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Isla al Sur

GABRIELA MISTRAL: SUFRIDA Y ENTERA

GABRIELA MISTRAL: SUFRIDA Y ENTERA

Una nueva antología sobre la obra de la escritora chilena Gabriela Mistral se presentó recientemente como homenaje al primer Nobel literario latinoamericano.

LEYDA MACHADO ORAMAS,
Estudiante de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

La obra de la escritora chilena Gabriela Mistral ha sido recogida en el libro “Antología en verso y prosa”, una compilación de la doctora y ensayista  dominicana Ofelia Berrido, quien reúne en este reciente volumen de 2011 no solo los cuatro libros de poesía publicados por la autora, sino también una selección de poemas inéditos, cartas y  otras piezas en prosa.

Este ejemplar, editado por la Asociación de Academias de la Lengua Española, constituye un homenaje a la poetisa merecedora del primer Nobel literario latinoamericano en 1945 y, por tanto, la primera mujer del continente en obtenerlo.

Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, explicó a DiarioDigitalRD los motivos de esta publicación y señaló que “el sentido religioso de Gabriela Mistral prohijó en su creación un vínculo profundo con la tierra, la lengua y el hombre mediante un sentimiento de integración y coparticipación con los efluvios del paisaje, el habla de su pueblo, el talante de su gente y el aliento intangible de lo eterno”.

Además, Ofelia Berrido reveló que próximamente se cumplen 103 años del bautizo literario de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata, quien el 23 de junio de 1908 decidió tomar el nombre del poeta italiano Gabrielle D’Annunzio y el apellido del escritor francés Frédéric Mistral, sus dos autores favoritos, para darse a conocer en el mundo literario como Gabriela Mistral.

La autora del libro destacó cómo la propia vida de la Mistral  “la tocó en la esencia de su ser de manera trascendente e hizo brotar de ella, como zumo de vida, una poesía proveniente de las honduras del ser: canto desesperado, muerte y llanto; exaltación de lo sublime, luz de la vida y naturaleza en su magnificencia”.

La muerte y la tragedia en la poesía mistraliana

"Por las sendas mortales le llevan / ¡Sombra amada que no saben guiar! / ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales / o le hundes en el largo sueño que sabes dar!”, escribió Gabriela Mistral en su libro Los Sonetos de la Muerte, nacido del dolor causado por el suicidio de su prometido.

La tragedia de Romelio Ureta Carvajal, considerado su gran amor y a quien había conocido en 1906, inspiraron estos versos con los cuales obtuvo su primer premio en los Juegos Florales de Santiago de Chile en 1914.

Años después de la muerte de su primer prometido, surgieron otros amores en su vida, aunque también desdichados; de ellos, el más significativo, con el  poeta Manuel Magallanes Moure.

Sobre esta relación infructuosa escribió Dulce María Loynaz: “Estaba ella en la treintena, que es cuando las pasiones alcanzan plenitud en nuestro pecho; pero estaba además en su camino, en el que era su verdadero rumbo. Y el hombre no la dejaba andar, no la quería allí, tenía celos del glorioso destino de su amada. Aquello había que acabarlo, y Gabriela lo acabó”.

La muerte y la desidia parecían perseguirla, pues esta mujer abandonada por su padre desde muy pequeña,  tuvo que sufrir el suicidio no solo de su novio cuando tenía veinte años de edad,  sino también el de su hijo de crianza Yin Yin y, más tarde, el de dos grandes amigos, el escritor judío Stefan Zweig y su esposa Lotte, comentó la doctora Ofelia Berrido en una entrevista concedida al diario Hoy.

Con el exceso y la pasión de una madre frustrada, Gabriela depositó en su sobrino adoptivo todas las esperanzas perdidas. Sin  embargo, cuando llegó la noticia que había sido envenenado con una dosis de arsénico, ella sintió revivir la imagen de las pérdidas  anteriores.

“Los anales policiales registraron el caso como suicidio, y el mundo entero se estremeció al conocer el triste fin del niño amado por Gabriela: otro suicidio en su vida, otro perder de igual manera la criatura de su corazón”, dijo su amiga cubana Dulce María Loynaz.

La escritora argentina Matilde Ladrón Guevara recoge en su libro Gabriela Mistral, rebelde magnífica, parte del epistolario de la poetisa y, especialmente,  una carta en la que refleja su sentir ante esta muerte: “Otro no me puede encandilar como él; no hay compañía que me cubra el costado derecho como él, cuando yo iba por esas calles de las extranjerías heladas y duras; no hay tampoco don de olvido en mí para semejante experiencia”.

Invitada de Honor en Cuba

La autora de Lagar, Desolación  y Tala, escribió en este último libro tres poemas dedicados a Cuba: “Ronda cubana”, “Palmas de Cuba” y “Recado para las Antillas”.

Además, Gabriela  mantuvo relación en diferentes etapas de su vida con figuras de nuestra intelectualidad como Enrique José Varona, Dulce María Loynaz, Juan Marinello, Jorge Mañach, Fernando Ortiz, Mirta Aguirre, Rafaela Chacón Nardi y muchos más.

A esta última le envió una carta en la cual le expresaba: “Mi corazón anda mal; mi ánimo, a veces también. Y es cierta clase de lectura lo que me disuelve esas hieles. Cuide su tesoro Rafaela. El ama es muy celosa y exigidora. Cuídese del Mundo y del Demonio, sobre todo del primero. Mucho le quiero a Cuba. Ya lo sabrá usted”.

En cuatro ocasiones visitó la poetisa este país. La segunda vez, en 1931, impartió una conferencia inolvidable: “La lengua de Martí”. En ella dejó claro que el Apóstol era, sin dudas, uno de los escritores que más habían influido en su vida.

“En Martí he hallado como en ninguno, la palabra viva, aquella que se siente tibia de sangre recién vertida, a la par que una frescura como de hierbas de rocío: la frescura de un corazón que fue puro”, dijo en aquel discurso.

También escribe sobre el “libertador antillano”, como ella misma lo nombra, en el prólogo del libro Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach: “Martí es el caso de un embrujador de almas. Él gusta al niño en su libro infantil; él enciende al mozo y él conforta al viejo, y por esta condición es que dura sin perder un ápice la anchura de su reino”.

En enero de 1953, al celebrarse un siglo del nacimiento de José Martí, volvió a la Isla para homenajear  a su maestro cubano. Sobre ese encuentro, escribió el periodista Ángel Augier en la revista Bohemia, el 1 de febrero, lo siguiente: “Alta, austera, serena, llega de nuevo a Cuba Gabriela Mistral, ansiosa de decir personalmente su recado al oído de José Martí, en su cumpleaños, en le centenario de aquel a quien ella ha llamado « el hombre más puro de la raza».

“Mucho nos ama Gabriela al Apóstol y a través de él y de su pueblo a nuestra Isla, con un amor más acendrado cada día y renovado en cada ocasión en que el sol que iluminó la infancia de Martí, toca la rica humanidad de esta chilena universal, de esta gran mujer americana”, concluye Augier.

Después de eso no volvió más a Cuba “la grande de Chile, la grande de América”, como dirían las ensayistas cubanas Cira Romero y Dania Vásquez en el libro Quiero que me quieran, un homenaje de los escritores cubanos a Gabriela Mistral. 

En este país encontró la chilena el afecto y el respeto de la intelectualidad y “tuvo amigos que siguieron su obra y en los que quiso hallar (y halló) siempre consejo, ella que consoló a tantas almas a través de su poesía”, comentan  Romero y Vásquez.

Gabriela hacia la eternidad

Debido a su delicada salud,  física y espiritual, Mistral se alejó del mundo en su casa en Nueva York, y por eso no continuó su peregrinaje por el orbe, afición que tanto pudo disfrutar.

Ella tenía diabetes y problemas del corazón, aunque finalmente, murió a causa de un cáncer de páncreas, en el Hospital de Hempstead en Nueva York, el 10 de enero de 1957, a los  67 años de edad.

En su testamento, Gabriela definió que el dinero obtenido de la venta de sus libros en América del Sur, debía destinarse a los niños pobres de Montegrande, donde pasó sus mejores años de infancia, y el de la venta en otras partes del mundo a Palma Guillén, la secretaria que la acompañó durante mucho tiempo, y quien renunció a esa herencia en beneficio de los pequeños más necesitados de Chile.

Numerosos son los certámenes, lugares y avenidas que rinden honor a Gabriela Mistral. En su país, por ejemplo, circula un billete de 5 000 pesos con su rostro.

Antes de obtener el Premio Nobel ya era famosa. “Homenajes, bustos, escuelas, calles y plazas llevan su nombre, clubes de fútbol, menús de restaurantes, premios literarios, billetes de banco… ¿Habría imaginado ella que su perfil aparecería en billetes de cinco mil pesos, los que el pueblo llama «gabrielas»?”, dijo el escritor chileno Miguel Arteche en el Congreso Internacional sobre vida y obra de Gabriela Mistral, en 1989.

En vida recibió otros importantes reconocimientos como el Doctorado Honoris Causa del Mill College of Oakland, California, en 1947 y el  Premio Nacional de Literatura, en 1951. Además, la Organización de los Estados Americanos instituyó en 1979 el Premio Interamericano de Cultura Gabriela Mistral.

No obstante, esa evidente gloria no es más que una imagen fragmentada, pues “entre críticos y poetas  existe el consenso de que Gabriela Mistral sigue siendo en definitiva una gran desconocida”, dice Volodia Teitelboim en su libro Gabriela Mistral, pública y secreta.

¿Por qué su retrato se limita a la autora de poesía infantil, la madre de todos los niños y de ninguno, la mujer que canta a un suicida, la hundida en tristezas irremediables y otros tópicos agridulces, y se reduce a silencio todo lo otro que ella fue y que dijo, más que nada si se trata de pronunciamientos políticos y sociales?, se pregunta el escritor Teitelboim.

“A esta mujer famosa que nació un siglo después de la Revolución Francesa y no precisamente en París, en el fondo se le conoce bien poco. De ella se ha dicho lo mejor y lo peor. Tiene fieles a su culto y detractores fanáticos, y vive en una especie de coma literario, lleno de muertes y resurrecciones. Se mueve sin la soberbia y la arrogancia de los grandes tirajes de nuestro tiempo comercializado”, agrega Teitelboim.

A pesar de ello, su obra, la leída y la olvidada, permanece intacta, y se defiende por sí sola y aunque muchos coincidan en que el merecido lugar en que debiera colocársele está aún por descubrir, para otros grandes de la poesía latinoamericana como Nicanor Parra, la huella de Gabriela es tangible.

“Influyó sobre mí, claro que sí, más que Huidobro y más que el propio Neruda, basta abrir un libro mío cualquiera para ver que sin ella no soy nada… Otros puede que sean más geniales, pero ninguno más honesto que la Mistral. Es su sinceridad la que conmueve. He dicho, y lo repito con muchísimo gusto que este país debiera llamarse Lucila, o en su defecto que se llame Gabriela”.

 

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