CUANDO LOS OÍDOS SON ESPEJOS
A la memoria de Rubén, el afortunadamente nuestro, que Mañach pretendió empequeñecer con su “Elogio”.
JAVIER MACÍAS ORTÍZ,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
-¡Ay! Quiero una suegra, ¡coño!
Jueves frío de diciembre en un preuniversitario. Aún no habían dado el de pie. Ya con la vejiga vacía, Alejandro se acomodaba nuevamente en su litera cuando escuchó la voz inconfundible de Lázaro.
No podría decirse que ambos fueran amigos. Sí, compartían la misma aula, estaban en igual albergue, pero sus personalidades disímiles no propiciaban la cofradía. Sin embargo, alguna fibra sensitiva de Alejandro despertó, una vocación desconocida de ayuda-prójimo le sobrevino.
Ale pensó: ¿Cómo podría ayudarlo? Pobre de él. Si bien era alto, de inteligencia viva y abultada billetera, su suerte con las mujeres no superaba la de un jugador de lotería. Quizás se debiera a aquella panza amorfa que se balanceaba al compás de cada paso. ¿Sería por la acné? ¿Por qué Lázaro no tenía novia? A lo mejor influíaaa… ¿La rutina? Sí, en esta escuela los días transcurrían igual: de pie, desayuno, clases por la mañana, almuerzo, clases por la tarde, dos horas de tiempo libre, comida, autoestudio y, luego en el albergue, o se fastidiaba un rato o se acostaba uno a tratar de dormir.
¿En qué momento buscaría novia? Bueno, quizás la clave estaría en esas dos horas de tiempo libre: mientras el resto de los varones iban a jugar fútbol, a intentar meter el balón entre las redes para provocar la admiración de las hembras, Lázaro estaba como una polilla leyendo mamotretos. Y, ¿a qué venía todo esto? A fin de cuentas, él era la estrella de su equipo en el fútbol y tampoco tenía novia. Pero no era igual. Que no se dijera. Alejandro era mucho Alejandro. Su situación era pasajera. A él las mujeres sí que le esperaban en colas, a Lázaro, en cambio… ¿Realmente le esperaban en colas? Su última relación había sido hacía… hacía… ¿Seis meses? No era igual, no era igual. Además, él no se quejaba delante de todos -así estuviesen dormidos-, él no expresaba en público, sus dese…
Cada tímpano vibró con el persistente timbre que obligaba al párpado abierto. Alguien encendió la luz. Alejandro miró cinco literas más allá de la suya y… ¿cómo era posible? Lázaro dormía. ¿No tenía suficientes angustias para no descansar? ¿No le molestaba la luz? ¿No lo aturdía el sonido envuélvelotodo?
A los pocos minutos llegó el profesor de guardia y dijo que debían salir del albergue, que, bueno, era verdad que hacía frío, pero no se podían unir las literas, que el calor de hombre hinchaba, que por qué algunos aún estaban bajo la colcha, que, vamos, que esperaban para bajar a desayunar e ir al aula.
Rutina diaria: desayuno, clases, almuerzo, clases, tiempo libre (varones fútbol; Lázaro, mamotretos), comida, autoestudio y noche en el albergue.
¡Noche en el albergue! ¿Habría sido Beethoven capaz de componer la sinfonía de una noche en el albergue, con el bumpaf de las taquillas golpeadas por botas durante las interminables guerras entre cubículos, los cánticos de los cristianos, la rumba de los fiesteros con sus cacharrotambores y el crujir de las galletas matahambres?¿No habría palidecido Rubén -no el nuestro, ese gigante, sino el nicaragüense, durante su etapa preciosista- ante el espectáculo nada azul de un albergue con camas destendidas, ratones que vagaban a su antojo por los pasillos y cucarachas que paseaban por los rincones-basurales?
Pero Alejandro permanecía ajeno a la polifonía ensordecedora, al cuadro desaliñado del que formaba parte. Él, acostado, pensaba. ¿No tendría pareja Lázaro por ser demasiado amigo de sus compañeras de pre? Él no las veía como hembras (con toda la carga erótica de esta palabra), sino como hermanas. De haberlas observado encueras actuaría con la mansedumbre de un buey, como cuando uno sin querer ve a su madre desnuda, que es sagrada. Era demasiado bonachón, en exceso formal con ellas. Por otra parte, ¿Para qué quería una suegra Lázaro? Tener suegra implicaba tener novia, pero por qué en lugar de decir: “Quiero una suegra”, no había dicho: “Quiero una novia”. Bueno, quizás lo haría para no hacer tan explícitos sus anhelos. ¿Y si deseaba un novio? Tal vez por eso no… ¿Sería homosexual? ¿Lázaro gay? Nononononó. Flojo de carácter, pero gay, no.
Amaneció. Rutina diaria: de pie, desayuno, clases, almuerzo, clases, tiempo libre (Lázaro mamotretos; varones, fútbol). Pero esta vez el equipo no estuvo completo, faltaba el bólido, el fulmina-redes. ¿Dónde estaba el trigueño increíble, el joven de espalda platónica siempre con medias que prologaban sus rodillas? ¿Dónde, el gigante que calzaba sus ocho y medio remendados, sus zapaesparadrapos?
Lejos de los goles, sentado en su litera, Alejandro ponía a sudar sus neuronas. ¿Sería por lo callado que era? A las mujeres les habría gustado que él las cautivara con la palabra, las hiciese reír, se fresqueara un poco con ellas. ¿Sobre qué podría hablarles Lázaro fuera de lo leído en mamotretos?
Un ruido seco proveniente del piso superior quebró su mundo de ideas y lo situó en el mundo mundo. Instantáneamente elevó la mirada. No se repitió el sonido macizo como de hierro caído, pero echó una ojeada panorámica. Se detuvo a apreciar -en una esquina del techo- la geometría de una telaraña. Vibraba: un insecto pugnaba por escapar. Estableció la analogía inevitable: Lázaro y el insecto, la telaraña y…Tenía los ojos clavados en aquella cárcel sin paredes, de hilos finos y fuertes con arquitectura de difícil sencillez, pero ya miraba sin ver, concentrado en la idea que lo dominaba. ¿Por qué Lázaro…? Pensó y pensó. Cuando ya la uñas de sus manazas estaban carcomidas, tenía un tic nervioso en sus ocho y medio y punzadas en su cabeza, se creyó un bombillo. ¿Qué tal si el gordo no tenía novia no debido a esta u otra causa, sino a todas en su conjunto? Ahora sí creía poder ayudarlo. Sólo tendría que señalarle los errores en que incurría. No albergaba dudas: Lázaro llegaría a ser un don Juan, las mujeres le harían colas…
Entonces Alejandro fue donde Lázaro, le cerró el libro que tenía por título: “Dos escritos sobre hermenéutica. El surgimiento de la hermenéutica y los esbozos para una critica de la razón histórica” y le dijo que él había escuchado sus deseos en voz alta la madrugada anterior. ¿Qué cuándo él había…? Vamos, vamos, con él no tenía que tener pena. ¿Cómo qué por qué? Los hombres debían padecer callados y no andar quejándose delante de todos. ¿Qué cuándo él se había quejado? ¿Que qué había oído? ¿Acaso Lázaro le tomaba el pelo? Le hablaba en el tono que le diera la gana, chico, venía a ayudarlo y el que no se dejaba, malagradecío. ¿Que ayudarlo a qué? ¿Que qué había oído? ¿Le iba a decir a él que no había dicho en la madrugada -cansado de dormir solo en aquella litera, pequeña e inmensa, sin caricias de mujer- le iba a decir a él que no había dicho en la madrugada: “¡Ay! Quiero una suegra, ¡coño!”?
Lázaro rió y rió y rió. Se aguantaba la panza -que ahora la risa le escondía- y reía y reía, los ojos le lloraban, reía y reía. Jajajajajá, así que yo…jajajajajá, dije…jajajajajá, “¡Ay! Quiero una suegra, ¡coño!”, jajajajajá, jajajajajajajá…
-Sí, ahora no lo niegues. No comprendo tu risa. ¿Te burlas de mí? Mira coño que te…
El gordo apenas pudo simular una cómica seriedad. Le explicó lo ocurrido. Alejandro primero rió, tanto como lo había hecho Lázaro. Pero en la soledad de la noche -cuando ya las botas no surcaban el aire, cuando habían recesado los cánticos de los cristianos y el bullicio de los cacharrotambores, cuando las galletas matahambres no eran más que polvo entre jugos gástricos- él miraba la Luna por entre las persianas, el viento frío de diciembre le erizaba la piel y comprendía que a veces los oídos eran espejos del alma. Lázaro sólo había dicho: “¡Ay! Me di un golpe de suegra, ¡coño!”.
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