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Isla al Sur

TRINIDAD, LA VERDAD POR ENCIMA DE LA LEYENDA

TRINIDAD, LA VERDAD POR ENCIMA DE LA LEYENDA

Un hombre de lengua hirsuta se alza en defensa de la historia, cual Quijote revivido en los principios de milenio

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

De Carlos Joaquín Zerquera Fernández de Lara, y con perdón de Elvira Gallardo, quedé rendidamente prendada en unas vacaciones en que al azar, o tal vez no, llegué a su vieja casona en el centro histórico, e invadí la sala en afán curioso. A causa del sombrero estilo victoriano, las bermudas desteñidas y una piel blanca inusual en esta tierra tórrida y espléndida en mulatas, pensó que era una turista en busca de alquiler económico. Cuando le mencioné el oficio de periodista, el historiador de Trinidad me midió de arriba-abajo, receloso. No ha tenido experiencias gratas en eso de contar verdades, pues al final le han endilgado leyendas como ciertas, y si hay algo que le revienta el alma es un testimonio desvirtuado en la apetencia de ganar oídos en embeleso. 

Hice pacto con él, púdicamente lo confieso.

Transcribiría casi textualmente sus palabras. No creo que el buen patriarca de hirsuta lengua, malgenioso y caprichoso como él se define, creyera a pie juntillas la promesa. Pero accedió a contarme las dos caras de cada anécdota de ese terruño parido en medio de la isla grande, rodeado de montaña y mar, postergado y rescatado, cual novia inolvidada. Trinidad, Patrimonio de la Humanidad, merece toda reivindicación.

Acá van leyendas e historias narradas por Zerquera, hombre que lleva como divisa: “Solo la verdad nos pondrá la toga viril”. Y ojalá cuatro potencias me acompañen para cumplirle la alianza.

De Carlos Ayala

“Mire, es que me da genio lo que la gente dice de Carlos Ayala, pues resulta que ahora es un asesino de niños, en serie para más datos, aunque ya en esta época las mujeres no asustan a los chicos amenazando con su presencia fantasmal. De contra, parece atractivo agregar que lo metieron en un barril lleno de clavos y lo mataron al rodar el envase por las calles. Hasta le cambiaron el nombre a la cueva del Volcán y le pusieron el de Carlos Ayala, con discoteca incluida.

“Le digo la historia real: el hombre, sargento de bomberos, portaba armas y era un desarreglado sexual. Vivía con una menor de edad en la Loma de los Chivos y parece que intentó tener relaciones con la hermana de su mujer, todavía más pequeña que ella, pero la muchachita se rebeló.

“Liquidó al padre y a la niña, aunque antes abusó de ella, no se sabe si viva o muerta, en una cueva camino a La Vigía. Un periódico de la época, con mucha información, refiere que apareció después el cadáver de la pequeña y a él lo condenaron a garrote en Trinidad”.

Torre Manaca-Iznaga

“Ahora oiga esta otra: Alejo María del Carmen Iznaga Borrego edificó la torre que hoy se conoce como Manaca-Iznaga, en tanto su hermano Pedro José, para rivalizar, construyó hacia abajo el pozo. Y yo digo: ¿cómo va a ser posible que un estanque artesiano de 28 metros de profundidad pueda competir con una torre de 43 metros de altura y exponente del arte ecléctico del momento, paradigma de su género en la región en la primera mitad del siglo XIX?

“Pero hay una segunda versión, todavía más terrible. Cuentan que Alejo encontró a la esposa con el amante y por ello mandó a construir la torre. Cuando estuvo terminada, encerró a la mujer en el penúltimo piso, donde no hay ventanas, y se batió abajo con el rival. Oiga, ¡hay que tener paciencia para pedir revancha luego de tanto tiempo! ...Y ser cornudo.

“La verdad es otra bien distinta. Cuando Alejo murió, la familia y el Juzgado de Paz nombraron a la viuda Juana Hernández de Rivera e Iznaga, tutora y cuidadora de sus hijos menores, administradora de los ingenios y heredera de los bienes del marido. Si esa señora hubiera sido infiel, la lapidan en una sociedad como aquella... y hasta en esta, que somos bien machistas. De dónde nació la leyenda lo desconozco, pero la pobre finada debe estar revolviéndose en el otro mundo, por la torcida acusación de perjura”.

Un vaso de agua en el descanso

Cuando hay calor, en Trinidad es denso el aire y sobre las tres de la tarde no hay brisa que corra por la amplia casa de Zerquera, de techo tan alto como para construir con holgura barbacoas. Elvira, la esposa auxiliadora, me trae dos vasos de agua helada que devoro. Las verdades y las leyendas pueden entonces esperar un poco, mientras la conversación va por otros derroteros.

Este es un hombre que pasará a ser él mismo verdad y leyenda. ¿Cómo le llegará a los pobladores de mitad de siglo XXI que al primer historiador de la ciudad lo botaran de la iglesia por aparecer en ella con el uniforme de miliciano, a principios de la Revolución?: “Yo fui así porque estaba de guardia y quería ir a la misa de las seis y media. No me daba tiempo a cambiarme. Las asociaciones religiosas dijeron que yo era un provocador y me acusaron de comunista. Desde entonces rompí con todo y no fui más, aunque sigo creyendo en Dios. Eso sí, me gustaba cantar en la iglesia, en el coro, pero de todas maneras una bronquitis acabó con mi voz”.

-Dicen que usted era un banquero formidable, de esos que no les falta ni les sobra un centavo.

“Antes de 1967, cuando me nombraron Historiador de la Ciudad, era contador y bancario, administrador, pero para mi todo ese tiempo fue perdido porque lo que me gusta es la historia y aquello lo hacía para ganarme la vida. Cuando solicitaron que asumiera la responsabilidad actual, pedí 24 horas para consultarlo con la almohada, aunque yo quería decir sí inmediatamente. Estaba harto del banco. No descansaba. Una vez estuve trabajando una barbaridad de horas seguidas por el error de un centavo y la solución la hallé en el sueño: era el cajero que había forzado el cierre de la operación. Mire, cuando me fui, me sentí liberado”.

El diablo de Guaimaro

“La verdad es que José Mariano Borrell, el propietario de la casa vivienda del ingenio de Guaimaro, el más grande e importante de Trinidad en el siglo XIX, contrató al pintor italiano Daniel D´Alaglio para decorar la casa de la hacienda, como consta en documentos oficiales. Siguiendo la tradición italiana de las iglesias medievales, el artista al engalanar el oratorio pintó en el exterior, y rojo, la figura del diablo, pues se entendía que dentro estaba Dios, y así se comprendió en su momento.

“Más tarde, en medio del campo y con personas no ilustradas por los alrededores, el diablo empezó a infundir temor y nuevos propietarios lo cubrieron con cal, pero cada cierto tiempo la figura volvía a salir, al no ser la pintura mural compatible con esa otra de menor calidad.

“En el decenio de los 50 la casa pasó a otras personas, quienes hicieron  escombros del  diablo porque abrieron una puerta en la pared donde estaba.

“Entonces, ¿cómo es posible que todavía haya gente que diga que lo ve? Pero la mentira es más grande al ubicarlo en el cuarto de las cortinas donde ni siquiera estuvo alguna vez”.

Isabel Malibrán

“Bueno, pues le cuento la última. Isabel Malibrán, de una de las familias más respetadas en la localidad, dicen que murió el día de la boda, envenenada con un vaso de leche con chocolate, mal dado por una esclava en amores con el novio, Pedro de Calatrava. Este, desconsolado, le encargó al poeta Plácido unos versos que dejó para siempre inscriptos en la tumba.

“Pero nada es cierto. Isabel Malibrán falleció tres o cuatro años después de casada. Tampoco creo que los versos sean de la autoría de Plácido, parecen más bien el estilo del licenciado Fernando Echemendía y Muñoz, primo de la Malibrán.

“Ya ve, por eso soy cascarrabias, porque no admito que la leyenda se encime a la verdad. Trinidad tiene demasiado encanto y no le hacen falta fantasías irresponsables”.

Terminan historias y leyendas. Zerquera está cansado, no ha sido un día en que la salud le acompañe bien y no quiero abusar de su hospitalidad.

Miro con respeto a este Quijote del nuevo milenio, enderezador de entuertos, uno de los poquísimos miembros de Honor la Unión de Historiadores de Cuba y merecidamente reconocido con la Distinción Por la Cultura Nacional.

Le admiro por el empeño como historiador y como ser humano de proclamar su obligación de defender la localidad y el patrimonio, y porque quiere estar en paz el resto de sus días.

-¿Algún deseo especial, Zerquera?

“Tengo mis 80 años y la salud quebrantada, pero espero llegar al 2014 para celebrar el 500 aniversario de mi ciudad. ¿Usted qué cree?”

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