RUTINAS DE HIPOCRESÍA
LÁZARO HERNÁNDEZ REY,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Nuevamente el gobierno sirio, encabezado por Bassar Al-Assad, declaró un cese unilateral del fuego en las zonas en conflicto para disminuir los enfrentamientos asociados a la guerra que desangra el país desde 2011.
Las potencias occidentales se han visto en una encrucijada ante la resistencia del estado árabe antes los flagrantes intentos desestabilizadores. Los ecos de la democratización y la libertad de expresión no son tan frecuentes. Solo se escucha la reiterada consigna de las potencias imperialistas: “¡Abajo Bassar!”, parece ser el objetivo principal en la agenda para Oriente Medio.
Según apuntó el destacado intelectual paquistaní Tariq Ali en el programa producido para la cadena multinacional Telesur, “en Siria hemos visto la misma cadena de acontecimientos que condenaron el fracaso de la Primavera Árabe, pero en un nivel más agresivo.”
Y resulta irónico el tratamiento dado por los medios y la ambigua comunidad internacional dan a la mal llamada oposición moderada, en la cual, contradictoriamente, se encuentran grupos opositores asociados a movimientos extremistas en la región.
La mayoría de los analistas coinciden que la confrontación fue promovida por miembros de la OTAN para controlar los recursos estratégicos de la nación; pero, además del control de los gaseoductos más importantes del territorio, también pretendían debilitar los intereses rusos en la zona.
Sin embargo, Rusia nunca abandonó a su aliado ni renunció a su única base militar en la región. El despliegue de armamento moderno en las incursiones contra el Estado Islámico constituyó una demostración de fuerza; las negociaciones para la paz, una prueba de diplomacia.
La subestimación del protagonismo ruso en las conferencias de Ginebra confirmaron las intenciones europeas de dilatar una eventual solución mientras continuaban los suministros a los opositores y el Ejército Árabe Sirio se desgastaba en el terreno.
Mientras tanto, el discurso sobre la urgente salida de Al-Assad inundaba las conferencias de prensa ofrecidas por altos funcionarios de la OTAN y Estados Unidos.
En recientes declaraciones, John Kerry, secretario de Estado norteamericano, resaltó la colaboración de su país en la búsqueda de un fin a la crisis, siempre y cuando se aceptase la salida del líder sirio como una condición imprescindible.
¿Por qué tanto interés en ello? ¿Si eso se diera, quién gobernaría Siria: una minoría de vasallos subordinados a los intereses de Occidente o un gobierno artificial al estilo de la demacrada y destruida Libia que, por cierto, ya no genera más titulares “de interés”?
Como señalara el escritor británico Gilbert Chesterton en una de sus más famosas máximas: “Todo hombre tiene dos máscaras: una que lo define y otra que muestra a los demás.”
Occidente, encabezado por Estados Unidos, ha trabajado con persistencia en la desestabilización de una región estratégica en tanto en ella está uno de sus enemigos geopolíticos principales (Rusia).
Mientras los intereses continúan enfrentados en el tablero, millones de sirios enfrentan una situación humanitaria sin precedentes en un país que tuvo uno de los índices de vida más elevados de Medio Oriente.
En la diplomacia imperial, por lo visto, las élites continúan superponiendo las máscaras aparentes y verdaderas al más puro pragmatismo maquiavélico: el de lograr los objetivos sin importar los medios empleados.
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