LA HABANA Y SUS MAMPARAS
JUSTO PLANAS CABREJA,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Nuestra capital, una vez, fue ciudad de mamparas. Los colegios situaban a su entrada un Santiago Apóstol dibujado con vidrio, o acaso exhibían la letras JHC que significan Padre, Hijo y Espíritu Santo. Mientras, las tabernas de la ciudad tenían pequeñas mamparas hechas para que el transeúnte pudiera apreciar la también recortadísima falda de una mujer de la calle, como se decía en aquellos tiempos, y más que su falda el caminante disfrutaba de sus piernas coronadas con una provocadora liga.
La mampara mostraba al visitante en qué calle se encontraba, quiénes eran los dueños de la casa y hasta cómo había que tratarlos.
Sus formas eran infinitas: se transfiguraban en flores, paisajes disímiles, o figuras geométricas. Algunas incitaban a la risa: un marinero ebrio, la mulata que danza, el asno que se niega a caminar.
Gracias a las mamparas el pregón callejero atravesaba las casas de lado a lado. Y el vecino curioso bien se aprovechaba de esta facilidad. No había que tener el oído muy atento para conocer las intimidades de una familia, porque saltaban de mampara en mampara hasta la casa contigua.
Valgan entonces estas mamparas para que usted conozca esta historia.
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