UN MATEMÁTICO CON ALMA DE ESCRITOR
“En mi vida no he hecho otra cosa que enseñar”, comenta Baldomero Valiño Alonso, profesor de Matemática de la Universidad de La Habana, quien lleva ya más de 40 años de ejercicio en esta profesión.
LISANDRA FARIÑAS ACOSTA,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Los años han mellado sus paredes, pero no su esencia. Por sus pasillos un tanto oscuros, siguen transitando jóvenes empeñados en construir su porvenir. La Facultad de Matemática se levanta casi en el centro de la Colina. Puede que sus colores hayan caído, pero aún mantiene su carisma e identidad. No son pocas las generaciones que la han visto envejecer. Sus aulas son testigo de la historia de muchos, y hay otros que las hicieron suyas y andan tras sus puertas.
Llegué por estos días hasta ella. En busca del profesor Baldomero Valiño Alonso desandé corredores y escaleras. Pensé encontrar un hombre en extremo tímido, poco conversador, quizás difícil como una cuenta matemática, y en cambio descubrí un hombre alegre, lleno de vida y feliz de enseñar. Baldomero lleva 44 años en el magisterio y aún conserva un espíritu enérgico. La Universidad de La Habana y en especial la Facultad de Matemática se convirtieron hace mucho tiempo en su otra casa.
-¿Siempre tuvo vocación por ser maestro?
Yo creo que sí. Siempre me gustó la enseñanza. Recuerdo que en el bachillerato mis compañeros me preguntaban sobre Matemática, sobre todo de Geometría y a mí me gustaba explicarles.
-¿Cómo llega a ser maestro?
Me hice maestro más bien por necesidades familiares. La verdad es que necesitaba trabajar para mantener mi casa y lo más fácil en ese momento para mí era enseñar. Fue cuando en el Ministerio de Educación hicieron una convocatoria para captar profesores de secundaria y preuniversitario. Asistí y me entrevisté por Matemática para secundaria, hice un examen y al ver mis resultados me pidieron que realizara el examen para preuniversitario. Se presentaron cerca de 200 aspirantes a la convocatoria. De las doce plazas que otorgaron obtuve una. Tuve suerte de salir adelante. Empecé a trabajar en noviembre de 1963 y desde entonces no he hecho otra cosa que enseñar.
-¿De qué forma pasa a ser profesor
de la Universidad de La Habana?
En el año 1964 empecé a estudiar en la Universidad la carrera de Historia, que de todas fue la que en aquel momento llamó mi atención. Ya trabajaba como profesor de Matemática y a ciencia cierta lo que me interesaba, aunque parezca raro, era ser escritor. Al principio ese era mi sueño. Recuerdo bien que la doctora Hortensia Pichardo, mi profesora, orientó un trabajo de investigación sobre un diario antiguo que se llamaba “El siglo”. Ahí fue cuando me di cuenta que aquello no era lo mío. Esos papeles amarillentos me hacían hasta estornudar. Definitivamente la investigación histórica no me iba a gustar mucho.
Abrieron en la Universidad un curso introductorio de Matemática. Me sometí a examen de ingreso y entré a la carrera en el año 1964. Tuve siempre el gran problema de que trabajaba y estudiaba a la vez. Tenía todas las responsabilidades de un profesor. Era una época de gran efervescencia en Cuba. Tenía guardia estudiantil y a la vez guardia laboral. Se me hizo un poco difícil, pero logré terminar la Universidad y entonces me pidieron que me quedara aquí, aunque trabajaba en el Ministerio de Educación.
Ya otras personas sabían de mi interés por la investigación y el desarrollo de la enseñanza. No quería ser solo metodólogo o controlador, lo que realmente me interesaba era la investigación, aspecto que pude desarrollar bien trabajando en la Universidad. Comencé oficialmente en el año 1970. Vine para Matemática a estudiar más que nunca por el nivel tan elevado de las asignaturas. Pasé cursos difíciles. Yo era solo un adiestrado, no fui nunca alumno ayudante. Tenía solo la experiencia de haber sido profesor de preuniversitario. Tuve sin dudas un bautismo de fuego.
-¿Qué cambios significativos ha
vivido usted en la Universidad?
Para mí la Reforma de la Educación Superior en el año 1962 fue fundamental. Con esa reforma se crearon las Facultades Independientes y las escuelas de Humanidades, Tecnología, Pedagogía, Ciencias, Ciencias Agropecuarias y Economía. La escuela de Matemática surgió como Facultad Independiente después, sobre los 80. Primero se llamó Facultad de Ciencias Exactas y Geografía, posteriormente fue la Facultad de Física y Matemática, hasta que finalmente se independizó. Todos esos cambios son consecuencia directa de la Reforma, como lo es la propia carrera.
-¿Prefiere Matemática o las Matemáticas?
Siempre he defendido el nombre de la carrera “Licenciatura en Matemática”, para resaltar la matemática como una unidad. Es cierto que existen muchas ciencias matemáticas, pero estudiarlas en un marco restringido rara vez resuelve el problema. Es necesario apoyarse en otras ramas.
El ejemplo más reciente es el del teorema o la conjetura de Poin Careu, uno de los últimos matemáticos enciclopedistas, quien planteó en 1904 una afirmación, pero no la demostró. Este problema vino a resolverse en el año 2002 y su demostración final se pudo hacer porque los matemáticos trabajaron simultáneamente en otro campo como es el de la geometría diferencial. Con los recursos de otra rama fue que se pudo llegar al final. Es por eso que defiendo la formación del egresado con una visión interdisciplinaria, no restringida.
-¿Alguna anécdota especial?
Recuerdo con entusiasmo la Zafra del 70. Muchos profesores y estudiantes nos fuimos a Camaguey. Las condiciones no eran nada fáciles, pero estábamos felices de estar allí. De aquella ocasión todavía conservo un diario que hice y que llamé “Diario de la Zafra”. No olvido que justo cuando Fidel hizo pública la noticia de que no resultaría, nos agarró por allá un ciclón. La gente tenía entusiasmo a pesar de todo y eso era importante.
-¿Qué opina de la enseñanza de la
Matemática hoy en la Universidad?
La enseñanza y la evaluación de los contenidos deben ser creativas y me esfuerzo por eso. Es necesario que el estudiante trabaje más, pero que en ese propio acto aprenda algo nuevo. Tengo presente siempre algo que dijo una vez un matemático ruso: “En la matemática no es cuestión de velocidad sino de profundidad”.
-¿Cree que la imagen del matemático
tímido y retraído ha cambiado?
Generalmente a los matemáticos les gusta la vida tranquila y algunos son tímidos. Mira, si uno iba antes a una fiesta de matemáticos raramente encontraba gente bailando, pero sí conversando. Últimamente las cosas han cambiado un poco. Hay muchachos que les encanta el baile. Aquí en la Facultad hacen hasta coreografías. La imagen del matemático reprimido y constreñido a su trabajo ya no es la misma. Aunque todavía hay quien dice por ahí que somos un poco locos, lo que no creo que sea una generalidad.
-¿Qué se lleva de la Universidad en estos 44 años?
Aquí en la Universidad me han pasado muchas cosas. He trabajado en investigaciones, enseñanza de postgrado, pero lo que me gusta es el aula. Lo esencial de mi trabajo lo encuentro ahí, junto a los alumnos que llegan deseosos de aprender. He pasado tiempo en otras tareas o funciones de dirección docente, pero siempre he estado trabajando para la Universidad o vinculado a ella. Por otra parte, el balance que puedo hacer de todos estos años es que no me arrepiento de ser profesor.
Baldomero Valiño en todo momento contradijo y derrumbó mis prejuicios sobre la imagen pragmática del matemático clásico. Muy por el contrario, hallé una persona sincera y espontánea, que no solo pasa su vida entre ecuaciones diferenciales, álgebra y análisis geométricos, sino que sabe apreciar la magia que encierran un libro o una película de Fernando Pérez. Encontré un hombre que conoce su país y su historia y, por supuesto, la vida hacia el interior de la Universidad. Pero, sobre todo, descubrí a alguien que ama su profesión y que está convencido de que el magisterio fue su mejor elección. Para suerte de varias generaciones de científicos, el escritor terminó siendo profesor de Matemática.
Esta entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario de la casa de altos estudios cubana.
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