LA CAZA DEL PEZ
La pesca con grampín tiene origen canario y consiste en atrapar los peces desde fuera del agua con un anzuelo múltiple. Ángel Reynerio Zúñiga Moreno se dedica a esta en la localidad de Cojímar, al este de La Habana, desde hace 40 años.
Texto y fotos:
ERNESTO LAHENS SOTO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
El sol sale por el este de la bahía de Cojímar y delata el movimiento de los cardúmenes de peces que se alimentan de las algas. Ángel Reynerio Zúñiga Moreno, conocido como “Chichí” por pescadores y amigos, se apresura a adentrarse en el agua para atraparlos. Lleva realizando este ritual todos los días con buen tiempo desde hace 40 años.
Hombre alto, delgado, de piel quemada por el sol y cabellera blanca que le cubre la nuca. Los pies se encuentran callosos y dañados por caminar descalzo. Siempre sonríe mostrando sus dientes manchados por el cigarro. De carácter jovial, explica su técnica de pesca mientras se ajusta el pantalón.
Nacido en Marianao en 1958, Chichi se mudó a los 10 años de edad a la localidad de Alamar donde aún reside. Este cambio en su vida lo acercó a los pescadores de Cojímar, y se transformó poco a poco en uno de los más renombrados, por convertir en arte uno de los estilos de pesca más difíciles: “la caza del pez”.
Mueve su grampín, anzuelo múltiple, describiendo un círculo con simples giros de muñeca. Peina con su mirada el reflejo del agua. Cualquier movimiento representa una oportunidad de captura. De repente salta algo, no desperdicia la oportunidad y atrapa al peje, no tiene escapatoria.
Según el libro Las Artes y Métodos de Pesca, del colectivo de profesores de Biología Marina, de la Universidad Nacional Autónoma de México, la pesca con grampín tiene origen canario.
Posiblemente llegó a Cojímar por los pescadores y marineros que salieron de las Islas Canarias a finales del siglo XIX e inicios del XX. Entre estos viajeros destacó Gregorio Fuentes, patrón del barco “El Pilar”, del escritor norteamericano Ernest Hemingway.
Chichí recoge rápido el sedal, la presa intenta en vano luchar por su vida, es una lisa. “Los peces que más atrapo son lisas y lebranchos”, me dijo antes de entrar al agua a pescar, ahora me muestra sonriente el premio.
Las lisas y los lebranchos son peces de la familia de los mujílidos que habitan cerca de la desembocadura de los ríos de zonas tropicales. En el tomo 1 del libro Sinopsis de los Peces Marinos en Cuba, del Doctor Darío J. Guitart, se describen como peces vegetarianos que se alimentan de las algas y el sedimento a poca profundidad.
Observa una silueta grande y arroja su arma justo al frente: lo engancha por el ojo. De un salto el róbalo se delata, debe pesar más de veinte libras. Comienza el duelo entre el hombre y el animal, la astucia y la fuerza.
Chichí hala el sedal, intenta llevarlo hacia las piedras para que el pez se debilite. El recuerdo de la lucha entre Santiago y la aguja viene a mi mente. El honor de un pescador está en juego: no lo puede dejar escapar.
El róbulo lucha por su vida. Salta frenéticamente, se golpea la cabeza con la cola, pero el anzuelo no sale. El cazador no sonríe, admira a su contrincante.
Tras un largo altercado, el hombre saca casi sin vida la muestra de su contienda. No hay vencedor ni vencido. No hay cobardía en el hecho de morir con honor. Los valientes no son derrotados, sino destruidos.
Los niños, asombrados, observan desde la cercana playa del Cachón, antiguamente un balneario de la clase media-alta de La Habana, hoy un simple basurero descuidado. Varios excursionistas se acercan y fotografían el insólito hecho.
La Cojímar de hoy es muy diferente a la que vio Hemingway. La Terraza pasó de ser un restaurante de pescadores para convertirse en un santuario exclusivo para los turistas. Ya no quedan patos en la desembocadura, los sábalos y róbalos son cada vez más escasos. El recuerdo del olor de la planta procesadora de tiburones se mantiene en la mente de los cojimeros, mientras que el edificio cae en la ruina.
Daniel Peraza Castrillo, en sus más de 60 años como pescador, solo recuerda a un hombre que pescara antes que Chichí con grampín. Se llama William y vive actualmente en los Estados Unidos. Reviso el registro de la cooperativa pesquera en busca de sus apellidos, pero no hay rastro de este.
Me aborda un anciano aún fuerte, pero casi ciego; se me presenta como Osvaldo Díaz Alberto, de 78 años de edad. Se queja de la contaminación del río que afecta el ecosistema y la economía de Cojímar. Las empresas de Berroa vierten sus desechos sin tratamiento en las aguas del río.
Me conduce por el antiguo muelle que bordea las casetas y botes de los pescadores. Las tablas de algarrobo resuenan. Los pomos y objetos plásticos flotan en la rivera del río, mientras el olor a excremento emana del fondo.
Señala su bote y dice: “Ves el nombre, Dajao, es el de un pez de río que hasta hace unos años se veía en abundancia. Ya no existe.” Este no es el único caso, la población de muchas especies de animales y plantas ha disminuido o desaparecido.
El Dajao es un pez de agua dulce, familia de la trucha, que habita en las aguas rápidas y cristalinas del occidente del país. Un estudio publicado en la revista digital cubana Todos los Peces revela que este animal se encuentra en serio peligro de extinción y solo sobrevive en algunas reservas de la provincia de Pinar del Río.
Osvaldo recuerda haber visto a los niños pescar con grampín en la bahía de Luanda cuando estuvo de misión internacionalista en Angola. Eran anzuelos más pequeños y se utilizaban con varas de maderas para la captura de sardinas y mojarras.
Doce del mediodía, Chichí sale del agua y se dirige a almorzar con sus amigos. Es momento de jugar domino y contar historias. Junto a la ensarta de peces lleva en sus manos una botella de aceite de oliva aun sellada. “Este es un regalo de Yemayá”, comenta.
Sus manos son grandes y mágicas. No cuidadas y delicadas como las de un cirujano o un músico; sino fuertes y magulladas como las de un minero. Pero sin más: mágicas.
En la base se encuentra Omar Eloseguy Torralbes, el indio, amigo y compañero de albañilería de Ángel. “No le hagas mucho caso a este. Nunca coge lucha y siempre se está riendo”, jaranea para luego estrecharle la mano a su compadre.
Los pescadores narran sus historias, sus hazañas y leyendas. Los peces más grandes y las peores rachas. Historias de cuando aún el río estaba limpio y entraban las sardinas y los sábalos bajaban a la desembocadura todas las tardes.
Chichí dice que en un buen día llega a capturar más de 40 lisas. En dos ocasiones “engrampino” agujas en altamar, aunque lo más común que coge en barco es la albacora y el bonito. Peces de aguas profundas y alimentación carnívora, que se describen en el tomo 2 del libro del Dr. Guitart.
Alexander Herrero Rodríguez de 42 años de edad es el dueño y patrón del barco Maritza. “De joven pesqué con grampín, pero nunca logré dominar este técnica con la maestría de Chichí. A los 25 años lo dejé y comencé a trabajar como patrón de barco.” El pez más grande que capturó con este estilo fue de nueve libras, mientras que es común ver a Zúñiga con ejemplares de más de veinte.
La tarde va cayendo y los pescadores se preparan para salir en sus barcos a la pesca de la aguja. Llevan los aparejos hacia los muelles. Aseguran los anzuelos en los sedales y rellenan los motores de combustible. Chichí vende algunas de sus lisas que serán utilizadas como cebo para la pesca del tiburón. Esta noche, él no saldrá.
En su caseta tiene las mandíbulas de los escualos que ha capturado. Los pescó con anzuelos y carnadas, no ha podido cogerlos con grampines, aunque no descarta la oportunidad de hacerlo algún día. “Su piel es muy dura y suben poco a la superficie”, comenta mientras cierra la nevera.
Guarda los peces restantes, aun sin descamar, para comérselos luego en su casa. Prepara aceite de hígado, es saludable y le da energía para pescar. Antes limpiaba los peces en el río, ahora Salud Pública lo prohibió debido a la contaminación.
La aventura de hoy ha concluido, se encuentra cansado y listo para bañarse y dormir. Camina sobre el puente que lo conduce hasta Alamar. Nunca despega la mirada de la bahía observando siempre a los peces, porque no sabe “lo que depara Yemayá para el próximo día”.
Pie de fotos: 1-La pesca con grampín consiste en atrapar peces desde fuera del agua con un anzuelo múltiple; 2-Chichí se dedica a este estilo de pesca desde hace cuarenta años.