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Isla al Sur

“AUN ME SIENTO UN NIÑO”

“AUN ME SIENTO UN NIÑO”

El doctor José Luis Miranda Hernández es neurólogo del hospital Hermanos Amejeiras y en su tiempo libre juega en videoconsolas.

Texto y foto:
ERNESTO LAHENS SOTO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

En la localidad de Cojímar, al este de La Habana, vive el doctor José Luis Miranda Hernández, jefe del servicio de Ictus del hospital Hermanos Amejeiras. De elevada estatura, tez trigueña, pelo negro algo rizado y nariz aguileña, muestra una probable ascendencia árabe o andaluza.

La sala de su casa está adornada por retratos familiares, juguetes y libros sobre medicina. Allí, sentado en un sofá, con un mando de su videoconsola en las manos, accedió a la entrevista. Pausa el juego de futbol que distraía su atención y me mira.

“Nací en Caibarién, provincia de Villa Clara, en un hogar humilde, fui el menor de dos hijos. Mi padre es pintor, profesión que siguió mi hermano y la cual me causa atracción; yo, en cambio, soy médico, aunque tengo  habilidades para las artes plásticas.

-¿Siempre quiso ser médico? Mirando para la maqueta de un transbordador espacial que tiene en su librero me responde: “No, de niño soñaba  con ser piloto, sentía fascinación con las alturas. Por esta razón entré en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Villa Clara; pero en el año de mi graduación no bajaron plazas para aeronáutica.”

Sonríe y coloca el mando sobre la mesa del televisor. “Yo no deseaba Medicina; pero al poco tiempo me enamoré de la carrera. Mientras rotaba por las especialidades deseaba estudiar todas, hasta que llegué a neurología y supe que eso era lo mío.

“Pasé mucho trabajo por aquel entonces, estudiaba en La Habana, en el Hospital Luis Díaz Soto, y mi familia seguía en Caibarién. Bajé de peso, me molestaban los viajes semanales en camiones como si fuera ganado. Era el período especial.”

En ese momento entra su madre, Olga, y con voz emocionada comenta: “Yo pensé que se me moría, cada semana lo veía más flaco y con las ojeras más grandes; pero él quería ser médico y en la casa lo apoyábamos. Y aquí está ahora graduado y más gordo.” Sonríe.

Olga va para la cocina, trae un poco de agua. José la mira complacido, muestra una sonrisa de agradecimiento, bebe y continúa la conversación.
“El esfuerzo valió la pena, soy médico, especialista en neurología y voy ahora para la maestría y el doctorado. Cumplí misión internacionalista en Pakistán, fui el jefe de logística durante los tres primeros meses, cuando el terremoto de 2005”.

“Mis hijos son lo más valioso que tengo”, dice mirando una de las fotografías. “El mayor, Emir, lleva tres años en Estados Unidos con su madre, y Leo, el menor, es ese flaquito de seis años que nos ha chivado durante toda la entrevista.”

-¿Cómo libera el estrés cuando termina de trabajar? Enciende la videoconsola, se vuelve a reír y contesta: “Veo películas, leo mucho, pero sobre todo, me relajan los videojuegos. He desarrollado esta afición desde que tuve mi primera videoconsola hace ya 10 años y no puedo dejarla. Cada vez que tengo un chance la enciendo. Aun me siento un niño.”

-Es raro ver el contraste de alguien que se ha especializado en la atención de algo tan difícil cono las enfermedades cerebro-vasculares y que tenga tal afición. ¿Qué tipo de juegos prefiere?

“Me gustan mucho los de deportes, entre ellos el fútbol es el que más me motiva. Juego al menos un partido al día. Los Shooters (comandos) me distraen y me ocupan mucho tiempo, por eso suelo dejarlos para las vacaciones y los fines de semana. Mis hijos heredaron esta pasión, la videoconsola es el juguete más preciado para ellos. Mira, ya se acabó la preguntadera. Coge ese mando que me debes un partido de fútbol.”

Pie de foto: Entre retratos de sus hijos, libros sobre medicina y juguetes vive el doctor José Luis Miranda Hernández.

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