¿EL LIBERTINAJE AUMENTA O LOS VALORES DISMINUYEN?
DAHOMY DARROMAN SÁNCHEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
José Martí dijo en una ocasión que quien tiene mucho por dentro poco precisa por fuera, y quien es pobre en su interior necesita disimular con aditamentos externos lo que su corazón adolece. Hoy, las altas temperaturas de la Isla, la evolución de los tiempos y hasta el consentimiento paterno, son excusas para jóvenes (y para otros que no lo son tanto) cuyo comportamiento deja mucho que desear y solo evidencia una fehaciente pérdida de valores en la sociedad cubana.
¿Qué palabras habría agregado el Apóstol para cubrir la piel y lavar la honra de los irrespetuosos adolescentes que pululan semidesnudos por las calles de la ciudad, los mismos que son incapaces de cederle el asiento a una embarazada en el transporte urbano y cuya desacertada forma de dirigirse a las personas mayores tanto los desluce.
Según la enciclopedia cubana EcuRed, los valores se definen como la escala ética y moral que cada quien debe poseer a la hora de actuar, y que le permite discernir lo acertado de lo equívoco. Los mismos, constituyen la expresión directa de la sociedad en que fueron creados y guardan estrecho parentesco con la formación recibida en la niñez.
Si desde la infancia el individuo observó conductas erráticas dentro del seno familiar, reproducirá dichas actitudes a lo largo de su vida si no se propone mejorar. Por el contrario, si le inculcaron que un determinado proceder es incorrecto, en caso de incurrir en él, sabrá instintivamente que actúa de forma indebida.
Las venas abiertas de la Cuba post-URSS
Cuando “las cosas se pusieron feas” luego de la desintegración de la Unión Soviética, la delincuencia creció considerablemente y hasta ahora el pueblo cubano lucha con los fantasmas de aquella época.
Desafortunadamente, las aristas del fenómeno se han diversificado y masificado. El problema no abarca solo a la juventud, pues si la pérdida de la ética se limitara a los adolescentes, sería más fácil de solucionar. Solo hay que echar una ojeada a la montaña de regalos y meriendas que corona la mesa de no pocos consultorios médicos o a la generalidad de las instituciones estatales cuyos servicios están dirigidos a la población y se ofrecen mal, para darse cuenta de lo que nos lacera.
A pesar de que aún la mayoría de las personas entramos en la categoría de decentes y dignas, la realidad es que lejos quedaron los tiempos en que los niños no hablaban cuando los mayores lo hacían, en que nadie lanzaba improperios frente a una persona que lo superara en edad y cuando, en caso de caerse, todo monedero regresaba al bolsillo de su dueño ayudado por la mano del prójimo consciente que no dudaba en retornar la pertenencia ajena.
En los años 50, los cubanos que decidieron quedarse en el país y apoyar a la Revolución eran trabajadores laboriosos y estaban prestos a cumplir con toda tarea que se les encomendara. Ahora, proliferan la lacras sociales y el lumpenproletariado: individuos determinados a no trabajarle al Estado y a “vivir del invento”.
Dicha frase constituye solo un eufemismo para encubrir procederes ilícitos y sujetos ociosos cuya única labor es jugar dominó en una esquina, enrolarse en tareas de índole religioso o simplemente buscar pelea cuando, accidentalmente, les pisan un pie en la guagua.
¿Los medios o los enteros?
Todo movimiento o comportamiento social está determinado por la época en que es promovido y por los valores que esta realza. Como parte de la lógica y necesaria evolución que toda sociedad atraviesa, las costumbres también se modifican.
Sin embargo, este hecho no nos exime de cumplir las normas más elementales de coexistencia ni nos condiciona a la resignación de vivir en una sociedad donde las apariencias son un eslabón indispensable en el triunfo, y donde predominan una serie de comportamientos asumidos que portan intrínsecamente el debilitamiento de los valores espirituales.
Nuestra política educacional fomenta los principios que deben prevalecer en las nuevas generaciones, pero para que la escuela los fortalezca, han de ser creados en casa. La meta es que dicha institución se erija como un centro para, también, instruir al alumno en aspectos como la convivencia saludable y el respeto a los demás, y donde las normas de la buena conducta, actitudes y valores morales constituyan objetivos básicos en el proceso educativo.
En Cuba, aunque los medios de comunicación masiva promueven la ética y el comportamiento acorde con el socialismo, el abandono a los miramientos individuales y la inclinación hacia el progreso común, la influencia mediática del consumismo, tendente a la banalidad y a la enajenación egoísta, se filtra en la cultura nacional, sobre todo en las pantallas de los hogares cubanos.
El incremento del número de infantes que observan la televisión en horarios no recomendables para su edad, debido a los contenidos de esta, es palpable y preocupante. Manuel Calviño, reconocido psicólogo, en su libro “Vale la pena. Estudios con psicología”, dice: “Nos acercamos a un modelo de sobreconsumo infantil de la televisión”, y agrega que esta “es utilizada con frecuencia como una niñera eléctrica”.
La educación es tarea difícil, y se fomenta con buenos ejemplos desde edades tempranas. Por ello, no es válido confiar la formación de nuestros niños a la programación televisiva; hay que estar conscientes de que también ella, en ocasiones, puede ser perjudicial si un adulto no supervisa el contenido de lo que esta le transmite al pequeño.
Romper el silencio
Cerrar los ojos al problema también es colaborar con su prolongación. Lo ideal sería que todos se autoevaluaran a conciencia y detectaran a tiempo la corrección necesaria a realizar. Recordemos siempre, independientemente de nuestras edades, quiénes somos y cuál es nuestra calidad como seres humanos.
Quienes incurren en las conductas antes mencionadas, ignoran lo empobrecida que se les queda el alma, desecha y maltratada por haberse arrastrado contra las piedras del camino. Ellos sacrifican los principios morales que los deberían definir, por satisfacer ambiciones monetarias, lo cual debería hacerlos dudar de la virtud de lo obtenido y forzarlos a pensar si el intercambio, vale la pena.
Las vías fáciles y sórdidas de satisfacción personal denotan, más que la falta de amor y confianza propios, la incapacidad de obtener lo deseado con esfuerzos decorosos. No releguemos lo que debe persistir y que hará la diferencia entre autoconocerse o perderse en el viaje hacia uno mismo: la obligación que tenemos de respetar, ante todo, nuestra valía como personas.
0 comentarios