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Isla al Sur

LOS CIEN DE LOLITA

LOS CIEN DE LOLITA

De su vida centenaria, la pedagoga Dolores de Zayas Ávila ha dedicado 80 años a un magisterio que trasciende las aulas para insertarse en el hecho cotidiano e irrepetible de amar con total felicidad. En el pasado siglo, los suyos fueron los primeros libros cubanos de kindergarten que se publicaron en el país.  

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Cuando le pedí que interpretara una pieza al piano, pausadamente extendió las aladas manos y ejecutó el Himno Nacional, una y otra vez, siempre que Aldo necesitó reintentar una foto de ese momento mágico en que en las nostalgias volvían a las aulas de kindergarten en el Camagüey natal.

Dice Rita, la hija, que nunca dejó de tocar la sagrada convocatoria de los cubanos en sus tiempos de maestra de prescolar y aún ahora, en el jubileo de cien años de venturosa existencia, en las veladas familiares la retoma con asiduidad. 

No quiere que le digan Dolores, porque es nombre demasiado diamantino para una mujer como ella que ha ofrecido tanto amor y felicidad, y le viene perfecto el Lolita de Zayas Ávila a su figurilla de alabastro, espigada, gentil, de persona cultivada en los apegos de la alta educación. 

Debe ser fascinante llegar a la centuria con la buena memoria del tiempo vivido y no puedo evadir la indiscreción de preguntarle cómo lo ha logrado. Echa hacia adelante el torso, con suma finura, y comenta: "He hecho una vida tranquila, feliz, con ocupaciones bellas. Me ayudó mi profesión, porque educar niños es algo maravilloso y ellos me inspiraron no solo en la salud mental, sino también en la física. Cada etapa de mi vida la he disfrutado con paz, dada al amor a la familia, a los pequeños, a la educación, la cultura, y la Patria". 

Desde que terminó los estudios magisteriales en la Escuela Normal de Kindergarten de La Habana e inició el camino de la pedagogía en la tierra agramontina en 1922, han transcurrido 80 años, y se halle frente a la clase o no, su paradigma ha sido un magisterio que trasciende las aulas para insertarse en el hecho cotidiano e irrepetible de amar con total felicidad. 

Le pregunto qué ha significado educar a niños en edad tan importante y temprana como la prescolar. Le gusta un cuestionamiento que la hace sentir plena profesionalmente: "Para ser maestro lo que hay que sentir en el alma, por encima de todas las cosas, es amor. Un niño es como una gota de rocío sobre un pétalo de rosa. Hay que tratarlo con cuidado especial y la maestra tiene que ponerse al nivel de su inteligencia y facultades. Cuando yo estoy con los pequeños, me siento niña también: vivimos y suspiramos juntos, deseamos lo mismo. Todos los conocimientos que van adquiriendo no solo son para la mente, van hasta el alma". 

Dice enfáticamente que en el pasado siglo, los suyos fueron los primeros libros cubanos de kindergarten que se publicaron en el país. Es una colección cuyos títulos de por sí dicen sus razones: Mi primer libro, Mis primeras lecturas, Mis primeros trazos, Desfile de colores y Jugar y contar, los cuales, según expertos, fueron para la época avanzados por su concepción pedagógica y países como España, México y Panamá los reeditaron en varias oportunidades. 

"Pensaba que no estaba completa la pedagogía del prescolar y cuando salía de clases, notaba que faltaba algo para completar la educación de los escolares, que tuviera que ver con el ejercicio manual, mental, educativo y moral. Por eso, llegaba a casa y empezaba a escribir lo que me hacía falta en el aula", precisa la maestra, Miembro de Honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba. 

Alumnos de Lolita recuerdan su clase como una perpetua fiesta: "He pasado la vida jugando y cantando con mis alumnos. A los niños de esa edad les es indispensable la música y el juego, porque cantando aprenden más rápido que hablando, y jugar es su medio natural para la enseñanza. No pueden faltar los cuentos para despertar y acrecentar la fantasía". Una frase la define: "Volar como mariposa, saltar como rana...". 

En su larga carrera como pedagoga, dos momentos le fueron entrañables: el paso por la Escuela Normal para Maestras de Jardines de la Infancia, de Camagüey, donde impuso su huella en la cátedra de Juegos Maternales y escribió un libro, y el Colegio Zayas, de la familia, donde según Rita, también alumna, "señoreó el civismo, el patriotismo y el respeto a la vida y obra de José Martí. En aquel colegio tuvo una calidad científica la enseñanza, y se promovió la formación de un pensamiento antidogmático con altos valores de cubanía; fue el germen, además, del Ballet de Camagüey". 

No quiero agobiarla con muchas preguntas. Sé de su fatiga cuando la conversación es prolongada. Por eso, ya casi en la despedida y después de ver diplomas y fotos que evocan su hacer en la Campaña de Alfabetización, como abuela destacada, miembro de un círculo de abuelos, o esa vuelta una y otra vez al afecto de familiares y amigos, le pregunto qué ha significado ser pedagoga.

Niega con la cabeza y responde quedo: "Yo he hecho pedagogía sin darme cuenta, he funcionado paso a paso y día a día entre los niños, pero no porque me hiciera del oficio, sino porque simultáneamente vivía también jugando y cantando con ellos". 

Al término, ¿le queda el alma satisfecha?: "Todos mis deseos están cumplidos... y a veces pienso que no merezco tanto. Mi vida ha sido natural, cotidiana. ¿Por qué tanto?". 

 

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