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BUSCAR EL CONOCIMIENTO DESDE LA PROPIA ESCUELA

BUSCAR EL CONOCIMIENTO DESDE LA PROPIA ESCUELA

El enfoque interdisciplinario a los contenidos de la Educación y la integración de las direcciones al proceso de investigación, son dos cualidades importantes en la preparación de los profesores en activo.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

En momentos de grandes transformaciones en la Educación cubana, la escuela está llamada a nuevos cambios en su actuación respecto a la preparación y desempeño profesional del docente. Hoy no basta con que los educadores vayan a buscar saberes en casas de altos estudios e instituciones destinadas a las investigaciones; se necesita, también, que sean los propios colectivos quienes potencien todo el arsenal que ya se encuentra en sus propios centros.

La posibilidad está al alcance de la mano, pues herramientas como la televisión, el video, la computación, el reforzamiento de las bibliotecas escolares con el Programa Editorial Libertad, y la Universidad Para Todos con impartición de materias por especialistas de reconocido prestigio profesional, confluyen para que el ambiente interactivo se propicie en los colectivos docentes y sean los profesores protagonistas en la búsqueda y expansión del conocimiento.

Ese camino transita la tesis de doctorado de Tomás Castillo Estrella, profesor de Matemática y de Metodología de Investigación Pedagógica, del Instituto Superior Pedagógico Rafael María de Mendive, en Pinar del Río.

Ha titulado el trabajo La superación de los docentes de la escuela: una necesidad para la calidad de la educación, y en una breve reseña anota que "en cualquier estrategia para elevar la calidad de la educación es imprescindible atender de manera prioritaria la preparación sistemática de los docentes".

En el trabajo, Castillo propone un modelo general para la planificación de la superación de los docentes de secundaria básica en ejercicio, y una nueva perspectiva para la escuela, basada en el trabajo en grupo, con énfasis en la comunicación y la capacidad de interacción entre el profesorado y la búsqueda colectiva de soluciones a sus necesidades y las de los centros.

"En cierta medida se ha quedado detrás la posibilidad que brinda la propia escuela en su condición de microuniversidad, y ahora se trata de revitalizar ese espacio de conocimientos. En la medida que se logre, el profesor transformará sus modos de actuación, mejorará la práctica cotidiana y el desempeño profesional, elevará la autoestima y el deseo de continuar estudiando ilimitadamente."

Al modelo le incorporó dos cualidades esenciales: el enfoque interdisciplinario a los contenidos de la educación para no hacer estudios aislados de un tema, como es lo habitual; y la integración de las direcciones al proceso, de manera que la superación no sea asumida como interés aislado y particular, sino con criterio de sistema en función del desarrollo personal y del grupo de docentes.

Para Tomás Castillo "los profesores en ejercicio tienen una práctica, una rica vivencia pedagógica que es muy importante en el proceso de adquirir nuevos conocimientos, los cuales, al revertirlos en el colectivo, completan un ciclo grupal en el que la escuela proporciona unicidad".

Entonces, el modelo obliga, refuerza, exige que el cambio se opere en la escuela y se convierta esta en centro de conocimiento, mientras el profesor pasa de receptor pasivo a activo, y generador de nuevas necesidades de saberes.

"La escuela cubana está en un buen momento. Toca al profesorado aprovechar al máximo estas posibilidades. El objetivo no puede ser más alto: la calidad de la enseñanza."

EL LIBRO DE ELENA BLANCO

EL LIBRO DE ELENA BLANCO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Elena Blanco tiene 91 años y una memoria que se niega a los olvidos del tiempo, una sonrisa amable para apagar los desafueros de la suerte, un sentido del humor que la sienta entre las buenas criollas, y un apego a la vida que le hace decir repetidamente: "Todavía no me voy, los angelitos no me quieren llevar porque tengo que seguir ayudando a la juventud". Y después invita a los amigos a acomodarse en el balcón que da frente al mar vasto, abismal y misterioso, "porque no hay muchas vistas parecidas a esta en La Habana".

Tenía unas ganas enormes de salir a pasear y encontrarse con gentes queridas en la Asociación de Pedagogos de Cuba cuando la institución cumplió este año el aniversario 14. Pero una caída la retuvo en casa, en un quinto piso donde la brisa es huésped obcecado. Y allá fue Lidia Turner, presidenta de la Asociación, a llevarle un ramo de flores y decirle que la celebración hecha en familia le dedicó el cumpleaños, homenaje bien merecido por su entrega desde el humilde y a veces anónimo puesto de secretaria en la Campaña de Apadrinamiento de Escuelas, acto realizado por los centros laborales al triunfo de la Revolución.

Desde ese desempeño acumuló testimonios de decenas de participantes en el movimiento, y en ellos se percibe el esfuerzo dedicado a expandir la educación hasta los rincones más apartados de nuestro largo caimán, propósito al que entregaban los trabajadores horas libres, parte del propio salario y, sobre todo, la ilusión de que cada niño cubano conociera del prodigio de letras y números.

Ella, como prolija albacea, atesoró documentos que hoy integran un libro "que es mi sueño", una recopilación de valiosísimas vivencias, un volver a los primeros años de la década de los sesenta cuando, entre los problemas que enfrentó la Revolución, estaba la educación masiva de la población, y de manera especial la de los niños que vivían en parajes de complicados accesos.

Reviso copias del documento, y las cuartillas, escritas en viejas máquinas, tienen la pulcritud de las secretarias. Hago provisiones de anécdotas y apunto sobre padrinos que invertían recursos en el mejoramiento o construcción de escuelas, en pozos, letrinas sanitarias, plantas eléctricas y materiales escolares: "Pero el significado mayor fue el aporte político, moral y social ofrecido con verdadero amor", precisa Elena.

El libro contendrá los antecedentes de la Campaña de Apadrinamiento de Escuelas, testimonios de maestros voluntarios "y de su autor intelectual, Félix Pita Rodríguez", como ella afirma.

Hoy, cuando la educación cubana construye uno de sus más preciados momentos en la búsqueda por dar acceso e iguales posibilidades a todos, y donde hasta en el más recóndito lugar de la geografía llega bien repartida la enseñanza, una se pregunta ¿cuántos de esos centros, padrinos o apadrinados, existen aún?

Elena Blanco dice que este homenaje de la Asociación le ha proporcionado una de las tardes más hermosas en su ya larga vida. Reclama mi mano y la cobija entre las suyas: "¿Sabe?, no le doy permiso a la muerte hasta que no se publique el libro. Después, ya veré qué otro pretexto busco para seguir en pie". 

 

CIENTO POR CIENTO CUBANOS

CIENTO POR CIENTO CUBANOS

En 1975 por primera vez un grupo de profesores de la Universidad de La Habana defendió sus tesis de doctorado en Cuba.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Ella lo dice y la voz se le quiebra por más que intente someterla a los designios de la razón. No imaginó nunca que en la Universidad de La Habana (UH) rastrearan los archivos y buscaran a los primeros doctores en Ciencias formados y graduados íntegramente en Cuba. Y menos aún, que en el Aula Magna recibieran el homenaje por 30 años de labor ininterrumpida a favor de la formación doctoral.

Norma Galego Fernández es una mujer sencilla, esa es una de sus virtudes más preciadas y une en estima su condición de profesora de la Facultad de Química y la de investigadora del Instituto de Materiales y Reactivos (IMR). La génesis, comenta ahora, fue la tesis sobre la estabilidad del furfural (compuesto químico derivado de la caña de azúcar) ante diferente factores.

Jacques Rieumont Briones es un autor de textos imprescindibles para la enseñanza de la Química, y también, Profesor de Mérito de la UH y miembro de la Academia de Ciencias de Cuba. Ha escrito tantos artículos científicos que el número exacto se le pierde. Sin embargo, una lo ve ahí, con su camisa a cuadros y su voz bronca, y le parece el mismo de las largas movilizaciones en los campos cañeros, "fajándose" con las melosas plantas con igual ímpetu que con los estudios de los polímeros (moléculas gigantes como el polietileno, la celulosa y el almidón).

Ricardo Martínez Sánchez toma las riendas de los recuerdos para que la historia perviva, y comenta que aunque no está en el acto, también la doctora Silvia Prieto, jubilada del Centro de Química Farmacéutica, integró la cuarteta de los primeros doctores en Ciencias, graduados ciento por ciento en Cuba.

Sonríe al evocar que en esa mañana de 1975, en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, "primero examinaron las muchachitas porque estaban más nerviosas que Jacques y yo y, además, porque somos buenos caballeros". Su tesis versó sobre polímeros derivados de la caña de azúcar. Desde esa fecha es el jefe del Laboratorio de Polímeros del IMR.

CUBA, 1975

Según datos aportados por el doctor Jorge Núñez Jover, director de Postgrado en la Universidad de La Habana, antes de 1975 solo tres profesores cubanos de esa casa de altos estudios se habían graduado de doctores en la antigua Unión Soviética (Eramis Bueno y Zaira Rodríguez) y en Inglaterra (Carlos Peniche Covas).

En ese propio año hubo apenas una decena de defensas de tesis, de ellas cuatro en Cuba, las pioneras, y sus autores fueron Norma, Silvia, Jacques y Ricardo, muy jóvenes entonces. Por primera vez, también, se necesitó un oponente, y Peniche, con 27 años, asumió un reto mantenido hoy como secretario de la Comisión Nacional de Grados Científicos.

Este es, a no dudarlo, un quinteto de primigenios en la formación doctoral de la UH, un camino que ahora puede mostrar la entrega de títulos a unos 100 doctores cada año. "Nuestro propósito es que la Universidad mantenga su alta contribución a esa formación; para ello trabajamos en diferentes programas que elevarán la calidad de los procesos", argumentaba Núñez Jover.

POLIMERISTAS EN MULTIPLICACIÓN

Al profesor italiano Alessandro Gandini lo recuerdan como al gran maestro. Es un homenaje rendido permanentemente a quien los educó en el camino de la investigación científica y los preparó para titularse de doctores en Ciencias Químicas.

Sus trabajos estuvieron en el área de los polímeros furánicos. Ricardo puntualiza que cuando los empezaron a estudiar apenas si encontraron documentos con verdadero rigor: "Después de la tesis de cada uno fue tal el cambio, que hoy es frecuente la cita de nuestros trabajos en casi todas las investigaciones vinculadas a este campo".

Y cada uno continúa indagando, ya sea en los polímeros biodegradables con aplicaciones en los medicamentos, en fertilizantes a base de urea furfural, en estimulantes de crecimientos de las plantas, o en plásticos para la electrónica. Como dice el doctor Jacques: "Hace 30 años éramos los únicos polimeristas en el país, y ya en el 2000 organizamos en Cuba el Seminario Latinoamericano de Polímeros".

Hace varios años la Academia de Ciencias de Cuba otorgó premio al trabajo Un aporte cubano a los polímeros furánicos. El autor principal es el doctor Ricardo Martínez. Y Norma Galego, Jacques Rieumont, Rubén Álvarez y Regino González forman parte del equipo de investigación.

 

EL PROGRAMA DEL MONCADA SE CUMPLIÓ CON CRECES

EL PROGRAMA DEL MONCADA SE CUMPLIÓ CON CRECES

En una carta larga y bella, Lidia Turner,  Presidenta de Honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba, recuerda los días que sucedieron al 26 de Julio, y evoca sus primeras impresiones sobre La Historia me Absolverá.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ                   

Motivos familiares retienen a Lidia Turner lejos de La Habana y de la Asociación de Pedagogos de Cuba donde se le siente presente aún en la distancia, porque no hay labor que ella no siga liderando desde su puesto de mando con correo electrónico.

Hace un tiempo le escribí una carta en la que hacía referencia al 26 de Julio y la inevitable lectura de La Historia me Absolverá. Esta pedagoga, santiaguera de pura cepa que tiene “el privilegio de haberme sentido compañera y hermana de tantos jóvenes valiosos como Machadito, Carbó y José Antonio”, contestó rápida la misiva, porque estos son días en que la memoria se le aviva con creces.

“En 1951 nos mudamos para La Habana en busca de trabajo y poder estudiar en la Universidad. Éramos una familia de muy bajos recursos económicos y vivimos desde no tener con qué pagar la humilde casa donde vivíamos, y recibir en varias oportunidades la denuncia de los dueños para el desahucio, hacer una sola comida al día (...), hasta no tener con qué comprar libros para estudiar, entre otras penalidades”.

Imagino a Lidia frente a la computadora hilvanando recuerdos con esa emoción interna que siempre imprime a cualquier anécdota de su vida: “...cuando leí por primera vez La Historia me Absolverá lo entendí todo tan claro porque yo lo había vivido y continuaba viviendo con el gravamen de ser mujer y negra (...). Sentí dos sentimientos muy especiales y quizás estuvo dado porque ya yo era una ferviente martiana, y la declaración de que Martí era el autor intelectual del asalto me dio una gran seguridad en el triunfo futuro; y el otro era como si un pintor me hubiera dibujado magistralmente la Cuba que yo estaba viviendo, y era que cada una de las situaciones que se describen mi familia las había vivido con su horrible cara, el tiempo muerto, la pobreza, la discriminación, la carencia de trabajo, las diferencias sociales”.

Maestra desde los 15 años de edad, evoca su etapa de contratada en el Instituto Martí, de Santiago de Cuba, la escuela primaria fundada por el padre de Frank País. Es un punto indeleble en su espíritu, por eso, cuando leyó La Historia... “me impactó en gran manera la forma en que Fidel habló de la escuelita pública y de sus abnegados maestros, esos que nos enseñaron a cantar cada mañana el Himno Nacional, y a saludar nuestra bandera. Ese maestro que después de graduarse con muchos sacrificios tenía que esperar diariamente en la Junta de Educación de su localidad para cubrir una suplencia, aunque fuera por pocos días, al no conseguir plaza fija”.

Me cuenta, inspirada de tiempo, vivencias y recuerdos de seres cercanos y amados, que el 26 de Julio de 1953 y los días siguientes, cuando ella y sus compañeros de aula veían las fotos que publicaban los periódicos “pensábamos que podríamos haber sido uno de aquellos jóvenes mártires. Por eso pienso que constituyó un motor impulsor de todo lo que sucedió después”.

Y también anota que “cuando Fidel salió de la cárcel tuve la oportunidad de ver su rostro personalmente, aunque no de cerca, en el apartamento de los Santamaría. Había mucha gente que quería verlo, y yo no olvidé ni sus ojos ni su sonrisa, llenos de fe en el futuro”.

Ha sido una carta larga y bella que estoy segura gustó de escribir, y que le sorprenderá leerla reproducida. Ya casi al final me apunta una estrofa del Canto a Fidel que escribió el Che, en México, unos días antes de salir con el Comandante, en el yate Granma: “Cuando tu voz declare hacia los cuatro vientos/ Reforma Agraria, justicia, pan, libertad/ allí, a tu lado, con idénticos acentos,/ nos tendrás...”. Y Lidia termina con un significativo comentario: “¿No fue esto una versión poética de la lectura de La Historia me Absolverá?.

“Yo creo que el Programa del Moncada se cumplió con creces, y aún cuestiones que allí no estaban y que ni siquiera se habían soñado se han hecho realidad. No sé qué habría sido de mi vida si la Revolución no hubiera triunfado el Primero de Enero. Estoy segura que me hubiera seguido sintiendo “cosa”, como me sentía, pero no persona. Como educadora tuve la primera plaza fija al triunfo revolucionario, oportunidad de superarme, de desarrollar al máximo mis potencialidades y de sentirme como me siento hoy, una persona útil y feliz”.


 

SIN DISTANCIAS NI OLVIDOS

SIN DISTANCIAS NI OLVIDOS

En el centenario del nacimiento del eminente músico Ernesto Lecuona, su intérprete por excelencia, Esther Borja, evoca las dimensiones artísticas y humanas de aquel hombre admirado, controvertido, burlón, cortés y enemigo de las multitudes, con un prisma íntimo y crítico a la vez.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Quizás hoy no llene de público la extensa planicie de la Plaza de la Revolución para un concierto en solo. Ni quizás antes. Habrá que buscarla siempre en la urdimbre del espíritu y lo selecto, en la conjugación armónica de lo estético con lo más genuinamente popular, en salas reservadas para ir a deleitarse con voz, con gestos, con melodías y letras que a ella le “digan algo”.

Esther Borja, sin embargo, tiene un sello mayor: es referencia imprescindible de la cultura cubana. De ella pudiera escribirse extenso, pero a los 81 años, en su blanca casona capitalina vuelve sus aún hermosos y expresivos ojos de Damisela Encantadora para traer a Ernesto Lecuona en la voz, en la memoria, en los labios, en alguna lágrima furtiva entre recuerdo y recuerdo.

Este Ernesto del que habla es un ser tangible para quien siempre tendrá una única definición: Maestro. Maestro por sobre la amistad y la admiración mutuas. Más allá del cariño y la confianza.

Durante largas horas evocó a quien la llevó del anonimato a la fama, de la afición al delirio, de una voz joven, a ser la intérprete por excelencia de un hombre admirado, controvertido, solo –no solitario-, burlón, cortés, enemigo de multitudes y parco en elogios.

Ha sido un acercamiento íntimo, de vuelta a una reflexión crítica del creador, sin escatimar por ello su predilección y casi fanatismo. Pero tuvo el valor de la objetividad desde sus particulares opiniones.

Así, se desbordó en la belleza de sus manos, bien conformadas y sin estropeos por el quehacer pianístico. Manos de largos dedos que se complementaban con igual habilidad.

Rechazó la leyenda de la operación de Ernesto para darle mayor amplitud a la mano derecha: “No lo necesitaba, quines han estudiado música saben que las octavas se ejecutan con el pulgar y el dedo anular, y él llegaba a más, alcanzaba las diez notas. Las décimas simultáneas, no arpegiadas, le brotaban sin esfuerzo”.

Quiso, entonces, revelar una anécdota. Se encontraba en la casa de Lecuona cuando éste sufrió el accidente en la mano derecha. Le acompañó junto a la familia a la clínica y fue testigo de cómo el doctor, sin anestesia y sin nada preparado, hurgó en la herida hasta encontrar el tendón y suturarlo. Resume lacónica: “Serví de ayudante y le sequé el sudor con un apósito”.

Hay quienes, a partir del  mito de la operación, pretendieron encontrar trabajoso el acople entre intérprete y acompañante. Desmiente la opinión porque, con Lecuona, “no había dificultad alguna, era de una seguridad tan grande que intuía cuando el cantante iba a dar un giro no ensayado. Establecía una comunicación perfecta”.

¿ENTRE LOS PRIMEROS DEL SIGLO?

Deseo conocer si, según sus conceptos, él fue un virtuoso de la pianística universal. Echa hacia atrás cabeza y tronco, se acomoda en el sillón y contesta: “Solo voy a recordar a críticos de Europa, Estados Unidos, Cuba y otros países que visitó. Varios manifestaron que si hubiera interpretado nada más que a los clásicos en toda su carrera, hoy pudiera considerarse como uno de los primeros pianistas del siglo.

“Tenía un repertorio extenso que abarcaba música culta y popular, pero cuando se dio cuenta de que podía triunfar con su obra, marginó y alejó todo lo demás”.

Para la Borjita, como le llamaba Ernesto, él es el más grande pianista autointérprete que ha dado Cuba en este siglo e, indiscutiblemente, el más divulgado a escala internacional. “Podía sacarle mucho provecho a todo lo que componía y lo que hizo no solo se puede definir en lo cubano; hay páginas que van más allá, como Ante El Escorial y San Francisco el Grande, que trascendieron el concepto nacional para tomar carácter universal”.

Es eminente un reposo y la primera taza de café, fuerte, negro y de buen dulzor: “No como el que gustaba Lecuona, muy claro, quizás porque bebía demasiados sorbos al día, tantos como cigarros fumaba”.

Aprovecho e insisto: ¿es él un clásico dentro de la música, a pesar de que dedicó más tiempo a lo popular que a lo culto? Le gusta la pregunta y responde: “No fue eminentemente un clásico, pero tenía mucho de ellos. La crítica siempre comentó que aun en su música más popular nunca se vieron visos populacheros”.

Y retomo el tema: ¿había en él más sentimiento que virtuosismo como pianista? Se acomoda en el borde del asiento. “No creo. Como sentimiento fue mucho, pero en el piano era un virtuoso”. Confirma su deleite por el sonido especial que le robaba al piano: “Había un calor, una ternura y una expresión que no he encontrado en otro a través de los años”.

Entre sus más íntimos amigos alguno ha dejado escapar que fue un autor controvertido, no obstante recibir de los especialistas elogios al por mayor.

Me agrada esta mujer que no esquiva preguntas ni soslaya verdades: “Hay que situar a cada creador en su época y dejar claro que él vivía de lo que componía. A veces se le criticó por hacer música un poco comercial, pero pienso que se le debe juzgar por lo mejor de su obra y no por lo pequeño. Si una persona es lo suficientemente grande en su hacer, se le puede perdonar que algunas cosas no fueran tan buenas”.

Entonces, habla de páginas como María la O, Rosa la china, El batey, Lola Cruz, toda una fuente nutricia valedera para considerarlo el verdadero creador del teatro lírico cubano. “Para mí –agrega-, Lecuona, Prats y Roig integran la antológica trilogía del teatro lírico en nuestro país”.    

Y están las danzas: “Otros compositores escribieron esas piezas después de él. Creo que hicieron una música diferente, posiblemente más elaborada, más moderna, más de acuerdo con el desarrollo del género, pero que nada tiene que ver con su obra. Si cerró o no el ciclo de la danza moderna cubana, habrá que preguntárselo a los estudiosos. Lo que sí puedo afirmar es que no alcanzaron ni la popularidad ni el reconocimiento mayor que disfrutó él”.

Enciende un segundo cigarro que fuma sin prisas. “Hace diez años que no canto, por mis cuerdas vocales. Entonces, entre un libro que leo y el apagón que no perdona, me permito de vez en cuando darme este lujo”.

UNA DAMISELA CON 60 AÑOS

Abordo el tema del poco rigor artístico que en algunos solos de piano se le achacó en ocasiones a Lecuona. Se inclina, me busca la mirada y comenta: “Quizás pueda atribuírsele entrando en la vejez. No tenía ya el entusiasmo ni el vigor de la juventud. Pero a un artista no se le debe juzgar pasada su madurez, cuando lo ha dado todo con pasión y ha triunfado. Otros hablan de que descuidaba los ensayos. Conmigo nunca lo hizo, no tengo esa experiencia”.

Quiero saber si se le ha divulgado bien y quién es el mejor intérprete de su música. “En el exterior –responde terminante- se ejecuta bastante su obra. Aquí pienso que no a la altura que merece. La canción cubana ha desaparecido de la programación de la radio y de la televisión. Ahora no se oye más que salsa.

“En cuanto a los intérpretes, unos son muy técnicos, otros apasionados y algunos técnicos un poco fríos. Cada quien una personalidad diferente, una manera de interpretar, hay que admitirlos…, después una escucha al que más le gusta”.

¿Y las letras, estuvieron siempre a la altura de su música? Esther es categórica: “No”. Y añade que hay letras mediocres, sin gran calidad, en las que la música se va por encima de ellas: “Me parece que la primera parte de su producción es muy sólida en ambos elementos. Para mí, fue la época de mayor inspiración”.

La ataco un poco, ahora que Damisela Encantadora cumple 60 años y la Borja siempre se ha definido como una intérprete que escogió su repertorio por lo que era capaz de hacerle sentir. “Era un valsecito, intrascendente, pero lo acepté porque tenía 20 años, pesaba 95 libras y me podía desenvolver en el escenario como una gacela. Era la gracia lo que había que dar y yo artísticamente fui primero La Damisela que Esther Borja”.

Este año también es el cumpleaños 60 del álbum de seis canciones con letras de José Martí que Lecuona hizo en especial para ella. “Fue la primera vez que se musicalizaron versos del Apóstol y, por mucho que medito, no encuentro una razón para que él tuviera ese gesto conmigo, pues yo aún no trabajaba su obra. Al no ser porque antes de irse para México, me oyó cantar en casa de Ernestina –su hermana- un texto que también llevaba declamación. Debí gustarle”.

La rosa blanca, La que murió de amor, Un ramo de flores, Tu cabellera, De cara al sol y Sé que estuviste llorando, iniciaron el acercamiento entre los compositores e intérpretes cubanos a la obra de Martí.

Pregunto sobre algunos “misterios” personales. El primero, la soprano Edelmira de Zayas, considerada escuetamente como el ángel bueno en la vida sentimental de Lecuona.

“Fueron novios con propósitos de matrimonio. Después que la relación se deshizo continuó una amistad muy buena, de respeto, consideración y cariño. Era una mujer muy bonita y tenía una voz de privilegio. Él le dedicó Ave Lira y cuando ella la cantó, la aplaudieron a rabiar”.

Ahora le preciso a que, con una palabra, me defina la relación del músico con varios de nuestros más reconocidos artistas: Rita Montaner: “Buenas”; Bola de Nieve: “Magníficas”; Gonzalo Roig: “Estrechas relaciones, con sus reservas”; María de los Ángeles Santana: “Buenas”; Rosita Fornés: “Buenas”; el pianista Orlando Martínez: “Magníficas”; pianista Huberal Herrera: “Buenas”; y el violinista Virgilio Diago: “Muy buenas, mucho afecto, cariño y respeto”.

Hombre promotor de la cultura, tanto por lo que personalmente aportó como por la dimensión que otorgó a muchas figuras del patio, Esther lo caracteriza con brevedad: “No tuvo reservas ni envidias y tendió sus manos a quienes valían”.

MORIR DE NOSTALGIA

Apenas se habla del distanciamiento entre Alejo Carpentier y Lecuona. El prestigioso escritor prácticamente desconoció la obra del insigne músico. Parece que Esther ha repasado durante mucho tiempo este tema.  

Sus ojos se achican, pasa la mano por la frente “con este calor insoportable” y pausadamente dice: “Delante de mí nunca se habló nada, pero en lo personal, me duele que Carpentier haya hecho comentarios sobre alguna música que puede o no ser buena, desconociendo otras tan importantes como los valses que, al decir de un amigo polaco, pueden compararse con los de Chopin. Creo que no fue justo”.

Artista que no asistía a conciertos ni actos públicos: “Esther, yo no cobro por tocar el piano, sino por vestirme”, no necesitaba de reconocimientos porque sabía su propia dimensión de grande y le gustaba proyectarse solo en el escenario, y hombre, en suma, que jamás aceptó dinero del gobierno ni tampoco “botellas”, suele especularse sobre su actitud apolítica.

La Borja lo confirma: “Jamás le oí hablar de política, lo que sí era muy cubano, por encima de todo. No podía estar lejos de su patria por mucho tiempo y desde que salía de la bahía de La Habana ya estaba extrañando su tierra. En contradicción, sus restos descansan en un cementerio norteamericano”.

Entonces enmudece por unos minutos esta mujer. Parece otra, lejos de su conversación locuaz, hilada, precisa, culta. Prefiere un descanso, tomar fuerzas para evocar el último encuentro, en la finca de Lecuona, cuando éste le dijo lacónicamente: “Voy a hacer un viaje”.

Esther es intransigente en este punto: “Su partida hacia Estados Unidos no tuvo carácter político, fue a aclarar sus asuntos para cobrar derechos de autor y pensaba regresar.

“No me gustó la despedida. Lo vi tiste. Creo que Lecuona murió más de nostalgia por Cuba que de enfermedad física. Necesitaba de su campo y del mar”.

Apago la grabadora porque la Borja necesita recuperar su animosidad y bríos, esa fuerza vital que la hace caminar, nadar, hacer mandados, acomodar la casa y multiplicarse en cuanto evento cultural la requiera y en todo jurado que precise de su maestría, como ahora, que es la presidenta en la modalidad de interpretación en el Concurso Festival Internacional Homenaje por el Centenario de Ernesto Lecuona.

Hoy, cuando tanto ha dado en defensa de una amistad que no sucumbió ni a la distancia ni al olvido, me acerco a Esther con una última pregunta: ¿puede decirse que la Borja cumplió con su maestro?

Ya es toda nervio, vida, pasión: “Estoy satisfecha de todo cuanto he hecho para difundir la obra de Lecuona. Yo me siento en paz con mi conciencia”.

(Granma, Suplemento Patria, junio, 1995)

DE DUEÑO A ALMACENERO, CUMPLIR CON UNO MISMO

DE DUEÑO A ALMACENERO, CUMPLIR CON UNO MISMO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ
 

El niño Vera tiene muuuuchos años, mente clara y sonrisa franca para un diálogo sin reservas. Hace cinco décadas, precisamente el 29 de agosto de 1959, era el dueño del restaurante Los Jazmines, en el Valle de Viñales y, desde el salón abierto a los aires del campo, a escasa distancia del viejo mirador, vio allá arriba a Fidel y a Celia y el corazón le dio un vuelco presintiendo un nuevo rumbo para su vida y la de María Aurora, la esposa, que entonces atendía los ajetreos de la cocina.  

José Antonio Vera García no lo pensó dos veces y subió a saludarlos. Allá arriba los invitó al restaurante y se inició la más grande entrevista que haya tenido. El Jefe de la Revolución le preguntó qué pensaba hacer con el restaurante, y El Niño le contestó que ampliarlo con algunas cabañas.  

Fidel le comentó que el lugar era bueno para construir un hotel que él podría administrar: "Yo no lo acepté porque no tengo capacidad para eso. Le dije que se haría lo que él proponía, pero que me dejara en cosas de almacén y de suministros, para lo cual me sentía seguro de responder bien".  

No ha tenido otro oficio desde entonces: "A mí no me intervinieron el negocio, yo lo entregué. Aunque parezca que no es fácil pasar de dueño a almacenero, a mí siempre me han respetado, tal como lo he hecho yo con todas las personas. Nunca me molestó haberlo dado, creo que lo más bonito que hay es sembrar un árbol y verlo crecer con frutos para muchos. Se siente contentura y no me arrepiento". 

Primer proyecto turístico de la Revolución

Dice El Niño que Los Jazmines fue el primer hotel iniciado por la Revolución en Pinar del Río, a la vez que iban creciendo otros proyectos con vistas al desarrollo de la región. Se inauguró el 20 de mayo de 1960 y tuvo desde los inicios un restaurante naranja y azul -restallante en los verdes vueltabajeros-, hasta la piscina, todo un regalo de paraíso prometido en una tierra de mogotes.  

Según anotaciones del doctor Antonio Núñez Jiménez, en esa época director ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria, Fidel en aquella visita a Pinar dio instrucciones para el desarrollo del turismo rural en la zona, ordenó la construcción de un nuevo y más grande mirador en el Valle, un hotel y su restaurante, y al día siguiente quedaron aprobados los créditos para las obras.  

También se decidió edificar nuevas capacidades en San Vicente, teniendo en cuenta los beneficios de las aguas minero-medicinales del entorno, y otro hotel en la Loma de La Ermita. Se orientó, además, pintar sobre un farallón del Valle de Las Dos Hermanas, el ahora famoso Mural de la Prehistoria. 

El niño Vera hoy

En 50 años la obra de El Niño Vera creció y el hombre piensa que se agrandará todavía más: "Yo sigo mirando esto como si fuera mío, es que nunca ha dejado de serlo". 

-¿Qué es para usted

el Valle de Viñales?  

Lo que más quiero, yo nací en este Valle y me lo conozco bien porque fui campesino. Lo he caminado de una parte a la otra. He andado por él a caballo, arreando mulos y en carreta. A mí de él me gusta todo. Incluso, lo repaso a cada rato y vuelvo a los mismos sitios que iba cuando era muchacho. 

-Lo que más le gusta.  

Mi familia, las mujeres, el Valle y los gallos finos. 

-Cuando le pusieron al restaurante

del hotel el nombre de Vera,

¿qué significó para usted?  

Un reconocimiento, me alegró mucho, me dio idea de que yo había cumplido. 

-¿Se iría a vivir al pueblo?  

Mire, mi casa está pegadita al hotel, me la hizo la Revolución, aunque yo después la amplié, y no la voy a dejar por nada del mundo. Yo no sirvo para vivir donde haya aglomeraciones. Es lo mismo que nunca dejaría a Cuba, aquí tengo muchos amigos, mi mujer, mi hijo, nietos y el Valle de Viñales que uno lo mira y ya almorzó con eso. 

-¿Sus defectos?  

Todos tenemos cantidad, nadie es perfecto. 

-¿Y su mayor virtud?  

Entonces, El Niño Vera, este hombre pequeñito, gentil, de buenas "pulgas" para los amigos, leyenda viva en los contornos por una actitud ante la vida en la que la rectitud es una medida precisa, abre los ojos como quien da por sentado una verdad absoluta: "Haber quedado bien conmigo mismo". 

 

LOS CIEN DE LOLITA

LOS CIEN DE LOLITA

De su vida centenaria, la pedagoga Dolores de Zayas Ávila ha dedicado 80 años a un magisterio que trasciende las aulas para insertarse en el hecho cotidiano e irrepetible de amar con total felicidad. En el pasado siglo, los suyos fueron los primeros libros cubanos de kindergarten que se publicaron en el país.  

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Cuando le pedí que interpretara una pieza al piano, pausadamente extendió las aladas manos y ejecutó el Himno Nacional, una y otra vez, siempre que Aldo necesitó reintentar una foto de ese momento mágico en que en las nostalgias volvían a las aulas de kindergarten en el Camagüey natal.

Dice Rita, la hija, que nunca dejó de tocar la sagrada convocatoria de los cubanos en sus tiempos de maestra de prescolar y aún ahora, en el jubileo de cien años de venturosa existencia, en las veladas familiares la retoma con asiduidad. 

No quiere que le digan Dolores, porque es nombre demasiado diamantino para una mujer como ella que ha ofrecido tanto amor y felicidad, y le viene perfecto el Lolita de Zayas Ávila a su figurilla de alabastro, espigada, gentil, de persona cultivada en los apegos de la alta educación. 

Debe ser fascinante llegar a la centuria con la buena memoria del tiempo vivido y no puedo evadir la indiscreción de preguntarle cómo lo ha logrado. Echa hacia adelante el torso, con suma finura, y comenta: "He hecho una vida tranquila, feliz, con ocupaciones bellas. Me ayudó mi profesión, porque educar niños es algo maravilloso y ellos me inspiraron no solo en la salud mental, sino también en la física. Cada etapa de mi vida la he disfrutado con paz, dada al amor a la familia, a los pequeños, a la educación, la cultura, y la Patria". 

Desde que terminó los estudios magisteriales en la Escuela Normal de Kindergarten de La Habana e inició el camino de la pedagogía en la tierra agramontina en 1922, han transcurrido 80 años, y se halle frente a la clase o no, su paradigma ha sido un magisterio que trasciende las aulas para insertarse en el hecho cotidiano e irrepetible de amar con total felicidad. 

Le pregunto qué ha significado educar a niños en edad tan importante y temprana como la prescolar. Le gusta un cuestionamiento que la hace sentir plena profesionalmente: "Para ser maestro lo que hay que sentir en el alma, por encima de todas las cosas, es amor. Un niño es como una gota de rocío sobre un pétalo de rosa. Hay que tratarlo con cuidado especial y la maestra tiene que ponerse al nivel de su inteligencia y facultades. Cuando yo estoy con los pequeños, me siento niña también: vivimos y suspiramos juntos, deseamos lo mismo. Todos los conocimientos que van adquiriendo no solo son para la mente, van hasta el alma". 

Dice enfáticamente que en el pasado siglo, los suyos fueron los primeros libros cubanos de kindergarten que se publicaron en el país. Es una colección cuyos títulos de por sí dicen sus razones: Mi primer libro, Mis primeras lecturas, Mis primeros trazos, Desfile de colores y Jugar y contar, los cuales, según expertos, fueron para la época avanzados por su concepción pedagógica y países como España, México y Panamá los reeditaron en varias oportunidades. 

"Pensaba que no estaba completa la pedagogía del prescolar y cuando salía de clases, notaba que faltaba algo para completar la educación de los escolares, que tuviera que ver con el ejercicio manual, mental, educativo y moral. Por eso, llegaba a casa y empezaba a escribir lo que me hacía falta en el aula", precisa la maestra, Miembro de Honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba. 

Alumnos de Lolita recuerdan su clase como una perpetua fiesta: "He pasado la vida jugando y cantando con mis alumnos. A los niños de esa edad les es indispensable la música y el juego, porque cantando aprenden más rápido que hablando, y jugar es su medio natural para la enseñanza. No pueden faltar los cuentos para despertar y acrecentar la fantasía". Una frase la define: "Volar como mariposa, saltar como rana...". 

En su larga carrera como pedagoga, dos momentos le fueron entrañables: el paso por la Escuela Normal para Maestras de Jardines de la Infancia, de Camagüey, donde impuso su huella en la cátedra de Juegos Maternales y escribió un libro, y el Colegio Zayas, de la familia, donde según Rita, también alumna, "señoreó el civismo, el patriotismo y el respeto a la vida y obra de José Martí. En aquel colegio tuvo una calidad científica la enseñanza, y se promovió la formación de un pensamiento antidogmático con altos valores de cubanía; fue el germen, además, del Ballet de Camagüey". 

No quiero agobiarla con muchas preguntas. Sé de su fatiga cuando la conversación es prolongada. Por eso, ya casi en la despedida y después de ver diplomas y fotos que evocan su hacer en la Campaña de Alfabetización, como abuela destacada, miembro de un círculo de abuelos, o esa vuelta una y otra vez al afecto de familiares y amigos, le pregunto qué ha significado ser pedagoga.

Niega con la cabeza y responde quedo: "Yo he hecho pedagogía sin darme cuenta, he funcionado paso a paso y día a día entre los niños, pero no porque me hiciera del oficio, sino porque simultáneamente vivía también jugando y cantando con ellos". 

Al término, ¿le queda el alma satisfecha?: "Todos mis deseos están cumplidos... y a veces pienso que no merezco tanto. Mi vida ha sido natural, cotidiana. ¿Por qué tanto?". 

 

EL ISMAELILLO DE GONZALO

EL ISMAELILLO DE GONZALO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Gonzalo Bermúdez Toledo creía que nadie es profeta en su tierra hasta que le tocó a la puerta el reconocimiento. Incluso más: la celebridad. De sencillo y batallador maestro en la escuela primaria Pedro Romero Espinosa, la vida le dio un vuelco de 180 grados y se le volvió pública. De golpe y porrazo pasó a ser el "profe" de La semilla escondida, un serial que hace varios años sentó tres veces a la semana frente al televisor a buena parte de la población cubana y barrió récords de teleaudiencia.

El 10 de octubre cumple años el Ismaelillo, un proyecto que toma como fecha de partida el día que por primera vez vieron en la Casa de la Cultura cienfueguera los instrumentos necesarios para formar un grupo. Ahora, Gonzalo dice que la experiencia fue "una prueba de rigor como profesional, y también de perseverancia, amor a la vida, y a mi gente. Yo tengo la pasión del fundador y creo que Ismaelillo ha servido de ejemplo de la utilidad de la virtud, como nos dijo Martí".

Volvamos atrás. Perla del Sur, 1980. Una escuela de barrio de nueva creación. Muchachos difíciles, prácticamente con el curso perdido. Un maestro que sin ser especialista de Música recurre a métodos pedagógicos para orientarlos en el conocimiento de diferentes instrumentos y así lograr su mejoramiento humano. A partir de la Matemática, creación de un sistema nemotécnico como vía para iniciar a los alumnos en la música.

Entonces, codificación de sonidos. Uno, tres, cinco, no son más que Do, Mi, Sol. El guitarrista oye el número 23: significa segunda cuerda, tercer traste. Coloca el dedo y da la nota. "Pienso que el niño debe ir a la escuela no solo a aprender Matemática y Español, que de hecho son asignaturas esenciales, pero obligadas y no siempre motivadoras. Es importante también que vaya por el propio deseo de disfrutar del aula, y porque pueda desarrollar actividades que desde el punto de vista emocional lo estabilice. La música es una vía eficaz".

El aprendizaje de un instrumento musical y el trabajo en grupo hacen maravillas. Hay una especie de terapia. Se eleva la autoestima. Ya se es músico, se toca guitarra, le esperan en el matutino, canta una canción, los compañeros aplauden, hay un reconocimiento. Viene el cambio, el compromiso, la voluntad por estar a la altura de lo que de él se espera. La familia no queda al margen. "El muchacho" es músico, figura pública de la casa, va a actuar en este o aquel lugar. Entonces, es necesaria la transformación porque el buen orgullo inclina a ser mejores: "Desde todos los puntos de vista hay una inducción conductual y social en el niño, la escuela, la familia y la comunidad".

Ese es uno de sus gozos como educador: contribuir a formar gente de bien, porque "un maestro es un creador, de eso no podemos olvidarnos quienes trabajamos con seres humanos en formación", comenta con sencillez este hombre que ha ejercido la docencia por más de 30 años y recibió de manos del Comandante en Jefe Fidel Castro la distinción Los zapaticos de rosa.

Hace años Gonzalo dejó el aula de primaria, para asumir una cátedra de nuevo tipo como profesor instructor de la Casa de la Cultura de Cienfuegos. En estos momentos el Proyecto incluye tres grupos, una gama de muchachos de diferentes edades que a partir de vías no formales se acercan al universo de la música.

Este nuevo aniversario por llegar le permite hacer cuentas que suman y multiplican: ha formado a siete generaciones de Ismaelillos, es decir, a un centenar de niños, adolescentes y jóvenes, muchos de ellos hoy integrados a prestigiosas agrupaciones musicales, o trabajando como magníficos profesionales o técnicos de diferentes sectores: "Todos me hacen sentir orgulloso de un proyecto que fundé y llevo adelante desde lo más hondo del alma".