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Isla al Sur

“UN RUMIANTE MUSICAL…”

“UN RUMIANTE MUSICAL…”

Así se describe Tony Ávila, como un hombre que sabe “escuchar con libertad y aprender de todo un poquito”.

Texto y foto:
LEYDIS ANDREA ARANGO MULEN,
estudiante de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

La trova cubana desde sus inicios ha tenido como plataforma la música tradicional. Sin embargo, el surgimiento y desarrollo del movimiento de la Nueva Trova a finales de los años 60 del pasado siglo, introdujo cambios significativos en el universo sonoro de este género, la inclusión de instrumentos, la fusión con otros géneros como el pop y el rock, que respondieron a las exigencias e intereses de la juventud en el período. Lo indudable es que, a pesar de estas transformaciones, la trova no ha perdido su esencia: el trasfondo social de sus contenidos.

En Cárdenas, Ciudad Bandera, vive un cantautor que ha sabido conjugar estos elementos de forma extraordinaria y muy a tono con estos tiempos. Abordando temáticas como el amor, la familia, el barrio y su Cuba adorada, sus canciones se caracterizan por un ritmo pegajoso, profundas letras y una picardía sin par.

Tony Ávila es un hombre alegre y jocoso, pero a la vez profundo y consciente; y su música es el reflejo de su vida. 

-¿Dónde situaría los orígenes

del tipo de música que hace?

La música que hago tiene sus raíces en toda la música que me ha llegado de Cuba y del mundo, en todo lo que he escuchado desde niño y lo que, desde que tengo uso de razón, e intentado comprender. Por ahí se fueron perfilando mis gustos estéticos y mis inclinaciones musicales.

Mi música tiene sus orígenes en la calle, en la gente y en sus dicharachos, en la vivencia propia y en la ajena; tiene sus orígenes en las inquietudes que me preocupan, en las preguntas que me hago y en las respuestas que intento construir en mi canción. Y nace de esa búsqueda constante de lo novedoso, del compromiso que contrae uno con la realidad, de lo que la gente te aporta cuando construye su propia vida, de querer comprender la vida y comprender, incluso, la muerte.

-¿Qué personalidades han

influido en su carrera?

Personalidades son muchas, pero hay nombres que son inevitables mencionar. Pablo y Silvio son un referente obligatorio, no solo para mí sino para todo trovador cubano contemporáneo. Pero a ellos también le antecedieron otros nombres como Sindo Garay, Pepe Sánchez, Alberto Villalón, Gustavo Sánchez Galarraga, Manuel Corona; hubo un montón de figuras en la trova que construyeron este camino que llegó hasta mí, hasta mi tiempo, con nombres más cercanos como Gerardo Alfonso, Polito Ibáñez, Carlos Varela, Frank Delgado, Pedro Luis Ferrer.

Por otro lado, en el camino de la música tradicional cubana y de la música popular hay nombres que no se pueden dejar de señalar: Ñico Saquito, el Guayabero, Juan Manolo y muchas otras personalidades que han marcado una impronta en la historia de la música cubana. Ya un poco más para acá, toda la música popular bailable me ha influenciado de algún modo porque no soy un trovador atado a su guitarra, si no que estoy contaminado, en el buen sentido, de los ritos cubanos que son muy diversos.

-Conocemos de su repertorio desde la guaracha

y el sucusucu hasta el bolero y el bossanova,

¿qué formación musical tuvo que le permitiera

incursionar por géneros tan diversos?

Mi formación musical es técnicamente empírica, no tengo academia de ningún tipo, ni de niño, ni de adolescente, ni de joven, ni ahora que soy un “temba”. Nuca he estado frente a un aula. Pero sí quiero reconocer que solo una vez en mi vida tuve un maestro de Cárdenas, muy querido, que ha sido dirigente de Cultura por mucho tiempo, y que ha formado a muchos músicos: Julio Ortega.

Él siempre insistió y me convenció, porque él decía que yo tenía que aprender a leer música para saber al menos escribir mis canciones. Y fui solo a tres clases porque realmente no podía, estaba sin trabajar. Los frijoles no me dejaban pensar, cuando hay ausencia de frijoles y de arroz uno no se puede dedicar a otras cosas. Además, te estoy hablando de hace pocos años. Ya yo tenía mi familia, mis dos hijos, y me dolió mucho tener que abandonar esas breves clases del profe Ortega, pero las circunstancias no me permitieron seguir.

Mi formación es totalmente autodidacta, no tuve teoría ni tampoco un pariente cercano que me guiara. Sí he escuchado mucha música siempre, desde niño, con un oído desprejuiciado para no crearme muros que me impidan escuchar con libertad y aprender de todo un poquito. Yo soy como un rumiante musical que hago una digestión lenta y trashumante, por todos esos estómagos espirituales que uno va cultivando con las canciones que hace y con los géneros que aborda en cada canción.

De ahí que haya entonces bolero, bossanova, un poco de samba, rumba, son, guaracha, canción. Pero no me obligo a eso, no me lo propongo, nace de forma espontánea. Y yo creo que es una libertad de la que estoy agradecido.

-¿Por qué hablar de

Cuba en primer lugar?

Nicolás Guillén decía que mientras más cubano y más auténtico, más universal, y pienso que es una verdad como un monumento. Si yo no me enfoco en Cuba y en mi realidad cómo puedo entender lo que pasa en el resto del mundo. Es decir, yo entiendo el macro mundo desde el micro mundo que es Cuba.

Cuando encontré en la trova un modo de expresión para decir lo que siento y lo que pienso, y al mismo tiempo ser vocero de lo que piensan y sienten mucha gente que se ha visto identificada con mis canciones, obtuve una responsabilidad, la de ser responsable, valga la redundancia, de cada palabra que digo. Pero el que viene de fuera y mira hacia Cuba buscando entenderla, creo que puede encontrar en mi obra lo que busca, pero además, con una mirada positiva.

Me gusta y lo hago porque me complace, pero también porque tengo el deber de criticar a Cuba, que tiene defectos y virtudes. No me gusta maquillar la realidad sino poner el dedo en la llaga, ir al meollo del asunto y mirar con ojo crítico la realidad cubana, desde una visión  constructiva.

Además de todo esto, por el amor que siento por Cuba, que es todo: donde nací, donde me he construido y donde quiero morir.


-Aunque tiene varios años ya como trovador,

realmente hace poco tiempo que lanzó su carrera

al mercado nacional e internacional, ¿cuáles han sido

los mayores retos a los que se ha enfrentado?

Lo primero fue romper con el trabajo en el turismo. Yo estuve mucho tiempo en Varadero, vendiendo sobre todo, y me desvinculé de ello porque quería saber si mi obra podía trascender más allá de los límites de mi localidad. No por abandonar, porque esa es mi raíz y soy un defensor de Cárdenas, pero la única manera de yo poder encauzar mi obra era saliendo de la ciudad. Lo hice en el momento que comprendí que mi obra ya no solo recibía el reconocimiento de mis amigos y mi familia, sino que había opiniones de críticos y personas reconocidas en el mundo del arte.

El segundo desafío, que afronté con mucho miedo, fue lanzarme con mis canciones asumiendo todo tipo de riesgos. Fue pararme en el “paredón” a esperar a que me dispararan o me salvaran, estar ahí en la diana y ser objeto de la mira de toda la gente que te rodea. Y son muchas las interrogantes que aparecen por el propio miedo que generan los cambios: cómo va a recibir el público tu música, si estás haciendo lo correcto o lo incorrecto, si dejaste lo seguro por lo inseguro y está cometiendo el peor error de tu vida; la única forma de saberlo es asumiendo ese reto. Y yo lo asumí, la vida me ha demostrado que valió la pena. Me veo de pronto viajando y digo: “No fue en vano”. También estaba la posibilidad de haber fracasado y haber tenido que empezar desde cero. Pero lo que no podía suceder era que me viera con 60 años, sentado frente al televisor, llorando y lamentándome por no haberme arriesgado.

-¿Tiene alguna anécdota

que quiera compartir?

Un día me vi en Perú, caminando por una calle, y de pronto me eché a llorar. Fue un impacto emocional muy fuerte el hecho de verme e Perú por mis canciones, por mi trabajo y no porque fui de turista o por otro motivo, sino porque a alguien le interesó lo que yo escribo; las mismas canciones que yo escribía en un pedazo de cartón o en la orilla de un periódico, hasta en la mano o reteniéndolas e mi memoria hasta llegar a la casa. De ese inicio tan precario, verme de pronto en un escenario internacional o nacional, de los más importantes del país, fue algo realmente fuerte.


-¿Qué cree que diferencia su obra de

la de otros autores en este mismo

género en la actualidad?

Hay dos categorías filosóficas: la identidad y la diferencia. Hay cosas que por cuestiones de momento histórico, de país, de cultura, y de idioma, etc., que nos asemejan. Pero las diferencias están en la influencias que he tenido. No se trata de mejor o peor, o superior, sino sencillamente diferentes. Yo soy un trovador que trato siempre de tener una mirada aguzada e indagar más allá de lo que pueden ver mis ojos. Intento estar siempre inquieto, buscando preocuparme de las cosas que me ocupan.

-¿Cree que logra transmitir la

esencia de sus canciones?

Pienso que sí y lo veo en la respuesta de la gente en los conciertos, por la calle. Ellos perciben que mi lenguaje es simple. Yo trato de no complicar los textos y así todo el mundo me puede entender, desde el niño hasta el máster. Lo que yo escribo está dicho con las palabras de todos los días, del que está en la cola del pan o en una oficina, del que se faja, pero también del que se enamora.

-¿Algún proyecto en camino?

Estoy trabajando en mi segundo disco que lleva por nombre “Timbiriche”, que ha sido un trabajo conjunto. He recibido la colaboración tanto musical como de gestión de varios amigos como es el caso de César López, Silvio Rodríguez, Ray Fernández, Lino Lores. Es una producción más rica en cuanto sonoridad y diversidad de géneros, y pronto estará en el mercado.

Pie de foto: Tony Ávila durante una de sus conciertos.

 

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