadro, alrededor de nuevos principios de composición, renunciar a una centenaria concepción de los valores plásticos, equivalía a instalar de un solo golpe el siglo veinte en la pintura cubana”.
Pie de foto: En Paisaje Criollo, la forma diluida de las figuras forma un alegre conjunto de remolinos dispuestos a conciencia (Foto tomada de: www.encaribe.com).
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