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HISTORIA COMO ENTRETENIMIENTO

HISTORIA COMO ENTRETENIMIENTO

Concepción Díaz Marrero, una cubana martiana y amante de su pequeña localidad veguera, de pianista y traductora de francés se convirtió en investigadora autodidacta, profesión donde realizó importantes contribuciones a las ciencias agrícolas y a la memoria de su pueblo.

LIZ CARIDAD CONDE SÁNCHEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de la Habana.

El hogar de Conchita, localizado en el habanero poblado de Santiago de las Vegas, es lo más parecido a una biblioteca. En cada rincón de la sala hay un estante con colecciones de ejemplares de los más diversos temas. Ella, jubilada que arribó hace poco a 70 años y que vive con su esposo, hija y nieta, pasa el día sentada en la mesa del comedor explotando las riquezas del oficio de historiar, preparando trabajos de algo peculiar y desconocido o atendiendo a todo el que solicite su ayuda en un determinado asunto, pues posee una cultura exquisita en una variedad de contenidos como la botánica, la música y la historia.

Vecinos y conocidos se dirigen a su casa a diario para preguntar sobre algo que quieren saber y Conchita siempre se brinda sin pedir nada a cambio, porque a pesar de ser una persona  con situaciones familiares difíciles, es muy humana, cuenta su vecina Tania Mora Ferrán.

“A mami se le va el día, y hasta la noche, en la investigación, en la búsqueda de este dato o del otro para que no queden imprecisiones que las personas no entiendan, solo con la diferencia de que sus trabajos no son para dar a conocer lo que todo el mundo sabe, sino aquello que es desconocido”, comenta Yassani Rodríguez Díaz, la hija.

Concepción María Díaz Marrero (Conchita, como cariñosamente la conocen) desde el año 1993 se ha dedicado a la profesión de historiadora autodidacta en temas relacionados con las ciencias agrícolas y la historia local, en los que ha realizado notables contribuciones en cuanto a personalidades desconocidas y en el rescate de la memoria del pueblo veguero, Santiago de las Vegas. Además, es miembro del Club Martiano de su localidad, donde ha conformado una ardua labor por la recuperación de las ideas del Apóstol. Pero sus comienzos profesionales no tuvieron nada que ver con el mundo de la historiografía.

Díaz Marrero cursó sus primeros estudios en piano e impartió clases del instrumento musical hasta que se casó y tuvo a su hija Yassani. Al mismo tiempo que ejercía como profesora, estudió francés y se graduó como traductora e intérprete en la Alianza Francesa, ocupación en la que laboró durante once años.

Por razones familiares que le exigieron acercarse a la casa, comenzó a trabajar como bibliotecaria en el Instituto de Investigaciones Fundamentales para la Agricultura Tropical (INIFAT) y es en este lugar donde empieza a ejercer como historiadora, a pesar de no haber estudiado la profesión.

“A partir del año 1993, como mi mamá estaba enferma, me traslado para el INIFAT. Esta institución tenía un archivo histórico y una biblioteca muy antigua. Había mucho material referente a personajes de las ciencias agrícolas que eran poco conocidos. Ahí me empecé a interesar por la historia y comencé a investigar las ciencias agrícolas”, recuerda.

Luego del descubrimiento de ese gran archivo, Concepción ha elaborado alrededor de veinte trabajos acerca de personajes relegados dentro de la agricultura científica y sus contribuciones. Presencia y Migración Italiana en Cuba, fue un ejemplar publicado en el año 2008, en el que Díaz Marrero presentó una investigación sobre los aportes a la agronomía cubana de algunos científicos italianos que trabajaron en el INIFAT, como Mario Calvino y la Doctora Eva Mamelli de Calvino, ambos padres del escritor Italo Calvino.

Julián Acuña Galé, Elegido de la naturaleza fue otro de sus libros, hecho en memoria del destacado botánico cubano que realizó importantes estudios en relación con el arroz, al confirmar la naturaleza virosa de la enfermedad “raya blanca”, presente en el cereal. A pesar de esta contribución era muy poco conocido en el plano de la ciencia cubana, según expresa la autora en el propio texto dedicado a Acuña.

Rescatista de las raíces locales

Conchita es veguera por nacimiento y herencia. Sus bisabuelos, abuelos y padres fueron, en épocas pasadas, personas consagradas al trabajo para el desarrollo del sitio ubicado en el municipio Boyeros, por lo que ella es una genuina amante de su pueblo, por el que sufre debido al deterioro material y cultural que transita en la actualidad.

Debido a estas y otras circunstancias, en su investigación no podía faltar la exploración de la historia local, porque “Santiago de las Vegas no era cualquier lugar de Cuba, aquí había un movimiento cultural muy consagrado desde el siglo XIX”, manifiesta.

Entre sus artículos respecto al territorio se encuentra “Breve historia del Centro de Instrucción y Recreo de Santiago de las Vegas”, del año 2006, referente a la emblemática instalación fundada el 5 de febrero de 1882 por el líder tabacalero Enrique Roig de San Martín, que dejó de funcionar posterior al triunfo de la Revolución y luego se demolió.

Otra de las investigaciones estuvieron relacionadas con personalidades vegueras poco divulgadas como Gabriel Gravié, un poeta, violista y promotor cultural que se fue de Cuba en 1961 y que escribió los versos de la canción “Una rosa de Francia”, de Rodrigo Prats; también sobre otras figuras más notables a nivel nacional que habitaron en este territorio como el revolucionario Fermín Valdés Domínguez y la artista Esther Borja.

En el caso de Valdés Domínguez, Concepción elaboró una biografía, en la que le incorpora a su conocida vida de revolucionario y amigo de José Martí, la estancia hecha en Santiago de las Vegas, donde fundó la primera Logia Masónica de la localidad en 1880, de acuerdo con el libro antes referenciado.

Primeros pasos de una brillante carrera fue el título de unas páginas dedicadas a la reconocida intérprete cubana Esther Borja, quien se crió en la comunidad veguera y allí dio inicio a lo que sería una gran trayectoria artística.

Conchita es una defensora incansable de su natal poblado y le gustaría que sus habitantes aprendieran la historia de ese pequeño terruño: “No estoy conforme con la pobre noción que hay de la historia local, de personas destacadas que no se conocen ni se valoran pese a la importancia que tuvieron”.

“Es una fiel seguidora de las tradiciones de su pueblo, al que ama. Ella quisiera que esos recuerdos hermosísimos que tenemos los vegueros volvieran, que la gente los conocieran, que las costumbres se mantuvieran, que amaran el pueblo como lo ama ella”, dice Evarista Calderón Sevilla (Yuya), amiga de Concepción y veguera de origen.

Mujer Martiana

Concepción Díaz Marrero es miembro fundador y actual vicepresidenta del Club Martiano de Santiago de las Vegas. Desde el año 2003, en el aniversario 150 del nacimiento de José Martí, retomó junto a otros compañeros una peculiar tradición llamada Noche Buena Martiana.

La Noche Buena Martiana es una costumbre que nació en Manzanillo y en Santiago de las Vegas y se realiza la víspera del 28 de enero para esperar un aniversario más del nacimiento de Martí, con la participación de integrantes del Club Martiano. A pesar de ser una tradición a favor del renacer del pensamiento del Apóstol no cuenta con ningún tipo de respaldo, situación que también atraviesa el Club.

“A la Noche Buena Martiana no se le ha podido dar incremento porque no hay condiciones, no hay un lugar donde se pueda decir que convidamos a cien personas para celebrar la actividad. Los miembros del Club Martiano lo seguimos haciendo a pesar de las limitaciones”, señala Conchita.

“El Club Martiano hace tiempo que está disminuido porque unos miembros ya están muy viejos, otros se han muerto, otros se han ido del país. No se ha mantenido juventud en el club. Estamos muy limitados, somos muy pocos y ya está apagadito. Tuvo consistencia un tiempo, pues tenía el apoyo del Poder Popular y del Ministerio de Educación, pero ya no lo tiene”, agrega.

“La Noche Buena Martiana y el Club antes contaban con la participación de algunos pioneros que nos acompañaban durante la víspera, pero hace unos años dejaron de venir. Realmente no tenemos ni siquiera un sitio fijo para realizar actividades, pero seguiremos manteniendo la iniciativa hasta tanto se pueda”, comenta Eneida Izquierdo Sanabria, miembro de la organización.

Más que premios o reconocimientos

Por su destacada trayectoria ha sido merecedora de diversos lauros, entre los que se destacan el premio “Honrar Honra”, otorgado por la Sociedad Cultural José Martí por su labor en memoria del Apóstol y la Medalla Conmemorativa por el 200 Aniversario de la Fundación de la Academia de Ciencias de Cuba.

Algunos amigos que han compartido con Conchita durante los últimos veinte años consideran que los galardones no han sido suficientes ante la importancia de su labor para la agricultura cubana y para Santiago de las Vegas.

“Esas personalidades que ella investigó y dio a conocer en sus trabajos realizaron aportes importantísimos para mejorar el desarrollo de la agricultura y estaban engavetados en el archivo. Pero sucede que aquí en Cuba no se le ha dado gran importancia a la parte histórica del desarrollo de las ciencias agrícolas y por eso es que las investigaciones de Conchita no han tenido mayor alcance”, declara Martha Costa, historiadora del INIFAT.

“Conchita tiene el mérito de ser defensora de la localidad, de haber investigado sobre cosas que aquí sucedieron, personalidades que vivieron aquí y nadie las conocía. Aunque la conocen muchas personas, no todas saben de su labor y creo que las autoridades deben hacer más por ello y por reconocerla”, afirma Julia López, miembro del Club Martiano.

Sin embargo, Concepción Díaz Marreo se siente complacida con su labor y los premios que le han entregado: “Me hubiera gustado que los trabajos tuviesen más alcance a nivel nacional, pero estoy muy conforme porque lo que hago, lo hago porque me gusta. Historiar es mi hobbie”.

Pie de fotos: 1-Concepción Díaz Marrero, una veguera que asumió como un entretenimiento la compleja profesión de historiar (Foto: cortesía de la entrevistada); 2-Distinción Honrar Honra, entregada a Conchita en noviembre de 2015 por la Sociedad Cultural José Martí (Foto: Liz Conde Sánchez); 3-Tres de los libros publicados por ella son, de izquierda a derecha: Julián Acuña Galé, Elegido de la naturaleza; Cuadernos Cubanos de Historia; y Mario Calvino (Foto: Liz Conde Sánchez).

 

 

UN GUAJIRO DE PRIMERA

UN GUAJIRO DE PRIMERA

Juan de Dios Machado Pérez, un artemiseño de 79 años, demuestra que la edad no es importante para seguir trabajando la tierra y dejar una impronta de 44 pozos marcados hasta la fecha.  

SERGIO FÉLIX GONZÁLEZ MURGUÍA,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.            

No es un secreto para nadie que los perseverantes son siempre los vencedores. Por más duras que sean las circunstancias, la grandeza de estos hombres está en su forma de afrontar las situaciones para intentar resolver el complejo acertijo de la vida. Esos sí son los verdaderos ilustres que, aunque desconocidos, son esencia y ejemplo para la vida cotidiana.

Sin ir más lejos, en las rocosas elevaciones del municipio de Caimito, provincia de Artemisa, donde nadie apostaba por el ejercicio de la agricultura debido a la falta de agua y las pésimas condiciones demográficas, se levanta hace ya cuatro años la imponente Finca Marta, productora líder en el territorio municipal de una gran variedad de alimentos que son el sostén de más de 40 establecimientos particulares destinados a la gastronomía.

El genio se llama Juan de Dios Machado Pérez o “Machadito”, para los amigos. Machetero de vocación y marcador de pozos porque simplemente “nació para eso”, este guajiro de 79 años, delgado y con poco más de 1.60 metros de estatura, se encontraba un día de hace cuatro años y siete meses, en los quehaceres cotidianos con sus vacas en su humilde finquita, próxima al poblado de Banes, cuando llegó para verlo un hombre que actualmente afirma; «fui buscando un pozo y encontré un padre».

Fernando Funes, el hombre que apareció aquella tarde, dueño de Finca Marta, cuenta que Machadito fue el único que no lo miró con cara de incrédulo cuando escuchó los planes que tenía Funes en aquellas lomas y que enseguida le respondió con su característico «vamos, mi sangre», lo que significaba que había que ponerse manos a la obra desde ese mismo instante.

«Nunca había visto a un hombre trabajar tan rápido y menos de esa edad, porque no cualquier persona hace un pozo de 14 metros de profundidad en siete meses y sin ninguna máquina que le facilite su labor, más que sus dos manos y algún ayudante eventual», agrega Funes.

Dicharachero, alardoso y con un corazón que no le cabe en el pecho, Machadito no solo ha sido el artífice del pozo que dio vida a Finca Marta. Tiene el privilegio de decir que han sido 44 pozos los que ha marcado y un gran número de ellos los que ha construido, así como un centenar de fosas para casas donde no tienen sistema de drenaje para los desechos sólidos o es necesario almacenar agua.

¿Cuál es su método? Es una pregunta que se impone y a la cual Juan de Dios responde orgulloso: «Me ubico en un lugar donde indico los puntos cardinales, cojo un gajo de guayaba de más de un metro de largo, me amarro una parte a los antebrazos y voy caminando para buscar la dirección que me indica la rama como si fuera una brújula, hasta que llego a un sitio donde creo que hay agua, entierro el resto del gajo y si me aprieta las extremidades amarradas es que hay agua. Hasta la fecha no me he equivocado ni una sola vez».

Relata que fue algo que aprendió a los 14 años con un viejito que pescaba con él, al cual todos llamaban Don Felipe. Este le dijo que si tenía la «corriente» en el cuerpo le enseñaría el arte de marcar pozos, si no, que se olvidara del asunto. Para eso buscó dos percheros, los cuales Machadito debía unir. Si lograba que estos, al acercarse, provocaran una especie de vibración, entonces tenía la «corriente». Y así fue. Un fenómeno inexplicable, pero frente a los incrédulos, la leyenda cobra vida y se ha materializado y hecho presente en 44 exitosos pozos de distintas profundidades, gracias a los cuales se mantienen muchas fincas de la zona artemiseña.

Así lo piensa Junior Rodríguez González, quien afirma que después que se instaló el pozo de su casa nunca más volvió a faltar el agua y que ha servido para darle de beber a tres familias.

«Antes teníamos que recorrer siete kilómetros diarios hasta el pueblo de Banes para buscar agua, pero hablamos con Machadito cuando reunimos algo de dinero y en 18 días teníamos un pozo de seis metros que da un agua fresquita de manantial”, comenta Junior.

También Yuniel Rodríguez Castro, habitante del poblado en el central Habana Libre, se siente agradecido con Machadito luego de una fosa que le fabricó en el patio de su casa, la cual le ha resuelto un problema de higiene con el que debía lidiar constantemente, pues además de su hogar posee un criadero de puercos contiguo a la casa y este mecanismo higiénico-sanitario le era de vital importancia.

De esa forma, Juan de Dios ha pasado a la historia de Caimito como “el pocero”, y todos pueden hablar de él, y muy bien. Caminamos juntos por el pueblo y no había persona que pasase por su lado y no le dijera algo o simplemente lo saludara. Me explica que estos últimos años, no solo se ocupa de sus tierras o le marca algún pozo a alguien cuando hace falta, también trabaja permanentemente en finca Marta haciendo lo que se necesite y con un colectivo que, aseguró, «son mi segunda familia».

Ileana Estévez, una de las agricultoras en la Marta, valida esta afirmación y dice que Machadito «ha sido un padre para mí y gracias a él estoy trabajando hoy aquí, porque antes laboraba como bibliotecaria en el pueblo de Caimito y él propuso mi nombre a Funes y fui contratada con mejores condiciones y un salario apropiado».

Por su parte, Alexei Fernández Fernández, quien es el albañil de la finca de Funes, comenta que la relación con Machado es muy buena y que «todo el día estamos bromeando y cuando no viene se le extraña, aunque falta poco».

De igual forma opina Michael Márquez Serrano, segundo administrador de Finca Marta, cuando afirma que Machadito es un personaje: «Lo conozco hace cuatro años y siento como si lo conociera de toda la vida; además, él tiene un espíritu que nos da una fuerza tremenda porque cuando estamos cansados y parece que no podemos más, él se levanta, con 79 años, y sigue con las labores para motivarnos y continuar el trabajo».

Muchas personas se preguntarán cómo es posible que alguien que pasa de los 70 años mantenga esa vitalidad y esas ganas de vivir para continuar trabajando. A ellos “el pocero” les responde: «Me gusta luchar y que digan que Machadito es bravo».

Ni siquiera un accidente que tuvo hace unos años lo ha frenado en sus actividades. Cuenta que durante la fabricación de un pozo en Banes, por un descuido de sus compañeros, cayeron unas piedras de gran volumen mientras él se encontraban en el fondo de la construcción. Por suerte, Machadito pudo verlas a tiempo, aunque casi pierde una pierna. Gracias a sus conocimientos de botánica pudo aplicarse correctamente algunas hierbas para aliviar el dolor y que la piel pudiera regenerarse paulatinamente, lo que posibilitó que en 15 días volviera a estar bien y continuar trabajando como si no hubiera pasado nada.

Silvina Alonso Díaz, esposa de Juan de Dios desde hace 57 años, se queja de que él nunca está en casa y se preocupa demasiado por la salud de su marido, porque «cuando no está en el campo con las vacas, lo ves trabajando en la finca, si no haciendo algún pozo, pero nunca tiene tiempo para descansar, aunque ha sido un excelente padre y un magnífico esposo; sin embargo, muy descuidado con él mismo».

Machado posee una familia a la cual adora, con cuatro hijos de los cuales se siente muy orgulloso y presume en exceso. Sus tres nietos y cinco biznietos lo llenan de alegría, aunque recuerda con tristeza la muerte de uno de sus nietos, producto de un rayo que le provocó el fallecimiento al instante.

Pero la familia de este guajiro es aún más grande y está repartida en todo un pueblo que lo quiere y lo aprecia como un auténtico héroe; y es que Machadito tiene un historial como machetero extraordinario. Han sido, también 44, las zafras donde este hombre ha lucido su machete para lograr el corte de un total de 3 800 000 arrobas de caña, y más de una vez obtuvo el primer lugar en la emulación por sus méritos. Además, me dice que hasta el Comandante en Jefe Fidel Castro le otorgó, en tres ocasiones, reconocimientos por su asombroso desempeño en la gesta machetera.

Recuerda con satisfacción la zafra del 1973 en la que obtuvo la condición de vanguardia tras haber cortado 996 arrobas. Dichos logros le dieron la posibilidad de ir a Brasil a importar caña brasileña y a la Unión Soviética como premio por su trabajo, así como una casa en el poblado del central Habana Libre que él donó a su cuñada, quien tenía problemas de vivienda.

Susana Alonso Díaz, cuñada de Machadito, relata: «Yo vivía en un rancho en el que no había posibilidades de tener una vida decente y la casa era de madera y estaba en peligro de derrumbe. Entonces Machadito me propuso permutar, con lo cual yo vine a vivir en esta casa del pueblo y él con mi hermana fueron a la vivienda del campo, la remodelaron y se quedaron allí, donde podían criar los animales y sembrar como querían».

Machado constituye un símbolo para los cubanos que buscan una vida digna en el campo. Un ejemplo de que con esfuerzo y dedicación todo es posible y que la edad no importa si se trata de sacar una familia adelante. Solo cursó estudios regulares hasta el noveno grado, pero posee saberes de la vida y valores que lo convierten en un maestro.

Al menos su impronta queda entre nosotros de por vida porque el 30 de octubre de 2014 fue inaugurado en finca Marta el Pozo “Juan Machado” y en la biografía que se observa allí se puede apreciar claramente una frase que dice: «Machado es inspiración constante y sus valores humanos, su honradez y dedicación al trabajo creador son un ejemplo hoy y lo seguirá siendo en los años por venir».

Ojalá los pozos se multipliquen y el agua llegue a cada rincón de la tierra artemiseña y que esa luz que irradia Juan de Dios Machado Pérez nunca se apague, aunque solo sea para convocar a los agricultores a la faena con su frase «vamos, mi sangre».

Pie de fotos: 1-La relación entre Machadito y Fernando Funes es como de padre e hijo desde el instante en que se conocieron; 2-Machadito muestra orgulloso la medalla XXX Aniversario del Mérito Millonario, una de sus tantas condecoraciones por los logros durante sus años como machetero; 3-Machadito es fundador de la Finca Marta, en la que confeccionó el pozo que le dio vida. 

EL ARTE DE CURAR CON LAS MANOS

EL ARTE DE CURAR CON LAS MANOS

Magdalena Carvajal Manso ha dedicado gran parte de su vida a curar empachos en el municipio capitalino del Cotorro y se siente orgullosa de ayudar a todas las personas que creen en su método.

Texto y fotos:

GABRIELA TAMARIT GUERRERO,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Se me fue olvidando el olor a rosas de su jardín, a la entrada de la casa. Quizás, porque hace seis años no visitaba aquellos lares tan alejados del centro de la capital, donde transcurre mi día a día. Allí todo es más pausado, tranquilo.

Y ahí está ella en la sala, en su faena diaria, lo hace a cualquier hora, no importa si es en el transcurso de la novela o en el momento de ir a bañarse, y si tiene los boniatos en la candela te dice: “Espérame un segundito, déjame apagar el fogón que se me queman”. Así es Nana, la que cura el empacho, una de las tantas personas que creen y sanan con el arte de su virtud. En el barrio capitalino de Lotería, en el Cotorro, todos la llaman de esta forma cariñosamente, pero su nombre es Magdalena Carvajal Manso.

Volver a verla fue recordar los mejores momentos de mi infancia. Yo solía visitar la casa de mi prima, bien cerca de la suya, lo suficientemente cerca como para disfrutar del aroma de sus frijoles, que a lo mejor con ajo, cebolla y orégano ganen a cualquier legumbre cocida por el mejor chef de Cuba. Siempre tiene un plato lleno par quien llegue de visita. Puede faltar cualquier cosa encima de la mesa, ¡pero nunca unos buenos frijoles negros!

Nana comenzó a los 23 años a curar el empacho con una cinta, uno de los métodos enraizados en nuestra cultura, gracias a que nuestros bisabuelos y bisabuelas inculcaron a las nuevas generaciones la tradición de utilizar la medicina popular que, antaño, fue la solución a sus enfermedades.

“Yo aprendí hace muchos años en Vuelta, mi pueblo de Villa Clara, de un señor que sabía. Fue un Viernes Santo, antes de que amaneciera. Él dijo en voz alta el rezo que debíamos memorizar y si no te lo aprendías al momento, había que esperar al próximo año”, expone Nana. Desde ese día hasta hoy, con 61 años, se ha dedicado a ayudar a las personas sin esperar algo a cambio.

Las raíces de este don

En la historia de la medicina latinoamericana existen reportes sobre el empacho desde el siglo XXI y en la actualidad la terminología aún es muy empleada. Según la Enciclopedia UTEHA de 1951 la palabra proviene del latín impedicarem, que se traduce en estorbo, embarazo, mientras que el Diccionario de la Real Academia Española en la vigesimosegunda edición la define como un trastorno en la digestión de la comida y el glosario terminológico de Ciencias Médicas lo precisa solo como indigestión.

En una entrevista con el diario argentino Perfil, Roberto Campos Navarro, médico e investigador mexicano, que ha dedicado más de treinta años a estudiar las practicas populares para remediarlo, no solo en su país, sino también en Latinoamérica, explica que es sinónimo de dispepsia y embarazo gástrico, descritos como una alteración funcional del aparato digestivo, donde los alimentos no son aprovechados debido a la inactividad del estómago.

Entre las diferentes variantes tradicionales estudiadas por Navarro para su tratamiento se encuentran “tirar del cuerito”, sobar las piernas y medir con la cinta.

“Tomo la medida de tres codos, es decir, la distancia entre el codo y la pinza de los dedos. La persona se aguanta una punta en la barriga, yo me voy acercando y recogiendo la cinta. Si está empachada, la medición no da y la mano me queda por encima del abdomen”, aclara Magdalena. Luego, dice la oración que guarda con sigilo en su mente mientras sus manos hacen en el aire la forma de una cruz. Son 130 centímetros de largo que provocan fe y mejoría.

¿Trastornos o creencias?

Aunque científicamente sus curaciones no tienen una explicación acertada y los especialistas en los trastornos digestivos generalmente no acuden a estas prácticas, Nana cuenta con el apoyo de la doctora Mariuska Corbillón, responsable del consultorio No.28, en Lotería.

“El paciente no se expone a riesgos ya que no utiliza ningún procedimiento médico o tratamiento, por eso confío plenamente en su labor y si las personas creen en ella, ¿por qué no emplear su táctica para enfrentar este obstáculo digestivo? Además de ser efectivo, creo que influye en el resultado la relación que establece con los enfermos, su calma, paciencia, buen trato y energía”, declara Corbillón.

Isabel Hernández Valdés relata –mientras Nana la cura-, que ingirió muchos alimentos, y al amanecer tenía “dolor en el estómago” y náuseas. La excesiva ingestión, una de las causas posibles de este trastorno, es expuesta por el gastroenterólogo Agustín Mulet Pérez en su libro Empacho ¿Síndrome o mito? (2011). Hace referencia en él también a la ingestión de alimentos descompuestos o sustancias no alimenticias y la alteración de los procesos digestivos y sus funciones como factores de dicho embarazo gástrico.

Según Magdalena, las personas que acuden a ella, generalmente, presentan malestar, dolor en el estómago, vómitos, falta de apetito y a veces diarrea: “Recomiendo también tomar té de menta y manzanilla tras la cura, porque son plantas medicinales con buenas propiedades para la digestión. En ocasiones he tenido casos que son apendicitis o gastritis, donde el dolor se confunde con el del empacho, por eso recomiendo ir al médico”. Es consciente de los límites de su conocimiento…

“En la consulta, ante este tipo de trastornos agudos, y vale aclarar que siempre pasan, el tratamiento indicado es tomar metoclopramida, domperidona y otros procinéticos. Como médico, no creo en esta forma de tratamiento, pero incide en las personas el llamado efecto placebo”, explica el doctor Oscar Villa Jiménez, especialista del Instituto de Gastroenterología, en La Habana.

“El efecto placebo está asociado a los cambios subjetivos y objetivos alcanzados en el estado, luego de la aplicación del medicamento o procedimiento en cuestión. En el caso de la cura del empacho específicamente con el método de la cinta, ejerce gran influencia la relación sanador-paciente y la creencia de la persona enferma, también su entorno social, familia y fe”, agrega Villa.

Pero si de sugestión se trata… el caso de Laurita, una bebé de 10 meses, da mucho qué pensar. Su madre de 22 años, Glenda González Báez, relata que en varias ocasiones ha recurrido, en primera instancia, a la ayuda de Nana: “Comencé a darle la comida no muy batida, con grumitos; la niña vomitaba, no tenía hambre y se quedaba tranquilita, lo cual no es muy común –me dice mientras intenta dormirla- porque siempre está jugando.

“Enseguida corrí a ver a Nana para que la curara y ¿te lo puedes creer? Pasada una hora ya estaba pidiendo 'la papa' y muy animada. Aún al irme, Laurita no se había dormido, quizá cuando comprenda el mundo que la rodea, crea verdaderamente en el remedio que la ha ayudado.

Otra de las pacientes es la epidemióloga Yesenia Hernández Álvarez, desde su propia experiencia, el método de la cinta resulta efectivo: “Existen muchas formas de promover salud. Si la cura incide en el mejoramiento de los síntomas presentes, entonces es satisfactorio. A lo mejor es esa energía que ella siente y trasmite lo que sana, para nosotros los médicos, personas como Nana son las llamadas líderes no formales”, añade.

La otra cara de la Luna

Magdalena es la mayor de sus tres hermanos y desde muy joven ayudó en sus crianzas, igualmente con las labores en el hogar. Cuando se casó con Carlos, su esposo, sintió que aquel amor era para toda la vida. En un accidente de tránsito, con 40 años, lo perdió. Jamás ha vuelto a mirar con los mismos ojos a un hombre; sin embargo, él está a su lado, su imagen reposa donde ella aflora sus sueños.

Hace un año, Pablo, su padre, falleció: “Lo de papi fue un duro golpe para mí, el proceso de su enfermedad aún más difícil” (se humedecen los cristales de sus espejuelos). Con su muerte terminaba de escucharse en la casa el nombre de su comida preferida: habichuelas y quimbombó. Pero lo sucedido no le ha podido borrar de su rostro una sonrisa, o su amabilidad. No ha trabajado nunca fuera del hogar, ese es su castillo.

Sus vecinos la quieren y respetan. “Nana es un ser especial, ayuda a quien lo necesite. Y cuando me siento algo en la barriga, voy corriendo para su casa sin pensarlo, y después, si lo necesito, veo a un doctor”, asegura la anciana Gladys Urgellés Torreblanca.

Si bien la vida se vuelve cada vez más cara, Magdalena piensa que su don no es para cobrar a las personas que van en busca de sanación. Muchas veces insisten en brindar un peso cubano, veinte centavos o un medio.

“Mis hermanos varones me ayudan bastante, el mayor vive cerca, el pequeño, en España, y de vez en cuando manda algún dinerito. Los que dejan algo en la mesita de la sala es porque quieren y pueden, otros no lo hacen, pero eso no determina lo que hago. Curo al que se pare en mi puerta en busca de ayuda”, revela.

Siempre me ha gustado ver su casa, en vacaciones, llena de primos, grandes y pequeños, tías, hermanos y vecinos a los que ya considera parte de su familia, aunque no tuvo hijos. “Era habitual también en fin de año tenerlos por aquí, ese era el momento para disfrutar, jugar dominó y reírnos después de varios meses sin vernos”, recuerda con alegría y nostalgia.

“Hace varias navidades no sucede, algunos se fueron del país; otros, ya no están; otros, olvidaron el placer de comer en familia. Espero algún día escuchar nuevamente la bulla, las risas y a los niños gritando desde la ventana de la casa de mi prima.

La rosas no están en el jardín, me voy sin sentir su perfume. Cambiaron muchas cosas por aquí, pero Nana no. Sigue teniendo un plato lleno de frijoles negros para quien llegue de visita, como yo.

Pie de fotos: Magdalena realiza este procedimiento a personas de cualquier edad.

GRACIELA ENCONTRÓ SU SITIO

GRACIELA ENCONTRÓ SU SITIO

A sus 63 años, Graciela Lou Quon ha ganado el aire venerable de la fama dentro de la comunidad asiática que radica en la Isla por sus aportes al Barrio Chino.

Texto y fotos:

KIANAY ANANDRA PÉREZ GONZÁLEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

El escritor y periodista cubano Leonardo Padura en uno de sus reportajes mencionó un sabio y antiguo proverbio chino que asegura: «El viaje más largo comienza con el primer paso». Cuando Graciela Lou Quon nació aquel 16 de enero de 1953 y respiró por el aire de Cuba, su familia no imaginó que este sería el primer paso de un largo viaje sin regreso que constituyó su vida.

GRACIELA NO DIJO ADIÓS

Andrés Lou Quon fue un comerciante cantonés que vino a la Isla en 1943, tuvo la suerte de poder establecer en la calle San Nicolás uno de los tantos puestos de viandas que colmaban la calle. A los dos años, hizo de las ventas una compañía anónima que le rindió suficientes frutos para poder regresar a China en busca de Woo, un amor de juventud.

Ambos volvieron a Cuba en 1947, año en el que tuvieron a Andrés Lou Quon (hijo), hermano mayor de la pequeña Graciela, quien nació en 1953. Desde niña acompañaba a su madre a las actividades que se desarrollaban ─por aquel entonces─ en la Sociedad Lung Kong Cu Sol, situada en la calle Dragones del antiguo Barrio Chino de La Habana.

Lung Kong Cu Sol significa Loma del Dragón, la sociedad tomó su nombre por la forma de la loma angosta que se ubicaba en los campos de Cantón y, a la vez, constituyó el lugar donde se hizo el juramento de las familias Lou Pei, Chuang Con, Chiong Fei y Chiu Chi Lu para crear, según el reportaje “El viaje más largo”, de Leonardo Padura, la primera sociedad china y erigir el templo original que homenajeó a los próceres del clan en el año 200 d.n.e.

El primer encuentro de Graciela con la historia de sus ancestros se produjo en esa institución, que le fue acentuando el amor por el país de origen de sus padres en la misma medida en que transcurrían los días y los años de una Cuba en la que decidió, por voluntad propia, fijar definitivamente sus raíces.

Con el triunfo revolucionario, al producirse la nacionalización de las empresas, Andrés (padre) se jubiló y tomó la decisión de, con el dinero ahorrado, retornar a su tierra natal. «De aquí no me voy nunca», diría Graciela, para asombro de su familia. Tenía apenas siete años.

«Mi madre me apoyó incondicionalmente, pero mi padre y hermano no lo aceptaron. Ellos regresaron a Cantón, en China, más nunca supe de ellos». La vida de Graciela dio entonces un vuelco radical, su madre y ella se asentaron en Santos Suárez, lugar en el que reside actualmente.

Su entrega al estudio le valió licenciaturas en Ciencias Farmacéuticas e Ingeniería Industrial. Recién graduada comenzó a trabajar atendiendo la sección de Investigaciones Tecnológicas en la fábrica de medicamentos Reinaldo Gutiérrez, del Ministerio de Salud Pública (MINSAP), ubicada en Boyeros: «Allí me reencontré con Margarita Chiu Wong, una amiga de la infancia».

«Yo trabajaba en Dirección de Desarrollo de Inversiones del MINSAP y ella era la encargada de la puesta en marcha de las Plantas de PPG y Vitamina C», dijo Margarita con entusiasmo, quien aseguró asistir a muchas de las conferencias y cursos de capacitación que en materia de investigación y gestión de calidad impartía Graciela en la Universidad de La Habana.

GOLPES… DE MALA SUERTE

El año 1990 propinó a la vida de Graciela uno de sus episodios más tristes: el fallecimiento de su madre. «Eso me afectó sobremanera, tuve que echar todo para atrás, no pude seguir trabajando en el MINSAP», añadió.

«La Sociedad Lung Kong entró en mi vida casi a la fuerza, su entonces presidente, Alejandro Chiuse, se encontraba en un proceso de búsqueda de todos los antiguos miembros». Si bien en un principio fue colocada como administradora, poco a poco, por su progreso y resultados en el trabajo, asumió las riendas de la presidencia en el mismo año.

Cuando se habla de Graciela en la sociedad se escuchan voces como la de René Fong Yang, quien con 97 años es el asociado más longevo de la misma: «Su inserción fue fundamental por su perspectiva renovadora e ideas originales. Fue una pionera en rescatar la Lung Kong y el Barrio Chino que se encontraba en decadencia por el Período Especial. No está escrito en ninguna parte, pero le corresponde el mérito del agradecimiento de muchas personas de la comunidad».

«Después de haber trabajado en un lugar de tanta consagración y esfuerzo como fue el MINSAP, que me motivó humanamente, apliqué lo mismo cuando llegué a aquí. Me encargué de todo el proceso de saneamiento y remodelación del centro», dijo Graciela con orgullo y modestia, mientas rememoraba la belleza y el atractivo de la Lung Kong cuando era joven, «me afectó ver que las sociedades vivían de los donativos, en su mayoría tenían problemas constructivos y solamente realizaban unas pocas actividades discretas. De los efervescentes inicios del Barrio Chino, quedaba solamente el recuerdo».

Ese fue otro capítulo nefasto en la historia de su vida, el cual asegura tener encerrado en un baúl que jamás abrirá, pues no quiere que la gente le recuerde por lo nostálgica.

Los ojos rasgados de Leandro (Pérez) Chiu Pei, vicepresidente de la Sociedad Lung Kong Cu Sol, se tornaron llorosos cuando vinieron a su mente los primeros días en que Graciela estuvo allí. «Su llegada en 1990, fue algo así como una lucha cuerpo a cuerpo por la necesidad del Barrio Chino. Empezó a ir casa por casa a rescatar a los miembros dispersos, además de darle atención económica en esa difícil etapa a todos los descendientes del clan de la sociedad, y a los que no eran asiáticos también», rememora.

Luis Wu, vecino de la comunidad donde radica la Sociedad, subraya que muchos de los chinos que permanecían en el barrio no tenían amparo filial y vivían de limosna, «recuerdo verla llorar cuando uno de los ancianos que deambulaban en la calle murió en sus manos producto de una neumonía, creo que fue el hecho que le dio la fuerza suficiente para fundar la Casa de Atención a los Abuelos el mismo año en que llegó a la institución».

Graciela resalta que esta casa de abuelos fue la primera de origen étnico en Cuba y estuvo reconocida oficialmente por el Ministerio de Salud Pública cuando surgieron a nivel nacional en el año 2000.

De la misma forma, el Estado de Cuentas de la Sociedad certifica que esta cubana hija de chinos, por sus vínculos con el MINSAP, logró dar pensión a todos los miembros de la tercera edad. El Estatuto de la Federación Chung Wa, centro principal de la Comunidad China, recoge un agradecimiento a esta por la creación de un comedor social, una biblioteca pública, un aula como parte de la Universidad del Adulto Mayor, y la labor de restauración del Altar de los Próceres de la Sociedad, que se llevó a cabo por la Oficina del Historiador gracias a su gestión.

TODAVÍA FALTA

Hoy, el Registro de Asociados de la Lung Kong Cu Sol reconoce 148 miembros y la Casa de Abuelos, 80 ancianos. Para Graciela, el asumir la administración, presidencia y la atención a la población en la Lung Kong era poco aún para lo que le hubiese gustado hacer: «No me cansaba de trabajar y no tengo miedo a decir que desde mi entrada, la sociedad fue avanzando paulatinamente».

«Siempre he querido mejorarla. No tengo límites. Todavía falta, tengo en mente un proyecto de ampliación de la sala de estar, climatizarlo todo, pero bueno, estoy hablando de palabras mayores y requiere de mucho tiempo, no sé si estaré presente en ese entonces», dijo  mientras su rostro amplio mostraba la preocupación por posibles complicaciones en términos de salud acarreados por los años de consagración.

Una de sus vecinas en Santos Suárez, Beatriz Carrera Ramos, no duda en afirmar que Graciela llevó una vida demasiado abusiva y obsesiva con el trabajo, aunque le gustaba: «Es una persona sumamente instruida, cariñosa y muy buena amiga. No tuve la oportunidad de conocer a su madre, pero definitivamente, si me preguntan, diré que es hija de la perseverancia, la inteligencia y la utilidad».

Su rostro de sonrisa permanente, los ojos rasgados, pómulos anchos, típicos de semblantes asiáticos, albergan ese largo viaje de los chinos que parece interminable. ¿No le falta China, Graciela?

«En el 2015 tuve la oportunidad de visitar el templo original de los próceres en Cantón, la experiencia de reencontrarme con mis tradiciones fue realmente profunda. Traté de buscar a mi padre y mi hermano, pero jamás los encontré. Creo que lo que me hacía falta de China, ya lo tengo aquí en Cuba».

Para Padura, en la esencia de los asiáticos continuamente hay un misterio: «Algo hay más allá que los chinos siempre reservan, como el preciado tesoro de su identidad». Ese algo existe en Graciela, cuando confesó: «Tengo a Summing, mi hija, su aparición en mi vida en mayo del 2001 es el momento más importante de todos, un poco tarde, pero mejor que nunca. Es mi única familia aquí, mi familia sanguínea es muy corta».

Para la joven Summing Yang Lau, Graciela es todo su orgullo, «no sé de dónde lo saca, pero jamás me falta tiempo ni atención de ella. Creo que heredé lo de impulsiva e independiente».

Si bien esta hija de China y Cuba podría no tener una familia sanguínea numerosa, su cariño, paciencia infinita y alcance social dentro de la comunidad china le confieren los 210 hermanos que integran la Sociedad Lung Kong Cu Sol. Pudiera decirse que Graciela ya no es desconocida, pues forma parte de ese enigma de los emigrantes sin retorno que durante años entregan una cara más al prisma de la nacionalidad cubana. Lo ilustre, «eso se verá después de mi último paso».

Fuentes: Libro: “El viaje más largo”, de Leonardo Padura Fuentes; Estatuto de la Federación Chung Wa, Centro Principal de la Comunidad China; Registro de Asociados de la Sociedad Lung Kong Cu Sol; Estado de Cuentas de la Sociedad Lung Kong Cu Sol; Margarita Chiu, amiga de la infancia; Beatriz Carrera Ramos, vecina; Luis Wu, vecino de la comunidad donde radica la sociedad; Summing Yang, hija; Leandro (Pérez) Chiu, vicepresidente de la Sociedad Lung Kong Cu Sol; René Fong, asociado más longevo de la Sociedad Lung Kong Cu Sol; Graciela Lau Quan.

Pie de fotos: 1-Graciela Lou Quon es de esas personas desconocidas cuyo alcance social la gradúa como un personaje ilustre; 2-Acomodada en nostalgias sobresale la fachada de la Sociedad Lung Kong Cu Sol; 3-El Altar de los Próceres Cantoneses, único de su tipo en Latinoamérica, rescata parte de una tradición China casi olvidada.

CUANDO SE ENSEÑA A CRECER

CUANDO SE ENSEÑA A CRECER

A sus 72 años de edad, Nelson Arteche Lage continúa impartiendo clases en la filial de Metalurgia de la CUJAE en el municipio habanero del Cotorro. Experiencias y compromisos se conjugan en sus actividades diarias mientras con sencillez afronta los avatares de la vida.

Texto y foto:

LÁZARO HERNÁNDEZ REY,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Despunta el día y la mayoría de las personas comienzan a encarar la jornada: ir al trabajo, visitar a un familiar, ayudar a algún vecino, cumplir un objetivo personal o afrontar el dilema del sustento diario. Pero están aquellos madrugadores que, por problemas de insomnio o necesidad, acompañan al alba y a las horas finales de trabajo de los custodios.                      

A este último grupo pertenece irremediablemente Nelson Arteche Lage, profesor adjunto en la Facultad de Metalurgia, filial de la CUJAE en el municipio habanero del Cotorro. Acostumbrado a secundar el canto de los gallos desde su infancia, Arteche, para los conocidos, sigue fiel al dicho de «quien madruga Dios lo ayuda» y al levantarse emprende la sacramental tarea de preparar el café. Tiene 72 años, es de estatura media y de tez blanca. Transmite confianza con su tono de voz altivo y sereno.

Cuando el café está listo, alrededor de las 5:15 de la mañana, despierta a los familiares. Su compañera, Eneida Capdesúñer Matos, recuerda los valores de su esposo en todos los ámbitos (social, familiar y laboral),mientras resalta la dedicación de este para con ella y su hija, quien estudia Ingeniería Industrial en la CUJAE. Elogios y más referencias al sacrificio escapan de sus labios, no hay ningún reproche de la considerada por él como jefa de la casa.

Mientras se alista a desayunar y tomar el café, Arteche recuerda aquel que se hacía en Sierra Cristal, cuando formó parte de los cientos de jóvenes que desde 1960 (según el libro Historia de Cuba. Nivel Medio Superior) se formaron como maestros voluntarios en Minas del Frío, en Holguín: «Había escasez de maestros y me integré al grupo para ayudar. En aquel momento sentía que era necesario contribuir de algún modo. Luego de cuatro meses nos dieron los títulos de Instructores Rurales y tras regresar a La Habana nos enviaron a Mayarí».

Con el arribo de la Campaña de Alfabetización continuó ayudando a los maestros de la zona. Antes, en el grupo de jóvenes voluntarios, pudo conocer a Conrado Benítez García. «Él era uno más de los colaboradores. Todos estábamos dispuestos a cumplir con nuestra tarea. Desafortunadamente, él pagó ese compromiso con su vida», recalca.

De camino a la Facultad, disfruta el aire fresco de una mañana sin rastros de lluvia, interrumpida por el canto de los gorriones, y recuerda cómo en su vida irrumpió la beca que su padre obtuvo, luego de la gesta alfabetizadora, para que estudiara en la URSS. «Por aquellos momentos esas gestiones se hacían en Guanahacabibes. Gracias a eso pude matricular la carrera de Metalurgia. Nos llevaron en primera instancia a Kíev, en la preparatoria, y luego a Leningrado, actual San Petersburgo, para comenzar los estudios. De ese tiempo recuerdo la ayuda de los soviéticos. Su colaboración quedó impregnada en nuestros corazones. Todos recibimos una preparación muy buena», rememora.

Esa experiencia consolidó su formación teórica, que aplicaría más adelante, primero al incorporarse en la Empresa Siderúrgica “José Martí” (Antillana de Acero), cuando regresó a Cuba en 1968, luego en la fábrica “Casio Martínez” en las fundiciones de San José, en la actual provincia de Mayabeque, donde trabajó hasta 1983. Durante esos años retomó su amor por el magisterio al trabajar como docente en la Universidad Central de Las Villas por breves períodos.

En aquellos instantes había una reestructuración en el sector de la construcción debido a la modernización del transporte y las comunicaciones que exigía el desarrollo industrial y agropecuario.

De acuerdo con el libro Historia del Cotorro, en este municipio el desarrollo de la metalurgia estuvo influido por la situación geográfica: la cercanía a la Calzada de Güines y a la Línea del Ferrocarril Habana-Güines, la presencia de un manto freático y de mano de obra que abasteciera la industria, en un poblado que estaba despertando a la industrialización.

Obras como la Autopista Nacional del Sur, el montaje de las primeras plantas industriales y el impulso de la producción minera constituyeron un incentivo al cual la industria metalúrgica tendría que abastecer. Con tal fin era menester incrementar la producción, refiere el texto 1959-1999. Historia de Cuba, liberación nacional y socialismo.

«Trabajábamos de lunes a sábado en horarios de ocho horas aunque era común extender ese período para ver las reparaciones y el mantenimiento de las maquinarias. Entre los trabajadores había un gran espíritu de colaboración y una responsabilidad por el cumplimiento de los planes. Cada domingo nos enfrascábamos en los trabajos voluntarios, por lo cual durante toda la semana me encontraba en actividad», comenta.

Nancy Alfonso Alfonso, quien laboró con él durante 1968, destaca que Nelson se caracteriza por su dinamismo en el trabajo y para el desarrollo de investigaciones. «Siempre ha tenido un carácter afable y está dispuesto a brindar sus conocimientos con total desinterés», resalta.

Son las 8:00 en punto y Arteche arriba presuroso a la filial de Metalurgia, fundada en la década de los noventa del siglo pasado.Tras haber finalizado su colaboración con la empresa “Vanguardia Socialista” (actual Unidad Básica de Producción [UBP] asociada al grupo industrial ACINOX) y laborar en el Combinado Mecánico del Níquel, en Moa, como tecnólogo y jefe del taller de fundición, se había incorporado al centro educativo sin abandonar sus responsabilidades en la industria.

Eran tiempos difíciles. Período especial, falta de recursos y la urgencia de impulsar la preparación de técnicos para encarar la desfavorable situación. «Acepté el llamado porque se requería la experiencia de trabajadores vinculados con la producción y porque siempre me ha gustado enseñar», destaca.

Y desempeñó esta tarea hasta el 2013, cuando se jubiló y se reincorporó como maestro titular bajo contrata. Quedan en la memoria numerosos trabajos, la instrucción de profesionales y la asistencia a las tesis e investigaciones de los estudiantes, que en no pocas ocasiones han obtenido numerosas distinciones por la calidad de las ponencias.

Cuando se tiene experiencia en una disciplina tan compleja y exigente como la Metalurgia es de vital importancia la comprensión de las deficiencias presentes en los alumnos para fomentar el estudio en base a los problemas, resalta Reinaldo Martínez Hernández, profesor de la Facultad. «El carisma y el incentivo por la práctica para la formación de profesionales integrales son valores presentes en Arteche», considera el maestro.

Pero Nelson no se conforma con el mero ejercicio de la instrucción. Para él hay insuficiencias en la formación de los educandos en la rama metal-mecánica debido a la inexistencia de un vínculo más cercano con las rutinas de producción. «Existen muchos títulos, pero poca destreza en la resolución de tareas que, en la profesión, requieren de habilidades manuales», advierte.

Con  el énfasis de suplir esos problemas trabaja continuamente para inculcar en sus alumnos el ímpetu de incrementar los conocimientos. «Sus clases son muy amenas e instructivas. Uno aprende a inspirarse y continuar con las materias por muy difíciles que éstas sean. Él está dispuesto a prestar ayuda y continuamente insiste en la necesidad de no subestimar el trabajo de los obreros», declara Miguel Ángel Bernal Decoro, estudiante de primer año de Metalurgia.

Por su parte, Héctor Cabrera Araujo, director de la Facultad, resalta el trabajo de Arteche en los cursos para trabajadores, así como su colaboración en numerosas investigaciones, a la postre reconocidas nacionalmente.

Al salir del centro sobre la 3:30 de la tarde, Nelson se entrega a otra pasión: la plantación de árboles. «Eso comenzó cuando trabajé en Moa y se organizaron cooperativas para incrementar el área forestal», recuerda.

Tal vez esa iniciativa corresponda con sus deseos de transmitir salud y bienestar. A pesar de mantener un buen talante, las consecuencias de una fractura que tuvo de pequeño lo siguen aquejando por medio de una recurrente artrosis. Al romperse la tibia con once años de edad, allá por 1955, no pudo acudir a un centro hospitalario adecuado. Luego de varias gestiones, un doctor, llamado Moisés, lo pudo atender en un hospital para adultos. Veinte años después, radiografía mediante, descubre que también tenía fracturado el peroné.

Miembro de la Juventud Comunista en sus últimos años en la URSS, se incorporó al PCC cuando arribó a la Isla. «Es muy revolucionario, le gusta defender sus puntos de vista para conseguir sus propósitos sin importar lo que cueste, pero, sobre todo, se relaciona con todo el mundo», recalca su hija, Iliana Arteche Capdesúñer.

Esa sociabilidad la confirman vecinos como Roberto Galán Aldana, quien resalta la colaboración de Nelson en la gestión de iniciativas comunitarias como la referida plantación de árboles o la gestión de proyectos del CDR. «Él siempre da el paso al frente», expresa.

Delegado de la circunscripción No.45 del 6º Consejo Popular en el Cotorro, del 2002 al 2005, Arteche ha materializado su amor a la naturaleza mediante iniciativas que hoy se ven en lo alto a través de robustos árboles. En el balcón de su casa cuida el crecimiento de ocujes, caobas y framboyanes, mientras reposa tranquilamente luego de cumplir con las tareas hogareñas.

En la noche, cerca de las diez, se acuesta para cumplir con el ciclo recomendado por los médicos. «Me gusta dormir lo que me corresponde para no tener los achaques de la edad», comenta, mientras perdura el compromiso de ver plantados los retoños que dan sombra y los que, en un futuro no muy lejano, deberán encargarse del desarrollo económico del país.

Mientras descansa, los custodios comienzan su trabajo y la gran mayoría de las personas duermen; pero, de nuevo, los que padecen insomnio o tienen alguna necesidad madrugarán acompañando las últimas horas de faena de los vigilantes nocturnos. Con este grupo, Nelson Arteche Lage se levantará a preparar el café, a despertar a su familia y a comenzar el día sembrando esperanzas.

Pie de foto: Nelson Arteche Lage actualmente es el presidente del CDR del barrio.

MÚSICO, POETA Y MANISERO

MÚSICO, POETA Y MANISERO

Texto y fotos:

MARÍA LUCÍA EXPÓSITO GONZÁLEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Viajar hasta Sandino, Pinar del Río, y subir cuatro pisos en pleno abril vale la pena cuando quien abre las puertas de su casa es Heri, como le dicen a Heriberto Victorero Brito, alguien que prefiere peinarse el corazón antes que las canas y que, entre anécdotas, pregones y rimas, guarda una historia  apenas conocida.

“Soy hijo de la Revolución”, dice con orgullo. “Nací en Guane, Pinar del Río. Con 7 años mis padres me trasladaron a la capital provincial. En 1959 ingresé a la Asociación de Jóvenes Rebeldes, fui uno de los primeros artilleros de la antiaérea que tuvo Cuba y así comenzó a forjarse mi camino como revolucionario”.

De punta a punta

“En 1961 respondí al llamado de Fidel a librar a Cuba del analfabetismo. Estando en Varadero, sede de la preparación para los alfabetizadores, recibí la noticia del asesinato de Manuel Ascunce Domenech. Al día siguiente nuestro contingente, en honor a aquel joven mártir, pidió que se nos llevara al lugar más lejano que tuviese Cuba, y nos enviaron a Baracoa.

“Tuve la suerte de alfabetizar a cuatro adultos: Antonio Guedo Placitas, el más joven, con 21 años, Pablo Placitas Pérez, Orlando Rivero Laffita y Mercedes Álvarez Sosa, quienes después de aprender a leer y escribir, enviaron una carta al Comandante.

“El 22 de diciembre de 1961, en la Plaza de la Revolución, los alfabetizadores le expresamos un mensaje colectivo a Fidel: Cumplimos con usted, ahora díganos ¿qué otra cosa tenemos que hacer? Y aquel gigante nos respondió: ¡Estudiar, estudiar y estudiar!”

-¿Qué le motivó a dar el paso al frente?

“¡Imagínate!, siendo de una punta de la Isla, yendo a alfabetizar a la otra… ¡Cuba es estrecha pero larga! Me motivó el pueblo cubano, que en su inmensa mayoría era analfabeto y el ejemplo de Ascunce, que me llenó de coraje.

“La vida, como rima un poema, da muchas vueltas. Guedo, el muchacho que alfabeticé, se hizo mi hermano mayor, porque yo tenía apenas 17 años en las costillas. Aquel guajirito que me protegió 11 meses, tuvo, tiempo después, un hijo que mandaron a cumplir el Servicio Militar a la base San Julián, en Sandino.

“Un día lo conocí por casualidad allá, después lo tuve en casa durante sus pases. Guedo, según mi cuenta, debe andar por los 78 años, perdí el contacto con él cuando su hijo terminó el servicio. Ya usted ve, esta vida es buena y a través del tiempo creo que paga ciertas deudas.

“Durante el año 1962 hice tres caminatas Camilo-Che, tradición de estudiantes en todo el país, desde la Sierra Maestra al Escambray, siguiendo la hazaña revolucionaria de estas dos figuras de nuestra historia. Por ese mismo año la Revolución me dio una beca para continuar mis estudios.

“En 1964 ingresé al Servicio Militar. Los jefes eran cabos y sargentos de la columna del Che y Camilo. A mi mente vienen sus nombres: Benito García, Guillermo Plasencia, Antonio Cruz… En esos años participé en las zafras cañeras de 1964 a 1967 en San Juan de Dios, Camagüey, y Bahía Honda, cuando era parte de Pinar.

“Retorné a mi Pinar natal y matriculé en una capacitación en Geodesia y Cartografía. Se hizo un llamado a trabajar en Guane. Yo soy bajito, pero emprendedor, y enseguida grité: ¡yo! Trabajé en toda la región, casa por casa y lindero por lindero. Laboré en los cítricos y zafras tabacaleras. Esa zona era de las cinco más destacadas de Cuba en el plan citrícola y tenía la granja de tabaco rubio más grande de Latinoamérica. Ahí encontré a mi mujer y aquí me quedé.

“Fui combatiente internacionalista en Angola. Mi cumpleaños 40 lo pasé en el avión. Obtuve en Luanda el grado de teniente. Estuve, además, por las regiones de Malange y Menongue. Al finalizar la batalla se me otorgó la medalla Combatiente Internacionalista y el grado de Capitán.

“La lucha fue ardua y se fundió sangre cubana y angolana, pero era necesaria, pues las condiciones de vida del pueblo eran precarias. No olvido aquella negra angolana que vi, con su busto desnudo, un niño en su espalda y encima de su cabeza un pequeño refrigerador que equilibraba con los brazos.”

Fela 

Me enseña una foto de una mujer. “Rafaela Brito Hernández, así se llamaba mi madre”, dice llorando y mira al cielo como si la viese. “Cuando me fui a hacer tatuajes consulté con ella, me dijo: ¡El Che en el corazón, carajo!”, y me muestra en la parte izquierda de su pecho la figura del Che que imita al retrato de Korda y en la parte superior del brazo, un corazón con un nombre dentro: Fela.

“Ella cedió su parte en mi pecho para el Guerrillero Heroico, pero la puse cerca de mi hombro, dentro de un corazón que no está precisamente en el pecho, pero vibra como cuando me abrazaba o ponía su mano en ese lugar, ¡ay Fela!, por eso te llevo como el aire en mis pulmones”, expone entre sollozos.

Músico, poeta y manisero

“Yo quería ser cantante, pero mi madre nunca lo permitió ¡Ah!, lo de poeta es hereditario de mi padre. Los temas son variados, desde el amor, los mártires, Fidel, hechos relevantes. Con esos escritos he colaborado con la emisora Radio Sandino en sus revistas poéticas. En los matutinos de las escuelas voy y les recito a los muchachos, a ellos les encantan mis anécdotas y adivinanzas hechas rimas. La gente del pueblo dice  ’¡Victo, hazme algo!’ y pa´ allá voy.

“Fui el primer cuentapropista autorizado en el municipio Sandino. Me puse a vender maní en sus distintas variantes, tostado, molido, en turrones con miel, como ingrediente en panetelas. Por esto me gané el mote de El rey del maní”.

Acuerdos floridos

“Lo conocí en 1964”, dice nostálgica Daisy Peláez Valera, esposa de Victorero. “Nuestro encuentro fue una tarde en casa de su abuela. Una noche, Heri se apareció en mi casa, desde el primer momento agradó a mi familia y se hizo habitual hasta que por fin un día me confesó: Hoy he decidido preguntarte ¿sí o no? Nos hicimos novios, me enamoró su forma de ser y su ecuanimidad.

“A los seis meses nos casamos. Tuvimos dos hijos y tres nietos. Como esposo es un ejemplo ante la familia, nos ha tocado la dicha de criar una nieta, pues nuestra hija mayor emigró a los Estados Unidos y ella decidió quedarse. Heri me ayuda en los quehaceres, le encanta hacer dulces y es muy creativo con las ensaladas. Su hijo Heriberto le dice camarada.

“Heri aún me escribe décimas en los aniversarios y fechas relevantes. Con 47 años de casados se mantiene viva la llama. Existen malentendidos, como toda pareja, él dice que su signo zodiacal Acuario es la causa de sus resabios, pero, y lo cita: ’Siempre llegamos a acuerdos floridos’”.

Padre, amigo y alma de pueblo

Para María Antonia del Llano, Victorero es una de las personas más cultas de Sandino, preparado políticamente, integral en todas las  esferas, admirador de las obras de Fidel y Chávez. ”Es alegre, levanta la autoestima con sus palabras”. Participé con él en el programa radial Pregunta que te pregunta formando el equipo de los veteranos, fue un gusto compartir esta experiencia”.

“Como vecino y jefe de núcleo es muy atento, tanto en la familia como en la comunidad”, confiesa Pablo Enrique Miranda, vecino de Heriberto. “Cuando vendía el maní, ponía dentro de los cucuruchos adivinanzas para premiar a los niños con un nuevo dulce. Es fundador del espacio Disco Temba que promueve la Casa de Cultura, muy entusiasta y, sobre todo, una bella persona”.

Yaherys Borges Victorero califica a su abuelo como un baluarte: “Cada vez que lo veo declamando en  la escuela me lleno de orgullo, verlo activo, aún con su edad, es conmovedor. Su cariño incondicional y la responsabilidad de mi crianza son las razones por las que decidí quedarme en Cuba”.

“Heri es mi segundo padre”, expresa Darío Peláez Valera, cuñado. Mi madre murió joven, él y mi hermana Daisy se hicieron cargo de mi crianza. Le agradezco la educación que me dio y el guiarme por buen camino. Sus décimas nos han cautivado a todos. Es amigo y admirador de Cándido Fabré”.

“En Sandino, la gente quiere a Victorero. Él defiende los trabajadores frente a las masas. Tiene sus ’arranques y resabios’, pero es porque le gusta que las cosas salgan bien. No me agradó que hubiese abandonado su oficio de manisero, pero la  salud va delante. Creo que tiene mucho más para entregarle al pueblo”, refiriere Andrea Crespo Leal, residente del municipio.

“Su historia es amplia, y la población lo quiere, tengo la mejor opinión de Heriberto. Llega en los momentos difíciles y con su nobleza soluciona las dificultades”. Un día que fuimos a pescar, me caí en la laguna y él me salvó la vida. Me encaminó en cada momento: ¡Por eso es dos veces mi padre!”, revela Domingo Peláez Valera.

“Es un placer haber conocido al Rey del maní, aunque fue bajo un aguacero no dejó de sorprenderme su jocosidad, el dulce como regalo a mi presentación aquella madrugada en Sandino. Hemos mantenido desde entonces conversaciones telefónicas. Nuestra amistad ha crecido y se ha convertido en el anhelo mutuo de un rencuentro”, declara Cándido Fabré, músico cubano.

“Victorero es un paciente que cumple con los requerimientos de su diabetes. Una persona disciplinada e instruida en ámbitos políticos, culturales y sociales, padre ejemplar. Como ser humano es muy comunicativo, hasta con las personas que no conoce, atestigua la doctora Yordanka Pérez Rodríguez”.

“Su modestia y humildad lo hacen merecedor del cariño de la multitud. Él participó en la primera serie nacional juvenil de béisbol en los años 60 y es uno de mis alumnos más destacados”, manifiesta Jesús Bejerano Pérez, amigo y profesor de Taichí de Heriberto.

“Me pegué a la Revolución”

Al concluir, me estrechó su mano y concluyó como un buen sabio: “Yo me pegué a la Revolución y a su lado he transitado mi vida hasta hoy, mañana o hasta que muera, tal como se pega una babosa a un palo”.

Pie de fotos: 1-Heriberto Victorero, alguien que prefiere peinarse el corazón antes que las canas; 2-Son múltiples las distinciones que ha recibido Victorero durante su trayectoria, destacan, de izquierda a derecha, las medallas Combatiente Internacionalista, 55 Aniversario de las FAR, Enrique Hart y la de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana.

LOS ACORDES DE LA VIDA

LOS ACORDES DE LA VIDA

Radamés Upierre Rodríguez es un vendedor habanero que ha compartido escenario con disímiles figuras de la música cubana. 

Texto y foto:

ROCÍO ISELL FERIA GINARTE,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Un amigo de La Habana, Luis Zayas, me habló de él y no dudé en averiguar su historia. Trabaja en Bar Bohemio, cuida del lugar en las noches y en el día vende dulces y a veces toca la guitarra o lee un libro.

El bar recién comenzaba su faena diaria. Las rejas aún cerradas y los trabajadores reunidos contabilizaban, quizás, las ventas del día anterior. Me impedían el paso al interior de la construcción de estilo colonial con cortinas de color naranja llamativo y una alta escalera.

Di mil vueltas para encontrar una entrada. Imposible. A mi encuentro salió entonces un señor de alta estatura, piel morena, ojos vivos y ojerosos: “¿Quieres pasar?”, dijo y me indicó una pequeña puerta al costado del lugar. “Gracias“, comenté.

Recorrí las escaleras con toda prisa. Ya en la puerta, casi a gritos, di los buenos días para captar la atención de los que sentados alrededor de una mesa contaban, hablaban, escribían. Busco a Radamés, dije. Una señora señaló con un gesto apresurado al hombre que amablemente me había mostrado el sitio.

Entre la melodía de su guitarra y los versos de una canción me recibió: ”La belleza de tu alma cubre el velo en mi esperanza, donde entran tus palabras y se mueven con constancia…”. Se presentó entonces como Radamés Upierre Rodríguez, nacido el 4 de marzo de 1957, en el Vedado: “Guitarrista, cantante y compositor. ¡Ah! Y dulcero”.

El olor de las magdalenas y el pan de ajo inundaba el lugar, un garaje al lado del bar con un estante repleto de, según el vendedor, los dulces más exquisitos de todo La Habana. Aquí vive y trabaja Radamés.

Sus padres, Genoveva y Heriberto, disfrutaban mucho de la ópera, de ahí su nombre en honor a un guerrero egipcio de la obra Aída, “con sonido de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Antonio Ghislanzoni”, cuenta el teatrólogo Reinaldo Castañeda Gómez.

“Hice que mi mamá y mi papá me llevaran a ver Fantasía aproximadamente quince veces”, comenta refiriéndose a un animado de Walt Disney Animation Studios que, según Internet Movie Database (www.imdb.com), está destinado a acompañar las animaciones con un concierto de música clásica tocado por la orquesta Filadelfia, bajo la dirección de Leopold Stokowski.

Cursó sus estudios primarios en la escuela Osmani Arenado y asistió a la secundaria Antonio Guiteras. En esa etapa, a pesar de no estar directamente vinculado al ámbito musical, progresó artísticamente, pues su casa le sirvió de academia.

Creció inspirado en los grandes clásicos: Beethoven, Mozart, Tchaikovski. Su madre pianista y su padre clarinetista despertaron en él enorme amor por este arte, fueron sus primeros maestros.

De niño era travieso, distraído e inteligente; aunque no muy interesado por las materias que recibía: “Mi mamá me levantaba muy temprano para oír la radio, a veces no iba al colegio para quedarme escuchando a Stevie Wonder, ¡eso sí me gustaba! Él fue uno de los patrones de los cantantes cubanos”.

Luego de terminar el servicio militar comenzó a estudiar guitarra en la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA). A los dos años, casi al arribo de la graduación, abandonó los estudios para empezar a trabajar en el grupo de aficionados Z7, integrado por trabajadores del Ministerio de la Construcción, bajo la dirección de Eddy Trembler.

También en ese año tocó en Sonido X, que como explica el libro El Rock en Cuba, de Humberto Manduley, surgió en La Habana a fines de los años sesenta bajo la dirección del guitarrista rítmico Luciano “Chany” Rodríguez y tuvo una enorme inestabilidad en sus filas, sobre todo, en la etapa de los años setenta.

Por sus puestos pasaron en distintos momentos artistas como Omar Pitaluga, Julio César Perera, Jorge Luis Valdés Chicoy y Ulises Seijó; los bateristas Pepe Rodríguez, Rodney Vincench, Mauricio López, Luis Orestes Pagé y Horacio Hernández; los bajistas Abdel Gallegos, Manuel Trujillo, y Longino Valiente; los cantantes Frank Javier Armenteros, Miguel Ángel Maya y Diony Arce, entre otros.

“Mi vida la he dedicado por completo a hacer la música que me gusta y en aquel momento me encantaba el rock, era la forma que teníamos de expresarnos, rebelde y vivaz como lo hacen los jóvenes. Fue una etapa preciosa en la que para poder tocar mejor el instrumento tenías que pasarte horas escuchando la radio y así copiar los acordes”.

–Buenas, ¿tiene galletas de mantequilla? Lo interrumpió un pequeño. Radamés se levanta, le alcanza los dulces y le pasa la mano por la cabeza sacudiéndole el pelo. En eso llega la abuela del niño, Nélida Rosselló. Ella sonríe al vendedor, le da un cordial saludo a la vez que le entrega un dólar. Entonces me mira y hace que me presente. Pasados pocos minutos, se despide. Adiós, te dejo en buena compañía.

En el año 1880 consolidó su carrera como guitarrista tocando para la banda Los Magnéticos que había surgido en agosto de 1968 en Bauta (La Habana), aparte de una formación embrionaria nombrada Los Cuervos. Ecured recoge que la alineación original incluía a José Antonio Acosta (bajo), Rolando Moré (voz), Vladimir Karell (teclados), Manolito (Guitarra) y Ángel (batería), aunque su formato varió pronto.

“Acosta y yo nos enamoramos desde el punto de vista profesional, a él le gustó mucho mi trabajo y a mí el suyo. Era una persona buenísima y un increíble bajista, por lo que aprendí muchas cosas estando en el grupo, lo necesitaba. En aquel momento yo no era compositor y empezaba a dar mis primeros pasos después de cambiar la guitarra de rock and roll a la de fusión”.

Los Barbas fue la siguiente agrupación de la que formó parte Radamés Upierre en 1983. El artículo “Cuba y sus géneros” (www.musica.cult.cu) muestra que fue fundada en 1967. Actuó con regularidad y fue de las pocas profesionales en esa época. Entre sus piezas más conocidas están On bembe on bamba, El valle de los escarabajos y Es tiempo de terminar. Tuvo múltiples cambios de integrantes. Entre sus músicos se conocen a José Luis Pérez Cartaya, Alfonso Fleitas, Mario Moro, Miguel Díaz y Beatriz Márquez.

Ya es mediodía, a Radamés le sudan la frente, la nariz y las manos. Atiende otros tres clientes: un señor mayor, una muchacha y su perro y un joven matrimonio que no separa sus manos entrelazadas ni al recibir el cargamento de marquesitas.

Suspira, piensa probablemente en amores pasados. Se le nota entonces algo de soledad en la mirada. Siempre ha sido un hombre enamorado de la vida. Dice haber estado casado muchas veces y no tener hijos: “Novias no, esposas que son más comprometidas”. Cree ciegamente en la lealtad y no tolera las mentiras. Ahora está solo, su fiel compañera: una guitarra por la que se ha dejado domar, es zurdo.

El grupo Éxodo fue como el momento cumbre su carrera, en este cultivó el Jazz, el Funk y el Rock. Estuvo encargado de su dirección, protagonizó así su debut como sexteto en noviembre de 1991 en la capital. Sus músicos eran Israel López en el bajo, Eleuterio Silva en la batería; Pedro Mayor, en los teclados y Dayani Lozano como cantante.

Dos de sus piezas son Mareas sobre costas lejanas y Resplandor. Poco a poco cambiaron sus integrantes y se incorporaron Mayra Yanes (voz) y Félix Lorenzo (bajo), también tuvo como invitado a Henán López-Nussa (piano). En 1995 Éxodo se disolvió y Radamés se apartó de la música.

Yurién Heredia, musicóloga, explica que el Periodo Especial fue una etapa difícil para los músicos cubanos: “Tener una agrupación era tan complicado como mantener una familia. Los artistas comenzaron a dedicarse a otros negocios o a irse del país atraídos por contratos de compañías extranjeras. Muchos grupos se desintegraron por la falta de condiciones para tocar, grabar y llevar a cabo sus representaciones”.

El músico vendió su casa para poder mantener su carrera, compró los artefactos que necesitaba: una computadora, un estéreo, un teclado y una guitarra. En el 2009 presentó la maqueta del proyecto musical al sello discográfico Egrem, mas le era necesario grabar en un estudio profesional para que su trabajo fuera evaluado.

“Las necesidades diarias me han consumido, poco a poco he tenido que abandonar mi mayor sueño, paso el tiempo estudiando y enseñando lo que hago a todo el que cree en mí. Ahora estudio la Técnica del Slap, me la enseñó el bajista Diego Valdés, en 1988, y la mezclo con la percusión en la guitarra”.

Ama leer, estudiar la Historia de la Filosofía, la Biblia. “Habla mucho y sabe de todo. Es una de las mejores y más inteligentes personas que he conocido”, dice Frankchau Graverán Leyva, uno de sus amigos y compañero de trabajo.

Gerardo Alfonso, David Torrens, Beatriz Márquez, Pepe Masa, Eddie Peñalver, Henán López-Nussa y el grupo Habana Abierta son algunos de los músicos que han compartido escenario con Radamés Upierre Rodríguez. Formó parte por menos tiempo de bandas como Alicia y los tres más uno, Cauce y Todos estrellas. Además de servir de intérprete junto a otros creadores de la pieza que le daría sonido al documental Cuba, una sola escuela.

Toma un sorbo de café, lo bebe despacio. Pone la tasa en la mesa. Coge en una mano un cigarrillo y en la otra una caja de cerillas. Fuma mientras busca en un libro un poema de Óscar Wilde. “A este le puse melodía”, dice en lo que mira su guitarra. La sujeta como quien posee un tesoro, lleva su mano izquierda al brazo del instrumento y la otra al cajón. En el ir y venir de las notas siente como si no fuera un hombre, solamente música.

Pies de foto: Radamés Upierre Rodríguez, guitarrista, cantante y compositor.

LA TÍA SARA

LA TÍA SARA

El Hogar de niños sin amparo filial del municipio Artemisa ha sido para Sara Soto Valdés, la directora por más de 17 años, su otra casa y un lugar imprescindible en su formación profesional.

MERLYN BARROSO HERNÁNDEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

La música se escuchaba en los alrededores de la cuadra, la algarabía iba de una esquina a otra y en la sala, donde más de una vez se conjugaron sueños e insomnios, te quieros y regaños, silencios y canciones para componer el hogar de tantos niños, se sentía aquella tarde olor a despedida.

La noticia fue aceptada con alguna que otra lágrima y unas cuantas preguntas de quienes piden explicaciones y no todas las entienden. “Se nos fue la tía Sara”, se escucha a momentos cuando todo está tranquilo o por cualquier razón la extrañan.

Su nombre no aparece en la plantilla de trabajadores del Hogar y la llegada a las 7:30 de la mañana, el regreso a cualquier hora, las noches enteras vigilando el sueño a los niños, las tardes de baile y los fines de semana de excursión, ya no son parte de su itinerario.

Después de muchos años dedicados al Hogar, Sara se ha decidido por un trabajo que la ocupa menos en la Dirección de Educación, Cultura y Deporte de la provincia Artemisa. Ahora tiene más tiempo para combinar los quehaceres hogareños, el cuidado de la familia y las visitas de vez en cuando a la que siempre será su otra casa.

Volvería a serlo

Sara Soto Valdés, trabajadora de 42 años de experiencia, directora por más de 17 años del Hogar del niños sin amparo filial, Carlo Selli, del municipio Artemisa, la tía de todos, la hermana de las otras tías, Vanguardia Nacional por varios años, su misión incluso ha cruzado fronteras.

Sus primeros estudios fueron de Enfermería, pero nunca la ejerció. Su amor por ser maestra la hizo renunciar a todo, comenzar de nuevo. Hoy lo reafirma: “Siempre fue esto lo que quise ser, y si naciera otra vez, volvería a serlo”.

Esta Máster en Educación Especial, recuerda cuando en el 2004 formó parte de los 20 graduados que integraron el primer contingente en la antigua provincia La Habana y luego, en el 2006, llegó hasta Venezuela, donde dedicó por dos años su sabiduría y dulzura a quienes la necesitaban.

Llevar dos casas

Con el cansancio y los achaques de más de seis décadas de vida, Sara ha decidido renunciar a la maternidad de los 14 niños que hoy viven en el Hogar de Artemisa. Siente que ya no puede, no le quedan fuerzas para tanto. Ahora debe dedicarse a sus dos hijos y nietos, que quizás alguna vez descuidó o les dio menos por repartir a tantos.

“Nunca entendí cómo mi mamá podía dividir su amor entre muchos niños y conocerlos como a nosotros. No lo niego, a veces sentía celos y miedo a que me robaran el cariño que me correspondía. Me molestaba que a cualquier hora tuviese que salir porque algún niño del hogar estaba enfermo o había problemas”, confiesa después de tantos años, Raúl Márquez Soto, hijo menor de Sara, mientras su madre le acaricia la mano, como pidiendo disculpas.

También su esposo, que la ha acompañado en cada uno de sus pasos, la comprende, lo ha sabido hacer toda la vida, aunque no niega que en ocasiones se cuestionaba por qué tenía que dar de comer a sus hijos mientras Sara alimentaba a los de otros. Pero al reflexionar, comprendía que ellos la necesitaban tal vez hasta un poco más, y eso lo hacía entonces, entenderla y admirarla.

De todas sus hermanas, Caridad es la más cercana y quien quedó como esa huella en el camino fulgente por donde pasó un gigante. Ahora es educadora del Hogar, aunque unos años más joven, sus facciones y espíritu parecen aminorar de a poco el vacío que dejó Sara.

“Mi hermana siempre ha sido mi apoyo, y yo también lo he sido para ella. Cuando mamá enfermó fuimos nosotras quienes nos ocupamos de todo hasta su muerte y estuvimos un año entre sufrimientos y presiones. Siempre ha sabido equilibrar las acciones y los sentimientos y creo que se lo debe a su trabajo. Ella transmite esto en cada momento a quienes la rodean. Es la mayor de las tres hermanas y también es la más fuerte”, asegura Cari, como la llaman de cariño.

Sara supo llevar de la mano dos hogares y también una profesión a la que dio vida como una escultora (así se compara a sí misma), que poco a poco da forma a una obra que recibió llena de grietas.

La familia somos todos

Cuando los niños quedan huérfanos o la familia no cumple con “las responsabilidades de dar alimentos y asistirlos en la defensa de sus legítimos intereses y en la realización de sus juntas aspiraciones; así como el de contribuir activamente a su educación y formación integral” como legitima la Constitución de la República de Cuba, entonces le corresponde a quienes trabajan en los hogares ocupar ese vacío.

Yandry Rodríguez Palacio desde los tres años convive en uno de estos con el cariño y los mimos de las tías, entre las que estaba Sara, que ha sido una de las personas que siempre lo ha llevado de la mano y le ha brindado el amor de una madre.

Asimismo lo ha sido para quienes durante los 17 años que dirigió el Hogar le sumaron un miembro a su árbol genealógico. Su familia lo siente así y la ha apoyado en cada momento, aun conociendo los daños, pues ni las sonrisas ni el amor que cada uno le regala, sanan las cicatrices que van rasgando sus historias de infancias violentas y tristes.

“La tía Sara siempre estaba con nosotros, el Día de las Madres, en la comida de Noche Buena, el 31 de diciembre, en nuestros cumpleaños y hasta nos llevaba a los de sus hijos, porque decía que nosotros también lo éramos”, explicó emocionado Pedro Barreto Cárdenas, uno de los jóvenes de los que alguna vez aquella fue su casa.

Thalía Bardón Caballero hace dos meses cumplió 15 años y su familia, la del Hogar, la acompañó en su sueño de vestir un traje rojo y llevar “como las princesas de los muñes” una tiara de perlas coronando el cabello, que quedó en una de las imágenes que presiden el salón principal, para rememorar con una ojeada los sueños cumplidos.

Comenta que siempre había visto cómo le celebraban los 15 a las otras amiguitas y tenía muchas ganas de festejar los suyos: “Muchas personas ayudaron a las tías para hacerme una fiesta y tirarme las fotos que quería. La tía Sara siempre estaba pendiente de nuestros cumpleaños y aunque cono pocos dulces, nunca dejó de celebrar uno”.

Sus compañeros de trabajo opinan lo mismo: “Para Sarita esta también era su casa. Hacía hasta lo imposible porque los niños nos sintieran como su familia. Nos hizo entender que eso era imprescindible en nuestro trabajo. Estos no son como los otros niños, han sufrido traumas y hay que tratarlos con mucho cuidado. Sara nos enseñó eso”, asevera Viveka Breto Lugo, trabajadora social por muchos años en el centro.

Yoali González Echeverría, educadora del Hogar, añade que “siempre la respetaban. Con su voz baja y la capacidad de encontrar las palabras precisas y el momento adecuado, nos humedecía los ojos cuando hacíamos algo incorrecto. No solo era maestra para los niños, también lo fue para los trabajadores. Ella siempre repetía que la familia somos todos”.

Quien por tantos años estuvo dirigiendo el Hogar afirma que lo que más le satisfacía de su trabajo era ver a los que siempre serían sus niños, formados como hombres de bien: trabajadores, educados y responsables, y que a pesar de la distancia y el tiempo a veces la sorprenden, cuando abre la puerta de su casa, con un abrazo y la que siempre será para ellos la frase de bienvenida: “Tía, ¿usted no se acuerda de mí?”

Pero aún, a ratos, Sara alegra el Hogar con su presencia: “Los extrañaba mucho”, es la excusa que les da como si causara molestias. “Al contrario, me encanta que venga y que almuerce con nosotros. Ella siempre dice que desde que se fue de aquí no come chícharos. Así que cuando viene trato de hacérselos para que sea algo menos que extrañe”, comenta Ana Rosa Barredo Quesada, la mayor de las cocineras.

“Ella nos ayudaba en los quehaceres. Conocía los gustos de cada niño y trataba de complacerlos en lo que podía. Los cuartos de las niñas los adornaba con fotos de princesas y los pintaba de rosado como tanto les gustaba. Intentaba prepararles ella misma, aunque sea una vez al mes, la comida preferida de cada uno. Disfrutaba los momentos que pasaba con los niños y cada “Gracias” que ellos le regalaban”, añade Ana.

La tristeza se acumula tras las puertas y los rincones, o se tira de golpe en cualquier sillón cuando llega la tarde y la tía Sara no está para bailar y cantar con los niños como todos los días; o amanece y no disponen de su beso antes de salir para la escuela, ni de su buenas noches melodioso y sutil antes de irse a acostar: “Pero vuelve. Viene con sus pasos firmes, aunque un poco más lentos, a hacernos la visita de vez en cuando”.

Pie de fotos 1 y 2: Con más de seis décadas de vida, Sara abandona la dirección del que por más de 17 años fue su otro hogar, aunque asegura que jamás dejará de serlo; 3-Hogar de niños sin amparo filial Carlo Selli, del municipio Artemisa.