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Isla al Sur

“UNIVERSITARIO POR SIEMPRE”

“UNIVERSITARIO POR SIEMPRE”

Así se autodefine el Profesor de Mérito, Julio Fernández Bulté, quien afirma vivir un poquito más porque los estudiantes le insuflan vida, ¡más que una inyección!

DESIRÉE SOCARRÁS LÓPEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Los años vividos, las experiencias y las anécdotas se desgranan de sus palabras. La piel, el cabello, la dificultad para caminar y respirar, golpean el rostro de quien espera encontrarse al carismático profesor de Derecho, pero cuando inicia el diálogo todo cambia, se transforma en un joven impetuoso: gestos que subrayan lo que con su voz expresa, mirada amplia como el cielo, sonrisa contagiosa, elocuencia desbordada en conocimientos, cultura cubana, así es el Doctor en Ciencias, Julio Fernández Bulté, Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana. Solo un minuto con él y ya, sin dudas ni contemplaciones, se siente al amigo, al compañero, al hijo del Alma Mater.

-¿Cuándo y qué motivos impulsan a Bulté estudiar Derecho, Ciencias Jurídicas?

Creo que desde que tenía 6 años ya había tomado la decisión de ser abogado. El profesor Miguel Estéfano Pisany, quien luego fue mi profesor y era muy amigo de mi papá, me dedicó un libro, un Código Civil, y en la dedicatoria me nombra con el título de Doctor, y para es fecha yo solo tenía esa edad.

Luego, ese interés por el Derecho lo completé con la idea de la justicia social. El abogado es el portador y el atleta de la justicia social, y en la medida que me iba convirtiendo más y más en un revolucionario reforzaba mi vocación de ser jurista.

-¿La educación recibida en la Universidad jugó un rol en la formación de su pensamiento revolucionario?

Mira, la revolución surge, no en el cerebro, no en el pensamiento, en el hígado. Es la resistencia a lo mal hecho, es el odio a la injusticia, es la indignación ante el abuso, ante la miseria de los humildes. Después es que uno matiza, organiza y cohesiona todo esto con un pensamiento teórico, en eso sí tuvo que ver la Universidad, en organizar mis lecturas, en hacer de mí un hombre con conocimiento de Economía Política, Filosofía, etc. Pero mi pensamiento revolucionario empezó con la rebeldía que se retuerce en el hígado.

-Si cierran la Universidad, ¿cómo se gradúa?

Yo no tuve graduación. Esto sucede porque después que abren la Universidad, regreso tarde, pues estuve dos años en la guerra y uno en el Movimiento Obrero. Luego me incorporo a los “Cursos de Liquidación”, que eran para graduar a un grupo que tenía atrasos en los exámenes.

Pero bien recuerdo mi último día de estudiante: examinaba Filosofía del Derecho, y me quedaba aún la asignatura Derecho Procesal Civil, que la estaban examinando escrita en otra aula. Entonces terminé, me corrí para esa aula, ¡y le di una coba al profesor Tablada!, porque yo quería examinarme y  le pedí que me la aplicara oral, pero él decía que era un capricho mío, que era además muy tarde, hasta que le expliqué que si yo hacía esa prueba ya yo era abogado; entonces Tablada encargó café y comenzamos a hacer un agotador examen oral de Derecho Procesal Civil, y me dio sobresaliente.

Salí, y recuerdo que caía una lluviecita, un cernidito, y me fui por la Escalinata, y cuando iba por la mitad, me viré y miré a la Alma Mater y le dije: “¡Vieja, tú no te empatas conmigo más nunca en tu vida!” Eso fue en enero de 1963, y en septiembre de 1965 estaba regresando a trabajar como secretario general de la Universidad, y de ahí no me he ido nunca.

-¿Y todo ese pensamiento revolucionario y los conocimientos que adquirió el joven universitario continúan?

Absolutamente. Las ideas revolucionarias no envejecen. Se pueden cambiar los matices, las tácticas de aplicación, pero mis principios revolucionarios y mi teoría marxista-leninista no han envejecido, creo que es una teoría que necesita una renovación, un enriquecimiento, pero no una sustitución. ¿Y en el orden jurídico?, yo le digo a mucha gente: “Señores, vuelvan a los clásicos, a esos grandes abogados que sembraron el conocimiento esencial de los principios del Derecho”.

Un poquito de ahora y de mí

-¿Qué significa para Julio Fernández ser el único jurista cubano con el título de Doctor en Ciencias?

Mira, le decía a los compañeros cuando defendí en el Aula Magna el doctorado en Ciencias: “Yo soy un hombre de acción que ha puesto la acción al servicio de las ideas”. Jamás he firmado Doctor, ni al pie de firma ni cuando era solamente Doctor en Ciencias Jurídicas ni ahora, nunca se lo he permitido a ninguna de mis secretarias, eso son vanidades ridículas. Si yo he pensado así siempre, ¿por qué luché para hacerme Doctor en Ciencias?, porque soy un hombre de acción. Y aquí la acción consistió en abrir una pirámide, que no existía, para que los demás vengan a hacerse doctores en ciencias. Eso es lo que ha significado para mí, una obra de acción revolucionaria.

-¿Le concedería al sistema judicial cubano la clasificación de Perfecto?

Ni remotamente. Tiene que hacer muchas cosas para perfeccionarse. Tienen que ganar profundidad los jueces, tiene que aligerarse el proceso, quitarse elementos inquisitoriales, refrescarse.

-¿Cree que la actual Universidad de La Habana se puede comparar con la de su época?

¡No!, la Universidad nuestra era una Universidad empaquetada, falsa, artificial, engolada. Los profesores no hablaban con los alumnos, había una autoridad formal tremenda. Hoy, el profesor se vincula con el estudiante, comparten; aunque hay profesores que piensan que hay que mantener  una distancia.

La autoridad profesoral depende de que el alumno olfatee, sienta epidérmicamente dos cosas: que tú lo respetas y que lo quieres. Así, tú lo puedes suspender, porque él sabe que no lo suspendes para disfrutar o gozar. Y por supuesto, esto no era así en la vieja Universidad, en este sentido la actual es mucho mejor.

Además, es una Universidad que se ha vestido como decía el Che, de negro, de mulato, de obrero, de campesino, antes era una Universidad elitista: ¡Cuando yo matriculé, los muertos de hambre no pasábamos de cinco!, los demás eran niñitos bien, que llegaban en automóvil, que iban a Tropicana…, y nosotros éramos los ridículos que andábamos con zapaticos rotos y que teníamos matrícula gratis. Eso también cambió, estamos en una Universidad del pueblo, ¡esta es la Universidad que soñó Mella!

Ahora, ¿que esto quiere decir que todo es perfecto en esta Universidad? No, no, no, aquí hay mucho mentecato. A veces se han perdido los límites del respeto a esa casa augusta; en mi época nadie iba sin vestir correctamente porque para nosotros esos enclaves, esas aulas, eran sagradas; y pienso que ahora deben serlo más, porque están engrandecidas con la sangre y el martirologio de tantos jóvenes que cayeron en la lucha contra la tiranía.

-Si tuviera que cambiar algo de la Universidad de La Habana…

Cambiaría muchas cosas: en los planes de estudio, en la concepción de la pedagogía. Hay que reivindicar la escuela de alegría, la escuela de fraternidad sin escolasticismo, donde el profesor diga, como Fidel le dijo a este pueblo: “Lee, no cree”, rescatar al profesor que le diga al alumno: “Discute, analiza, duda, contradíceme, sin que eso constituya una ofensa”.

Creo que no está completada la pedagogía de la Educación Superior, lo digo tranquilamente.

Veo profesores que llegan al aula y dicen: “Esta asignatura es muy difícil, pónganse para las cosas, aquí suspende cualquiera”, yo digo: “Está perdido como pedagogo”, uno de verdad empieza diciendo: “Oye, qué linda es esta asignatura, dejen que ustedes empiecen. Además, ¡qué facilita es!, deja que le cojan el swing, vamos a trabajar juntos, usted verá como vamos a gozar esta asignatura”. Porque la gente estudia aquello que le interesa, lo que le ve una utilidad inmediata o un sentido agradable, porque lo que da miedo, repudia.

¡Cuánto me ha dado la Universidad!

-Todos estos años compartiendo semana tras semana, durante 10 largos meses, con muchos jóvenes universitarios, ¿le han aportado algo positivo a su carrera profesional?

¡Por supuesto! Con los muchachos aprendo millones de cosas. Aprendo el lenguaje de la juventud, sus códigos, sus valores, sus sentimientos, aprendo pedagogía con ellos. A cada rato me pregunto cómo les llego, cómo hago para entrar, cuál es el puente cuando nos separan cada vez más años.

Soy un hombre de 70 años y los muchachos pueden ser mis nietos, entonces tengo que encontrar los caminos de la concordancia y todo eso me hace aprender. Me siento muy feliz dando clases, tengo la respiración muy mala, tengo enfisema, me cuesta trabajo moverme, y voy a la Universidad casi muriéndome, pero llego tan contento. Y no es que me haga bien trabajar, es porque los muchachos me dan vida, y además, todos los seres humanos tenemos vanidad, y cuando doy clases en el anfiteatro y los estudiantes al final me aplauden y yo les digo: ¡Eh, cuidado, esto no es un acto político!, pero mentira, me gusta. Siento la alegría de que me entendieron, oigo decir a uno: “¡qué clase más linda!”, y a otro, “por primera vez entendí esto”. Entonces me siento realizado. Creo que cada vez vivo un poquito más porque ellos me insuflan vida, ¡más que una inyección!

-¿Culminó el trabajo del Doctor Bulté, ya no tiene metas?

Cuando uno es abuelo, uno pelea por sus hijos y por sus nietos, entonces siento mi vida completada. Eso es verdad, pero no es una verdad absoluta. Todavía yo tengo metas. Lo que quiero, no es tener tal título o galardón, sino escribir muchos libros, tengo metidos en la cabeza de tres a cinco libros que quiero escribir, y pienso, me hacen falta años para escribirlos, tiempo, necesito tiempo y lo cuido mucho. Pero lo principal es que mis nietos piensen de su abuelo como un hombre interesante, querido y respetado por todas las personas.

-De todos los aportes dados a la Universidad, ¿cuáles considera los más importantes?

Haber concebido un plan de estudio que acabó con el normativismo en el mundo jurídico. Haber alentado una pedagogía de fraternidad, amor y cariño entre el profesor y el alumno. Haber disciplinado académicamente a la Facultad de Derecho, pues fui decano desde 1987 hasta 1992, y quizás fui pésimo como administrador de cosas materiales, pero estaba vigilante de que no faltara un profesor a una clase, que no se empezara una clase un minuto tarde, que se estuviera dando la clase que tocaba, fui un riguroso decano. Tenía a la Facultad en un puño y la controlaba académicamente.

-¿Qué significa la Universidad de La Habana para el Doctor?

La Universidad de La Habana es el lugar donde me hice intelectual, un ser humano sensible en contacto con los jóvenes. Donde conocí a hombres extraordinarios que todavía pensar en ellos nada más, me arrancan las lágrimas: el gordo Echeverría, Juan Pedro Carbó, Luisito Saíz. Allí conocí a gigantes del pensamiento revolucionario.

Cuando entro a la Universidad, no veo solo grandes edificios y columnas, veo sombras, espectros que se mueven entre ellas, hombres que yo revivo en mis recuerdos y despiertan en mí un sentimiento tremendo.

-¿Está preparado para despedirse de las aulas universitarias?

No, no estoy preparado.

-¿Y cómo se imagina ese día?

No quiero ni imaginarlo, la verdad que ni lo he pensado. Cuando estaba en los 50 años de edad, le dije a mi mujer: “Si cuando llegue a los 60, no me jubilo, llévame a un siquiatra que me volví loco”. Llegué a los 70, y no me jubilo, por supuesto.

Estoy hecho un desastre físicamente, soy un cerebro que funciona bien arriba de un cuerpo que funciona muy mal; pero el cerebro es mi acicate, pienso bien todavía, por eso quiero escribir, dar clases, reunirme con los muchachos, orientar, y no quiero ni pensar en jubilarme.

Sé que un día llegará, pero no estoy preparado. Sin embargo, sí estoy preparado y manejo perfectamente el hecho de ser viejo. La vejez es un hecho inexorable de la biología, y es fea, pero yo tengo un secreto para ser un viejo bonito: ser un viejo bueno, no ser pesado, ni agresivo ni atravesado, ser un viejo simpático, lo que los cubanos le decimos: un viejo jodedor.

Esta entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario de la casa de altos estudios cubana.
  

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