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Isla al Sur

Crónicas-Trabajos docentes

INEVITABLE DESTINO

INEVITABLE DESTINO

AMANDA DE URRUTIA SÁNCHEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Viajaba del norte al sur de Matanzas cuando ocurrió lo más valiente que alguien ha hecho por mí.

El longevo “almendrón” avanzaba por la Carretera Central como burlándose del paso del tiempo. Los achaques acumulados por años se escuchaban a pesar del sostenido rugido del motor implantado, pero al igual que muchos de sus contemporáneos en Cuba, seguía añadiendo cifras al cuentamillas y al capital de su chofer.

En la vía que conecta a los territorios de Jovellanos y La Isabel, el automóvil se convirtió en una trampa. La viga de hierro entre las ruedas delanteras se quebró, y con ella, la compostura de los seis viajeros. El conductor intentó retomar el control del vehículo dando infructuosos giros al timón, nos precipitábamos sin remedio hacia una caseta de concreto.

¡Desesperación! Un grito de terror electrizó mis sentidos desde que se abrió paso a través del miedo de una mujer desconocida. Mis pupilas dilatadas visualizaban la tragedia que ocurriría en escasos segundos. Fundida al centro del asiento trasero, la inevitabilidad del destino me abofeteó la cara.

Entonces… calma total, los músculos perdieron toda tensión y las uñas detuvieron el surco que gravaron en la butaca. Aun me asombra la paz que cubrió mis pensamientos en el preciso momento que acepté lo inevitable. Me resigné. Estaba segura que moriría, y en el estado de mayor relajación que he sentido en mi vida, cerré los ojos y esperé…

Pero nunca sentí el dolor desgarrador que imaginé o el golpe certero y mortal, sino dos manos abarcándome y un pecho de escudo. Ronald Fernández Rodríguez, el hombre que amo iba a mi lado desde el inicio del trayecto y así se mantuvo hasta que uno de los tantos giros al timón cambió la dirección del carro y de nuestra existencia.

Él priorizó mi seguridad y no la suya por amor, porque si eso no es amor, ¿qué lo es? Ninguna otra cosa lograría que alguien coloque la vida de otra persona antes que la suya. Esos son los instantes en que el amor se puede tocar, se percibe como una entidad tangible y omnipotente.

Sin embargo, algunos dicen que es una invención del cerebro. Quieren convencernos de que es solo el disfraz del instinto. Pero no hay nada más distante. El amor es el universo entero: la luz de infinitas estrellas y el calor abrazador de todos los soles.

Crónica costumbrista.

LA ÚNICA OPCIÓN DE CLARA

LA ÚNICA OPCIÓN DE CLARA

AYMELIS ALFARO CAMACHO,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Una cortina de tela blanca, un poco gastada, divide en dos secciones la casa. En las paredes y en el techo de fibras de cemento, se observan rastros de lluvias pasadas. A un lado del comprimido cuarto hay dos camas y un pequeño armario. El olor a café y los sonidos de una emisora radial se perciben en la atmósfera hogareña.

“Aquí vivo hace 16 años”, comenta Clara Druyé Viola, y dirige sus ojos a una foto en la pared, que la lleva a su antiguo apartamento 54, en la calle Salud, de Centro Habana. Sitio que guarda el recuerdo más duro de su vida.

El 26 de febrero del 2000, a la 1:30 a.m., no se sentía ningún ruido, todos estaban durmiendo. De pronto, el edificio empezó a temblar y comenzaron a escucharse los estruendos de las paredes y los gritos de los vecinos pidiendo ayuda.

En ese momento, Clara quedó paralizada por unos instantes. “¡Los niños – pensó- tengo que sacar a mis niños de aquí!” Los agitó para despertarlos. Las manos le temblaban.

“¿Qué recojo primero? ¿Qué es imprescindible?”, dudosa se preguntaba.Tomó algunas ropas, lo que quedaba del último cobro, cinco panes que había sobre la mesa y el biberón con leche de Laura, la menor.

Rápidamente abrió la puerta y bajó junto a sus pequeños las escaleras. “Dios, ayúdame, mis hijos”, gritó desesperada y con lágrimas en los ojos.

Ya abajo, veían como se derrumbaba el edificio por pedazos. Al instante llegaron los bomberos y alumbraron con enormes focos el desastre. Parecía la filmación de una película. Todo caía, se hacía polvo.

A las 3:00 a.m. había concluido la catástrofe. Los policías empezaron a buscar con los perros bajo los escombros por si quedaba alguien atrapado. En las ruinas encontraron desmayada a Marta, la muchacha del quinto piso. La socorrieron y la trasladaron al hospital Hermanos Amejeiras. Tenía cinco fracturas en las costillas.

Cuatro horas después comenzaron a ubicarlos. A Clara y su familia los llevaron para el albergue del reparto Guiteras, municipio Habana del Este. En este lugar tuvieron que enfrentar otro reto: la adaptación.

“Acostumbrarse fue difícil, es difícil. Este lugar es como tener el mundo en un vaso de agua. Aquí hay cualquier tipo de persona: enfermeras, maestros, arquitectos, delincuentes… Convivir es complicado”, comenta Clara.

“La trabajadora social nos dijo que era solo por seis meses, pero aún sigo aquí, esperando, esperando. Llega el tiempo en que uno se adapta. Solo me resta tener paciencia hasta que me den una casita como se la han dado a otros”, agrega.

Por ahora tiene fe, confía en que la situación mejorará. Mientras lo hace, ve como sus nietos crecen y juegan en esta casa transitoria. Mientras, se sienta en la butaca, mira la foto de su pasado y piensa: ¡Resistir, no conformarse!

UN RÁPIDO Y FURIOSO CONDUCTOR EN LA HABANA

UN RÁPIDO Y FURIOSO CONDUCTOR EN LA HABANA

OLIVIA RODRÍGUEZ MEDEL,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Nuestra Habana se despierta diferente; calles cerradas, tráfico difícil y multitudes reunidas alrededor de cámaras y trailers. «Hollywood está en Cuba», es el comentario que camina de boca en boca en la capital.

La Isla es hoy escenario de filmación de una de las sagas más taquilleras de la industria cinematográfica norteamericana: Fast and Furious.

Increíble me pareció la noticia, no pude evitar acercarme a la multitud reunida en San Lázaro y Belascoaín, camiones con gigantescos carteles que ponían Hollywood, cientos de personas soñando con ver a lo lejos un «calvo musculoso», «¡Está en aquel camión!» o «¡Salió de esa carpa!», comentarios que surgían en medio de la incertidumbre. ¿Estará Vin Diesel realmente aquí? Me pregunté.

Sí, está aquí, pero no solo él, lo acompañan los demás protagonistas de esta millonaria producción de Universal Studios: Michelle Rodríguez (Letty) y Jordana Brewster (Mia). Se echa de menos al desaparecido actor Paul Walker, pero el público piensa que manteniendo viva la saga se conserva su memoria.

La primera película de la serie fue estrenada en diferentes fechas del 2001, en ella se muestra el peligroso mundo de las carreras callejeras y el tunning (modificación de autos). La trama transcurre en Los Ángeles, aunque en las posteriores entregas los protagonistas viajan a diferentes ciudades del mundo.

Desde el día 22 de abril se filma en la Isla la octava parte de este prestigioso filme, destino vetado durante muchos años para las productoras estadounidenses. El proceso debe concluir el próximo 5 de mayo.

Hoy, después de la “reapertura” del 17 de diciembre de 2014, se confirma que Cuba está de moda.

Junto a la multitud desfilaban carros americanos (almedrones) y un sinnúmero de cámaras que, sumado a las voces anglosajonas del staff, le dan un ambiente irreal a este tramo de la Avenida Malecón.

Me sentí muy orgullosa, mi Habana fue elegida por los productores de la cinta.

Después del estreno, me sentaré frente a la pantalla a buscar las escenas que se filmaron en mi ciudad. Será imposible ir a la premier de la película y quizás no podré ver el estreno en un cine cubano, pero la copiaré del «paquete» que vende un muchacho del barrio.

Veré entonces a las grandes figuras del Paseo de la Fama manejando furiosos en las mismas calles por las que yo camino todos los días.

UN PADRE ABANDONADO

UN PADRE ABANDONADO

MABY MARTÍNEZ RODRÍGUEZ,

estudiante d primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Yo nací en España, aunque después de tantos años, a veces dudo que siga siendo España. Observo las dos chimeneas, que ya tienen los pulmones limpios por los años sin echar humo, y me pregunto si el majestuoso ingenio “España Republicana” ha sido olvidado solo por la historia o también por los habitantes del batey.

Ahora que se acerca el mes de mayo y con él, el periodo azucarero del correspondiente año toca su fin, vuelven a mi mente los recuerdos de las pocas veces que lo vi funcionar y la nostalgia viene a mi encuentro.

Memorias enterradas asoman como magia, repletas de cuentos sobre la “Casa del azúcar”, como la llamara mi abuelo años atrás. Estaré eternamente ligada a sus entrañas, porque fui una de las tantas niñas que creció correteando por sus alrededores, otra que se bañó en las aguas recirculadas del enfriadero, creyendo que era el mar, solo que dulce.

Yo me escondí en los vagones abandonados, mientras soñaba que viajaba por el mundo, y me perdí en los cañaverales como cimarrón, para degustar el sabor de la dulce gramínea. Fui otra hija traviesa que le dolió ver cómo su padre de hierro se deshacía en el tiempo, no diferente a las otras generaciones que disfrutaron de la libertad de la vida rural y que ahora parecen dejar de lado.

Al parecer, todos olvidaron que allí crecieron, que el batey nació por la mera existencia del central, y que el padre que se transformó en abuelo en el 2003, los enorgulleció por años; hasta que le edad le hizo descuidar sus tareas diarias. Con su retirada se llevó aquella famosa fiesta de fin de zafra, donde las combinadas silbaban a ritmo de la música. El ron y el guarapo reclamaban su puesto en los puntos de venta como orgullosos derivados de la caña, y todos los habitantes del pequeño consejo popular eran los protagonistas de su propia celebración.

Actualmente, unas desgastadas vigas sostienen el peso de la infraestructura impregnada de historia, almacenada tan celosamente como alguna vez estuvo el azúcar. Y sigue portando la cicatriz de aquella herida que causó el ave imperialista que estalló contra él en el 83, pero nadie habla de las vidas que allí se perdieron, ni se preocupa por escarbar en el pasado para descubrir cuántas salvó solo por su tamaño. 

Con la función de una Unidad Empresarial Básica, está condenado a ver cómo la caña que antes entraba por sus puertas, sigue de largo hasta otro central. Cada fin de semana se me oprime el corazón. Mi padre se esfuma sin quejarse. Las pocas planchas de zinc que le quedan van desapareciendo, según los pueblerinos necesitan un techo.

Su historia yace en un libro escrito en el tiempo, tatuado por las décadas en las hojas de sus calles, como las antiguas líneas férreas que ahora se ocultan como venas bajo la piel del polvo que debe tener todavía rastros de azúcar. La vieja locomotora, fija en la entrada, símbolo de fuerza y empuje, es el único objeto que todavía expone el nombre del central, como muestra rebelde de lo que una vez fue y nunca más será.    

AIRE DE PARRANDAS

AIRE DE PARRANDAS

NAIMY HERRERA PEREIRA,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Amanece a mitad de la noche. Los pinceles de fuegos artificiales  dibujan destellos de colores. La conga despabila las cinturas. En la frontera, el gallo de la loma exhibe su cresta roja al gavilán sansarico que vuela bajito en busca de su presa. Muñecones, faroles y banderas anuncian la carroza. Los barrios se enlazan, echan descargas: la parranda llegó.

Como es costumbre, cuando el año regala sus últimos soplos, Yaguajay respira parrandeo donde no faltan las discusiones y alguna que otra persona queriendo arrastrarte a su bando, porque el suyo es siempre el ganador.

Estas fiestas de pueblo llegaron a Yaguajay por los comerciantes chinos que venían de Remedios. Al principio consistieron solo en adornar la Calle Real para vender más, pero en 1901, por la magnitud y organización que habían alcanzado, se declararon oficiales.

El gran día es el 24 de diciembre, pero desde semanas antes los vecinos discuten la invencibilidad de su barrio, se declaran partidarios de Sansarincq o La Loma, visten ropa roja o azul y tararean las canciones según sea el bando.

Los trabajos se hacen en el más absoluto secreto para evitar que el contrario se entere y tome la iniciativa. El aire fresco de parrandas se mezcla con el misterio y mueve las energías de los equipos de artesanos, carpinteros, decoradores, estibadores, electricistas. A pocas horas de la fiesta aún hay retoques que dar.

Ya está cayendo la tarde. Los presidentes de Gayos y Gavilanes puntualizan los últimos detalles como si comandasen un ejército. Las calles están llenas de niños, adultos y ancianos. Todos bailan, se enamoran, beben piña colada, la oferta habitual de esta fiesta, pero nadie pasa la raya imaginaria que divide a los dos bandos.

La noche trae el frío de diciembre y el olor a las naves de trabajo, a engrudo y pintura, a yeso fresco y madera húmeda. Las obras de arte surgen para brillar durante una madrugada y luego se sumergen en la memoria.

La mayoría de los temas escogidos para los trabajos de carroza provienen de la literatura universal y en ellos predomina la fantasía. En esta ocasión, el trabajo de carroza de La loma está inspirado en  el mar y las sirenas. Sansarincq escogió el Olimpo y sus dioses.

Cada carroza es un elemento clave, determinante para el orgullo del vecindario. La dedicación puesta en el terminado de las carrozas dice mucho de lo que es capaz la unidad de ideas populares. Por ello no es extraño ver sumarse niños, jóvenes y amas de casa a la lista de artesanos que diseñan y confeccionan las carrozas.

Voladores, fuegos artificiales, luces, congas y alabanzas a uno y otro bando ensordecen el comienzo de la pasión. Así será toda la noche y la madrugada, hasta el amanecer del 25 de diciembre, cuando ambos barrios se declaren ganadores y recorran las calles entre el olor a explosivo, la alegría y el enigmático aire de siempre.

Tras la última noche de jolgorio, Yagajuay amanece. Vuelve todo a la tranquilidad, pero aparente, porque en cada barrio, Gavilanes y Gayos ya comienzan a preparar las parrandas del año próximo.

DE CUANDO ACEPTÉ EL REGALO DE CERVANTES

DE CUANDO ACEPTÉ EL REGALO DE CERVANTES

TU CU THI THANH,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Hace casi dos años que siento un gran afecto por esta Isla, pero nunca había tenido la valentía para escribir sobre ella. En el tiempo que ha pasado, con 20 años y la marca “adulta”, he cambiado bastante. Entre todo lo que me ha ocurrido, resulta difícil encontrar lo “más memorable”.

Andaba bajo la lluvia por el malecón cuando me avisaron que se murió mi abuelo. Odiaba el país “hermano” porque me robaron dinero y el teléfono en la guagua. Estaba enferma con 41 de fiebre sin nadie a mi lado... Sin embargo, esos tropiezos no fueron los más difíciles porque la barrera lingüística para mí se convierte en el problema más complicado.

¿Solo con ocho meses de aprendizaje es suficiente para que un estudiante extranjero pueda entender los conocimientos universitarios? Parecía imposible, y más en el caso del español. Además, el lenguaje en la carrera de Periodismo es todavía más complejo.

Nunca olvido los primeros días del curso, donde me enfrenté a las clases de cinco horas y no podía comprender nada, cada día llegaba a la beca con fuerte dolor de cabeza por tener demasiado estrés, me esperaban los interminables trabajos y muchas noches sin dormir. También, fue la primera vez que suspendí un examen. Estaba perdida.

Cuando aprobé, los compañeros me felicitaban, y no sabían que un tres nunca me habían pasado en la vida. Estaba desanimada y con la impotencia de muchas dudas que no podía preguntar. Tenía un gran miedo cuando hablaba delante de los profesores.

Muchas veces quería alejarme de todo, lloraba y no sabía qué estaba haciendo en este país. Llamaba a mi familia y mi papá decía: “Puedes dejar la escuela y venir, siempre estamos en casa esperándote aunque no tengas éxito. Pero recuerda, cuando caes y no puedes levantarte, pasará en cualquier otro lugar”. Así me salvaba y empezaba de nuevo.

No obstante, dominar el otro lenguaje es una tarea difícil. Invertía todo el tiempo en leer y escribir, incluso carecía de espacio para dormir ni comer. En ocasiones, me perdía en la calle por caminar y aprender a la vez. Pero, los maestros se portaban incrédulos, sencillamente porque no hablaba bien español.

Cuando iba a entrevistar o buscar las fuentes, no podía preguntar tanto. Me sentía mal cuando la gente hablaba y apenas les entendía. Dudaba de mí misma y consideraba que Periodismo, mi sueño, era imposible. Desde ese momento, comprendí que leer y escribir perdían significados si no podía escuchar y hablar.

Comencé a conversar más con los compañeros. Visité las casas de amigas cubanas los fines de semana. Más que aprender español, he conocido tanto las tradiciones cubanas, como la simpatía y hospitalidad de la gente, también me ha llegado la mejor amistad. Día a día, sin percibirlo, me fui enamorando del español.

No solo las palabras son bellas, sino los gestos y la mirada. La práctica del castellano me ha permitido conocer a los cubanos y descubrir mi capacidad implícita. Las dificultades lingüísticas son indispensables para un estudiante extranjero, requieren tiempo, paciencia y dedicación.

Para algunas personas, medio vaso de agua es equivalente a “llenar una mitad”; para otras, es como si “todavía faltara una mitad”. Todo depende de la forma de pensar. Yo, en español, me he llenado cada día. Ahora me dicen que estoy cubanizada y… me gusta escucharlo.

UNA VEJEZ DIFÍCIL

UNA VEJEZ DIFÍCIL

LAURA FARIÑAS NARANJO,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

El insoportable ruido de la alarma anuncia que son las seis de la mañana. Paula Pino Santos se levanta agitada, apenas pudo conciliar el sueño. Hace café, barre, organiza. Deja todo listo en su casa antes de marcharse a cuidar a sus padres.Tiene 67 años y sus días se han convertido en una rutina: de su casa a la de sus progenitores.

Como cada día llega, a su “centro laboral”, luego de que su esposo con un lento pedaleo la lleve. La lavadora la espera. Sábanas y pijamas sucios le dan la bienvenida. Comienza así la larga y agotadora jornada.

Félix, su padre, es un anciano de 89 años, bastante corpulento, y ya tiene la mente perdida. Su madre Amelia, por el contrario, está “clarita, clarita” y tiene un genio de los mil demonios.

Almuerzo. Merienda. La parte más difícil aparece a la hora del baño, cuando casi tiene que convertirse en Hércules: “¿Cómo hace una vieja para bañar a dos ancianos? Varios son los sustos que recibe cuando en ocasiones unos de los dos se le va de las manos.

En la tarde, sus padres duermen un rato. Entonces aprovecha para sentarse en la baranda de la terraza y “descansar”. Enciende un cigarro, y piensa en el giro que ha dado su vida, en cómo cambian las familias.

Su sobrina, Liosmedi, vive con los ancianos. Ellos fueron quienes la criaron porque un día su hijo menor les dijo: “Aquí la tienen, la madre no la quiere y yo tampoco me puedo hacer cargo”. Ellos le dieron el cuerpo que tiene hoy y hasta le regalaron la casa.

Parece que el tiempo borró todo esto. Ella no quiere cuidar a sus abuelos. “¡Ese no es mi maletín, yo no tengo nada que ver con eso!” repite.

No es fácil que la vejez de dos personas que se dedicaron por completo a la familia sea así. Ver como uno de tus hijos no se ocupa de ti, y casi todos los nietos se olvidaron de que tienen abuelos. Es algo duro, comenta Paula.

El hijo de Paula está preocupado, ya no la puede ayudar como antes. Él iba en las noches a cuidar a Félix y a Amelia. Los conflictos se incrementaron y las discusiones con su prima y su tío aumentaron. Tuvo que alejarse un poco y comenzar a ayudar a su madre desde afuera. Buscó a una mujer para que la ayudara. Ya son cinco las que han desfilado por ahí. Liosmedi dejó en claro que esa era su casa y ahí solo entraba el que ella quería. No quiere ayudar, pero tampoco deja que otros lo hagan.

Ya son casi las nueve de la noche. Los viejos están acostados. Paula reza porque no suceda nada en las horas que van a estar solos. Regresa a su casa y Abraham, su nieto de seis años, sale corriendo a recibirla. “Yaya, al fin llegaste”.

Las piernas hinchadas, la dentadura deteriorada, y la tos que posee a causa de su vicio por el cigarro, evidencian su cansancio. Ella ya no está para cuidar, sino para que la cuiden también. Cuando el sueño se apodera de ella, nuevamente el reloj anuncia que son las seis de la mañana.

MI PATRIA ES LA SOBREVIDA

MI PATRIA ES LA SOBREVIDA

SEALYS GARDÓN PANTOJA,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

“Mi patria: Heredia, Martí, Lezama,

                         un viejo con una camisa a cuadros (…)

Mi Patria es la sobrevida”

Julio César Sánchez

El sol baña mi pueblo otra vez. La historia nos canta al oído y despertamos. La noche trajo una extraña guerra de unos que se llamaban mambises y defendían algo a lo que llamaban Patria, así, como si la hubiesen parido.

Hago una tachadura en el número 20 del mes de octubre en el calendario. Hoy se rinde homenaje a la Cultura Cubana. Emprendo el día a día una vez más, tal vez encontraré lo mismo de siempre, la conciencia lo predice.

Por mi lado pasan los niños del barrio, veloces como el viento inquieto de un huracán, entre ellos mi vecino, le hicieron un trajecito para imitar a Maceo; debe ser en un rato porque va con un bigote casi más grande que él.

De paso por una escuela cercana, me llama la atención la bandera tan radiante, con un fondo conocido, creo que es Silvio Rodríguez, mi abuela se sabe todas sus canciones y me las enseñó desde que era pequeña.

Todos evocan a Félix Varela, recuerdan el coraje de Carlos Manuel de Céspedes o rememoran cuando Perucho Figueredo, este mismo día de 1869, escribía la letra del Himno de Bayamo sobre el lomo de un caballo, exclusivamente hoy, como si no fueran cimientos de lo que somos, sino descubrimientos recién hechos, o reliquias viejas desempolvadas para la ocasión.

Sin embargo, este 20 de octubre nadie se acuerda del hombre que deambula y conoce cada planta medicinal del monte, del barrecalles tan dedicado, o del médico que nos atiende en el consultorio, del hombre que pescó con Hemingway ni del guajiro de la guayaba más grande del pueblo.  ¿No son ellos pedazos de cultura?

El sol se va despidiendo y ya está plantada la mesa de dominó en la esquina. El profesor de inglés, el carnicero y el ponchero de la otra cuadra están buscando al último jugador. Aunque soy “doble blanco” en estas cuestiones, lo intento. Tras perder un par de veces, pido auxilio a mi papá y le cedo el puesto.

De regreso a casa, siento un olor sabroso. Mi mamá prepara carne de cerdo asada y congrí. "¿Acaso hay sazón más sabroso que el cubano?" Responde ella ante mis halagos a su destreza en la cocina.

Esa es la cultura de mi Patria que celebramos hoy, eso es mi Patria: mambises, algarabía, Silvio, héroes anónimos, un juego de dominó, una cena con sabor incomparable. Mi Patria es mi día a día, “mi Patria es la sobrevida” a un período especial en el que la sopa quedó sin pollo y la gente cambió en los campos ropa por comida con la dignidad intacta. Mi patria es la de los inmigrantes y emigrantes, la cubanía de dos vecinas cuando intercambian un poquito de azúcar hasta que lleguen a la bodega los mandados del próximo mes.

Tipo de crónica: Costumbrista.