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Isla al Sur

NOSTALGIAS DEL FUEGO

NOSTALGIAS DEL FUEGO

Conversar con Abel Lescaille, “Abelito”, puede ser tan divertido como su sonrisa de oreja a oreja, y tan productivo a la vez como cada una de sus reflexiones.

MAX B. MIRANDA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Son pocos los que detrás de la figura del joven flacucho y de mediana estatura, cabello rubio revuelto y hablar apresurado, imaginen al que un año atrás ―y hasta con unas libras de menos―, ingresara a la nómina del Comando 5 de la capital, como miembro del Cuerpo de Bomberos, para cumplir su Servicio Militar Activo: Abel Lescaille.

Abelito ―como cariñosamente le llaman sus amigos de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, donde cursa el primer año de la carrera de Periodismo―, rememora entre frases cargadas de la simpatía que lo caracteriza y el orgullo de quien vive aún la mejor de las experiencias en la memoria fresca, sus peripecias como “el bombero más flaco de Cuba”.

«Yo pesaba 42 kilos. ¡Lo más flaco de todo eso ahí! ...aunque los había tan flacos como yo. Eso parecía una previa de un campo de concentración», recuerda, con lo picaresco de su risa, mientras indago en sus primeras experiencias en el Comando 21, donde pasó sus jornadas de Fase Preparatoria.

«Me decía: ¡Na’, nosotros no podemos ser bomberos! Para eso hace falta fuerza, ¡está demostrado! El equipo complementario solamente pesa 30 kilos, y es tu peso más esos kilos, subiendo escaleras, aguantando mangueras…hace falta masa corporal ¡Eso es una locura!»

Y aunque en la preparación previa solo se recibe un entrenamiento para “lo básico de la vida en el comando”, una vez en él se vuelve más rigurosa.

«Tuvimos clases técnicas orientadas, fundamentalmente, a aspectos teóricos, pues la base del conocimiento de un bombero tiene que ser la teoría. Hay cosas que tienes que saber, porque te pueden salvar la vida...»; ―y los datos emergen como de quien no ha dejado de practicar el oficio, al menos en la mente, mientras observa el techo de la Casona de G―: «Esta estructura, que es de hormigón armado con vigas de acero, resiste 4,5 horas de fuego intenso. Después de ese tiempo, se cae.

«Esos son conocimientos que tienes que dominar. Debes saber cada cosa con qué combustiona e incorporar otras nociones útiles», señala mientras se toma tiempo para proseguir con la respuesta a mi nueva interrogante, ¿y en la práctica?

«El de nuestro comando es un caso particular, debido a que atiende la mayor cantidad de edificios altos del país y tenemos que especializarnos en eso. Hay que tener fuerza y resistencia para subir los treinta y pico pisos del Focsa en caso de un incendio, porque los bomberos no pueden coger elevador, los bomberos van por la escalera.

«El entrenamiento es fuerte. Hay que desplegar mangueras, dominar la técnica, practicar en el terreno, realizar simulacros de maniobras; en general, los ejercicios de preparación para cuando hay un fuego», y la vista se va perdiendo, esta vez, en el techo de las malas memorias, como subiendo escalón por escalón, un Focsa cansado y medio hambriento.

«Lo más malo de todo era la alimentación que, bueno, eso no es comida pa’ un bombero. Uno necesita energía, y las raciones a veces venían cortas. De vez en cuando tenías que acostarte con hambre y si llamaban para un servicio de madrugada ―aunque a esa hora no te acuerdas de eso―, tienes hambre.»

Pero a pesar de todo uno aprende, eso parece pensar Abel, mientras observa a una compañera de aula que sigue con atención cada gesto, y ―rascándose la cabeza― él busca respuesta a sus limitantes para desempeñarse en el año de servicio.

«A uno no le dicen que tiene limitaciones, pero a la hora de cargar una persona yo no podía hacerlo solo. Un bombero de verdad tiene que ser capaz de cargarla solo, pero yo no. Es una cosa que no puedo, tenía que hacerlo con alguien más», manifiesta sin ninguna pena, casi burlándose de su propia “debilidad”.

«Nunca fue una barrera grande», continúa explicando convencido, porque «pa’ cargar una manguera y echar agua, meterse en el fuego y los derrumbes; la fuerza tú la sacas de donde sea.»

Y las fuerzas de adentro siempre pueden demostrarse. Prueba suficiente es su cuarto lugar individual en la Competencia Provincial de Habilidades Técnicas.

«Es un evento duro. Hay gente que se prepara, que se dedica a eso. Nosotros nos incluimos con solo tres días de entrenamiento y  obtuvimos el tercer lugar general, además de unos cuantos días de estímulo para los que éramos reclutas.»

Pero los bomberos no solo entrenan y compiten, ¿tuviste algún servicio significativo?

«Todos lo fueron», responde desdibujando la sonrisa de su rostro que anticipa, con nerviosismo marcado, lo dramático de la anécdota que viene.

«Pero hubo un derrumbe que me impactó tremendamente. El balcón de arriba cayó sobre el otro, que amenazaba con desplomarse en cualquier momento al estar sostenido solo por dos pilotes de madera.

«En el momento del colapso había dos extranjeras en el balcón de abajo y todo el escombro les cayó encima. Cuando llegamos, una de ellas había logrado salir, pero la otra pedía auxilio, aún debajo de los escombros y sangrando.

«El jefe de compañía nos dijo: “Ni se vayan a meter aquí” ―el muchacho demora ahora en terminar la frase, cual si reviviera el momento, y continúa con la explicación―, «es que existe un destacamento especializado de Rescate y Salvamento para esos casos, así que nos mandaron a salir.

«Imagínate cómo se siente uno con una mujer ahí lastimada, pidiendo ayuda, la gente mirándote y tú sin poder hacer nada. Pero llegó el Mayor Fabián, jefe del Comando 1, saludó y nos dijo: “Vamos, que esto hay que sacarlo aquí”.

«Logramos salvar a la muchacha. Fue una de las cosas más lindas, de las que más me han impresionado, yo no estaba preparado para ver eso, pero al final lo logramos.

«Cuando tú logras salvar una vida te sientes grande, importante. Eso es lo bueno que tienen los bomberos. ¡Eso te llena!» Los ojos le brillan de emoción mientras explica que es lo más gratificante del mundo. “Ser bombero es una pasión.»

«Yo no puedo sacármelo de la cabeza. Cuando me va mal en la carrera digo: “quiero virar pa’l comando”. Incluso, a veces hacemos guardias auxiliares fuera del servicio. Todos los que salimos de ahí  vamos aunque sea una vez para no perder la forma.» 

¿Y aún te sientes bombero? ―lanzo la interrogante como boomerang de retorno sabido―. «¡Oh, por supuesto!», la exclamación no se hace esperar, mientras con orgullo responde que «eso es pa’ siempre... fuiste bombero un día y ya eres bombero pa’ siempre.

«En el cuarto todavía tengo el traje colgado; mi abuela me regaña a veces porque coge polvo, ¡pero ahí está! Tengo hasta uno que nos regalaron unos socorristas norteamericanos que participaron en los rescates de las Torres Gemelas y al lado está colgado mi overol de faena ―el que sudó de verdad los fuegos―, en la cabecera  de la cama.

«Toda la vida mía está ahí», exhala embebido de los recuerdos de sus primeros acordes en la guitarra durante la previa y alude, entre risas, a sus composiciones iniciales dedicadas a las novias que dejó afuera; añoranzas de un tiempo donde, cantando a Silvio, «estaba pega’o en los bomberos.

«Esto no es solo un trabajo, pues te aporta grandes valores humanos. Uno ahí desarrolla un sentido común tremendo y te sientes más identificado con los problemas de la gente: ellos son una responsabilidad tuya y tienes que meterte ahí.

«Además, te armas de valor, no es que no sientas miedo: el bombero que diga que no ha sentido miedo es un mentiroso ―incluso porque él sabe que no puede fallar, ya que de su trabajo depende la vida de las personas―, pero hay cosas que yo hice estando ahí, incluso después, que si yo no hubiera sido un bombero no se me hubieran ni ocurrido.

Y qué decir de los compañeros: «Unidos para todo, lo mejor que yo me he llevado del servicio militar fue eso, las amistades. Ahí todos dependemos de los demás. Tu vida está en manos del otro y tú  también puedes salvar la de él. A pesar de las diferencias, las etiquetas sociales, el rico y el pobre, allí hay que llevarse bien. 

«Mi carrera actual me gusta, pero si me ponen una balanza me quedo en el comando», la pausa para la reflexión compartida cambia bruscamente su expresión en una mueca que luego vuelve transformar en sonrisa satisfecha―.

«Tú no sabes lo qué es escuchar la campana y ¡fuácata!, tirarte rápido y montarte en el carro. Eso es lindo, ¡es lindo!», y yo de veras no lo sé, pero me deslizo también, arrastrado por la emoción que me invade desde sus palabras.

-¿Piensas volver…?

«El domingo» ―la respuesta casi no deja que termine con la interrogante…―. «Voy a hacer una de las guardias emergentes, a ver si hay alguna salida.»

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