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Isla al Sur

UN NUEVO RETRATO PARA MADAME BOVARY

UN NUEVO RETRATO PARA MADAME BOVARY

Las librerías de La Habana se inundan de libros usados como parte de un plan por devolver a la circulación ejemplares publicados en nuestro país años atrás. Madame Bovary, del francés Gustave Flaubert, novela publicada por Ediciones Huracán en 1986, vuelve al público cubano como uno de estos ejemplares.

JUSTO PLANAS CABREJA,
Periodista cubano.
Cortesía para Isla al Sur.

Si Gustave Flaubert rescribiera Madame Bovary, esta Bovary del siglo XXI se abría suicidado nuevamente. Con los escritores clásicos ocurre así, tienen mano para escribir personajes eternos. Un arma de doble filo, filo para cortar cabezas, y el otro como para cortarse la cabeza. Desvestir la realidad es denunciarla, pero ¡ay! La hicieron ciega y siempre tropieza con la misma piedra.

Claro, hay sus pequeñas diferencias. Esta vez, Madame Bovary no sería francesa, tal vez, una norteamericana de clase media que se llamaría Susan Smith. Mistress Smith no tendría paciencia ni tiempo para leerse una biblioteca de novelas rosa como Madame Bovary, así son las cursis hoy en día. En cambio, el cine de Hollywood le vendría como anillo al dedo. La afeminada aristocracia y su vizconde, que una vez deslumbrara a Emma Bovary tan solo por unos instantes, como un sueño que surca la vida; todos, los cambiaría Mistress Smith por fama. (La fama parece hoy el mejor modo de llegar a ser Dios: rico y poderoso; además la mayoría de los vizcondes están arruinados.)

Por un lado tenemos una francesa con ínfulas de aristócrata que sueña, tal vez, con un baile en palacio; por otro, una norteamericana que sigue desde Internet la vida del Star Sistem y aspira a llegar a la cama de Brad Pitt; solo nos falta un Charles. Los Charles aparecen por equivocación en la historia de las Emmas. Ellos se enamoran y se casan, ellas creen que pueden sobrevivir con pura sugestión. No, Charles no era como el vizconde y Emma lo descubrió rápidamente. El Charles del siglo XXI parecería, igual, un adorno más de la casa. Hecho para la rutina, las emociones tenues, el amor sereno; hecho a su hogar y a su mesa, y a la monotonía.

Entonces para Emma el adulterio se vuelve una opción; tal vez, para Susan, el divorcio. Pero las Susans necesitan de las apariencias, necesitan volver a casarse, y de Charles está lleno el camino del matrimonio. Los amantes son, en cambio, caballeros andantes desechables, y también, una gota que destruye la copa. La muerte se presenta para las Emmas como el único modo de evadir la fatua realidad. Pero si usted leyó la novela puede decirme que Emma no se suicida precisamente de decepción sino debido a las deudas: siempre pensé que cuando Emma firmó el primer pagaré ya estaba moribunda.

Pero vamos a dejarle moribunda por unos instantes, acompañada de médicos, de un boticario (que merece él solo una novela), su hija, su sirvienta y Charles. Alejémonos lentamente del pueblo de Yonville, rural, sucio, ¡mediocre!, y vamos donde Flaubert.

Es marzo de 1956, así que está a punto de concluir la novela. Pasa el día como desde que comenzó a escribirla en 1951, caminando por su jardín, escribe: lee que lee. Le ha dedicado horas infinitas tan solo a una oración, no quiere que se le escape el romanticismo por la pluma, cualquier arranque de emoción puede manchar el estilo. “¡que sea real –parece pensar- como si viviera!”. Y estuvo viva Emma en realidad. Dicen que se llamaba Delamare, que Flaubert salió a investigar su suicidio para inmortalizarla.

Solo quedan pocos minutos antes de que muera Madame Bovary. Jamás podría imaginar que no es el cianuro sino Flaubert quien la mata. Había que hacerlo. Esos deseos de trascender la realidad tan propios del romanticismo no pueden realizarse. Son como el fuego, que ilumina, pero que si se toca, quema, o mata... Ha muerto Emma, pero no termina la novela, quedan algunas páginas más para contar qué será de los personajes.

De cualquier forma las páginas de los libros inmortales son infinitas. Emma nunca muere, es eterna. Vienen las Mistress Smith que mueren de soledad, de desilusión. Pero, ¡silencio de una vez!, porque a Emma ya la entierran y parece como si Charles se fueran con ella, bajo tierra.

 

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