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LA FILOSOFÍA MARXISTA NO ESTÁ EN DESUSO

LA FILOSOFÍA MARXISTA NO ESTÁ EN DESUSO

El doctor José Sánchez Suárez es un filósofo que asegura razonar la vida, viviéndola.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ 
 
Foto: JOSÉ M. CORREA  
 

En un mundo globalizado y cuando las tendencias de las políticas imperiales se dirigen a la homogeneización del pensamiento, el doctor José Sánchez Suárez defiende la validez de la Filosofía Marxista y niega las corrientes que propugnan que ésta se halla en desuso: "Solo se encuentra en una etapa de reconstrucción teórica. Es un cuerpo que no ha perdido vigencia porque constituye una metodología científica probada".

Profesor de Filosofía en el Instituto Superior Pedagógico José de la Luz y Caballero, de Holguín, merecedor de la Distinción por la Educación Cubana, este investigador asevera que hay que aprender a adecuar los postulados generales de la Filosofía Marxista a las condiciones concretas de cada país, en especial a las circunstancias de un proyecto social como el nuestro, construido en situaciones difíciles y que tiene que hacer uso de sus conceptos con un carácter cada vez más creador.

"Es curioso, cuando revisamos las investigaciones científicas que se publican en la actualidad en Europa y América Latina, nos damos cuenta de que utilizan un aparato categorial diferente al de la Filosofía Marxista; sin embargo, al penetrar en su esencia vemos que no hacen más que emplear su método dialéctico, pero dando otros nombres. Solo así logran resultados de verdad científicos."

Inquiero acerca de si existe marcada diferencia entre el estudio de esa ciencia en las aulas universitarias en la década de los años setenta del pasado siglo, con la propuesta actual.

“En esencia, no. La diferencia está en los métodos con los cuales se impartía. Durante mucho tiempo fuimos repetidores de marxismo; se traspolaba mecánicamente a nuestra realidad su aplicación en la antigua Unión Soviética, y en general en el campo socialista. No adecuábamos sus postulados a las condiciones concretas de Cuba.

"Por eso sostengo que la diferencia está en que ahora, en vez de repetir, lo primero que hacemos es plantear un problema de carácter social y ponemos a la Filosofía en función de resolverlo."

¿Atrae esta disciplina a los estudiantes? "Quedan seducidos por ella cuando comienzan a comprender que puede resolver los disímiles problemas que plantea la existencia. Es un arma para transformar la realidad, e incluso la vida personal. Yo la definiría como útil e imprescindible".

En lo particular, más de 20 años de docencia le han permitido no solo realizarse individual, científica y pedagógicamente, sino también, verse trascendido en los estudiantes, en los hombres y mujeres que ayudó a formar y en quienes dejó alguna buena impronta.

El Premio Especial del Ministro de Educación le fue otorgado, y lejos de entenderlo como acomodo a su quehacer, como consolidación de su labor pedagógica en clases de Filosofía, Sociología de la Educación, Problemas Sociales de las Ciencias y Axiología, lo asume como punto de partida para empinarse hacia retadoras metas.

Graduado en 1982 del Instituto Estatal Pedagógico de Leningrado, autor de artículos publicados en revistas especializadas de nuestro país, Colombia y Brasil, Premio al Mérito Científico de la Academia de Ciencias de Cuba, presidente de la Cátedra de Pensamiento Social Cubano en su Instituto, y nominado al Premio Nacional de Ciencias Sociales por su tesis doctoral La filosofía de la Educación en Félix Varela, Sánchez Suárez echa por tierra el estereotipo de filósofo solo preocupado por la apropiación de saberes.

Dice que es un filósofo loco, humorista, escritor de guiones para la televisión, poeta vivencial, intérprete de sus propios monólogos, actor, mago: "Soy un filósofo que reflexiona sobre la vida; y la mejor manera que tengo de razonar sobre ella es viviéndola".


 

LA BOLETA QUE NO APARECIÓ

LA BOLETA QUE NO APARECIÓ

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

El eclesiástico que separó a Carlos III de la Reina fue Félix Varela. ¿Lo duda? Pues mire, en la capital, la avenida que hoy se conoce por Salvador Allende antes se denominó como el monarca, y está dividida por Belascoaín, otrora con el nombre del presbítero. La vía continúa, y seguimos llamándola igual a las soberanas.

Así comenta jocosamente José Caneda Gosende, un bodeguero jubilado, español de nacimiento y cubano por decisión, quien durante su larga vida ha acopiado curiosidades de esta urbe que quiere como propia. Echó 55 años de vida laboral en cien metros: en las bodegas La Fe, de su padre, ubicada en Industria y Refugio, y La Barraca, en Industria y Genio. Ganó prestigio como hombre recto y dirigente sindical, y dice que entre los reconocimientos más preciados de la vejez está su condición de Vanguardia Nacional. 

"Detrás del mostrador oí y vi muchas cosas", y aunque no recuerda si fue en 1953 o en 1954, sí precisa que el sargento político de su barrio, Lezcano, disparó dos tiros al aire cuando en las elecciones se fue en blanco: "El hombre decía que en ese colegio hasta podían dejar de votar por él su mujer y su hija, pero que su boleta tenía que encontrarse. Estaba como una fiera. Esa bronca la presencié, pero el papel no apareció".

Los políticos, cuenta, compraban unas botellas de aguardiente en la bodega y las repartían entre varios hombres del solar vecino para que tocaran los tambores: "Empezaban en una esquina y a las tres cuadras ya iban detrás de ellos más de cien personas. Ahí aprovechaba el politiquero para dar su mitin. Eso es bueno que se hable ahora que tenemos elecciones tan limpias y en las que nadie se hace propaganda. Yo no acudí a las urnas antes de 1959, ni tampoco dejé que en la bodega pusieran pasquines".

Raquel Vázquez Vázquez, su esposa, asiente. Jubilada de la Dirección Provincial de Justicia, bien cerca de ella andan los recuerdos del padrastro, sargento político en la provincia de Las Tunas: "Yo veía cómo se compraban cortesitos de tela baratos y con ellos iban al campo a dárselos a las guajiras y recoger sus cédulas.

"Para ingresar en el Hospital Reina Mercedes, donde ahora está Coppelia, había que dar ese documento. Yo misma, cuando quise llevar a mi madre para que la atendieran en Emergencias, tuve que auxiliarme de la recomendación de mi padrastro. La gente pobre no creía en ningún político, sabía que todos prometían mucho, pero los ofrecimientos se volvían sal y agua."

En estos días de proceso electoral en el que la honradez, la igualdad de oportunidades para todos los candidatos y la voluntad del pueblo de elegir a quienes sean sus más capaces representantes son de ineludible cumplimiento, Caneda, ya ciudadano cubano, y Raquel dicen que asistirán temprano a las urnas para votar libre de presiones y compromisos.

Pregunto a Caneda si no tiene alguna buena anécdota que contar de los días en la bodega: "Pues sí. El desaparecido Enrique Núñez Rodríguez decía que en sus tiempos de periodista en el diario Siempre, iba a la bodega de la esquina y compraba un ron Peralta y un medio de salchichón. Un día hablé con él y le rectifiqué que era un coñac Peralta y un medio de mortadella. Usted sabe, es que el bodeguero era yo". 

PIMPO SAN

PIMPO SAN

Nombre imprescindible en la ingeniería civil cubana, la felicidad la halla en dos pilares de la vida: familia y profesión.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Foto: JOSÉ OSCAR CASTAÑEDA

Es pequeño y enjuto. Camina con pasos entrecortados. Fuma incansablemente en pipa. Ríe como la gente feliz. Cualquier cosa que con él se hable, termina en los derroteros del fino y sugerente humor criollo. Aparta vanaglorias y cuando se le quiere otorgar su importancia esencial en la historia de la ingeniería civil cubana, con modestia veda adjetivos que le sonrojan.

Tan es así, que dejó desarmado el arsenal de preguntas en la misma bienvenida a su casa, cuando a boca de jarro comentó: “Aunque no lo parezca ahora que soy tan feo, de chiquito era muy lindo y mamá proclamaba que era un pimpollo de rosa. Por eso me llaman Pimpo. Y no hay dios que me quite el sobrenombre. Cuando llegué a España por cuestiones de trabajo, con mucho respeto me soltaron el Don Pimpo pa’quí y pa’llá. Y los japoneses no se dieron por enterados del José Esteban Hernández Pérez. Ceremoniosos como son, yo era Pimpo San, es decir, honorable”.

Este ser excepcional calculó el arco del puente de Bacunayagua, conjunto hoy catalogado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana del siglo XX. Entonces tenía 19 años e iniciaba el tercer año de la carrera. Contaba para el empeño con una regla de cálculo y una máquina que solo sumaba, multiplicaba, restaba y dividía. Reconoce que en aparatosa unión contradictoria, la osadía y la inocencia de la juventud posibilitaron el exitazo de la operación.

Bacunayagua en la memoria

Con la Universidad cerrada por el batistato, Pimpo no volvió a Santa Clara y mucho menos al Cabaiguán natal. Plantó en la espléndida Habana para dar clases particulares y en espera de la reapertura académica. El asombro llegó el 16 de enero de 1956 cuando le indicaron presentarse en la reconocida firma Sáenz–Cancio-Martín. No averiguó salario ni labor y de un palmo quedó cuando le exhibieron ante los ojos de esponja soplada el primer plano de su vida: el puente de Bacunayagua, unión expedita entre la capital cubana y la provincia de Matanzas. Le parecieron enormes las dimensiones, pero tuvo ausencias para la trascendencia del proyecto y el único afán estaba en salir airoso como imberbe ayudante.

Tres meses después, en la comprobación del cálculo del arco del puente -realizado por el muy reconocido Sáenz-, éste trascendió disparatado. Pertinaz el muchachito, asumió el reto del superingeniero para volver a las adiciones y disminuciones, hasta desenterrar el error en las dimensiones de la estructura, equívoco venido del mismísimo Sáenz. Un trimestre de impaciencias y enderezó solo el problema en términos definitivos.   

“El puente se hizo en dos mitades unidas en la clave con un pasador metálico, pero, por desliz en la construcción de las partes, dudábamos que consiguieran acoplarse y una pieza fue forzada con soga de gran calibre.

“En uno de los sitios estaba el capataz Ochoa y en el otro había un jeep con teléfono portátil, para garantizar las comunicaciones. Cuando el hombre dio orden de soltar amarras, la vibración fue como la de elefante en ferretería y Ochoa soltó el boquitoqui y se agarró a la estructura de acero como un condenado . Abajo cerramos los ojos presagiando un final de destrozos y muertes. Al desaparecer el ruido, sobrevino un silencio sepulcral. Aquel estrés fue solo comparable al de una persona en plena guerra.

“Yo sentí el miedo hasta los tuétanos. Vista ya la conexión, tuve alegría de ganador de concurso. El resto de la edificación transcurrió normal”.

Hace un efímero descanso y voltea el tiempo: “El arco se apoya en dos macizos rocosos puestos allí por Dios o la naturaleza premeditadamente para servir de cimientos a la base. Desde el fondo de la cañada hasta la clave quizás podría acomodarse el edificio Focsa”.

-¿Cuál fue el presupuesto de la obra

en dos años de construcción?

Como de un millón de pesos, pero Liborio, el pueblo, pagó más de dos millones porque Batista robaba el 40 por ciento de las obras realizadas en Cuba. ¡No digo yo si los bolsillos los tenía llenos!

A favor del Pipa Club

Cuatro pipas reposan fugazmente en la mesita del recibidor, escoltada por el sillón, donde con sosiego se mece, y por el televisor Caribe en el que apenas lee los subtítulos de las películas y apaga para no montar en pésimos humores.

“El fumador de pipas debe tener varias para cuando alguna se tupa. Es cuestión de no ponerse nervioso y andar con traumas. Una la uso cuando tengo visitas agradables, es corta y la fumada va lenta para conversar y echar bocanadas plácidamente. Dos disponen de cazoletas profundas, para después de las comidas; con ellas logro extender el goce unos 15 minutos. La otra es de maderas preciosas cubanas y me la regaló mi esposa Violeta”.

-¿No ha dejado la flaqueza conociendo

lo perjudicial que es la nicotina?

Ya no tengo edad para retornar. Incluso pienso que deberíamos crear un Pipa Club. Yo soy fan a las pipas... y a mis siete gatos y ocho perros, según las últimas cuentas, pues ellos entran y salen sin pedir permiso. No se fajan. Todos nos entendemos en feliz convivencia.

Hangar de Ciudad Libertad

Entre pequeñas y mayores, tiene más de 40 obras repartidas por el país y aunque las quiere a todas como hijos bien paridos, su consentida es el hangar de Ciudad Libertad, una hombrada llevada a cabo en solo año y medio, con planos salidos a velocidad límite en la medida que se construía, lo cual posibilitó a Cuba no quedar incomunicada por aire cuando en 1966 le negaron la reparación de aviones en talleres extranjeros.

“Allí lo fui todo, desde proyectista principal estructural, hasta general. Es una obra con una longitud de 96 metros, sin columnas. La gente dudaba de hacerla con una distancia tan larga entre apoyos. Pero la inteligencia y el trabajo colectivos facilitaron la labor. Siento especial gratitud por el constructor José Isael Licea, que en paz descanse, con quien hacía una pareja como la de Celina y Reutilio o la de Clara y Mario. El ponía el conocimiento constructivo y yo el de proyectista. Sin su apoyo, creo sinceramente no haber podido”.

-¿Y los tanques Güira, qué tal el cariño para ellos?

Fueron un invento mío en los finales de la década de los 60. Había necesidad de esos recipientes de agua con capacidad entre 100 y 400 metros cúbicos. Ellos se funden abajo y luego son subidos y asegurados. Hay como 300 en Cuba, además de cientos en diferentes países. La gente, en broma, afirma que van a sustituir a las palmas. Cuando quise patentarlos, explicaron que ya eran un invento de dominio público y no procedía. Bueno, lo importante no es la gloria personal, sino la utilidad tributada.

De visión espacial se trata

El proyecto  estructural del Parque Lenin, y con personal afecto el Acuario y las losas prefabricadas de muchas de sus instalaciones, las escuelas Camilitos, los todavía no edificados triditanques con capacidad entre 1 000 y 10 000 metros cúbicos de agua, los libros Tipología de las estructuras, Elasticidad y placas, Estructuras laminares: un enfoque unificado, y Métodos para cálculos de edificios con cargas laterales –en preparación-, son parte de la obra de este ingeniero hoy en jubilación activa como consultor de empresas dedicadas a la construcción y atento a la revitalización de su ciudad.

“Y me encanta dar clases. A veces encuentro en la calle personas desconocidas que me llaman Profesor Pimpo y recuerdan frases textuales de mis conferencias. Eso es impresionante para el espíritu”.

-¿Alguna vez ha tenido que enmendar errores?

Insuficiencias no, pero sí reparaciones, porque el tiempo es implacable y de vez en vez hace falta una mano retocadora. Cuando me llaman para una consulta, parto enseguida, es como si me hablaran de un familiar enfermo.

-¿Qué obra quiere menos?

No es mi caso. Hace poco calculé una placa de dos metros para la meseta del garaje y al verla sentí satisfacción. No importa que el trabajo sea espectacular o anónimo, lo esencial es enfrentarlo con amor.

Hombre feliz

-¿Por qué escogió la ingeniería civil?   

 
 
Mi visión espacial en grado superlativo lo decidió todo. Ella me permite ver las cosas en el aire, hacer dibujos tridimensionales con facilidad. Proyectar siempre me atrajo.

-En su profesión, qué es lo más importante.

Tener valor para tomar decisiones, pues le pueden costar la vida a cientos de personas si son erradas. Conocer de Matemáticas y anidar algo de arquitecto para apreciar los valores formales y estéticos. Y, como te dije, visión espacial. Sin embargo, lo inapreciable no es eso, sino la capacidad de combinar tales cualidades sin perder el ideal de que construimos para el hombre, no para hacernos monumentos en vida.

-¿Cómo aprecia el desarrollo de

su profesión en la actualidad?

No tan brillante. Se ha perdido en las técnicas constructivas y es poco conocida la historia de quienes precedieron. Ahora se ocupan de cosas más materiales. Es triste.

-¿Alguna frustración por lo dejado de construir?

Tengo recuerdos y experiencias. Cuando aparezca la oportunidad, haré más. No tengo recriminaciones. Siempre estuve donde debía.


-¿Es feliz?

Como comentaba mi padre, el hombre toma dos decisiones importantes en la vida: la mujer con quien se casa y la profesión elegida. Violeta es una alegría y pienso que resista más que yo. Tengo familia, gatos, perros y libros. Mi hijo más pequeño, Adrián, me enciende la pipa de vez en cuando y si hay aire cubre el fósforo para evitar el apagón. Escribo Gnomos insignificantes, un texto de ficción. Me han reconocido en justa medida y he dejado huellas en el oficio. Canto en la ducha y me enorgullezco de haber acompañado a Beatriz Márquez en una fiesta del trabajo. Pedir más sería ambicioso.

 

Nota: Este trabajo fue publicado en la revista Bohemia y el periódico Granma. Pimpo San falleció en 2003. Quizás sea la última entrevista que concediera a la prensa.

EL VIEJO DEL KAWAMA

EL VIEJO DEL KAWAMA

Un hombre y su historia. Juan Pérez se llama.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Como los viejos zorros, evade con sorna las cuestiones personales. Tiene 79 años y no está para tanta “preguntadera” que al cabo le importa un comino, pues lo suyo ahora es coger la bicicleta y pedalear medio centenar de cuadras desde su casa hasta el hotel Kawama, almorzar en el comedor de los trabajadores, hablar sobre el tiempo y el calor reventón, mirar en la pierna los colores de arco iris pintados por la linfangitis, y comprobar que la penicilina benciatínica ha sido el milagro curandero de las fiebres que lo ponían en cortocircuito con más grados de los 40.

Él sabe que en el hotel le quieren. Lo miman. Se ha convertido en uno de los más viejos trabajadores de la emblemática instalación septuagenaria, aunque desde hace cinco años en el expediente de Juan Pérez Fiallo aparezca el cuño de jubilado. Retirado es una palabra aceptada como inevitable porque lo que le queda es para estar tranquilo, después de trabajar la vida y ver crecer el predio acunado en el corazón casi como primera casa.

Se le conoce de la cocina, de fregar platos como un endemoniado, de ayudante, deshollinador, barrendero, almacenero y de la brigada de mantenimiento de los calentadores de agua. Ahora es una espléndida oferta con trabajadores bien pulidos en el arte de brindar servicios. Pero cuando entró, allí la mayoría eran hombres más o menos entrenados y las mujeres escasas, en gestiones de ropería: “De ese tiempo recuerdo que la gente prefería al Kawama porque era tipo campamento. El Internacional era un bloque lineal. De todas maneras, ellos dos marcaron un hito en la historia de Varadero”.

Recuerdos sin añoranzas

Gusta de contemplar al bien plantado edificio mirando al sur el canal de Paso Malo, al este Villa Tortuga, al oeste Villas Punta Blanca, y al norte la playa azul y verde de Varadero, con unas arenas blancas centellantes a los ojos, mientras él intenta revelar evocaciones amarradas al pecho en personal historia.

“La primera vez que vi a alguien de dinero con ropa de mecánico, hoy le dicen mezclilla, fue aquí. Eran la pelirroja Rita Hayworth, mujer hermosa y artista célebre, y su marido. Me impresionaron porque en aquella época en Cuba nada más la usaban los obreros del ferrocarril, de extracción humilde. Los divisé de lejos, estaban en la terraza, que antes no tenía techo y era solo una hilera de mesas”.

-¿Fueron los únicos famosos que vio?

“También a Robert Taylor y a la esposa, cuando se retrataron con los trabajadores. Yo no tenía contacto con los huéspedes, mis labores siempre fueron ‘detrás de la cortina’, como se dice”.

-¿Nunca intentó a otro trabajo?

“Cada quien nace para una cosa y parece que lo mío no era el público. Pero yo disfrutaba mi trabajo porque del Kawama antiguo me agradaba todo. Primero que el Oasis y el Internacional, ya este era un hotel de notoriedad al que venían muchos turistas norteamericanos. ¿Quiere que le diga algo? La casa azul de madera es lo más viejo que queda, pero antes el techo era de guano y servía de habitaciones para los huéspedes. Aquí no había viviendas por los alrededores y el canal no existía, era la famosa laguna de Paso Malo que ni en bote podía cruzarse. De verdad, cuando comparo es como si viera dos hoteles diferentes. Pero ambos me gustan”.

-¿Le parece que hay también otras diferencias,

digamos en los trabajadores?

“Claro que sí. Cuando yo empecé no se cursaban escuelas ni se aprendían idiomas, teníamos que superarnos nosotros para atender con esmero al cliente o ser eficientes en el puesto, si no, te botaban. Pero lo que permanece igual es la filosofía del trato. Si el huésped quiere hierba al lado de una mata, se le pone. La atención es fundamental, más que el idioma. La cortesía no tiene traducción, simplemente es buena, o mala”.

-¿Cambian acaso los huéspedes?

“Sí, en una cosa. Antes las mujeres venían a bañarse a la playa casi con guardaespaldas. Ahora es el acabóse. Lo que uno ve es como para alegrarse el alma...”.

Mueve en las manos el perpetuo palito de pino acompañante y resopla hacia dentro de la camisa de cuadros y rayas en tonos claros. Le miro fijo esperando otro poco de conversación, pero él se empeña en avistar el puente metido en el mar donde unos bañistas quieren arrebatarle al sol hasta el último rayo para volverse a su país como camarón hervido.

“En la época de baja hacíamos una escuadrilla y construíamos un puente adentrado en la playa. Permanecíamos en el agua desde las siete de la mañana hasta la hora de almuerzo. Mucho tiempo. Quizás por eso me olvidé de la existencia del baño de mar y hace más de veinte años que no me doy un chapuzón”, suelta de pronto, con la mirada vagando entre los turistas y la lengua sujeta al silencio.

Entre ayer y hoy

Le dejo en ese espacio de introspección y repaso apuntes de un hotel que debate su nombre entre dos versiones: o lo tomó de un campamento para señoritas nombrado Kawama, o le vino por la cantidad de quelonios desovando por la zona y enterrando los huevos en las tibias arenas.

Cualquiera de las dos leyendas puede ser cierta y atractiva para esta instalación cuyo sello como hotel ha sido variopinto. En él han estado desde Don Juan de Borbón y la marquesa de Aguas Claras, en 1948, pasando por el novelista francés Jean Paul Sartre, hasta los primeros trabajadores destacados de Cuba, en 1960, guajiros en éxtasis de lo inasequible hecho verosímil y que, en surrealismo de ternura, que no otra cosa puede pensarse, ordeñaban sus chivas a la orilla de la playa y las dejaban disfrutar como parte de la familia premiada.

Chasqueo los dedos delante de los ojos de Juan Pérez Fiallo y le digo que pasa la hora del almuerzo y lo esperan en el comedor para su rutina diaria, vital e impostergable.

Torna la mirada que no sé de qué remotas distancias regresa. Solo me comenta: “De joven tenía días que tomaba agua solo una vez, lo demás era cerveza. Ahora me dedico a la bicicleta, a venir aquí y a ver la televisión que es casi un cine sin salir de la casa. Como te dije, el mar lo veo divinamente, pero ya no me baño en él”.

COPPELIA EN TREMOLINA

COPPELIA EN TREMOLINA

Jorge Jorge, el primer administrador de la más universal de las heladerías cubanas, habla sin nostalgias de ciclones, horas de insomnio y largas colas desde la misma arrancada de la hoy patrimonio popular, esquina de 23. 

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ         
 

Ahora que pasa los ochenta, la vida  le gira en recuerdos por más que intente sumergirse en la vorágine de trabajo y reuniones. Y tiene el escape de los versos por tanta mujer bonita amada, a veces solo en los fueros del deseo insatisfecho, pero siempre con la honda sinceridad del próximo acercamiento de dos pares de ojos como fuegos. Entre tanta línea escrita, una parece el epitafio exacto: “Yo sé que tengo la dicha de que mi muerte llegará distinta a todas las muertes: ¡Llegará enamorada!”.

Pero le espanto el presagio de parca anunciada, mientras él toma un largo trago de ron cual pasaporte dilatador de arterias. Jorge Jorge ha prometido que en el inicio del milenio no andará con gusto medicamentoso porque, al fin de cuentas, está derecho y sano y el corazón le funciona con cuerda de reloj fino.

Está entre los viejos más flacos que he conocido. Y entre los más cuenteros, extrovertidos y sensibles a la ternura, la belleza y el afecto. Le miro y creo que, aunque la prudencia le falte en mucho, le sobran tenacidad, lealtad y testarudez para conseguir lo que quiere y demostrar ser buen amigo. Es un romántico incorregible.

Coppelia en remolino

Los ojos de Jorge Jorge como dependiente del Hotel Nacional de Cuba, y luego administrador al triunfo revolucionario, han visto más de cuatro cosas venidas de huéspedes famosos, o raros, o simplemente excéntricos. Pero poco habla este hombre de cuando, siendo responsable de servicios en los restaurantes de lujos de la antigua provincia de La Habana, a Raúl Guzmán le dio un dolor de todos los demonios y lo ingresaron en el hospital. Lo llamaron a él para que cubriera en emergencia el puesto de administrador de Coppelia, la hermosa heladería de L y 23 a punto de ser inaugurada y fue como si le partiera en dos un rayo luminoso y aterrador.

Dice que el emblemático centro abrió el 14 de junio de 1966. Pero la memoria le traiciona. La invitación oficial registra el día 4, a las cuatro de la tarde, con multitud de pioneros en festín de helados. Y dos cosas han marcado a Coppelia: la afluencia de personas y las largas colas. En la jornada del cinco, por ejemplo, más de 12 mil entusiastas pasaron por sus mil capacidades y no importó en absoluto la lluvia persistente que “aguó” la fecha. La esquina de La Rampa empezaba su leyenda y en medio de esa tolvanera de entradas y salidas, de griterías y colados, de listas de helados con sabores ya en olvido, el flaco parecía estar en el vórtice de un remolino atendiendo sus nuevas funciones burocráticas o delante de los fregaderos ayudando a la escasa empleomanía.

“Oficialmente debíamos trabajar hasta las cinco de la tarde, pero las colas no amainaban y era frecuente alargar el único turno hasta la madrugada. Mira, no había vida. Yo llegaba al amanecer y al amanecer me iba. Apenas dormía. Y estaba también el hecho de que era mi primera oportunidad en una labor así. La suerte es que yo me pego como una fiera y no me doy reposo cuando las cosas aprietan”.

¡Las muchachitas!

El recuerdo más grato de ese tiempo mal anidado en la memoria es la presencia de “las muchachitas”, como llama invariablemente a las compañeras que trabajaron con él.

“Las enviaba la Federación de Mujeres Cubanas. Las seleccionaba por sus condiciones y necesidades de trabajo, pero también por el aspecto. Las había blancas, negras, mulatas, chinas, rubias, pelirrojas y trigueñas. ¡El mundo colorao! Pero como en todos los sacos siempre hay un descosido, algunos “eruditos de cuello y corbata” determinaron que no podían venir con trenzas y tenían que cortarse el pelo. A mí me parecía un crimen y por poco me da un ataque cuando vi algunas con el pelo bien bajito.

“Aunque el trauma mayor eran las dilatadas horas de trabajo. En los seis meses que administré Coppelia debieron pasar por lo menos doscientas mujeres, aquello no había quien lo parara. No se pensó en la enorme afluencia de público y se disponía de poco personal. Menos mal que después abrieron las entendederas y crearon más turnos y plazas.

“Imagínate cuan agotador era, que de la empresa venían a hacer horas voluntarias en los fregaderos. Pero tuve que suspender la ayuda porque todo se servía en cristal de primera calidad, canadiense, y el sal pa´fuera de pozuelos rotos no se podía soportar. Te lo digo ahora en confianza: los burócratas acabaron con la vajilla”.

-¿Qué gustaba más,

la fresa o el chocolate?

“Pues mira, los que no podían faltar eran el chocolate y la almendra. Esos eran los reyes de las mesas”.

En eso llegó Inés

Coppelia estuvo bautizada dos veces en 1966. Lo único que las aguas benditas caían en profusión nada aconsejable y la cúpula  gigantesca, símbolo del edificio, parecía en ocasiones un ojo marciano pasado por alcoholes voluptuosos. Primero fue el huracán Alma, en junio, poco después de la inauguración de la heladería. Pinar del Río, Isla de la Juventud y La Habana fueron las provincias más azotadas y el evento meteorológico dejó en su zaga once fallecidos.

A la altura de finales de septiembre y hasta casi medianía de octubre, se formó la gorda nuevamente. Esta vez le tocó llamarse Inés al ciclón y antes de retirarse hacia el Atlántico, le dio buena zurra a los territorios del centro y el oriente del país. En total, cuatro muertos y 32 heridos.

Y ese sí cogió a Jorge Jorge en pleno ejercicio de administración. El hombre no quiere acordarse del día cinco de octubre, cuando el huracán plantó en la capital y las lluvias torrenciales calaron hasta el mismo centro de los huesos. Las muchachitas se fueron para sus casas una por una con su anuencia. El no tenía corazón para privarlas de atender a los hijos o a lo que fuera, porque “la verdad que las mujeres son el alma cuando las cosas se ponen feas”.

“Gilberto Broche, el jefe de almacén, un pequeño grupo de trabajadores, y yo, nos quedamos en la vorágine. De la empresa nadie venía a tirar un cabo, a excepción de Alfredo Díaz Longueira que pasó un rato y siguió hacia otros centros.

“Pero mira lo que uno hace. Resulta que Gilberto y yo cogimos tremendo coraje y nos dio por vender helado en medio del maldito aguacero, hasta las diez de la noche. Recaudamos dos mil pesos. Quitaron la electricidad y el helado se fue poniendo blandito por falta de frío. Oye, yo que apenas lo pruebo, ese día me atraganté con todos los sabores y veinte flanes. No sé como no me mató una indigestión. Quedé curado de espanto, ahora lo veo de lejos y con respeto, aunque si es necesario lo pruebo”.

-¿Pero no tuvo miedo?

Muchacha, en medio de la tormenta veo pasar una cosa negra por encima del edificio y los nervios me dan por pensar que se había caído la cúpula. Cuando lo dije me armaron tremendo choteo. En Coppelia no hubo daños, solo algunos gajos de árboles partidos. De todas maneras fue una experiencia espectacular.

-Usted comentó que vino Celia Sánchez...

Sí, cuando escampó un poco, llegó Celia vestida de verde olivo. Era la primera vez que hablaba con ella y me impresionó su sencillez y la naturalidad para darse cuenta de los detalles. Le mostré el edificio y lo comparé con un castillo por su fortaleza. 

De pronto me envalentoné y le conté lo de las muchachitas y el pelo corto. Ella solo me dijo: ‘Los extremistas en todas partes son iguales’. Estuvo como cuarenta minutos y no dejó de caminar un instante.

Eso sí, cuando de la empresa se enteraron, entonces empezaron las llamadas y la preguntadera. Por poco hago original y copias para entregarlas con despacho rápido.

Adiós helado

Después de más de seis meses de su entrada en Coppelia, a Jorge Jorge lo enviaron de vuelta a su anterior responsabilidad. Una pausa da para el próximo comentario porque confiesa querer ser sincero en absoluto: “De pronto sentí nostalgia, pero a decir verdad, me invadió un alivio sin comparación. Lo mío es ser dependiente, atender al público, sonreír, dar respuestas finas. No me gusta estar detrás de un buró”.

-¿Qué aprendió?

Que esté donde uno esté, lo fundamental es la relación humana. Aborrecí como nunca antes los absolutismos.

Jorge Jorge conserva buen average en centros de trabajo y le insto a una precisión de ellos con lo primero que acuda a su memoria.

El Patio: “Entré cuando el banquete a los participantes a la Conferencia Tricontinental”.

La Torre: “La primera vez que subí fue para administrar. Allí estaba el mejor cocinero de Cuba, el negro Lugones. Y el que sabía más del oficio, el maitre Wenceslao. A mi me dio por escribir y hacerme el poeta”.

Carmelo de 23: “En una situación precaria cuando entré. Le hacía falta una reparación de urgencia”.

Lido y Caribbean: “Administrar los dos hoteles al mismo tiempo fue como para pegarme un tiro”.

Royal Palace: “Fui el último administrador. Después clausuraron el hotel”.

Victoria: “En la primera remodelación fui el inversionista”.

Packar e Isla de Cuba: “Me tenían de asesor”.

Bruzón: “Ahí vegeté”.

Rincón del Tango: “Tenía un presupuesto de tres mil pesos para gastos de representación. Todo cuanto usaba y con quien lo hacía, lo apuntaba. Fecha y hora. El dinero que no es mío me sabe a salfumán. Ahí pedí la jubilación”.

Tun-tun, paso a Jorge

El año y pico más aburrido de su vida lo pasó Jorge Jorge cuando se jubiló, atrapado en las cuatro paredes de la pequeña casa, contando y escuchando cuentos entre “viejitos de la tercera edad” de la esquina de Ayestarán, y soñando con amores posibles e imposibles que acosó y le acosaron alguna vez.

Nada quita esa angustia de traje descolorido. No bastan los hijos ni los nietos, porque cada quien anda en lo suyo por más que se preocupen por el catarro, los dolores de huesos y la comida a tiempo.

Un día le llamaron del Poligráfico Granma y se puso a trabajar como CVP. Hasta cursó una escuela y le extendieron certificado y carné. Después, en los inicios del Sindicato de Trabajadores de la Hotelería y el Turismo, la dirección se acordó de que existía aquel abuelito como pozo de experiencia y fueron a buscarlo a la casa.

La alegría de la recta final le empezó en ese justo instante en que parecen unirse cielo y tierra por tanto ahogo, y llega algo que nos descubre, una vez más, la riqueza de la vida. No podía imaginar entonces su nuevo puesto como presidente de los jubilados y los tantos reconocimientos recibidos en este último ciclo de breves años.

-¿Y Coppelia?

“Nunca más he ido allí. No me gustan las colas. Sabes, no soy tomador de helados y el día del ciclón fue tal el atracón que quedé puesto y convidado. De todas maneras, todavía soporto el de almendra”.

Recuadro I

La esquina más internacional

Considerada por muchos la esquina más internacional de Cuba, L y 23 con su monumental heladería Coppelia es sin duda un símbolo, más que habanero, cubano.

De allí partieron los protagonistas de una controvertida amistad de la que solo basta decir dos palabras: Fresa y Chocolate. Y le salió otro nombre con la versión teatral: La catedral del helado.

Tengo un colega que la llama “Vitrina de nuestras cremerías”.

Y no faltan amigos de otros países que en total rendimiento ante ese pasar de gente variopinta, bullanguera y raigalmente alegre, la asumen como la imagen de Cuba.

Viva, pues, ese espacio de asfalto que nos convoca a largas colas, ayer y hoy. Y entonces una se da cuenta que ha dejado de ser ironía la frase: “Estuve solo dos horas esperando para entrar”.

Recuadro II:

Sucesos del 66

Si Coppelia fue el acontecimiento más popular de 1966, casi como un redimido y moderno Paseo del Prado con su invitación a citas, otros sucesos importantes tuvieron lugar en Cuba durante ese año.

Entre ellos:

-I Conferencia Tricontinental de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina.

-Creada la OSPAAAL.

-Inicio del plan la escuela al campo.

-Primera Feria Nacional del Libro.

-Delegación cubana desfila en los X Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Puerto Rico.

-Anuncian que a partir de 1967 los carnavales de La Habana formarán parte de los festejos por el 26 de Julio.

-Creado el Consejo Nacional de la Defensa Civil.

-IV Congreso Latinoamericano de Estudiantes.

-Creada la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes (OCLAE).

-I Encuentro Nacional de Monitores.

-XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez.

-Seminario Internacional de Tiempo Libre y Recreación.

PRESERVAR LAS MIELES DE NUESTROS PANALES

PRESERVAR LAS MIELES DE NUESTROS PANALES

Iraida Calzadilla Rodríguez

 

Un hombre y una mujer son libres como los pájaros cuando vuelan y viven en plenitud, me dijo el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel cuando, por esos golpes de suerte que a veces tenemos los periodistas, pude conversar con él apenas unos minutos en República Dominicana.

 

Escultor de profesión, en él las palabras sobreviven a la mera frase bella. En este inicio de milenio cuando nos preguntamos qué está pasando hoy en el mundo, dónde nos encontramos parados y qué podemos hacer para lograr propósitos y anhelos, Pérez Esquivel sustenta que debemos descubrirnos y buscar en nuestras propias vidas y sentimientos, tener el coraje de mirarnos hacia adentro, y desde ahí poder construir el mundo al que aspiramos.

 

¿Este siglo nos traerá la paz o la guerra?, le pregunté como a una suerte de oráculo y cuando el Planeta Azul gira con la impronta de guerras, masacres, conflictos sociales y los jinetes apocalípticos de la globalización, el libre mercado, la deuda externa y el hambre -esa bomba silenciosa como la llama el Premio Nobel- cabalgan a sus anchas.

 

“La paz no se regala, se conquista. Pero creo que tenemos el desafío de unirnos, de integrarnos. Únicamente nuestros pueblos van a sobrevivir y enfrentar los desafíos venideros si tenemos la claridad política, social y fundamentalmente solidaria, para saber que tenemos una causa y una vida común y que la paz va a ser resultante del estado de derecho, de verdad y de justicia”.

 

Es hombre que viene de una militancia de lucha no violenta, de defensa de los derechos humanos, y convoca con palabra precisa, sin artilugios, asumiendo posiciones para desde ellas proyectarse a la vida con un compromiso social, político y espiritual que condena el término de lo aséptico: “Como latinoamericano tengo visiones muy claras y concretas”.

 

Entonces, definió en la conversación algunos términos: “La globalización hay que tomarla con mucho cuidado porque hay palabras que se ponen de moda. Creo que tiene cosas positivas en cuanto a la interrelación de los medios de comunicación social. El mundo está avanzando precipitadamente en cuestiones tecnológicas y científicas. Pero por otro lado, tiene sus fases negativas como son los procesos de aculturización, masificación y globalización de la pobreza, la exclusión social y conflictos como la intervención a muchos países. El grupo de naciones que mantienen el poder político y económico es el que está controlando hoy el mundo y creo que tenemos que saber discernir entre lo bueno y lo malo de la globalización.

 

“Más que ese término, para América Latina y el Caribe prefiero hablar de integración. Nuestro continente aún no lo está totalmente y esto es uno de los grandes desafíos y de los graves peligros que corremos si no lo actuamos. Hablo de integración porque ella nos permite el respeto de las identidades, de las raíces culturales, de la vida propia de nuestros pueblos.

 

Para Pérez Esquivel, lo importante es fortalecer la identidad de la vida de los pueblos porque serlo no significa juntar gentes, sino tener una identidad, y la globalización que nos están imponiendo los dominadores es la desintegración cultural, la masificación: “Nos quieren domesticar y creo que la sobrevivencia de los pueblos parte de la historia y la historia es la memoria de la vida y en esa memoria de la vida de nuestros pueblos es de donde tenemos que beber y nutrirnos para poder construir”.

 

Es conversador con pausas aparentes, pues entrega un concepto tras otro con fino hilvane. Imposible en el diálogo no hurgar en ese sino de maleficio para las economías subdesarrolladas que es el libre mercado, “nunca antes tan amarrado como ahora”; la democracia, “que no sabemos qué adjetivo darle”; y el capitalismo salvaje, “que no existe porque no conozco ningún salvaje capitalista. Son hombres y mujeres muy bien ubicados y con coches de último modelo”. Para este hombre es necesario encontrar el verdadero sentido de las palabras, “porque también se usan como dominación y no como liberación, y corresponde a nuestra conciencia crítica qué hacer frente a toda problemática”.

 

Parece que reposara reclinado en el butacón desde donde conversó sereno, con las manos cruzadas, calmosas: “¿Qué pasa cuando vemos tantos niños que mueren  de  hambre, cuándo observamos la cantidad de excluidos, las dos terceras parte de la población? La posibilidad de ellos es la pobreza”.

 

Sugerí, en tan pequeño tiempo, hablar sobre América Latina y el Caribe. Me recordó la muy reciente conferencia magistral que había impartido en tierras dominicanas, ante periodistas de la región. En ella destacó: “Después de cinco siglos nos siguen desangrando y debemos asumir los desafíos para asegurar el derecho a la vida, a la dignidad de las personas y los pueblos, de 600 millones de seres humanos que padecen las consecuencias de un orden económico injusto y violento, excluyente e inhumano. Solo la unidad nos dará la posibilidad de un desarrollo sostenible. No hay otro camino y debemos dejar de ser espectadores para convertirnos en protagonistas, para revertir la situación”.

 

Pérez Esquivel debía marcharse, pero fue inevitable un último comentario, Cuba: “Es como una luz de esperanza en el continente porque tiene el coraje de resistir, de mantenerse a pesar de las dificultades, y de dar un ejemplo de voluntad popular frente a la agresión. Soportar casi 40 años de bloqueo habla mucho y bien del pueblo cubano y de lo que ha logrado preservando su identidad.

 

“Para nosotros, la democracia significa derecho e igualdad para todos, que lo poco que hay pueda ser distribuido de forma equitativa, que exista lo que uno ve en el pueblo cubano, una gran dignidad. Yo creo que Cuba es un ejemplo, un testimonio de compromiso. Nos ha dado una visión, un sentido de cuáles son los caminos por los que se puede optar”.

 

La razón de ser primera de Adolfo Pérez Esquivel es la lucha por la liberación, porque “únicamente cuando somos libres podemos amar en plenitud”. Por eso, prefiere suscribir junto a aquel grande que fue Tupac Amaru: “Luchamos para que no nos roben las mieles de nuestros panales”.

 

Santo Domingo, abril de 1999.

LA DE LOS ZAPATOS BLANCOS

LA DE LOS ZAPATOS BLANCOS

Abril es para los cubanos un nombre de victoria: Girón. Fue allí donde el imperialismo yanqui recibió la primera gran derrota en América Latina. La Ciénaga tiene historias espléndidas de gentes sencillas, pero quizás la de Nemesia sea la más conocida.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Esa mujer pequeña que avanza hacia mí es –en evocaciones de preuniversitarios en escuela al campo, cantos y recitaciones-, el poema escrito en mi vieja maleta de madera sin pintar. Bien lo sé ahora que, por fin después de muchos, muchos años de agazapadas vivencias, le inserto ojos, boca, pelo, tamaño a su figura y deja de ser solo un nombre, solo una leyenda de días de epopeya.

Viene rápido, tratando de cazar alguna sombra fugaz en la restallante carretera de Soplillar, en esta hora de sol bochornoso en la que añoramos el cobijo del hogar.

Aquí está con su abrazo y su beso, con el gesto amigo para desandar la ruta y sentarnos en los taburetes del portalón de su casita a tomar una honda taza de café. Quiero escucharle su personal tragedia del 17 de abril de 1961 y la entrada de mercenarios por Girón. Quiero hurgar en los recuerdos de la muchacha de los zapatos blancos antológicos del Indio Naborí.

¿Quién es Nemesia Rodríguez Montano? Se me anticipa como un ser sencillo, capaz de transmitir alegrías, dolores, recuerdos, amnesias, derrotas y victorias con el mismo hilo conductor de esperanzas. Intento, entonces, el juego de palabras y asociaciones.

-Revolución.

La carretera.

Y me deja en dudas esta respuesta inmediata y breve. Solo después de un por qué le escucho entroncar a ese camino rectilíneo la vida de las gentes de Soplillar y de toda la Ciénaga de Zapata.

“Después que la echaron vino para los cienagueros el contacto con los cubanos y con el resto del mundo. Es como si, a partir de ella, nos incorporáramos a la civilización, y por ahí llegaran los maestros, las escuelas, hospitales, médicos, las tiendas, la prensa, el cine..., la vida, y dejara de ser el carbón sustento y martirio”.

Entonces, recuerda al hermano muerto por un ataque de asma y la tristeza señoreando el bohío, justo frente a la línea de ferrocarril: “Todos hacíamos carbón y así lográbamos salvar las doce bocas de la familia”.

-Colores.

El rojo y el amarillo, los colores del camión de mi padre, con unas letras claras y grandes que decían INRA. En él murió mamá cuando el ataque, y también hirieron a mis dos hermanos y a mi abuela paterna, quien terminó inválida.

-Niñez.

Bueno, eso es un reguero de tomeguines y árboles. Me acuerdo de mí como una pequeña enfermiza a la que había que cuidar y por ella sacrificar unos centavos que se iban en tenis baratos y zapatos malos.

-Noche.

Precisa un silencio. Se acomoda en el taburete, entrelaza las manos y frunce el ceño, como para dar tiempo a hilvanar las asociaciones: “Sí, ya está. Lo que más recuerdo del triunfo de la Revolución es las caras de las gentes, por lo contentas. También la noche, porque ese mismo día se hizo una fiesta muy grande y se mató un puerco para celebrar.

-Zapatos.

Los que mamá me compró cuando echaron la carretera. Antes, yo se los pedía cada Nochebuena, pero ella me decía que aquí en la Ciénaga los zapatos blancos no caminaban de tanto polvo en días secos o de mucho lodazal en tiempos de lluvia, ¡una desgracia! Hasta 1961 no los tuve y fue lo primero hermoso que llegó a mis manos.

-Escuela.

La que tengo que empezar, que yo con solo el noveno grado no me quedo.

-Trabajo.

El mío, la misma tienda donde en 1961 mamá me compró los zapatos.

-Ciénaga de Zapata.

La vida misma.

Hace mutis. Los rigores del sol van cediendo y empieza a soplar un poco de aire, apaciguador del jején y su persecución obstinada. Nemesia retoma la palabra y dice que de la Ciénaga no quisiera irse nunca porque es parte de ella y le gusta esta vida tranquila, el silencio de las casas, el “hablar” de los animales por las noches, asar un puerco en familia y cantar unas sentidas décimas, aunque los jóvenes dejen a los viejos para irse a oír otras músicas: “Nada, creo que son guajiradas mías”, termina con la satisfacción de quien está atada a su terruño.

-Hijos.

Nerys, mi futura ingeniera forestal, que para quedarse en la Ciénaga y ayudarla a desarrollar estudia esa carrera. Ella recita la poesía del Indio Naborí en todas partes y hasta fue a la Unión Soviética y Mongolia y allá también le pidieron que contara la historia. Y está Felipito, el pequeño pelotero, será médico, ¿sabe?, para quedarse en Soplillar con los suyos.

-Futuro.

Estoy tan segura de él que no me asombra el nacer de cosas nuevas cada día.

Esta es Nemesia, la que se atrevió en la Ciénaga a soñar con zapatos blancos, la que la invasión mercenaria a Playa Girón dejó huérfana, la que se refugió en amnesias y después sobrevivió a todo dolor. Es Nemesia, la de la Elegía de los zapaticos blancos, el inmenso y épico poema del Indio Naborí.

Abril, 1990.

 

Ciudad de La Habana,

19 de abril de 1990,

"Año 32 de la Revolución"

 

Cra. Iraida Calzadilla,

Periódico Granma,

Plaza de la Revolución.

 

Distinguida compañera:

Dijo Martí que "un grano de poesía sazona un siglo". Algo más que un grano de emoción poética hay en tu brillante crónica sobre Nemesia Rodríguez en la Ciénaga de Zapata. En ella rebasas las fronteras del periodismo cotidiano y alcanzas los campos de la prosa lírica, uniendo la calidez de lo autobiográfico a la objetividad de los hechos que narras, entretejiendo los tiempos.

Gracias por las alusiones que haces a mi sencillo poema "La elegía de los zapaticos blancos". Ahora Nemesia no sólo estará en unos versos. Vivirá también en una crónica admirable.

Con el afecto y el cariño de

Jesús Orta Ruiz

-Indio Naborí-.

 

ELEGÍA A LOS ZAPATICOS BLANCOS

Vengo de allá, de la Ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.
Oídme la historia triste
de unos zapaticos blancos…

Nemesia –flor carbonera-
creció con los pies descalzos.
¡Hasta las piedras rompía
con la piedra de sus callos!
Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.

Ya los creía imposibles,
los veía tan lejanos
como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.

Un día llegó a la Ciénaga
algo nuevo, inesperado:
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.

Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro.
Era el camino triunfante
sobre un infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.
Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
sobre el carbón despuntando.

Una mañana… ¡qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.

Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.
¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!

Pero el lunes despertó
bajo cien truenos de espanto.
Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.

Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.
Nemesia vio caer muerta
a su madre; vio sangrando
a sus hermanitos; vio
un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.
Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!

Acaso el monstruo se dijo:
“Si las madres están dando
hijos nobles y valientes,
¡que mueran bajo el espanto
de mis bombas! ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!”

Pero Nemesia no llora:
sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.
Sabe que nada en el mundo
-ni yanquis ni mercenarios-
apagarán en nuestra Patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!

Jesús Orta Ruiz,
El Indio Naborí
19 de abril de 1961

VIAJE AL CORAZÓN DE VEGAS ROBAINA

VIAJE AL CORAZÓN DE VEGAS ROBAINA

Tras la marca de un habano con cinco vitolas, está la tradición de una familia pinareña que se sintetiza en el viejo Alejandro. Felicidades hoy en su 90 cumpleaños.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Al viejo hay que oírle hablar porque con tanta fama y éxito en los últimos años, no ha perdido su inmensa sabiduría guajira y aunque respeta las normas del protocolo en las entrevistas, sigue añorando volver una y otra vez a la tierra, vestir la camisa azul de caqui y el sombrero de guano a las cuatro de la madrugada, para echarse a sus vegas de Cuchillas de Barbacoa, en las espléndidas tierras del macizo de San Luis, en Vueltabajo.

Así es Alejandro Robaina, 90 años en este 20 de marzo, el mejor productor de capas de tabaco de Cuba, miembro de una familia que desde 1845, cinco generaciones han cultivado la tierra para hacerle nacer la preciada hoja del habano, esfuerzo y dedicación que le valió la alegría cuando, en junio de 1997, se presentó al mercado internacional la marca Vegas Robaina con cinco vitolas, en merecido homenaje a él y sus antepasados y, también, a los casi 40 mil productores privados, cosecheros, que hay en la mayor de las Antillas.

España fue el primer destino y, de inicio, se vendieron más de medio millón de unidades de tabaco, elaborados a mano en la fábrica habanera H. Upmann, una de las más antiguas y prestigiosas del país. Dicen que Robaina, en ese año de comienzos, de vez en vez dejaba a medio centenar de hombres encargados de mimar el crecimiento de la hoja para capa, y venía a la capital con manojos, a comprobar él mismo la calidad del nuevo habano.

Ahora, Vegas Robaina se pasea por México, Canadá, Francia, Líbano, Egipto, los Emiratos Árabes y por un grupo importante de Casas del Habano en el resto del mundo, como tabaco de excelencia que evoca en el fumador buenas tierras, permanente cuidado y celo en el cultivo.

Es un habano que ha ganado la adultez en breve tiempo y ante una competencia interna de 34 marcas y cerca de 700 vitolas diferentes. Un fumador decía que es un tabaco a respetar por la calidad de su capa, la cual le otorga envidiables combustión y aroma, y el deleite de admirar el anillo de la ceniza, redondo y granulado.

Alejandro Robaina sigue al pie de sus cultivos, con breves intervalos que imponen su presencia en inauguraciones y actos oficiales. Cuando anda en esos trajines, la cabeza se le harta de preocupaciones por los verdes campos que dejó atrás y, al retornar, siempre dice la misma frase: “¡Llegué, al fin!”. Entonces, la esposa guarda la guayabera fina para una nueva ocasión, y el hombre se marcha a las vegas con su nieto y tres de sus hijos, pues los otros dos se dedicaron a la metalurgia y a la prensa.

En el macizo pinareño de San Luis se siente en lo verdaderamente suyo y es donde con más placer degusta un tabaco, un trago de café y un poquito de ron, tres de sus preferencias en este 2009 que le acerca inexorablemente a la centuria.

Campesino, veguero, hombre de trabajo por sobre todas las cosas, no puede desprenderse de sus apegos por la tierra porque: “Ella es lo más grande, la vida, mi más valioso tesoro. Eso hay que sentirlo muy de corazón para ser un buen agricultor. Amarla, cuidarla mucho, porque de la tierra es el fruto que uno va a recoger”.