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Isla al Sur

DANIEL, EL DE TUNJA

DANIEL, EL DE TUNJA

Unos 250 millones de niños en el mundo pierden su alegría en los apremios del trabajo a destiempo y mal remunerado. Según la UNICEF, Cuba aparece entre los países cuya atención a la primera infancia es ejemplar

Texto y foto:
IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

A 14 kilómetros del Puente de Boyacá, lugar donde nació la libertad de los colombianos en 1819, está Tunja. Es la capital más alta y fría del país, tiene unos 150 000 habitantes y su nombre significa Varón Prudente. De allí es Daniel Andrés Padilla Amaya, y cuando lo conocí tenía 12 años de edad, vivía en el barrio El Libertador y estudiaba en el colegio Silvino Rodríguez.

Cada día de las vacaciones, sin descansar el fin de semana, Daniel Andrés recorría el trayecto Tunja-Puente de Boyacá en cualquier vehículo que le diera un aventón, y allí se estaba, desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, acomodándose a los impuntuales horarios de turistas al paso, a las inclemencias del frío, y a la buena o mala suerte de las propinas y lo que lograra vender de su pequeña mercancía de habas y maníes tostados.

El dinero "del negocio" no lo tocaba, ese iba directo a la economía de la familia. Para él quedaban las gratificaciones por cada historia que lograra cautivar a los forasteros. No cobraba ni pedía dinero, nada exigía por su explicación detallada sobre los 10 símbolos que dominan el lugar.

"En los sitios turísticos está prohibido cobrar; además, eso es muy feo. A mí me gusta la Historia, y desde los siete años vengo aquí. Propinas sí acepto, lo que me quieran dar", me dijo conocedor del valor del dinero ganado con honradez.

Tenía ahorrado entonces para cubrir los gastos de la chaqueta y la corbata del uniforme de gala, pues pronto entraría en una escuela en la sesión nocturna. Pero le faltaba más para la ropa de diario que exigía el plantel.

Le gustaban la Medicina y la Historia, rechazaba ser un niño mendigo o ladrón, y tenía esperanzas porque un día los pequeños como él quedaran arropados en sus casas, sin tener que ir a la calle a buscar dinero para ayudar a los padres.

No olvidaba diversiones ni amigos ni aceras del barrio: "Tengo deseos de jugar. Cuando trabajo quiero irme con los demás muchachos a montar bicicleta, pero no tengo ni puedo. No hay tiempo ni plata".

Recuerdo insistentemente a Daniel Andrés, aun cuando sé que no es el peor de los casos de niños que pierden su alegría en los apremios del trabajo a destiempo y mal remunerado. En este siglo XXI pleno de desafíos a favor de la infancia, el mundo exhibe las cifras de 130 millones de criaturas en edad escolar que no asisten a clases, otros millones van a colegios de pobre aprendizaje, una cuarta parte de los infantes de naciones en desarrollo comienza el ciclo escolar y no concluye estudios, y otros 250 millones laboran en condiciones francamente desventajosas.

Y mientras las potencias más ricas invierten recursos en guerras pavorosas, existen en el planeta más de 800 millones de analfabetos —de ellos 41 millones en América Latina—, los niños enfrentan la drogadicción, la prostitución y la pornografía, engrosan las filas de refugiados y personas desplazadas, y el tráfico de sus cuerpos se convierte en negocio suficientemente rentable para gentes perversas en no pocos países. Tampoco escapan a la tragedia del SIDA, ni al maltrato familiar, ni a las alteraciones y trastornos mentales de los contextos belicistas.

UNICEF ha reportado que 11 millones de menores de cinco años padecen de enfermedades prevenibles, suman 100 millones los que se ven obligados a deambular por falta de vivienda, y otros 120 millones ven inalcanzables las esperanzas de educación escolar.

El panorama resulta desolador, y no bastan congresos y cumbres cuando los compromisos de los Estados no van más allá de la mera formalidad. Como dijera Fidel, si los políticos se preocuparan por la educación y la salud, que es lo que más aprecian los pueblos, la realidad del mundo sería distinta.

Eso bien lo demuestra esta Isla pequeña y asediada durante más de cuatro decenios, donde no ha faltado nunca, ni aún en los peores momentos de recesión económica, la voluntad de luchar por una infancia feliz, rica y sana.

Sin ánimos de vanagloria, baste mencionar la universalización del acceso a la educación, las profundas transformaciones en bien de la calidad de la enseñanza, la tasa de mortalidad infantil con 6,5 por cada mil nacidos vivos, garantía de salud y de bienestar para la madre y el niño, las 12 vacunas gratuitas que protegen de 13 enfermedades a los infantes; y también como derecho, el pleno acceso al desarrollo cultural y deportivo, junto a los demás derechos del niño recogidos en la Constitución.

Según John Daniel, subdirector general de Educación de la UNESCO, Cuba es el único país del mundo que ha logrado alcanzar la educación y cuidado universal para la primera infancia. Y UNICEF califica de ejemplar la atención a la misma. Hechos, no palabras, avalan la voluntad de la Revolución.
 
Pie de foto: Daniel, uno de tantos niños en el mundo que trabajan para ayudar a sus padres.

Publicado en el periódico Granma.

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