LA MALDICIÓN DEL AVESTRUZ
Presentación del libro homónimo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
MSc. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,
profesora de la FCOM.
He leído con pocas interrupciones La maldición del avestruz. Casi podría decir de un tirón, si no fuera por las inevitables paradas que imponen la vida académica, los compromisos personales, el teléfono auxiliador y los impostergables y adorables quehaceres hogareños que gravitan sobre la mayoría de las mujeres cubanas y no respetan ni responsabilidades sociales ni “moños virados”, como diría algún avileño.
Pese a ello, tengo la certeza de haber leído página a página sin resuello. Antes bien: con gozo. Esa sensación de tiempo continuado me llega, entonces, por un estado permanente de reencuentro, análisis, confrontación o aprobación de sus textos, entregados por sus autores con hechura buena, tan buena, que pueden parecer para cualquier lector salidos de sus propias vivencias, de sus mismas palabras. Y eso, lo sabemos los periodistas, es la medida exacta de que nuestro trabajo ha hecho diana en el receptor.
Quizás este sea el primer mérito de los casi 70 trabajos de opinión del colectivo de autores de Juventud Rebelde, presentados por la Casa Editora Abril. Casi 70 historias bien contadas no porque con afán perfeccionista se haya registrado minuciosamente el orden del sujeto, más el verbo, más el predicado en cada núcleo de ideas, sino porque éstas han sido expuestas desde el corazón, con la razón.
¿Y es posible el abrazo?, pudiera preguntar un desentendido en materia de periodismo, pero los que aquí estamos sabemos que no solo es posible, sino necesario, en un trabajo que no debiera arruinar las expectativas de su público meta con abigarramientos de datos, oscuridad en los términos empleados y que esconden las propias incapacidades para la comprensión del fenómeno que se aborda, la pesadez y arrogancia en la expresión, y los sermones filosóficos que poca o ninguna huella dejan tras su lectura.
Acá se ha buscado como continente del contenido, básicamente, el comentario y la crónica opinática. Dos géneros periodísticos comprometidos y comprometedores, y en los que los autores han eludido con acierto el didactismo y el estilo doctrinario que, desafortunadamente, suele aparecer en nuestra prensa con más recurrencia que la deseada, o necesaria, o justificada. Ellos no nos están diciendo todo en sus textos, no nos imponen, no critican desde posturas catequísticas, no dan conclusiones absolutas ni arrinconan nuestra propia suerte de seres pensantes.
Alina, Agnerys, Pepe, Sexto, Ronquillo, José Aurelio, Osviel, Luis Raúl, Luque, Nelson y Tamayo parten de historias y opiniones sentidas, asimiladas, vividas, analizadas, sufridas, contextualizadas en su dimensión y visión particular que las universaliza, para dejarnos en el placer de pensar, valorar, sopesar y llegar a nuestras propias lógicas como sujetos pensantes no necesariamente opuestos.
Ha sido una fiesta la lectura y una propuesta a meditar para la docencia. En un momento en que la bibliografía práctica del patio a consultar es un acto difícil, La maldición del avestruz al compilar estos casi 70 trabajos ofrece la posibilidad a los profesores de llevar a las aulas textos actuales nacidos de las urgencias y emergencias del cubano de hoy, narrados de manera concisa, clara y elegante como marcan las reglas más elementales del periodismo, a la vez que las estructuras lógicas y flexibles que presentan son indicadoras de permanentes propuestas creativas en una profesión irreverente a las fórmulas.
Son trabajos en los que inteligentemente se ha evitado el estilo asertivo de afirmaciones irrevocables, para dar paso a la persuasión seductora, creativa, asentada ésta en la argumentación, el razonamiento y el análisis y sazonada con la anécdota, la ironía, el humor, la cita, el dato, la frase popular, la información factual y las esencias de un hecho, todo sostenido de manera audaz, que no altisonante, ni ampulosa, ni estirada, sino con tonos desenfadados, a veces casi coloquiales.
Ese es, a mi modo de ver, otro gran acierto de estos trabajos: el de no cerrar la opinión a una sola voz: la del constructor del mensaje. La no negación de interpretaciones al lector. El no despojar al receptor de su propia mirada crítica ante el hecho comunicativo.
Por el contrario, ellos se arriman a modos de expresión que redimensionan la opinión propia para hacerla un producto participativo y robustecido con la voz de todos.
Saludemos desde la Academia, entonces, este esfuerzo del colectivo de autores de Juventud Rebelde y de la Casa Editora Abril. De esa unión que parece abrazar al poeta Baudelaire cuando expresara: “…la mejor crítica es la que resulta entretenida y poética; no esa otra fría y algebraica que, bajo pretexto de explicarlo todo, no tiene odio ni amor y se despoja voluntariamente de toda especie de temperamento”.
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