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Isla al Sur

LAZARITA BONACHEA Y LA REINA ISABEL

LAZARITA BONACHEA Y LA REINA ISABEL

Los ricos, al principio, no dejaron entrar a sus fiestas al danzón, nuestro baile nacional: "...Es cosa de gente de orilla", decían; pero fueron tentados por aquella proposición seductora de música y baile.

ROGER RICARDO LUIS,
cortesía para Isla al Sur.

Lazarita estaba nerviosa. El encuentro pactado con Juan para el baile del domingo, en el Liceo, la tenía con sofocos y palpitaciones.

Competencia de danzones: Antiguo Liceo Artístico y Literario donde Miguel Faílde estrenó Las alturas de Simpson, el 1ro. de enero de 1879.

No le bastaban los jarros humeantes de infusión de tilo que se tomaba a cada rato, en pleno verano, para apaciguar aquel desasosiego, ese "sí, pero no" que la embargaba desde que su pretendiente le dijo que la vería en la Sociedad y la invitaría a bailar contra viento y marea.

"¡Qué problema me he buscado!", se decía a sí misma; pero, en el fondo, estaba enloquecida porque, al fin, su enamorado se había decidido a darle una apretadita.

En la casa, por supuesto, no querían saber nada de aquel negrito cabeza de clavo. "¡No veas más a ese barbero e´mielda, muerto de hambre!", sentenció tajante la madre, Caridad, quien aspiraba a casar a su mulatica con un blanco, preferiblemente español, por aquello de "...blanquear, blanquear, para progresar", como mismo había hecho ella con el gallego Evaristo, "...por adelantar la raza", claro está, y de cuyos virtuosos ejercicios de perfección en la cama nació la muchacha que tenía arrebatado el barrio y a quien llamaban Bombón.

Por fin, llegó la tarde del domingo, el día de la tan anunciada fiesta en toda Matanzas, donde se tocaría algo nuevo, sabrosón, a juzgar por los acordes de los ensayos de la orquesta en los últimos días y del cual hablaba toda la gente en el barrio de Alturas de Simpson.

Lazarita enfundó su cuerpo de locura en un vestido de gasa y cintas blancas que le pronunciaban su busto avasallador, la cinturita de avispa y aquel maletero espectacular que contoneaba al caminar, con la misma cadencia con que movía el abanico para refrescarse.

La mulatica parecía envuelta en un papel de regalo. A su paso, todos los hombres exclamaban con sórdido y encendido morbo: "¡Bomboooón!".

Juan perdió el habla cuando la vio llegar a la fiesta, no por la belleza acentuada de la novia que bien conocía, sino por Caridad, quien escoltaba a su hija como un verdadero sargento de la Guardia Rural.

Pronto comenzó la música, pero esta vez sorprendía por su derroche de violines y la cadencia melodiosa de los instrumentos. Miguel Failde llamaba a aquella pieza con el nombre de Las alturas de Simpson.

Nacía el danzón

Con un formato de charanga francesa, el danzón se daba bajo compases híbridos de cierta complejidad en sus ejecuciones. En su formato se empastaban, deliciosamente, cuerdas, metales y percusión con elegancia y sobriedad.

Había elaboración en el pentagrama y no todos accedían tocar, de inicio, aquella música sugerente, insinuante, que evocaba nostalgias cortesanas de la Europa afrancesada; pero, al mismo tiempo, desprendía los vapores dulzones de las frutas del trópico, el aliento del aguardiente y la sensualidad de las noches caribeñas con tibio sabor a mar.

La gente rica, al principio, no la dejó entrar a sus fiestas: "...Es cosa de gente de orilla", decían; pero fueron tentados por aquella proposición seductora de música y baile que se gestó y creció al mundo desde las fiestas de negros y mulatos cubanos a donde, poco a poco, llegaron los blancos para exorcizarse y llevárselo a sus bachatas cuando el siglo XX abría sus primeras décadas con aires de innovación, y además de la intervención económica de los Estados Unidos, la penetración cultural con el fox trox, el one y two step y el jazz.

Así el danzón devino muro de contención de las influencias musicales foráneas, como lo hicieron después, el son, el mambo, el cha, cha, cha, verdaderos escudos de la identidad nacional.

¿Qué decir del baile?

Alguien dijo que estaba hecho justamente a la dimensión de una pareja de enamorados. Era el camino más cercano para llegar a la más deliciosa provocación. La entrada del danzón es el preludio exacto para el juego elegante de palabras quedas, para flirtear, proponer; luego el acople insinuador de la mujer y el hombre, pegados hasta la frontera del aliento, mientras las manos, a brazo alzado, se entrelazan al nivel de la cabeza y, la otra, pasada con elegancia y coqueteo, tocando la cintura de ella.

Lo demás queda al paso cadencioso de los cuerpos marcando con soltura un, dos, tres, cuatro, describiendo con los pasos un cuadrado o un rectángulo en relación directa con el dueto que lo ejecuta y donde el hombre lleva el paso.

No por gusto se dice que se puede bailar arriba de un ladrillo...

¿Su secreto? Simplemente, entregarse a la música, vivirla y con ello, transformar las emociones y necesidades del alma en danza.

Por eso, cuando Caridad observó a su mulatica ida del mundo con aquel baile del demonio y descubrió cómo la mano lujuriosa de Juan acariciaba de soslayo las engomadas nalgas de su hija, gritó: "¡Negro, coño, suelta a mija!, ¡Le echaste brujería, desgraciao!", y acto seguido la emprendió a golpes con el infeliz enamorado, no menos excitado y fuera de la Tierra que su pareja.

Pero ya era tarde, Lazarita Bonachea era la feliz primera víctima. Después de aquella historia pasó el tiempo, pasó... más de un siglo, y ahí sigue, generoso, vital, de Cuba, del mundo, porque como dice una de sus más célebres canciones:

... Hasta la Reina Isabel baila el danzón/ porque es un ritmo muy dulce y sabrosón.

 

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