LA VUELTA
Luis Sexto prologó el libro La vuelta es Cuba, de Joel García, periodista del semanario Trabajadores. El autor del texto, en cortesía para Isla al Sur, permite su republicación.
Nunca gané una Vuelta. Paradójicamente la Vuelta me ganó otorgándome el premio de la emotividad y su tributo permanente: la nostalgia. He terminado de leer este libro, y mi corazón ha viajado a rueda de la memoria y la añoranza. ¡La Vuelta! ¿Habrá alguien que habiendo participado en ella, dentro o fuera del pelotón, haya podido olvidar esas jornadas cuando nos parecía que un nuevo hombre se formaba con el barro distinto del polvo y el sudor?
En las páginas que siguen se verá que ninguno de los protagonistas de este entrañable guión ciclístico ha logrado borrar la cicatriz de la Vuelta. Porque, como en el poema famoso de Amado Nervo dedicado a su amada, “quien la vio no la pudo jamás olvidar”. Y ahora este libro de Joel García nos la resucita vital, cierta, creadoramente. Y lo primero de cuanto podría decir sobre la obra, se refiere a su clasificación genérica. Me parece que los mejores libros son esos que carecen de la ductilidad que facilite introducirlos en un casillero. Y por tanto aquí cada lector encontrará lo que más lo apremia o le satisface. Desde el dato estadístico y la valoración técnica o periodística, hasta la confesión inédita, la intrahistoria, el dato nunca sabido del cúmulo de pasiones humanas que surgen y se pulen en una vuelta ciclística.
Yo me reencontré, al leerlo, con una de las etapas más fecundas de mi vocación periodística. Cubriendo la Vuelta, siendo testigo y a veces víctima de las insolencias e inclemencias del camino y las provocaciones de la meta lejana, experimenté hace 30 años el privilegio de ejercer el periodismo. Lo supe desde el primer momento. No tuve que esperar la aparición de las cenizas o el reposo de las aguas para apreciar nítidamente cuánto me transformo la Vuelta en mis conceptos profesionales. Y si poco después de haber cubierto el giro de 1976, abandoné el sector deportivo con el propósito de adscribirme a otros temas, cada vez que la Vuelta repetía su ciclo mi corazón de enamorado experimentaba el desgarramiento. Así debe pasarnos a todos. Y menciono en particular a Elio Menéndez, uno de los parteros de la Vuelta Ciclística a Cuba, de quien aprendí mis primeros términos en la ruta.
La Vuelta es una de las tantas cristalizaciones perdurables del INDER. Su inauguración en 1964 ayudó a masificar el ciclismo y a convertir el espectáculo deportivo en una fiesta de cultura. Cuando los trabajadores de la zafra armaron por primera vez un arco con sus machetes a orillas de la carretera para que los ciclistas gozaran del triunfo de competir, y los habitantes de pueblos y caseríos se aglomeraron en las aceras con sus pañuelos en el aire, la Vuelta empezaba a gestar un público respetuoso y querencioso de la gloria deportiva, bajo cuya influencia revolucionaria Cuba se hacía mejor sociedad.
Joel García, periodista de 29 años, nos reproduce en este libro las primeras 29 ediciones del giro nacional. Pero, como ya he insinuado, no asume la postura del compilador que pone nombres, tiempos y fechas. Trasciende esa mínima, aunque necesaria, función. Y junto con todo el andamiaje estadístico, onomástico y cronológico, nos delinea en un estilo restallante, vívido, rápido como la bicicleta de Pipián Martínez o Locomotora Vázquez, la profundidad humana de la épica de la Vuelta. Predomina en el autor el gusto por una síntesis que se afinca en el detalle más revelador. Y las páginas, más que resúmenes, son crónicas noveladas que a la vez que informan, recrean el ambiente geográfico y psicológico de la carrera con un tino de estirpe romántica. De la Vuelta no se puede escribir sino así: mojando las teclas en la sensibilidad. Y para ello hay que estar enamorado. Joel García –que escribe su libro con la misma edad con que yo cubrí mi primera Vuelta- también fue seducido. Él, al igual que ruteros, directivos y periodistas, se percató que le habían dado acceso a un hecho único. Y no ha tardado en regalar a su novia el anillo que afianza un compromiso, una pasión.
La Vuelta cuenta habitualmente con un corto prólogo. Una carrera que calienta las piernas. Y este prólogo -cuya encomienda, ante la ausencia de otros con mayores méritos, me honra- ha de ser también breve. Termino de escribir. Y mi corazón pedalea jadeante tras el pelotón que se estira y se pierde en la ignota incertidumbre del que hace camino al andar, y que aunque no sea el Líder, el ganador, sabe que habrá ganado siempre el fuego y el placer de la aventura, la promesa, el tesón. Y la nostalgia.
Corta es la vida, larga es la cola de la Vuelta.
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