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LA BANDERA DEL GENERAL CALIXTO

LA BANDERA DEL GENERAL CALIXTO

Un episodio en la vida octogenaria de Ana Luisa Altarriba, quien recibió el encargo de entregar la enseña al Museo Casa Natal del patriota holguinero.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Ana Luisa Altarriba Hierrezuelo tiene 85 años bien vividos en la epopeya de amar, trabajar, educar y andar alistada en las tropas de quienes convierten la cotidianidad en un hecho irrepetible y mágico. Hacer siempre algo noble y humano, parece ser la divisa de esta mujer de palabra sencilla y locuaz.

Es santiaguera de corazón holguinero, porque “aquí me dieron más de lo que merecía, todos mis reconocimientos vinieron por la gente de esta provincia que no olvidó nada de lo poco que pude hacer”, me dice un día de conversación larga, de visita en el Museo Casa Natal Calixto García, adonde fue para ver, otra vez, una de las banderas que utilizó la tropa del Mayor General y que una vecina le entregara para que ella fuera depositaria.

“Había trabajado mucho en Holguín como maestra de Español y después inspectora de Educación en el municipio y la provincia, cuando mi esposo, Enrique Vian, juez lego de la Sala de lo Criminal aquí, decidió jubilarse y radicar en la capital. También pedí el retiro en 1988 y nos mudamos para el Reparto La Rosita, en San Miguel del Padrón.

“Apenas unos días después de llegar a la casa, una vecina viejecita llamada Rufina me mandó a buscar con su hija Ofelia, para entregarme algo importante de Holguín que no debía perderse. Yo fui curiosa a verla y, de pronto, me entrega la bandera, guardaba por ella desde la época en que trabajaba en la casa del Mayor General. La tuve conmigo, bien cuidada, unos dos años”.

-¿Y por qué no la entregó Ofelia?

¿No le parece mucho tenerla

retenida dos años, privando al

patrimonio de una reliquia histórica?

“Rufina estaba prácticamente inválida y su hija era la única persona que podía ocuparse de ella. Hacer los trámites entre La Habana y Holguín le era muy engorroso. Puede preguntarle, todavía vive. Y a mi lo que me pasó es que cuando recogí la bandera la guardé bien envuelta y me entró tremendo miedo porque se perdiera algo tan sagrado. Solo al cabo de ese tiempo pudimos mi hija Ivette y yo venir al museo a pedir a las especialistas que fueran a buscarla, porque yo no montaba una guagua con ella ni loca: mire si era grande el respeto que me inspiraba”.

Ella precisa responsabilidades en un acto que siempre le ha parecido fantástico en su providencia: “La viejecita quiso entregármela a mi, a nadie más, porque creía que yo era holguinera, y eso le bastaba para confiar plenamente en mi honestidad”.

Educadora por más de 30 años, fundadora en Santiago de Cuba de la Escuela del Hogar en 1942, activa organizadora de la Universidad de Oriente, graduada en esa misma provincia en Pedagogía y con una vasta participación en el sector educacional durante los primeros años de la Revolución, insiste una y otra vez que “todo lo que tengo se lo debo a Holguín”.

-¿No teme que los santiagueros

le reclamen pertenencia?

“No, porque nunca he relegado de ella. Pero en esta otra patria chica mi familia cooperó en tareas de la clandestinidad, trabajé muy duro en la Campaña de Alfabetización, fui seleccionada en 1970 la mejor maestra de la provincia y estuve en la las tareas de organizar los CDR y la FMC. ¿Sabe quién reconoció todo, sin pedirle nada?: Holguín. Desde aquí se tramitaron los papeles para otorgarme varias medallas”.

De su paso por el magisterio, Ana Luisa lo que más recuerda es el cuidado de los niños y enseñar a los propios maestros a no destacar malas conductas en ellos, sino utilizar reiteradamente la palabra “bueno”, porque queda sedimentada en los pequeños y les eleva la autoestima y la confianza.

“Fui defensora de las Escuelas de Padres y las cree en Holguín. Aprovechaba las reuniones de las organizaciones de masas para que la familia conociera y comprendiera más sobre el universo de su hijo, visitaba las casas. Si un docente no sabe cuáles son los problemas de sus alumnos, entonces el curso fracasa. Esa experiencia la llevé a una reunión nacional en 1970 y tuvo éxito. Creo sinceramente que todo niño sirve, todos son buenos y hay que estimularlos; si tienen problemas, ¡salvarlos!”.

-Ana, y al paso del tiempo,

¿qué ha sido regresar y ver

por primera vez la bandera

en el reposo del museo?

“Pararme frente a ella me causó una emoción intensa y, después, cuando me volví, increíblemente dos mujeres me reconocieron como su maestra de sexto grado. Era mucho más de lo que hubiera pensado jamás. Esta vuelta ha sido un motivo con el que despedir la vida satisfecha”.

 

LA IMAGEN CONSTANTE

LA IMAGEN CONSTANTE

El doctor en Ciencias de la Comunicación, Jorge Rodríguez Bermúdez, presenta sobre la cartelística cubana, un título abarcador y desperjuiciado.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ                

El libro del cartel cubano, abordado el tema en su integralidad y sin parcelas de auspicio, venía reclamando desde hace mucho un texto analítico, creativo y desprejuiciado, sobre todo, si tenemos en cuenta la riqueza que a lo largo de la pasada centuria ha tenido su desarrollo en el decursar histórico de la nación.

Y he aquí que el doctor en Ciencias de la Comunicación y profesor de Arte y Comunicación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Jorge Rodríguez Bermúdez, pone al lector, especialista o neófito, ante la perspectiva del juicio con su volumen, La imagen constante. El cartel cubano del siglo XX, editado por Letras Cubanas bajo la atenta mirada de Teresa Blanco y con una tirada de más de 2 500 ejemplares, de los cuales habrá disponibilidad en bibliotecas públicas.

-¿Propuesta del texto?

Cuatro acercamientos fundamentales: la evolución del cartel, cometido durante la República, presencia en la Revolución y, finalmente, su crisis”.

-Durante los primeros años revolucionarios

el cartel cumplió una destacada función social

y comunicativa. ¿Puede hoy decirse lo mismo?

Fue un protagonista en fijar y divulgar mensajes en esos años, hasta la erosión del código visual representativo de nuestro cartelismo de vanguardia, hecho que ocurre a mitad de la década de los 80 del pasado siglo.

A partir de la propia dinámica de los estilos artísticos y el desarrollo tecnológico operados en Cuba y el mundo, es comprensible que un código de vanguardia no permanezca más de 10-15 años. Otro elemento para su caducidad es la preferencia del público por la imagen televisiva y de video a color como medios preferentes de su sistema comunicativo.

Se suma que el cartel, a partir de la propia fuente propiciadora, no es capaz de romper el paradigma que lo había entronizado y que es el código de vanguardia de los años 60-70, el cual marcó un hito en su época.

-Además de abordar el cartel en instituciones

que lo elevaron a clásico como el Instituto

Cubano de Arte e Industria Cinematográfica,

qué otras indagaciones presenta.

Algunas que nunca, o poco, han sido abordadas en artículos o libros como son el cartel en el Consejo Nacional de Cultura, el Instituto Cubano del Libro y el antiguo Instituto Nacional de la Industria Turística, donde tuvo una presencia importante. También, el cartel alternativo de la década de los 90, el cual procede generalmente de jóvenes diseñadores de manera espontánea, sin respaldo estatal.

-¿Bien o mal avizora el

futuro del cartel cubano?

Cada medio tiene su momento dado en circunstancias históricas, políticas, sociales y comunicativas irrepetibles. El cartel nuestro encontró ese instante justo al triunfo de la Revolución debido a la dinámica y la inmediatez del mensaje a generalizar y de ahí el devenir como uno de los medios visuales emblemáticos del proceso revolucionario.

Surgirá otro momento, pues lo cierto es que siempre ha habido un cartelismo de vanguardia hasta finales del siglo XX. El cartel alternativo de los 90 es el continuador de ese código de vanguardia gestado entre los años 60-70, partiendo del hecho paradójico de que continuismo es ruptura, no es imitación, no es seguir haciendo lo que hace dos decenios atrás, sino sacar las mejores experiencias de ese legado y recrearlas y adecuarlas a las nuevas exigencias estético-comunicativas.

-Entonces, ¿queda salvado?

Definitivamente pienso que en Cuba el cartel puede continuar teniendo una presencia importante en nuestra cultura visual, pues tenemos una tradición muy fuerte en el medio como para no perderlo en el presente siglo.

 

DEMASIADAS COSAS NOS ESPERAN TODAVÍA

DEMASIADAS COSAS NOS ESPERAN TODAVÍA

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

El día que Hortensia Sardiña le plantó en medio de los ojos al padre la planilla de Alfabetizadora Conrado Benítez, el viejo se puso furioso y dijo: "¡De eso nada, usted es una chiquilla y no se va pa'l monte!". Tenía 17 años y era maestra normalista, título que la eximía del permiso, pero no quería una perturbación familiar, no concebía ni remotamente irse a los más recónditos parajes de la geografía oriental dejando tras de sí a Laureano en ira.

Entonces, y como siempre, la madre buscó la solución montando en el tren de las letras y los números a Amelia Cervera, la maestra de primer grado que quería a Hortensita como a niña propia, y con su tutela definitivamente se fueron a Niquero, sumando a la tropa a Sonia, la hermana de 12 años, y a varias muchachas del barrio que dijeron que ellas tampoco se perdían esos días que hoy llaman "de gloria".

La profesora titular del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, Hortensia Sardiña Miranda, evoca persistentemente ese periodo y lo califica como el evento más importante de su vida. En los días finales de enero de 1961 el Comandante en Jefe, desde Santa Clara, convocó a un ejército de 100 000 alfabetizadores, en respuesta al asesinato del joven maestro Conrado Benítez.

Mientras la ruta de trenes y camiones la llevaba hasta el cuartón de Jobo Ladeado, no imaginaba que en la humilde casa de los Atencio se convertiría en otra Hortensia.

Y todavía más: se reconoció valiente cuando Teresita, la alfabetizadora de 12 años, se enfermó en la madrugada y, junto a los guajiros de la zona, cruzó siete pasos de ríos, cogió la "guarandinga" y llegó a Media Luna en busca de un médico que nunca apareció. De vuelta a La Habana ya nunca más daría espacio a los remilgos. Demasiada vida había acumulado en el breve tiempo de Jobo Ladeado.

"Una sentía que estaba haciendo algo importante, decisivo", dice muy concentrada en los recuerdos, ahora en un sitio que le es queridísimo, "su" Facultad de Profesores Generales Integrales Habilitados, todo un desafío de los nuevos tiempos en los que Fidel retoma una y otra vez su confianza en los jóvenes.

A 45 años de la gesta humanísima de la Alfabetización y de la creación de las brigadas Conrado Benítez, la Profesora se niega a quedarse en el pasado, como si aquella época romántica y comprometida no tuviera sus sucesoras. Mira a su alrededor y ve a los jóvenes inmersos en los Programas de la Revolución y se siente continuada.

“Los jóvenes de hoy también están dando pruebas de compromiso con la Revolución. Son esos que asumieron un aula tras la formación emergente, los que ponen bombillos ahorradores, los que están en las gasolineras,... y los que en Paquistán donaron hasta su sangre cuando fue necesario. Todo eso es épico, aunque hoy lo vemos a la luz de la cotidianidad, y nos parece normal”. Hortensia recibió la Medalla Frank País de Primer Grado, el más alto reconocimiento que otorga el sector de la Educación.

 

70 FUE EL NÚMERO

70 FUE EL NÚMERO

En 1972, unos meses antes que Fidel llamara a formar el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech para suplir el déficit de maestros en secundaria básica, cobró vida la avanzada de este revolucionador empeño.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

El corazón de Lidia Turner quedó detenido una vez. Fue el 4 de abril de 1972, en la sala de su casa, frente al televisor, escuchando el discurso de Fidel en la clausura del II Congreso de la UJC. ¡El Comandante lanzaba la convocatoria a todos los jóvenes de décimo grado del país para constituir un destacamento pedagógico que cubriera el déficit de maestros en aulas de secundaria básica!

A la vuelta de 38 años la pedagoga sonríe con la placidez de los fundadores. Ocho meses antes de ese momento en que pensó no sobrevivir a la emoción, había sido llamada en su condición de directora de la Sección de Pedagogía del Instituto Enrique José Varona, para coordinar un pilotaje con jóvenes de décimo grado de las secundarias básicas en el campo de Ceiba I y Ceiba II, en el municipio habanero de Caimito, en aquel entonces en el momento cumbre de lo que se denominó “la nueva escuela”.

Nacido del Congreso Nacional de Educación y Cultura para buscar una alternativa ante el boom de alumnos que se iniciaba en ese nivel de enseñanza y la profusión de aulas que crecían por todo el país esencialmente en escuelas en el campo, el proyecto integraba en el programa de Círculos de Iniciación Pedagógica el desarrollo de seminarios, cine-debates, prácticas docentes, de laboratorio y de campo y preparación de clases, de manera que los jóvenes estudiaran y trabajaran durante los cinco años de su formación como futuros docentes.

¡Qué 31 de diciembre!    

En su ya larga y plena vida, la doctora Turner, hoy Presidenta de Honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba, recuerda con especial cariño el 31 de diciembre de 1971, cuando en el teatro de Ceiba I, al pedir la disposición de la muchachada para convertirse en maestros, las manos fueron levantándose. Primero la de Panchito, el presidente de la FEEM del plantel, y sin pausa, una tras otra hasta 70, de una matrícula de poco más de 120: había nacido la avanzada de lo que después se integraría como Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.

“Mira, aquello fue indescriptible. Era como decir: ahí está la respuesta a la Revolución. Eran años de una entrega absoluta, de un compromiso muy fuerte de los muchachos con toda tarea que se les encomendara. ¡Qué fin de año inolvidable! Pienso en él y todavía me invade la nostalgia por esa época de mi vida!”

-¿Se les impuso la asignatura a

impartir o pudieron escogerla?

Cada quien optó por la que más afín le era. El grupo pionero quedó constituido por cinco muchachos en Español, 13 en Biología, siete en Geografía, 13 en Historia, 12 en Física, cinco en Química, dos en Educación Laboral, cinco en Educación Física y ocho en Matemática.

Ellos tuvieron una preparación específica según la materia seleccionada, y se enfatizaba en el manejo de los programas de estudio, en la profundización de los contenidos, técnicas y métodos de enseñanza y entrenamientos con los medios audiovisuales.

De ese pilotaje salió la propuesta de ensanchar la experiencia a las escuelas de Sandino, en el municipio pinareño de Guane, y a las de Jagüey Grande, en Matanzas.

Por la ruta del recuerdo      

El 22 de febrero de 1972, en el teatro Lázaro Peña, de la CTC, Fidel adelanta un poco de lo que en Ceiba estaba sucediendo: “Los profesores forman las escuelas, lo que nadie había dicho nunca es que las escuelas iban a formar a los profesores”.

Y era así: “Los docentes íbamos a las secundarias a impartir las clases a esos jóvenes, quienes contaron no solo con la formación que les brindaba el Pedagógico, sino también con la ayuda de los profesores de la propia escuela donde trabajaban y por los del Instituto de Perfeccionamiento Educacional”, rememora la doctora en Ciencias Pedagógicas.

-¿Nunca le pareció locura aquella

solución de emergencia?

No; primero, porque fue una propuesta del propio Pedagógico y, segundo, porque en mi formación, en el capitalismo y por necesidad económica, yo había sido maestra mientras estudiaba justamente para docente. Tenía fe absoluta en que el proyecto era posible”.

-¿Qué siente por ese parto primigenio?

La alegría de una madre con 70 hijos repartidos haciendo cosas buenas. Y lo más importante, la satisfacción de haber dado solución a un problema que parecía imposible de resolver.

-¿Y no le preocupó la vocación de esos jóvenes?

La vocación no se  forma en teoría, se modela estudiando ya para maestros. La vocación es la práctica.

-Siendo gestora de esta avanzada,

¿por qué se sorprendió tanto cuando

Fidel la anunció el 4 de abril de 1972?

Porque pensé que todavía estábamos en una fase de pilotaje. Yo no imaginaba cercano aquel acto audaz del Comandante, que me demostró, una vez más, su visión de futuro y su confianza absoluta en los jóvenes. Esa es la enseñanza.

RECUADRO

LA VALIDEZ DEL SEGUNDO

Luego de más de un cuarto de siglo impartiendo clases, las fechas se confunden en los recuerdos de Alexis Almaguer Zayas. Pero no precisa de la exactitud del 31 de diciembre de 1971 porque hay algo más importante en su vida como pedagogo: la mañana de sol intenso en que en la secundaria básica de Ceiba I, levantó la mano para incorporarse a aquella avanzada de 70 jóvenes que estudiarían a la vez que trabajarían como profesores.

Fue el segundo en dar la disposición, solo antecedido por el presidente de la FEEM del plantel: “Pensaba ser arquitecto, pero creí más importante cumplir con la tarea que la Revolución ponía en mis manos”.

-¿Tenías experiencia frente a un aula?

Muy escasa, solo como monitor de Matemática. Cuando di la primera clase recuerdo que no tenía método alguno y entonces imité a mi profesor José Miguel Torriente, a quien admiraba por su creatividad para enseñar.

Hoy Máster en Didáctica de la Matemática y profesor asistente del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, en la capital, Alexis confiesa que el momento de estar en el aula es la mayor satisfacción que puede tener un maestro, es la realización absoluta, el sentido de haber permanecido durante más de un cuarto de siglo en la profesión y sentir un profundo orgullo por ella.

“No me imagino hoy, con la necesidad de maestros, separándome de la profesión, cuando fue esa misma razón la que me hizo vincularme al magisterio. Soy un hombre que siempre ha estado allí donde ha sido necesario, sin sentir conflictos. Siento que el compromiso es muy grande como para dejar la causa”.

 

CAZADOR DE IMÁGENES

CAZADOR DE IMÁGENES

Cuando no soñábamos con cámaras de videos domésticas tan cómodas de usar como las de hoy, Sirio Suárez andaba por su querido Ariguanabo filmando la historia sencilla de las gentes. A su recuerdo, el eterno agradecimiento de quienes amamos aquella tierra atravesada por un río en adiós.

IRAIDACALZADILLA RODRÍGUEZ

De tiempo oigo hablar del cazador de imágenes. Ahora quiero traspasar la pequeña reja, apresada en el encanto de las rojas tejas, el apacible beige de las paredes y el farol que pende al lado de la puerta. El verde del follaje –presintiendo un jardín imaginario- alegra a los visitantes de Sirio Suárez. Luego, el sosiego de la sala en una de las invernales tardes de San Antonio de los Baños. Mientras del patio, cubierto el muro por la hiedra, fluye ligero el viento.

Con frases cortas, modestas, habla el hombre de sus imágenes filmadas en ocho milímetros. De su inclinación por el cine cuando apenas era un mozalbete y entretenía el ocio con títeres ideados por él. Al inicio fue hobby –confiesa-, ahora es necesidad espiritual. Así mismo se ve confundido entre el tumulto, cámara en mano, para dejar gráfica cierta de lo que en su terruño acontece.

Aida le ayuda en los recuerdos. “Me soporta las majaderías”, le adula Sirio. No le importa que haya devenido laboratorio el comedor de la casa, y las “herramientas” –inventadas por él- permanezcan en aparente desorden.

A la carga vienen las memorias de los primeros filmes sobre la familia y hay reuniones, cumpleaños, detalles que convocan a la sonrisa. De anécdota en anécdota es inevitable el año 1959 y la cinta que preserva la entrada de Fidel y las tropas revolucionarias a la capital de la República.

“Yo me estaba afeitando cuando escuché la noticia de que el tirano Batista había caído. Acabé, cogí la cámara, y salí a filmar la euforia del pueblo. Después, partí para La Habana y rodé diez minutos de la cinta, a color, con la llegada de Fidel por el Malecón y frente al Palacio Presidencial”.

Más de 50 documentales de corta duración atesora Sirio Suárez. Guardan parte de la vida política, económica y cultural del pueblo ariguanabense. Ahí están las Bienales del Humor, vueltas ciclísticas, juramentos de las Milicias de Tropas Territoriales femeninas, exposiciones de pinturas, conciertos, inauguraciones de tarjas y bustos, entre tanto trasiego cultural que San Antonio promueve.

Luego, el revelado en el improvisado laboratorio y proyección de los filmes, regocijo para todos y asombro en quienes, ya en pantalla, se ven reproducidos donde quiera que a este aficionado de 66 años se le pida su presencia. Después, la cuidadosa entrada de los documentos al Museo Municipal. Toda una meritoria labor costeada por Suárez.

Otrora juez laboral, carpintero ebanista y mecánico de tocadiscos y audio en Electrónica Ariguanabo. Jubilado, condecorado con la Medalla Fernando Chenard Piña, otorgada por el Sindicato de Comercio y Gastronomía, y el diploma por 20 años de servicios en la Cruz Roja como operario de la planta de radio para casos de emergencia, son los orgullos de un hombre sencillo que multiplica a los suyos en imágenes para la historia y tradición del Ariguanabo.

¿Y qué es para Sirio esta afición? Necesidad –dice-. También goce renovado por el reconocimiento hacia el trabajo del artesano que ofrece el devenir en la tierra chica. Sirio es hombre-lente ansioso, avizor. Archivero perpetuo con la persistente pasión del cazador de imágenes.

(1983)

CUANDO LAS LETRAS CAMINARON POR LA PANTALLA

CUANDO LAS LETRAS CAMINARON POR LA PANTALLA

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

El día que instalaron el televisor, Ania Martínez Pena no dejó entrar a los niños al aula hasta que estuvo encendido. Lo primero que hicieron fue besarse, abrazarse y saltar, y en el momento en que se transmitía un reportaje en el que Fidel hablaba, al unísono dieron vivas a ese hombre a quien definitivamente veían en la dimensión exacta de sus gestos.

Al rato, cuando se iniciaron los créditos finales del reportaje, Daini y Joel, preocupados, subían y bajaban las cabezas porque no sabían de dónde venían ni hacia dónde iban las letras. Para ellos, simplemente caminaban por la pantalla de colores luminosos. Ania lo cuenta ahora y se ríe. Pero esa vez, lloró.

Vive en Barajagua, en el municipio cienfueguero de Cumanayagua, a 11 kilómetros del lago Hanabanilla, en Manicaragua, provincia de Villa Clara, donde incondicionalmente la espera el campesino Titi Lozano en su canoa para llevarla por las tranquilas aguas, hasta la orilla opuesta. La maestra, entonces, a falta de un mulo dócil, inicia el ascenso de tres kilómetros a buen paso, para llegar puntual a la escuela rural René Meneses, e iniciar la mañana con la alegría de aves en vuelo por las aulas.

A ese punto remoto llegó hace seis años con el compromiso de vencer un curso, pero en este tiempo no ha podido desprenderse de los buenos sentimientos que la atan a sus niños queridos. Al principio, tras concluir los períodos escolares anunciaba el retorno al pueblo, pero las lágrimas de los pequeños le hacían retornar al siguiente septiembre. A estas alturas, ya no sabe cuándo se irá porque, a fin de cuentas, la belleza natural de ese lugar recóndito en el corazón del Escambray también la sedujo para siempre.

Hace unos días vino a un encuentro de educadores en La Habana. No necesitó de palabras enfáticas ni de discursos largos. Se limitó a transmitir, con las mismas frases lindas y sencillas de sus cuatro estudiantes de primaria, el agradecimiento a Fidel y a la Revolución por haber dotado a su escuela de electricidad, televisor, video y computadora, y con ellos asistir a la magia de conocer mar, zoológico y parques. Al terminar, en el aire se percibía un abrazo.

"Cuando empezaron a ver programas sobre animales de la selva y apareció un león, se asustaron mucho. Tuve que explicarles que no saldría de la pantalla, y que recordaran que se los había enseñado en láminas. Antes de tener el televisor, yo los motivaba con libros e ilustraciones para que conocieran el mundo y muchas cosas que son cotidianas para los niños de la ciudad. Ahora, que disfrutan también del video y de películas, el pensamiento se les va enriqueciendo y se nota en las oraciones largas que redactan, en los párrafos bien estructurados, y en el uso de sinónimos y nuevas palabras que incorporan al vocabulario", explica la maestra, cuya escuela es una de las 439 en todo el país con una matrícula entre uno y cinco niños, igual de beneficiados con los Programas de la Revolución.

Lleva 13 años en labores docentes, estudia Licenciatura en Primaria, ha recibido el Premio Especial que otorga el Ministro de Educación, y por tres veces consecutivas el Sindicato de Trabajadores de la Educación, la Ciencia y el Deporte la ha reconocido como Vanguardia Nacional. En el sitio serrano en que trabaja, predomina la producción de café y solo existen 16 viviendas, por lo que también atiende a los pequeños en las vías no formales y en preescolar, y aún busca tiempo para el círculo de interés Pequeños Alfareros, que le proporciona la satisfacción de asistir al sortilegio de la creación en barro.

"Las nuevas concepciones educacionales han significado abrir todas las posibilidades a esos estudiantes, y también a sus padres, quienes se incorporan a la escuela a partir del trabajo comunitario. Mire, no necesitamos de custodios especiales, porque las mismas familias son las guardianas del panel solar y de todos los equipos, una vez que yo me voy en la tarde. Y no quiera usted saber lo que pasa allí los días de la serie de pelota, ¡esa no se la pierden por nada!".

Pocos días en La Habana y el deseo va creciendo por el retorno al hogar y a la escuela donde la esperan Alcides, Heidy, Joel y José Manuel, de quienes se siente responsable hasta los tuétanos, en esa vocación de evangelio vivo que sobrevive siempre en los buenos educadores: "Yo no sé qué tiempo me pueda quedar en el Escambray, pero sí le puedo decir que estar allí es lo más grande que me ha pasado como maestra".

En estos días de intenso frío, Ania saluda la madrugada con optimismo a prueba de desafío. Da un beso a Ariennys, acurrucada en la tibia manta, y otro al esposo para quien también empieza la jornada, y va al calor de la cocina y al aroma del café, cual inicio de su marcha resuelta hacia la serranía.


 

GONZÁLEZ ALLUÉ, MÁS CAMAGÜEYANO QUE UN TINAJÓN

GONZÁLEZ ALLUÉ, MÁS CAMAGÜEYANO QUE UN TINAJÓN

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ 

En la sala de la casa los retratos se amontonan dándole sustos a la desmemoria. Aparece con Bola, Lecuona, Guillén, Rita, y otros más. Hay una foto inmensa suya cuando andaba por los 50. Alguien dijo una vez que Jorge González Allué era el único superviviente de una legión de grandes. A los 87 años todavía sigue en pie, aunque los arrastre al caminar, intentando una agilidad y vivacidad que se le escapan irremediablemente.

Es un cuerpo escuálido y una mente irreverente contra los olvidos. Recuerda publicaciones, fechas y anécdotas con la lucidez mandona de los viejos patriarcas. En ocasiones se le pierde algún dato y se excusa con un breve: “Señora, luego se lo digo”. Pero, entonces, es mejor avanzar por otros derroteros. En su casa de La Vigía, en Camagüey, anda feliz en estos días de aniversarios y felicitaciones tardías. En julio su universal Amorosa Guajira cumplió los 60 años, y Allué ya va por 70 en los caminos de la composición musical.

“Lo primero que escribí fue en 1927, un vals. Yo ambicionaba llegar a las 200 obras. Felizmente voy por 315, de ellas más de 20 concebidas con los 87 a cuestas. Yo me alejé de ti todavía está caliente. Creo que di un jonrón”.

Su voz recorre todos los timbres imperativos como si quisiera dejar comprobados cada hecho y palabra. Al fin y al cabo, me doy cuenta que es solo una estratagema para esconder la ancestral vocación por lo preciso, por la ayuda oportuna para que otros no equivoquen apuntes.

“Tengo obras superiores en letra y música, pero fue Amorosa Guajira la que más fama me dio y la que recorrió el mundo. Que se sepa, tiene alrededor de 40 grabaciones. Yo poseo unas 20 placas y, la más importante, la primera. Gonzálo Roig me dijo una vez que esa obra iba a perdurar porque tenía toda la esencia de la verdadera canción cubana. Sus vaticinios se cumplieron”.

Jorge González Allué es uno de esos raros casos de artistas famosos que apenas ha viajado al exterior. Colombia y Perú fueron los dos únicos intentos en 1936 y 1937, pero desistió finalmente de otros a causa de ruegos maternos. Desde entonces, Camagüey ha sido su refugio permanente, en una casa que le cobija desde hace 85 años.

“Tampoco me gustó viajar. Mire, yo no puedo vivir sin Camagüey, sin mi casa. Yo me siento más camagüeyano que un tinajón”.

Casi todo lo que ha escrito es música romántica: “Porque amé mucho y, por ello, he sufrido mi buena cuota. Mis canciones son vivencias personales”. Su obra la ha parido en ese viejo hogar terminado en 1912 por el padre ferroviario. Y, en su cama, Amorosa Guajira y Los quince de Florita, el exitazo que inmortalizó Luis Carbonell. Al paso del tiempo, González Allué confiesa que para esos dos aciertos no tuvo que romperse la cabeza, los escribió como si se los estuvieran dictando.

“Y me pregunto cómo pude, mientras desde la sala escucho una y otra vez, sin parar y hasta enloquecer, todos los ruidos infernales de una avenida con tránsito perpetuo”.

Parece acostumbrado a todo este Hijo Ilustre de su ciudad que hoy añora poderse sentar al piano, pues “desde hace bastante tiempo está en mal estado y solo los jubilados de la Construcción prometieron arreglarlo”.

Durante la entrevista ha degustado un largo trago de ron y parafraseado una estrofa tanguera: “Si te hace falta una ayuda/ si precisases un consejo/ acordate de este viejo/ que ha de servirte en lo que pueda/ cuando llegue la ocasión”. Dice que es como una brújula para estos años de ocaso.

Abrazo y me despido de este hombre que se considera todo lo bueno que puede desear ser una persona, realizado: “Feliz de lo logrado. He tenido todo lo que quise, y algo más. Todo lo que concebí, cuando muera, queda para el pueblo que me hizo, porque un artista sin público y sin su aplauso, no es nada”.

Septiembre de 1997.

 

TIRAR, SÍ, LA PRIMERA Y HASTA LA ÚLTIMA PIEDRA

TIRAR, SÍ, LA PRIMERA Y HASTA LA ÚLTIMA PIEDRA

IRAIDACALZADILLA RODRÍGUEZ

Cayo Coco.- “A mí el mar nunca me gustó, pero la vida tiene más vueltas que anjá y de pronto ese fue mi mayor objetivo. Ese día pensé, ¡hacer una carretera en el mar!, y aquel primer grupito de hombres que me acompañaba, cuando lo anuncié, solo atinó a comentar que yo estaba loco”.

Guayabera y sombrero pulcrísimos cuando lo entrevistamos, me hacen pensar en los pocos descansos sabatinos que se permite Evelio Capote Castillo. Se siente como pez fuera del agua sin la carretera y el ruido de los buldózeres y los camiones, sin las voces de mando, el polvo y la bravura del mar que se empeña en rescatar su parte.

El jefe del contingente El Vaquerito, en Ciego de Ávila, lleva la impronta de 36 kilómetros –de ellos 17 en puro mar- del pedraplén Turiguanó-Cayo Coco, esa obra que deslumbra por la proeza de echar una carretera para transitar sobre las aguas.

Entonces parecía cosa de sueños lo que hoy es tangible y permite el desarrollo turístico de uno de los parajes más insólitos por su virginidad y belleza, y por lo que es ahora el poblado caribeño edificado por los constructores de la UNECA, luego de abierto el camino por los hombres de Capote.

Pero su vida no se detiene en ese punto inicial del pedraplén, ni siquiera cuando se juntaron carretera y cayo y el júbilo de la gente, y el suyo, apenas le dejaba hablar, mientras el nudo en medio del pecho forcejeaba por deshacerse.

Ahora andan, él y su tropa –más de 500 entre los que permanecen casi la totalidad de los fundadores-, en los viales del aeropuerto, en la ampliación de la carretera de Turiguanó, en el vial que va desde Bautista hasta el empate con la carretera de Cayo Paredón Grande, en el movimiento de tierra del segundo hotel de Cayo Coco y en las obras de fábrica, y construir nuevas caballerías con microjet en la zona agrícola La Cuba.
 
A nada teme. En 61 años le ha entrado con fuerza al trabajo desde que era apenas un niño y el laboreo en la limpia y corte de caña, la disciplina del Ejército Rebelde, los camioneros, choferes de ómnibus y dirigentes de la construcción, no le son en absoluto ajenos.

Reconoce que su nivel escolar es bajo. Sin embargo, cree que las personas tienen un don natural de mando y aunque no sabe precisamente cuál es su virtud para dirigir, sí la asume como una credencial que le otorgaron al nacer.

Si no fuera así –se queda pensativo, ladea el sombrero y mira de frente-, yo no pudiera dirigir a personas tan instruidas, especialistas, profesionales. Yo lo que tengo es la escuela de la vida  en  la  que  mucha  gente  me  ha  educado  y  enseñado -precisa en unas reflexiones en las que le place reconocer amigos o a buenas personas que influyeron, y aún lo hacen, en él.

¿Y el éxito? Capote no gusta de esas palabras, solo atina a decir que siempre traslada su experiencia, conversa, reflexiona en lo que puede o no hacer, consulta, y luego sale una labor buena, unida por el trabajo compartido.

En estos años de responsabilidades se le han sumado unas tras otras. Ahora es también delegado de circunscripción, miembro del Comité Provincial del Partido y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Para Mayda, la esposa, o para Miriam, Rosario, Pilar, Anay e Imaray, las hijas, el tiempo va quedando chico, pero concentra ternuras para los ratos en que juntos hacen planes familiares o llegan preocupaciones lógicas.

Dice, y lo hace con orgullo, que sus mejores cosas andan en la honradez, la seriedad, el respeto y la disciplina. Y aún se duele de que a veces se empeña en hacer más de lo que puede, o de querer que otros hagan lo mismo que él: “Eso es un error mío, hay que saber el límite”, pero a seguidas reconoce que ya está viejo para cambiar sus rumbos.

Capote es noticia siempre, le comento en esta entrevista que deja de serlo para buscar los cauces de una conversación amiga. Se ríe, nada le importa la fama, porque sabe que todo lo hecho, y lo que queda por empezar y concluir, es como un asalto a la bravura de estos tiempos que requieren de hombres que se ajusten los cinturones y empinen sus fuerzas.

¿Qué otra obra estará por iniciarse? “Cualquiera que sea, que venga. Cuando termino una siento un gran placer, pero mayor responsabilidad porque atrás espera otra y El Vaquerito es como un contrato de seguridad y confianza para la gente”, precisa.

“Mire, dice, mientras la Revolución y Fidel me necesiten, habrá Capote para rato”.

(1993)