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“AUN ME SIENTO UN NIÑO”

“AUN ME SIENTO UN NIÑO”

El doctor José Luis Miranda Hernández es neurólogo del hospital Hermanos Amejeiras y en su tiempo libre juega en videoconsolas.

Texto y foto:
ERNESTO LAHENS SOTO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

En la localidad de Cojímar, al este de La Habana, vive el doctor José Luis Miranda Hernández, jefe del servicio de Ictus del hospital Hermanos Amejeiras. De elevada estatura, tez trigueña, pelo negro algo rizado y nariz aguileña, muestra una probable ascendencia árabe o andaluza.

La sala de su casa está adornada por retratos familiares, juguetes y libros sobre medicina. Allí, sentado en un sofá, con un mando de su videoconsola en las manos, accedió a la entrevista. Pausa el juego de futbol que distraía su atención y me mira.

“Nací en Caibarién, provincia de Villa Clara, en un hogar humilde, fui el menor de dos hijos. Mi padre es pintor, profesión que siguió mi hermano y la cual me causa atracción; yo, en cambio, soy médico, aunque tengo  habilidades para las artes plásticas.

-¿Siempre quiso ser médico? Mirando para la maqueta de un transbordador espacial que tiene en su librero me responde: “No, de niño soñaba  con ser piloto, sentía fascinación con las alturas. Por esta razón entré en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Villa Clara; pero en el año de mi graduación no bajaron plazas para aeronáutica.”

Sonríe y coloca el mando sobre la mesa del televisor. “Yo no deseaba Medicina; pero al poco tiempo me enamoré de la carrera. Mientras rotaba por las especialidades deseaba estudiar todas, hasta que llegué a neurología y supe que eso era lo mío.

“Pasé mucho trabajo por aquel entonces, estudiaba en La Habana, en el Hospital Luis Díaz Soto, y mi familia seguía en Caibarién. Bajé de peso, me molestaban los viajes semanales en camiones como si fuera ganado. Era el período especial.”

En ese momento entra su madre, Olga, y con voz emocionada comenta: “Yo pensé que se me moría, cada semana lo veía más flaco y con las ojeras más grandes; pero él quería ser médico y en la casa lo apoyábamos. Y aquí está ahora graduado y más gordo.” Sonríe.

Olga va para la cocina, trae un poco de agua. José la mira complacido, muestra una sonrisa de agradecimiento, bebe y continúa la conversación.
“El esfuerzo valió la pena, soy médico, especialista en neurología y voy ahora para la maestría y el doctorado. Cumplí misión internacionalista en Pakistán, fui el jefe de logística durante los tres primeros meses, cuando el terremoto de 2005”.

“Mis hijos son lo más valioso que tengo”, dice mirando una de las fotografías. “El mayor, Emir, lleva tres años en Estados Unidos con su madre, y Leo, el menor, es ese flaquito de seis años que nos ha chivado durante toda la entrevista.”

-¿Cómo libera el estrés cuando termina de trabajar? Enciende la videoconsola, se vuelve a reír y contesta: “Veo películas, leo mucho, pero sobre todo, me relajan los videojuegos. He desarrollado esta afición desde que tuve mi primera videoconsola hace ya 10 años y no puedo dejarla. Cada vez que tengo un chance la enciendo. Aun me siento un niño.”

-Es raro ver el contraste de alguien que se ha especializado en la atención de algo tan difícil cono las enfermedades cerebro-vasculares y que tenga tal afición. ¿Qué tipo de juegos prefiere?

“Me gustan mucho los de deportes, entre ellos el fútbol es el que más me motiva. Juego al menos un partido al día. Los Shooters (comandos) me distraen y me ocupan mucho tiempo, por eso suelo dejarlos para las vacaciones y los fines de semana. Mis hijos heredaron esta pasión, la videoconsola es el juguete más preciado para ellos. Mira, ya se acabó la preguntadera. Coge ese mando que me debes un partido de fútbol.”

Pie de foto: Entre retratos de sus hijos, libros sobre medicina y juguetes vive el doctor José Luis Miranda Hernández.

EL ÁLBUM DE CLEMENCIA

EL ÁLBUM DE CLEMENCIA

Poco divulgado ha sido el libro de autógrafos de la mayor de las hijas de Máximo Gómez, publicado íntegramente en 1995, en la revista Islas, de la Universidad Central de Las Villas.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Antonio Álvarez Pitaluga quiere aparentar no darse cuenta de que ha puesto en mis manos una pieza invaluable. Prácticamente un tesoro. Lo sabe y lo sé: la "carnada" será recibida con tremendísimo gusto, en deleite. El álbum de autógrafos de Clemencia Gómez Toro ha sido poco divulgado y solo publicado íntegramente en 1995, en el número 110 de la revista Islas, de la Universidad Central de Las Villas, que ahora muestra. Pedro Máximo Vargas Gómez, el sobrino venido de la hermana Margarita, rompió esa vez las ataduras de guardián de reliquias familiares y permitió la edición.

Antes solo se conocían referencias, sobre todo la del artículo "El álbum de Clemencia Gómez" que le dedicó José Martí en Patria, el 29 de abril de 1893, comenta el profesor de la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana, galardonado este año con el Premio Joven Ciencia, que otorga la Academia de Ciencias de Cuba.

Repaso con seducción las 18 páginas en las que la revista sintetiza un álbum que, regalado por Gómez, transita desde 1885 cuando Clemencia aún no había cumplido los 12 años y en Nueva Orleans sus padres abren las hojas de recuerdos el 28 de enero; hasta la última firma, la del Capitán del Ejército Libertador Rafael Betancourt y Manduley, en La Habana del 24 de marzo de 1903, todavía ella una joven mujer.

Hay comentarios largos y cortos sobre diversos temas, y muchos consejos. También, variedad de firmas: de hombres y mujeres importantes del independentismo cubano, otras solo identificadas en el seno familiar, de jóvenes, adultos y viejos, en una amalgama que incluye a José Martí, Antonio Maceo, Serafín Sánchez y su esposa Josefa Pina, Eusebio Hernández, María de Jesús y Regina Gómez, y Max, Panchito y Urbano Toro. Hay rúbricas de desconocidos como las de Rafaela Hernández, Franco Barroso, y alguien que debió ser de muy íntimo afecto, pues solo dejó un lacónico Emelia.

"El que ha andado la vida, y visto reyes, sabe que no hay palacio como la casa de familia donde se desdeña la pompa impura, y resplandecen los ojos como para que se vea crecer el universo cuando se habla de libertad y de virtud", José Martí; "Hoy es el aniversario de uno de los días, sino el más, glorioso que registran las páginas de la historia de nuestra patria ¡Cuba!" (sic), Max Gómez, 10 de octubre; "...que tu hermosa y desventurada Patria que es la mía, en breve plazo, nos cobije, á ti y á nosotros todos, con su glorioso y libre manto de la estrella solitaria" (sic), Serafín Sánchez.

"Este es un álbum que va a develar un mundo exterior, pues no solo colecciona firmas, sino que recoge opiniones, sentimientos, consejos. Cuando uno lo abre y repasa tiene la posibilidad de conocer no un periodo de vida, no la intimidad de una mujer, sino la época de una generación que está amarrada al nudo de la independencia cubana y todos los que la integran, sean viejos o jóvenes, mujeres y hombres, van a halar para ceñirlo más".

Así resume Álvarez Pitaluga un documento en el que diferentes personas, entre las que pueden mediar hasta unos 20 ó 30 años, se expresan sobre lo que para ellas constituye el problema capital, que no es más que la libertad de Cuba, un colofón primario en sus vidas.

"Que seres de tan diversas edades escriban sobre cuestiones coincidentes como la Patria, la independencia, el amor, la lealtad, el respeto a los padres y a los héroes, da la medida de cómo se plantean un mismo fenómeno desde diferentes puntos de vista.

"Recordemos, además, que el promedio de vida en los finales del siglo XIX y principios del XX era de apenas 43 años; y también, que el enfoque de la independencia en una mujer era diferente al del hombre, por los roles sociales de la época. Por tanto, creo que el álbum está conformado por un grupo de reflexiones que se van convirtiendo en pilares, como un puente que crece en su base y asienta una estructura que nos posibilita atravesarlo y develar desde otra perspectiva el mundo de la Independencia."

He ahí, entonces, que el álbum se constituya en visión microhistórica, un pequeño mapa de la sociedad cubana que apoyó la lucha anticolonial, y sus diferentes enfoques, pero todos confluyentes en la defensa del independentismo, la expulsión de España de la Isla y la voluntad de parir una revolución.

Álvarez Pitaluga ofrece también otra percepción del documento. Cree que es selectivo, que no todo el mundo firma, que no cualquiera deposita allí sus sentimientos o sus consejos para una Clemencia primera hija sobreviviente que rompe con las defunciones en la manigua, bautizada por Calixto García y su tía Regina Gómez, y ser humano que abrazó la causa del independentismo de manera fervorosa desde los días de la Guerra Grande.

"Es una mujer dolida en el plano físico, enfermiza, que venera al padre y a la madre. Un disgusto que sufran ellos, lo padece Clemencia. A través de esa hija puede conocerse el pulso de la casa, es la primogénita, y hay que ganársela y buscar su simpatía como pase de entrada a la familia. Es tanta su ascendencia que se habla, incluso, de una posible expedición hacia Cuba en la que estaba enrolada. Hubiera sido algo insólito una mujer expedicionaria, cuestión que solo quedó en el nivel de intenciones entre ella y Gómez. Estas especulaciones y construcción histórica se basan en la escritura."

La mixtura de apuntes nos devela a una Clemencia "amante y obediente hija, cariñosa hermana y fiel amiga", como la calificara María B. de Masó; y una nota reveladora de su carácter también la ofrece Concepción H., viuda de Barnet, cuando registra: "Siempre te he comparado con la Violeta, esa modestísima flor que se esconde dentro del follaje, y que sin embargo la descubrimos por su embriagador perfume".

Esa es la cubana que sin proponérselo legó a su pueblo un documento de inestimable valía patriótica para todos los tiempos. Luis Lamarque, al referirse a una familia imprescindible del independentismo cubano, dejó escrito en el álbum: "... hogar que ud mi estimable Clemencia hace resplandecer con el brillo de su modestia, de su virtud, de su discreción y de sus pensamientos sanos, serenos, sinceros y santos (...) Una hija de tanto valer necesitaba tener un padre como Máximo Gómez cuyo nombre completa la trinidad más grande de los héroes americanos". (sic)

Pie de foto: Leer el álbum de Clemencia nos permite conocer el mundo exterior de una generación cuyo eje es la independencia cubana, afirma el historiador Antonio Álvarez Pitaluga.

 

EL VIEJO MAMBÍ

EL VIEJO MAMBÍ

A Máximo Gómez, nacido el 18 de noviembre de 1836, en Baní, solo sus más cercanos colaboradores pudieron llamarlo con sumo respeto El Viejo, y no en todas las ocasiones.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

La escuálida y erguida figura montada en caballo blanco nos quedó para siempre en la memoria. Así nos llega el Generalísimo Máximo Gómez Báez, el estratega militar de quien nunca hemos sabido qué parte de su espíritu fue más dominicana que cubana, después de 30 años de darlo todo por esta, su segunda patria.

Decía que a la independencia de Cuba se sumaba para pelear por la libertad del negro esclavo y del criollo explotado por el colonialismo español. De brillante ingenio militar, de él son leyenda sus emboscadas escalonadas, las hábiles contramarchas y los prolongados y agotadores movimientos a que sometía al enemigo.

Fue tanta su grandeza en los campos insurrectos cubanos y mucho lo que debe hablarse de esa participación, que poco se escribe del hombre que soñaba con Bolívar, San Martín, Garibaldi y "toda esa gente loca y guapa", como decía.

Ni de quien con delicadeza afirmó: "La pena y el dolor buscan al dolor y la pena para asociarse, los que sufren pronto se hermanan". Al que escribió a Clemencia: "A ti, hija amada de mi corazón. A ti, pedazo de mi alma, amor de todos mis amores y esperanza de mi vida". Al que exclamó: "Murió mi Panchito... mis brazos se quedaron abiertos esperándole".

Ese hombre de poderosa ternura es inevitable llevarlo en la memoria con su bravura en los combates por la libertad cubana. Pero también habrá que recordarlo retratado en cuerpo y alma por el general mambí Miró Argenter, con trazos que muestran al héroe en parquedad de carnes, tez trigueña y mirada viva y penetrante.

No fumaba, ni decía ni permitía en su presencia palabras obscenas. De comer sobrio, prefería los asados, los vegetales y los dulces, y era un empedernido bebedor de café. Escribía bien entrada la noche, su cama era la hamaca, y en los amaneceres, aún en invierno, su asistente derramaba sobre la cabeza un galón de agua: "Así no se cogen catarros", afirmaba.

Patriarca de probado humanismo, al lado izquierdo del pecho y sobre el corazón solo dejó que dos insignias reposaran: el escudo de Cuba y la estrella solitaria de nuestra bandera. En los últimos tiempos llevó siempre consigo, al cinto, el machete curvo que perteneciera a Martí.

Pero esa visión del hombre queda relegada ante la fiereza de un arrojo que hizo que altos oficiales españoles le llamaran "el que más valía de los enemigos" y "el mejor general de ambos bandos en la guerra de Cuba". Su enemigo en armas, Arsenio Martínez Campos, le definió como el primer guerrillero de América. Entre sus subordinados y la oficialidad cubana era el maestro al frente de la tropa, cuyos cabellos blancos en la avanzada guiaban a los hombres al campo del honor.

Profundo respeto profesó José Martí por el Generalísimo. Tanto es así, que en la preparación de la Guerra, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano le propuso que asumiera el mando supremo de la contienda. Y lo hizo luego de visitarlo en su casa de Montecristi, República Dominicana, y de sostener largas y profundas conversaciones.

En carta escrita en la ciudad dominicana de Santiago de los Caballeros, Martí le dice: "...vengo a pedirle que cambie el orgullo de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la revolución, y la amargura de la vida consagrada al servicio de los hombres". El 15 de septiembre de 1892, Máximo Gómez contestaría afirmativamente al llamado por una Cuba libre.

Gómez, aquel cubano entre todos los cubanos, fue el legendario combatiente de La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas, Naranjo, Saratoga y Altagracia; el que dijo: "Como quiera que sea es preciso vencer los obstáculos, pues en nuestra guerra no debemos creer en los imposibles". Muchos años antes había entrado ya en la historia cubana cuando en el combate de Tienda del Pino, con la primera carga al machete, quedaron muertos más de 200 españoles y, en los vivos, permaneció la impronta de un arma nacida en la fragua del trabajo.

A Máximo Gómez, nacido el 18 de noviembre de 1836, en Baní, solo sus más cercanos colaboradores pudieron llamarlo con sumo respeto El Viejo, y no en todas las ocasiones. "...de quien solo grandezas espero", habló de él José Martí. 


 

COLÓN METEORÓLOGO

COLÓN METEORÓLOGO

El 27 de octubre de 1492 el Gran Almirante atisbó esta Isla y el 28 tocó tierra. En 1502 sobrevivió en La Española a un huracán gracias a su intuición marinera.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

La historia recoge que el 27 de octubre de 1492 Cristóbal Colón avizoró esta Isla desde la holguinera bahía de Bariay, y que el 28 pisó terreno firme junto con los tripulantes de La Niña, La Pinta y la Santa María. De entonces acá, no hay cubano que no afirme que "esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto" aunque, a decir verdad, el genovés fue poco original, pues la muletilla la repitió más o menos igual en otros sitios, quizás por una temprana vocación de turoperador deseoso de que "lo mío, primero".

Pero más allá de una conmemoración anual, o de la inacabada polémica de si fue un descubrimiento o un encuentro entre dos culturas -más bien diría que encontronazo, en el que una de las partes, los aborígenes, cargaron con el perjuicio de la colonización, las encomiendas, el saqueo, la matanza, los suicidios colectivos y la destrucción-, lo cierto es que el Gran Almirante tuvo aciertos y, entre ellos, nadie puede negar su vinculación con la vanguardia de la navegación en la época y que fue persona de mucho instinto; tanto es así, que no pocas veces salvó la vida gracias a ellos.

A propósito de esta temporada ciclónica, Edelberto Leyva Lajara, profesor de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, comenta sobre la particular intuición marinera de Colón, la que le permitió el 12 de junio de 1502, en su cuarto viaje, olfatear un huracán y reconocer sus signos con tiempo suficiente como para guarecerse en zonas seguras de la costa.

Dice que venía con una expedición de cuatro embarcaciones cuando le empezó con el "tiqui-tiqui" del vendaval, pero le negaron tocar puerto en La Española, donde tenía prohibido entrar por violar allí con anterioridad mandatos de la Corona. No obstante, el viejo lobo informó que se acercaba algo "de madre y muy señor mío", mas nadie lo tomó en cuenta y 30 embarcaciones cargadas de oro partieron de aquella isla (Haití y República Dominicana).

Las naves, aún sin perder de vista a La Española, iban confiadas hacia su destino, Europa; en tanto Colón con sus pequeños navíos de madera buscó refugio en alguna ensenada conocida desde viajes anteriores. Fin de la historia: el genovés y su gente fueron los sobrevivientes de una tempestad en arrebato, mientras solo los tripulantes de cuatro naves de la otra flota lograron hacer el cuento.

El Gran Almirante debió sentir un orgullo ilimitado por su tino. Y a propósito de su carácter, una faceta de la que pocas veces se escribe, Cristóbal Colón es una de las figuras históricas a la que más controvertidas definiciones se le endilga. Hay quienes dicen que era abnegado, adaptable, casto, crédulo, delicado y elocuente. Otros afirman que se mostraba altivo, ambicioso, autoritario, obstinado, calculador, egoísta e indisciplinado.

Y como los embrollos no acaban, su nacimiento se lo disputaron, en Italia los territorios de Génova, Savona, Nervi, Pradello, Oneglia y Cogoleto. Los españoles a lo largo de la historia no se quedaron detrás: Extremadura, Cataluña, Galicia y Mallorca. Y no faltan quienes lo asociaron con un pirata vasco o sobrino de un lobo de mar francés. Incluso, Portugal, Noruega e Inglaterra no escaparon a los afanes "investigadores".

Su muerte es más clara, falleció en Valladolid, España, en 1506, muy lejos de los privilegios con que contara años atrás; pero, entonces, la controversia está en si fue enterrado en Sevilla o en Santo Domingo. Incluso, en 1795 supuestamente sus restos se trasladaron a la Catedral habanera y hubo celebraciones solemnes reflejadas por la prensa de la época, cosa que no fue cierta, pues no pertenecían al Almirante.

¿Y cómo le llamaron? Bueno, en estos días aciclonados vale un entretenimiento histórico. Los ingleses le llamaron Columbus; los portugueses, Colom, con m; los franceses, Christophe Colomb; y los italianos, Cristoforo Colombo. En España, el Almirante primero se hizo nombrar Coloma, y después, Colón.

¡Ah, estos días de entrada de invierno tropical traen a la memoria otros datos curiosos! Sí, porque su firma es otro enigma nunca develado por el navegante, y los caracteres que conforman la pirámide han sido objeto de innumerables teorías entre los estudiosos. Y, para añadir más sal y pimienta al asunto, hay quienes lo describen como el último hombre del Medioevo, el primero de la Edad Moderna, duro de carácter y poeta de palabras y hechos.

Fallecido a los 55 años de edad, Cristóbal Colón dejó a la posteridad el gusto por bucear en la realidad, la leyenda y el mito. Dicen que creía en augurios, tenía predilección por el número siete, era amante de las ciencias, de fuerte voluntad y astuto, a la vez que sensible, servicial, elegante y elocuente con las damas.

Los historiadores lo describen de cara larga, rasgos pronunciados, ojos grises y pelo rojo, de joven. Algunos señalan, con picardía, su preocupación por la calvicie. Tuvo dos hijos: Diego, de su matrimonio con Felipa Moniz; y Fernando, vástago natural con Beatriz de Arana, a quien reconoció y, con ello, pudo utilizar delante del nombre el tan apreciado "don".  A ambos los llevó en sus viajes y les "pegó" el gusto por el mar. También se aventura una posible relación con Beatriz de Bovadilla, aunque no hay confirmación.

Y como a los cubanos no nos gusta quedar a la zaga, también hemos puesto lo nuestro para aumentar la leyenda. Sí, en nuestro continente, la primera estatua que se le erigió fue en el municipio matancero de Cárdenas. Con bombo y platillo se inauguró el monumento al navegante el 26 de diciembre de 1862, y fue obra de una colecta pública. Enhiesto aparece en bronce el Almirante, con el globo terráqueo al lado del pie izquierdo. El pedestal es de mármol.

Pero desafiando todo entuerto y acierto en el tiempo, a Cristóbal Colón nadie puede arrebatarle la gloria de un viaje que lo hizo llegar a un nuevo mundo, según la psicología e intereses económicos de la ya entonces vieja Europa, interesada en el fomento del comercio con el Oriente y la expansión del Cristianismo, que en estos lares conllevó a que se estableciera un contacto que nunca más se interrumpiría entre las diversas partes, la más de las veces, de forma desigual.

LUZ DE RELÁMPAGO

LUZ DE RELÁMPAGO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ Y ANTONIO ÁLVAREZ PITALUGA (1)

Mohíno. Justo así se describe Martí en el instante en que el Generalísimo Máximo Gómez va hacia una de las cañadas de Vega Batea y le pide que lo deje solo con los oficiales Ángel Guerra, Paquito Borrero y Félix Ruenes. No piensa en infidelidad alguna, no es posible entre estos grandes de la Independencia cubana una traición a la altura de la convocatoria de la Guerra Necesaria. No hay amarguras.

La tarde en las lomas guantanameras sobreviene y este hombre proveído de amor y vida aún no rebasa los asombros desde que el 11 de abril de 1895, apenas cuatro días atrás, desembarcara en la Playita, en Cajobabo, unas costas agrestes de la geografía oriental cubana a las que ha llegado después de más de 15 años de exilio.

Peregrinar desesperado -podría decirse- en el que siempre cuidó de aferrar el alma a la luminosidad de la Independencia que ahora será tangible en los campos insurrectos luego de hermanar voluntades y esperanzas, vencer rencores y discordias, y unir en un mismo destino tanto a la generación de los pinos nuevos como a la de los robles de la Guerra del 68. Se vuelve, entonces, síntesis e impulso del ideario revolucionario cubano, ya trascendida la heredad de los titanes fundadores.

Salustiano Leiva, ya en la ancianidad, como una fotografía en sepia recordará en las últimas décadas de la centuria pasada al Martí de sus doce años. Y al evocar la primera noche del Delegado en tierra cubana, declarará: "Martí lucía muy joven, casi un niño, delgado y bajito; dos cosas me llamaron la atención de él: lo negro que tenía su bigote, y la voz, una voz que yo no podría describir pero que todavía me suena en los oídos...".

Es el hombre que a partir de ahora y hasta el fatídico 19 de mayo en que tres balas al unísono lo despiden hacia la eternidad en Dos Ríos, andará fascinado por la exuberante flora y fauna de los montes de la Isla, y en registro minucioso en el Diario de Campaña anotará sobre palmas, ceibas, curujeyes y arroyos, comidas criollas que saben a paraíso, y sobre tanta gente sencilla o protagónica que se le acerca mientras avanza la mambisada.

Finalmente en Cuba, Martí está cerrando un tiempo de su vida en que se ha multiplicado inagotable en cartas, artículos periodísticos, discursos, relaciones personales. El más grande de los cubanos es consciente de su misión histórica para asegurar la Independencia, desarrollar su peculiar estrategia antimperialista y continuar aventando las semillas de la emancipación latinoamericana.

En esa espera consciente por Gómez, Guerra y Ruenes -quienes todavía se hallan en la cañada-, está pensando en los peligros que acechan. Aún no ha hecho su debut como soldado en Arroyo Hondo, ni curado un herido o sentido el estertor de otros en medio del fragor de la batalla. Todavía no hay, ni habrá, queja por el variopinto contenido de su alforja cargada de armas, balas, libros... Pero tampoco se engaña. Sabe que la muerte puede estar ahí cerca, casi la intuye.

El hombre que hoy se nos viene encima como luz de relámpago está a punto de ser un protagonista múltiple. En breve, el abrazo que le dará El Viejo simbolizará el equilibrio que el Generalísimo ha sabido entender y otorgar a la obra martiana, al Partido Revolucionario Cubano y al Ejército Libertador. La calidez del gesto lo situará jerárquicamente en igual nivel al de las figuras más representativas de la Guerra Grande, y será reconocido implícitamente cual puente generacional, portador Martí con el Manifiesto de Montecristi de un programa de radicalización revolucionaria. Para Martí, Revolución es liberación nacional y transformación social.

Pero el Delegado está ajeno a lo que se cuece en ese aparte impuesto por Gómez y solo atina a pensar en qué nueva dificultad habrá de vencer en el ascenso hacia la libertad de Cuba. Confía en la amistad de El Viejo, leyenda viva del independentismo cubano. Es una amistad vestida de Revolución, una amistad que les ha permitido fundirse en una sola idea. De los combatientes del 68, es el Generalísimo el que más se ha acercado y evolucionado hacia las ideas martianas sobre la revolución al considerar que esta tiene un sentido social y, por ello, no es solo acabar militarmente con la metrópoli, sino solucionar los problemas del país. En esa voluntad de radicalidad se unen estrechamente.

Solo pasan breves minutos y Ángel Guerra llama a Martí y al capitán Cardoso. Y es el Apóstol quien anota en su Diario de Campaña el 15 de abril de 1895: "Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos. (...)".

(1) Profesores, respectivamente, de las Facultades de Comunicación y de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana.

¡VOLÓ COMO MATÍAS PÉREZ!

¡VOLÓ COMO MATÍAS PÉREZ!

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Viñeta: Virgilio

Unos afirman que el 28 y otros que el 29 de junio de 1856, pero lo cierto es que sucedió en La Habana, en el otrora Campo de Marte. Dicen que Matías Pérez, eufórico, saludó a los habaneros que llegaron a la plaza y a los que se aprestaban a participar en aquella segunda hazaña como curiosos desde balcones y edificios aledaños. Después, con hidalguía y coraje, subió a la barquilla del globo Villa de París, para emprender el ascenso.

Tanto remontó, que la vista no alcanzó para verle más en aquella noche de viento empujado hacia el mar. Algunos pescadores dijeron que, la última vez, divisaron al viajero cruzando cerca de La Chorrera. Matías Pérez, el aeronauta audaz, había desatado amarras para un viaje que no imaginó sin regreso.

Poco se sabe de su llegada a Cuba desde Portugal, país donde nació. Convertido en uno de los hombres más populares de La Habana de mediados del siglo XIX, había sido capitán de una embarcación de pesca y cosedor de telas para echarlas a pelear contra el viento. Así, su fama de toldero creció entre los hombres entendidos en marinería, y le llamaron el "Rey de los Toldos".

Y si las profundas y salobres aguas de mar fueron para Matías Pérez el amparo económico práctico, su mente anidaba la idea de remontar hacia el reino de las nubes, del Sol y de la Luna. No presagiaba su destino misterioso y su desaparición, enigma o leyenda. Quizás, vanidosamente pensara prenderse una estrella en el pecho.

Tal vez ya sabía de otros intrépidos probadores de fortunas aéreas en esta tierra de sol bravo, entre los que figuraron los franceses M. Robertson y M. Morad, la orleanesa Virginia Marotte, y el cubano Domingo Blinó, este último, un hojalatero que ideó su propio globo y, amante del espectáculo, no desaprovechó la ocasión para regalar al espacio palomas, flores, versos y hasta dos cuadrúpedos en paracaídas (algunos se aventuran a decir que fueron chivos).

Pero su sueño lo avivó el francés Godard, quien realizó maravillas en cada ascenso con el globo Villa de París, durante su estancia en La Habana. Al Campo de Marte acudían curiosos para deleitarse con aquellos malabares que incluyeron vueltas en trapecio y en caballo. Allí también estaba el toldero, deslumbrado por el arte del francés y obsesionado por la pasión de los vuelos.

Entonces, los toldos y su buena hechura le parecieron oficio pequeño y soñó con piruetas en el aire. Se convirtió en ayudante de Godard. Después, por 1 250 pesos le compró el globo, y el 12 de junio de 1856 hizo el primer intento de viajar solo, mientras era muy bien visto en el Campo de Marte.

Una falla en la válvula de escape lo precisó a regular el aire en las alturas y bajar con el artefacto. Hubo, entonces, arrebato por aquel valiente, quien, tozudo, "sacó" otro pasaje a las nubes para 17 días después, cuando definitivamente se convirtió en leyenda después de un ascenso en el que no hubo retorno. Una búsqueda incesante por tierra y mar traía a cada regreso el desaliento de lo irremediablemente perdido.

El vuelo en globo de Matías Pérez, su nombre y hazaña son símbolos de audacia entre los cubanos, quienes evocan a uno de los precursores de nuestra aviación y agradecen el intrépido intento del aeronauta. Pero también nos llega en el hablar cotidiano sobre las cosas perdidas e irreparables con una historia resumida en: "¡Voló como Matías Pérez!".

Otros, los más soñadores, preferimos adivinarlo en alguna señal de las estrellas, como quien regala un guiño y dice que burló el tiempo y la distancia para continuar deambulando incesantemente por el espacio. Así, con el quijotismo de los aventureros y a despecho del olvido, continúa Matías Pérez en las estancias del afecto.