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Isla al Sur

LUZ DE RELÁMPAGO

LUZ DE RELÁMPAGO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ Y ANTONIO ÁLVAREZ PITALUGA (1)

Mohíno. Justo así se describe Martí en el instante en que el Generalísimo Máximo Gómez va hacia una de las cañadas de Vega Batea y le pide que lo deje solo con los oficiales Ángel Guerra, Paquito Borrero y Félix Ruenes. No piensa en infidelidad alguna, no es posible entre estos grandes de la Independencia cubana una traición a la altura de la convocatoria de la Guerra Necesaria. No hay amarguras.

La tarde en las lomas guantanameras sobreviene y este hombre proveído de amor y vida aún no rebasa los asombros desde que el 11 de abril de 1895, apenas cuatro días atrás, desembarcara en la Playita, en Cajobabo, unas costas agrestes de la geografía oriental cubana a las que ha llegado después de más de 15 años de exilio.

Peregrinar desesperado -podría decirse- en el que siempre cuidó de aferrar el alma a la luminosidad de la Independencia que ahora será tangible en los campos insurrectos luego de hermanar voluntades y esperanzas, vencer rencores y discordias, y unir en un mismo destino tanto a la generación de los pinos nuevos como a la de los robles de la Guerra del 68. Se vuelve, entonces, síntesis e impulso del ideario revolucionario cubano, ya trascendida la heredad de los titanes fundadores.

Salustiano Leiva, ya en la ancianidad, como una fotografía en sepia recordará en las últimas décadas de la centuria pasada al Martí de sus doce años. Y al evocar la primera noche del Delegado en tierra cubana, declarará: "Martí lucía muy joven, casi un niño, delgado y bajito; dos cosas me llamaron la atención de él: lo negro que tenía su bigote, y la voz, una voz que yo no podría describir pero que todavía me suena en los oídos...".

Es el hombre que a partir de ahora y hasta el fatídico 19 de mayo en que tres balas al unísono lo despiden hacia la eternidad en Dos Ríos, andará fascinado por la exuberante flora y fauna de los montes de la Isla, y en registro minucioso en el Diario de Campaña anotará sobre palmas, ceibas, curujeyes y arroyos, comidas criollas que saben a paraíso, y sobre tanta gente sencilla o protagónica que se le acerca mientras avanza la mambisada.

Finalmente en Cuba, Martí está cerrando un tiempo de su vida en que se ha multiplicado inagotable en cartas, artículos periodísticos, discursos, relaciones personales. El más grande de los cubanos es consciente de su misión histórica para asegurar la Independencia, desarrollar su peculiar estrategia antimperialista y continuar aventando las semillas de la emancipación latinoamericana.

En esa espera consciente por Gómez, Guerra y Ruenes -quienes todavía se hallan en la cañada-, está pensando en los peligros que acechan. Aún no ha hecho su debut como soldado en Arroyo Hondo, ni curado un herido o sentido el estertor de otros en medio del fragor de la batalla. Todavía no hay, ni habrá, queja por el variopinto contenido de su alforja cargada de armas, balas, libros... Pero tampoco se engaña. Sabe que la muerte puede estar ahí cerca, casi la intuye.

El hombre que hoy se nos viene encima como luz de relámpago está a punto de ser un protagonista múltiple. En breve, el abrazo que le dará El Viejo simbolizará el equilibrio que el Generalísimo ha sabido entender y otorgar a la obra martiana, al Partido Revolucionario Cubano y al Ejército Libertador. La calidez del gesto lo situará jerárquicamente en igual nivel al de las figuras más representativas de la Guerra Grande, y será reconocido implícitamente cual puente generacional, portador Martí con el Manifiesto de Montecristi de un programa de radicalización revolucionaria. Para Martí, Revolución es liberación nacional y transformación social.

Pero el Delegado está ajeno a lo que se cuece en ese aparte impuesto por Gómez y solo atina a pensar en qué nueva dificultad habrá de vencer en el ascenso hacia la libertad de Cuba. Confía en la amistad de El Viejo, leyenda viva del independentismo cubano. Es una amistad vestida de Revolución, una amistad que les ha permitido fundirse en una sola idea. De los combatientes del 68, es el Generalísimo el que más se ha acercado y evolucionado hacia las ideas martianas sobre la revolución al considerar que esta tiene un sentido social y, por ello, no es solo acabar militarmente con la metrópoli, sino solucionar los problemas del país. En esa voluntad de radicalidad se unen estrechamente.

Solo pasan breves minutos y Ángel Guerra llama a Martí y al capitán Cardoso. Y es el Apóstol quien anota en su Diario de Campaña el 15 de abril de 1895: "Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos. (...)".

(1) Profesores, respectivamente, de las Facultades de Comunicación y de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana.

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