CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS
El éxito de que los alumnos se identifiquen con el profesor y comprendan lo que se les imparte, está en una buena comunicación, considera la doctora María Dolores Ortiz
ROSANA BERJAGA MÉNDEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Después de cuarenta años de profesión, la doctora María Dolores Ortiz, Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, confiesa que no concibe su vida sin la casi tricentenaria institución.
Ahora la escucho contar emocionada las mil y una anécdotas de su vida, mientras se pasea por su oficina abarrotada de libros en la sede del Ministerio de Educación Superior.
Recuerda los tiempos de Fructuoso Rodríguez, José Antonio Echeverría, cuando los jóvenes universitarios eran los principales protagonistas de acciones como la del 9 de abril, 13 de marzo ó 20 de abril, fechas que, dice, “jamás olvidaré”.
“En tercero o cuarto año de la carrera el ambiente ya estaba cargadito. Se sabía que Fidel estaba en México y no era un secreto para nadie que se preparaba algo, porque el propio Fidel lo había publicado en una Bohemia ‘En el 56 seremos libres o mártires’. El problema era saber cuándo, cómo y dónde.
“Tampoco era secreta, por supuesto, la oposición de los estudiantes al régimen, como aquel grupo que se lanzó al terreno del antiguo Estadio del Cerro para protestar contra la dictadura. Ese gesto fue observado por todo el pueblo, y recuerdo que después fui al hospital para ver a quienes resultaron heridos.
“Pero uno de mis mejores recuerdos es aquel 27 de noviembre después del Triunfo de la Revolución, cuando se hizo una gran manifestación bajando por la escalinata universitaria hasta el monumento de La Punta. Ese día lloré muchísimo, pero no de rabia o de impotencia, era no sé qué sentimiento inexplicable, pues si antes una veía a la policía de la esquina de Zanja y San Lázaro, o los bomberos, que nos tiraban chorros de agua para detener las manifestaciones, esta vez nos esperaban los de la policía revolucionaria para darse un abrazo con los estudiantes. Quien vivió ese momento no podrá olvidarlo.”
La historia
Nacida y criada en Holguín, como ella misma afirma abandonó su tierra para venir a estudiar en la Universidad de La Habana la carrera de Filosofía y Letras.
“Esa carrera quizás se estudiaba en la Universidad de Las Villas, pero mi papá, que era abogado y había pertenecido al grupo de Julio Antonio Mella y participado en el Congreso Nacional de Estudiantes, quiso siempre que mi hermana y yo viniéramos a estudiar a la universidad más prestigiosa del país. Ese era su sueño. También era como una tradición, porque otros de mi familia ya lo habían hecho.
“Llegué en 1953, una época difícil para la Universidad y para el país, por el asalto al cuartel Moncada, el juicio de los moncadistas, la dictadura de Batista. Era un tiempo en que la Federación Estudiantil Universitaria desempeñaba un rol importantísimo en la lucha revolucionaria.
“En esa etapa se elegía un delegado por asignatura para recoger los criterios de los estudiantes o si tenían algún problema con los profesores. Yo fui durante tres cursos delegada por la asignatura de Latín, y aún conservo con mucho cariño una especie de planilla que entregaban como constancia de ese cargo.
“Recuerdo que teníamos un grito característico: “¿Quién vive? ¡Caribe!, ¿Quién va? ¡La Universidad!, ¿Quién domina? ¡La Colina!!”, y otro que era una especie de estribillo que empezaba despacito e incrementaba el ritmo con el fervor de la manifestación, y decía: “La-ca-be-za-de-Ba-tis-ta…”.
La vocación de enseñar
La enseñanza estuvo siempre en su horizonte e, incluso, en aquellos tiempos era el perfil de su carrera: “Recuerdo que empecé en septiembre de 1957. Estudiaba al mismo tiempo que impartía clases en un colegio privado. Después del Triunfo de la Revolución, me mandaron para Ciudad Libertad a trabajar en una secundaria básica, sin dejar a mis alumnos anteriores, y cuando nacionalizaron las escuelas y comenzó la Campaña de Alfabetización, me los llevé conmigo para Varadero, para prepararse como alfabetizadores también.
“Confieso que uno de mis mayores orgullos es haber pertenecido a la Brigada Conrado Benítez, con la que logramos el primer territorio libre de analfabetismo dentro del municipio de Güines.
“En marzo de 1963 pasé a ser profesora de la Universidad, en la Facultad de Artes y Letras, hasta que Roberto Fernández Retamar, que en aquel tiempo era el jefe del Departamento de Lingüística, me mandó para la Facultad de Educación.
“Luego, Dulce María Escalona, la decana, me mantuvo trabajando con ella durante 12 años como jefa del Departamento de Español en el Pedagógico Varona. Allí hicimos todos los programas, el sistema de evaluación, los planes de estudio, porque estas eran carreras que no existían antes del triunfo de la Revolución.
“Después comencé a trabajar en el Ministerio de Educación Superior desde su fundación en el 1976, a la vez que mantenía la docencia. Así, impartí clases a Bibliotecología y Ciencias de la Información, a Periodismo (yo fui profesora del primer grupo de Periodismo que se graduó en la Universidad) y la Facultad de Lenguas Extranjeras”.
La doctora María Dolores Ortiz no temió que todo el historial que la ha hecho una mujer paradigmática en el campo universitario entorpeciera la comunicación con sus alumnos: “No, quizás porque nunca he pensado en que poseo un historial. Creo que esa condición la tienen personas como Vilma, Haydeé, Fidel, Celia, pero yo no. No soy nada extraordinario. ¿Qué he hecho yo en esta vida que no sea más que trabajar?”
Sin embargo, la distinción 250 Aniversario de la Universidad de La Habana tuvo para ella una connotación especial: “Ah, esa sí fue muy importante para mí, todo lo que venga de la Universidad lo es; tal vez por el mismo hecho de que cuando yo me estaba formando, llegar a ser profesor de la Universidad era un sueño casi imposible, por lo que una de las grandes realizaciones de mi vida profesional fue llegar a ser profesora de esta institución, y estoy orgullosa de serlo; como estoy orgullosa también de toda su historia. Por cierto, esa fue la primera vez que participé en una conmemoración tan grande y fue, además, la primera condecoración que recibí.”
Ahora, el diálogo enrumba a conocer qué profesores no dejaría de mencionar si tuviese que escribir la historia de la Universidad: “Bien, te puedo hablar de los míos, de los que, con muy pocas excepciones, yo nombraría a todos. Aunque, claro, siempre hay algunos que ejercen una influencia mayor. Así te puedo mencionar a la doctora Vicentina Acuña y los doctores Elías Entralgo y Roberto Fernández Retamar.”
Al hablar de maestros, de paradigmas del magisterio, no puede faltar nuestro José Martí. Ella es una devota de la obra martiana, lo transparenta siempre en su proyección ya no como profesora, sino en su hacer cotidiano como cubana.
“Mira, en mi casa, desde que yo era pequeña, mi papá me leía siempre a Martí, y yo fui creciendo con eso. Cuando pude leer y, por supuesto, entender lo que leía, cayó en mis manos La Edad de Oro.
“Yo, aunque quisiera, no podría desligar mi vida de lo que he aprendido de Martí, no solo la profesional, sino la cotidiana, porque hasta la forma en que actúo está ligada estrechamente a lo que he aprendido de él; pero pienso, además, que ningún cubano puede ser revolucionario sin ser martiano, porque primero se conoce al maestro y después se es todo lo demás.”
Nos acercamos al momento de la conclusión, la doctora Ortiz tiene trabajo inminente, por eso busco de inmediato que me diga lo que significa para ella la Universidad de La Habana.
“Imagínate. La Universidad de La Habana es una parte importantísima de mi vida. Realmente no concibo mi vida fuera de la Universidad, porque todo lo que he hecho, de alguna forma, está vinculado con ella. Incluso, cuando no pertenecía, mi papá, en la casa, hablaba todo el tiempo de lo que ocurría, de Mella, de las manifestaciones estudiantiles… Yo digo que sigo perteneciendo a la FEU, que soy miembro de sus filas… yo no he dejado de ser parte de esa Universidad.”
Sin embargo, ya no está en las aulas, ¿qué ocurrió?
“Bueno, que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”, como dice la canción de Pablito Milanés, y otra cosa fue que tuve problemas de salud. Me enfermé de las cuerdas vocales y estuve ronca por meses.
“El médico que me atendió lo atribuyó a mi profesión y me prohibió dar clases de nuevo; no obstante, seguí dando clases en aulas de postgrado (y eso requiere mucho esfuerzo, vocal y físico) pero ya no puedo.
“Ahora trabajo asesorando tesis de Maestría y Doctorado, y creo que eso también es útil, ¿no?, aunque ya no esté impartiendo clases.”
Por esa razón muchos afirman que María Dolores Ortíz es como el Alma Máter, con los brazos siempre abiertos…
“Yo creo que no soy tanto. Es bueno que haya gente que me vea así, pero lo que sí te puedo asegurar, sin falsa modestia, es que el éxito de que los alumnos se identifiquen con el profesor y comprendan lo que se les imparte, está en una buena comunicación; por esa parte te puedo decir que estoy orgullosa y conforme, porque siempre tuve buena comunicación con mis alumnos; ellos no tenían pena de acercarse a mí para preguntarme algo y yo trataba de responderles. También pienso que los profesores deben adaptarse a la situación del estudiantado.”
Si de generación se trata, la destacada pedagoga toma partido, a no dudarlo, por la suya, tomada de la mano del cariño y la historia. Y al hablar le brillan los ojos con emotiva sinceridad.
“Considero que cada generación tiene sus particularidades, pero la primera en subir la escalinata después del Triunfo de la Revolución es imposible de olvidar. Esos que subían con tanto fervor revolucionario, que creían tanto en lo que se estaba haciendo y muchos de los cuales ni siquiera habían terminado el bachillerato, porque en aquel tiempo había que tener dinero para estudiar, y eran muy pocos los que se graduaban. Ellos habían formado parte de la Campaña de Alfabetización y se sentían con ganas de seguir haciendo.”
Volvemos nuevamente a la actualidad y le pido piense en la generación de hoy, tan controvertida como siempre son los más jóvenes en su momento, y desde su mirada de pedagoga, madre y abuela imagine qué pudiera cambiarle.
“Tal vez pediría mejorar los modales y el vocabulario, no solo para rescatar el lenguaje y enriquecerlo, sino para desterrar el uso de las malas palabras, que se está haciendo tan frecuente.
“Yo no soy de las que cree que la juventud está perdida, para nada; dejaría de ser educadora si pensara de ese modo de los hombres y mujeres que estoy formando, solo creo que esta es una juventud diferente, que no deja de ser revolucionaria, pero que vive en un tiempo que también es diferente.”
Todos los que pasan por la vida quieren dejar huellas de su existencia en los demás, ¿cómo le gustaría ser recordada?
“Como una buena educadora, simplemente.”
Así, con dulzura y sonrisa, la doctora María Dolores Ortiz es de los que piensan que el tiempo no derrumba, solo transforma lo que se ha hecho, y sostiene que jamás ha tenido miedo a que los años pasen. Por eso, cuando se le pregunta por su vida en las aulas, responde sin pensarlo: “Un testimonio, aunque tendría algo de aventura, pero definitivamente sería un testimonio de todo lo que he vivido y de lo que he hecho; lo que he podido, claro, porque siempre hay quien ha hecho más. Y no me arrepiento de nada en lo absoluto. Siempre preguntan si volviera a nacer qué sería, y yo sería lo mismo que he sido, sin cambiar nada: maestra, revolucionaria, todo.”
Esta entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario de la casa de altos estudios cubana.
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