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Isla al Sur

Semblanzas-Trabajos docentes

EXTREMOS DE LA EXISTENCIA

EXTREMOS DE LA EXISTENCIA

Irma Hernández Igarza nació en el seno de una numerosa familia campesina de la Sierra Maestra trece años antes del triunfo de la Revolución. Su dedicación y sacrificio personal le permitieron superarse como nunca imaginó en la infancia.

Texto y foto:       

AMANDA DE URRUTIA SÁNCHEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Poco tiempo necesitó Irma Hernández Igarza para percatarse de la dura realidad que le dio la bienvenida. En su pequeña casa con techo de guano y piso de tierra, ubicada en las afueras de Cruce de los Baños, poblado perteneciente al hoy municipio Tercer Frente Mario Muñoz, de Santiago de Cuba, todo era pobreza. “Nacer en el año 1946 en el seno de una familia campesina, pobladora de la Sierra Maestra, no suponía un futuro muy prometedor”, dice.

Irma, sus siete hermanas y dos hermanos, aprendieron a leer y escribir recibiendo clases de una anciana del pueblo, a quien pagaban sus padres tres pesos al mes por cada uno. Para asistir a las lecciones, los niños se trasladaban por varios kilómetros de hermosos paisajes verdes, único consuelo para sus exhaustos pies. En el retorno, la debilidad y el hambre les mantenía la mirada fija al frente, esperando vislumbrar la silueta del hogar, pues las imponentes montañas seguían ahí, pero la belleza no da de comer.

Nada le revelaron esas primeras experiencias lo que le depararía el futuro. En la actualidad, es Licenciada en Ciencias Sociales y ejerce como secretaria docente de la escuela de enseñanza técnico profesional Antonio Maceo en el municipio Playa, de la capital. Sus resultados como estudiante y profesora hablan por sí solos.

Cuando la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en 1961, convocó a las muchachas del campo a ir a estudiar a La Habana, Irma y cuatro de sus hermanas no dudaron en incluirse en el plan de becas. Después de su llegada, las ubicaron en un curso de corte y costura, y al graduarse, Fidel Castro les obsequió una máquina de coser a cada una de las integrantes de la iniciativa.

Tan pronto terminó su preparación, a finales de 1962 regresaron a Oriente a impartir lo aprendido a otras lugareñas. Nada más culminado su trabajo allí, volvieron a La Habana con el objetivo de asistir a un curso de aceleración para el sexto grado. Irma venció la enseñanza primaria con dieciocho años de edad.

Se le refleja en el rostro la añoranza por los tiempos de estudiante. Recuerda la disciplina en la residencia: en una oportunidad, su madre viajó desde Santiago de Cuba a visitarla y para verla esperó tres horas a que la dejaran salir porque permisos como ese eran bien controlados.

Después de una charla con Blas Roca y Elena Gil, Irma y otras muchachas decidieron quedarse en la capital para suplir la necesidad de educadores, para ello le asignaron viviendas en la ciudad: “Para mí fue una lucha interna. Quería regresar con mi familia, a la cual extrañaba mucho, pero a la vez, el deber llamaba”.

Atravesó satisfactoriamente todos los niveles escolares, en 1976 se graduó como maestra de Español e Historia para la enseñanza primaria en la Universidad de La Habana. Simultáneo a los estudios se desempeñaba como  parte de la destacada brigada de profesoras Makarenko, llamada así porque trabajaban sobre la base de las estrategias pedagógicas del maestro ruso Antón Makarenko.

En su período de alumna, fue dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) durante nueve años y formó parte del Batallón de Vanguardia. Siendo trabajadora fungió como secretaria del Partido durante una década, etapa en la que fue elegida delegada al Cuarto Congreso de esa organización política.

Hoy, Irma mantiene el matrimonio de 40 años que le regaló a sus dos hijos, ya ha vivido 69 cumpleaños y no se decide a retirarse: “Mientras el cuerpo responda, seguiré trabajando, porque ni una eternidad alcanzaría para agradecer las oportunidades que he tenido”.

Pie de foto: Irma Hernández Igarza tiene 69 años de edad y continúa sus labores de educadora.

EL CAZADOR ÁVIDO DE MITOS E HISTORIAS

EL CAZADOR ÁVIDO DE MITOS E HISTORIAS

Enrique Cirules, narrador, ensayista, autor de novelas y cuentos, dedica su extraordinaria sabiduría a escribir fascinantes libros, pero en lo personal es una persona que ama la vida cotidiana.

Texto y foto:

HUE TRAN THI,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Cae la tarde y, como de costumbre, aparece Enrique Cirules en la esquina de su casa con una caja de comida. De pronto, los gatos corren detrás de él, y llegan juntos hasta el césped que está enfrente del Malecón.  Así nos vimos de manera inesperada.

Cada noche, él se sienta allá. Les da de comer a los animales y los acaricia a la vez, los considera como amigos suyos. También en ese espacio, toma un descanso después de un día de intenso trabajo intelectual.

Carga un gato, es el que más le gusta, lo llama “Rubia”.  Empieza a conversar: “Tengo 77 años, pero cuando me levanto, me imagino con 19”, ese carácter optimista siempre acompaña a Enrique Cirules, escritor afamado cubano que trabaja sin descanso, junto al amor por las cosas sencillas de la vida.

Desde hace tiempo me llamó la atención este hombre de rutinas nocturnas. Me decido a hablarle y a pesar de que soy extranjera, no vacila y comparte conmigo sobre su natal Nuevitas, en la provincia de Camagüey: “Pasé épocas duras, con seis años trabajaba en el puerto, tenía una vida de marinero”.

Las dificultades no fueron un obstáculo, pues a pesar de que tenía una mala situación, siempre soñó con ser escritor. Hay algunos sueños que nunca llegan a ser realidad, pero con Cirules, sí. Continuó luchando sucesivamente. Todos le motivaron a participar en el afán de la obra propia. Desde entonces, le pusieron el nombre: “Cazador ávido de los mitos y la historia”.

Ha publicado muchos libros y, para él, “El último norteamericano de la Gloria City”, es el más relevante. En 1993, obtuvo el primer premio Casa de las Américas, con “El Imperio de La Habana”. De igual manera, en 2014 obtuvo una Mención en la Casa de las Américas con “Hemingway, ese desconocido”.

No sólo es un escritor, también se desempeña como profesor de Historia y Español en la Facultad Obrera Jesús Menéndez, de Nuevitas. Posee una larga experiencia como asesor en talleres literarios y es un estudioso de la cultura cubana del siglo XX.

“Mi obra ha sido traducida a varios idiomas: francés, inglés, alemán, ruso…”, dijo en voz lenta y gentil, pero con mucho orgullo. Además, afirmó que sus libros no se pueden plagiar impunemente: “Los lectores del siglo XXI no son tontos. Se dan cuenta cuando están entrando en contacto con una verdadera y genuina obra, y cuando son estafados”. De inmediato percibí dónde está la fuerza de su literatura.

Para mí, tal vez lo más inolvidable fue cuando evocó la opinión de Ho Chi Minh, el expresidente y héroe legendario de Vietnam, quien aconsejaba que antes de escribir, había que responderse tres preguntas: para quién se escribe, cómo se escribe y para qué se escribe.

Para el intelectual esta es una de las definiciones más precisas porque él siempre la pone en primer lugar antes de comenzar algún libro. Todavía sorprendida, pensé: Este “cazador ávido” y el tío Ho, con sus extraordinarias sabidurías, comparten la misma opinión.

Ante esa pregunta, me responde: “Escribo para dar respuesta a mis inquietudes, a mis preguntas, a lo que acontece, al entorno y a las historias vinculadas con la vida. Escribo para comunicar, para trasmitir ideas y sucesos, en primer término dirigida a los cubanos, a mi época, a la realidad contemporánea”.

Casi terminada la conversación, le pregunté sobre sus planes. “Muchos”, respondió y luego acarició a sus amigos pequeños de nuevo. Enrique Cirules no solo quiere disfrutar la vida en familia, sino también todo lo que le reste por hacer y la vida le ponga por delante. Este gran escritor continuará dedicando numerosos libros a la humanidad.

Pie de foto: Resulta llamativo el amor por los gatos callejeros de Enrique Cirules.

HÉROE TAMBIÉN

HÉROE TAMBIÉN

 

 

Una gran responsabilidad recayó sobre los hombros del doctor Jorge Delgado Bustillo, jefe de la brigada médica cubana Henry Reeve. Fue médico, controlador de tráfico aéreo, sepulturero y mucho más.

 

 

ANDRÉS LUIS HERRERO PÉREZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Foto: Tomada de Sputnik.com

El humanismo es un valor medular en la vida del doctor Jorge Delgado Bustillo, jefe de la brigada médica cubana Henry Reeve, que prestó ayuda en la nación africana de Sierra Leona frente a la epidemia del Ébola.

“Fue una gran responsabilidad”, dice sentado en el sillón de su pequeña y sencilla oficina aislada del mundo exterior. Con gracia de gran orador me cuenta la significativa historia vivida en Sierra Leona, destacando momentos importantes como su llegada al aeropuerto del país: “Primero fuimos un pequeño grupo integrado por un logístico, un económico y yo, quienes acudimos a preparar el terreno para la llegada de los 152 colegas restantes”.

La dirección de Salud no se equivocó al elegirlo para esta tarea, es un hombre de fierra entereza, y lo demostró una y otra vez en los más complicados contextos. “El piloto del vuelo que trasladó el equipo médico y algunos insumos hablaba constantemente conmigo para que le diera indicaciones de dónde quería que detuviera la nave. Como la tripulación no podía bajar en el aeropuerto por cuestiones de seguridad, tuve que realizar la inspección del abastecimiento de combustible y el despeje de la pista,” comenta orgullosamente mientras suena un teléfono cercano que decidió ignorar.

De momentos difíciles estuvo cargada la misión. Un período difícil que lo evidenció fue el contagio de doctor Félix Báez, el primero en atender a un enfermo. Cuando se infectó, toda Cuba sufrió cada segundo junto a sus familiares, el Equipo de Protección Personal o P.P.E. por sus siglas en inglés, está diseñado para una hora de uso, pero Félix, a pesar del asfixiante calor dentro de dicho traje, se extremó cuidando a los enfermos y en algún momento que ni él sabe definir, se contaminó”.

Mi interlocutor describe el escenario de complicado y cargado de responsabilidades. Existieron otros momentos difíciles como la fulminante muerte del médico Reinaldo Díaz, por causa de la malaria, esa situación probó el temple de este laborioso jefe de misión, guardián del numeroso equipo: “Tuvimos que construir un panteón y comprar un féretro, todo esto sin asistencia exterior”.  

Los cubanos a pesar del miedo acudimos a socorrer a los desvalidos de la hermana nación de Sierra Leona, la prensa en aquel entonces saturaba los medios de noticias sobre el Ébola, pero los profesionales de la salud cubana, no dudaron en dar el paso al frente.

-¿Cómo califica la actuación de estos profesionales cubanos?: “Muy humanitaria, desprendida, voluntaria, todos los que estuvimos en la misión fuimos voluntarios", responde seguro.

-¿Su familia?: “Miedo, estaban aterrados, pero me apoyaron en todo momento.

-¿Si se solicitaran sus servicios nuevamente en una situación similar, aceptaría? Efusivamente responde: “Sin dudarlo, y no solo yo, todos los miembros de la brigada médica Henry Reeve”.

Pie de foto: Designado como jefe de misión, Jorge Delgado Bustillo, fue más que médico.

UNA CUBANA CON PRÁCTICA CHINA

UNA CUBANA CON PRÁCTICA CHINA

Concha Concepción Ayala Díaz es una señora ágil de 73 años, quien manifiesta tener buena salud gracias al Taichí; imparte, además, clases de este arte marcial asiático a otras personas para ayudarlas a sentir mejor.

Texto y foto:     
HUY TRINH QUANG,
estudiante de primer año del Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Taichí es una práctica de China. Apareció en Cuba en el año 1995 y hoy cada vez más cubanos lo practican por su beneficio para el alma y la salud. Para los vecinos del parque de la calle de San Pedro y Ermita, en el municipio Plaza, contar con la maestra Concha Concepción Ayala Díaz ha sido un privilegio, porque ella, con su sabiduría y carácter, es capaz de atraer a muchos alumnos a su clase.

En el año 2002, la profesora determinó practicar la disciplina asiática, pues padeció problemas del corazón y cuando trabajaba solía faltarle el aire. Luego, encontró a una compañera y le aconsejó que probara con el Taichí, un arte marcial muy bueno y efectivo para la salud.

Con el tiempo, Concha se sintió mejor, ya no le faltaba tanto el aire y estaba menos cansada. Además, empezó a sentir cosas en su cuerpo que no podía determinarlas, y era que su energía positiva estaba en movimiento.

Primero comenzó a practicar Taichí en un parque. Luego, pasó a la Facultad de Arte de la Escuela cubana de Música, pues los profesores que le dieron las clases son más profesionales y tienen mucha experiencia.  

Al final del año 2003, una idea apareció en la cabeza de Concha Ayala: si a ella el Taichí le había ayudado muchísimo, entonces por qué no ayudar a otras personas. De esta manera, comenzó primeramente en la Habana Vieja hasta que ya después creó su propio grupo en el municipio Plaza.

Para realizar su meta, llegó a la escuela de Cuba de Wusu y Chikung en la Habana Vieja e hizo los exámenes para ganar el diploma de Taichí. Luego, bajo el permiso del gobierno, en el año 2004 dio una clase de este arte marcial a los vecinos que viven en el municipio Plaza.

La clase de la maestra Concha Ayala es muy dinámica. Siempre se gana el apoyo e ideas positivas de personas y compañeras, no sólo en su municipio sino también en otros lugares.

En los tiempos iniciales, su equipo tenía cinco alumnos, pero ahora cuenta con más de 70 estudiantes. Aunque hay una tendencia en creer que el Taichí es solo para personas de la tercera edad, también participan niños y jóvenes en el lugar donde imparte clases la profesora.

Según ella, el deporte no solo ayuda a superar los problemas de salud, sino además a entender mejor las cosas de la vida, ver el lado positivo y negativo, hacer amigos, y lo más importante, ayudar a otras personas a que se sientan bien consigo mismas: más que una técnica física, es una práctica espiritual.

Aunque la profesora tiene más de 13 años de experiencia en la práctica Taichí, participa en las reuniones, seminarios en la escuela o con otras compañeras para aumentar su técnica y conocimiento de este arte marcial.

El año pasado (2014) hizo un examen de Chikung -incluso una delegación de China que se especializa en el tema la vio-, salió vencedora y le entregaron un certificado.

La profesora Concha Concepción Ayala Díaz nació en el propio municipio de Plaza, en La Habana, el 7 de diciembre de 1931. Tiene un hijo y una hija. Cuando joven, trabajaba en un taller de costura; después fue maestra de enseñanza primaria.

Pie de foto: Según Concha Ayala, con la práctica del Taichí no solo se ayuda a mejorar los problemas de salud, sino además a entender mejor las cosas de la vida.

ENTRE IRELA Y YO

ENTRE IRELA Y YO

La experimentada actriz habla de sus deseos de que el público cubano conozca más su personalidad, y la vean como un ser humano al que le gusta leer, ver telenovelas y compartir con la familia.
    
GABRIELA SÁNCHEZ PÉREZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Vestida como la típica ama de casa, me recibió en su cálido hogar la versátil actriz y conductora Irela Bravo, en uno de los tantos días agitados de su vida, como ella misma los define. Al comenzar la entrevista me percaté de que es una mujer a quien no hacía falta preguntar más de una vez para que, con sinceridad y sin secretos, entablara una agradable conversación acerca de su trayectoria.

“Desde que era niña les decía a mis amigos que sería artista, me encantaba participar en actos culturales y en todo lo relacionado con la música, el baile y la actuación. Cuando estaba en la escuela formé parte de un cuarteto de muchachitas en el que cantaba, y ganamos  segundo lugar en una de las presentaciones”, dijo sonriente.

Sus ojos se van humedeciendo al recordar algunos de los momentos más bellos que vivió junto a su padre, quien era músico, razón por la cual influyó grandemente en su gusto por el mundo artístico. Sin embargo, a su mamá no le agradaba la idea de que se dedicara a esta profesión, pues soñaba con que fuera maestra o periodista. “¿Te acuerdas, mami?”, pregunta a su madre, quien estaba a su lado.

A los 14 años se presentó, por primera vez, a una convocatoria del Instituto Cubano de Radio y Televisión para formar actores, “de verdad no sé cómo fui capaz de pasar, fueron pruebas muy duras y yo no tenía ninguna experiencia, creo que la osadía de la juventud fue lo que me impulsó a presentarme”.

Sus trabajos iniciales como actriz fueron en Radio Progreso, donde alternaba con la locución, conduciendo programas como Mujeres y Nosotras. Recuerda con mucho cariño su personaje en la  aventura El halcón, por ser su primer protagónico en la pantalla chica, el cual le abrió las puertas a obras de mayor importancia en el medio.

“A pesar de que la radio y la televisión es lo que más disfruto hacer, no significa que solo me dedique a ellos, también he incursionado en el teatro, en obras como Santa Camila de la Habana Vieja, donde interpreté a Cuca, vecina de la protagonista; y en el cine, con la película norteamericana Abracadabra, realizando el doblaje al español.”

Irela ha prestado su voz en múltiples ocasiones para dar vida a personajes de dibujos animados como María Silvia y Eleutelia en Elpidio Valdés; en ¡Vampiros en La Habana!, con la simpática Lola; y a la pequeña investigadora Fernanda.

“El doblaje es un reto dificilísimo, pues requiere de gran interpretación y sincronización, pero es un trabajo fascinante, va más allá de la técnica que un actor pueda tener, es algo mágico. Respeto mucho al público infantil, es muy espontáneo y casi nunca se equivoca, por eso siempre intento tener en cuenta sus sugerencias”.

En 1999 llegó a la revista Entre tú y yo, como conductora. Confiesa que al principio estaba algo insegura de aceptar la propuesta, para no encasillarse solo en la conducción; sin embargo, no se arrepiente de haber accedido, porque le ha permitido conocer más la personalidad de grandes artistas y realizadores cubanos, y de cierta forma, hacerles un noble homenaje.

Recientemente la vemos interpretando a Cachita Caché en el humorístico Vivir del cuento, me comenta acerca de la alegría que se vive durante las filmaciones, y del cariño que le manifiesta el pueblo cubano en cada una de sus apariciones en este espacio.

“Quiero que las personas, además de conocer mi trabajo, me vean como un ser humano al que le gusta leer, ver telenovelas y compartir con la familia. Me llena de satisfacción que a la gente le agrade mi labor en la televisión y la radio, lo cual me apasiona. Si no fuese actriz, tal vez me hubiese dedicado a la Psicología, al Periodismo, pero qué va…, yo nací artista”.

Pie de foto: Irela ha incursionado a lo largo de su carrera en la televisión, el teatro, el cine y la radio (Tomada de www.tvcubana.icrt.cu).

“LA CURADURÍA ES UN ACTO DE CREACIÓN”

“LA CURADURÍA ES UN ACTO DE CREACIÓN”

Estando al frente de la galería “La Casona”, Alejandro Machado Font llevó el arte cubano contemporáneo a las Ferias Internacionales más prestigiosas del mundo.

Texto y foto:
ANDY JOSÉ RIVERA GÓMEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Entre piezas sobre el Che y fotografías de Fidel, obras de José Toirac y Meira Marrero, me recibe en su casa. El ambiente, espectacular. Todo colocado en su lugar, nada sobra, como si él mismo hubiera hecho un proceso de selección artística en su propio hogar.

Nunca pensé que pudiera conversar con un Premio Nacional de Curaduría. Era la primera entrevista que hacía, los nervios me tenían de rehén y yo estaba negociando con ellos para poder comenzar la charla. Pero Alejandro Machado Font no parece ser de aquellos que por su éxito actúan como superiores y me tranquilizó con un sencillo “siéntete como en casa”.

Sin darme tiempo a disparar la primera cuestión, empieza a hablarme de su vida. Al terminar sus estudios fue llamado por el Servicio Militar Obligatorio, donde le facilitaron un curso de Técnico Medio en Inglés.

Aprovecho y le pregunto cómo había saltado de un curso de inglés al mundo del arte. Respira profundo, se acomoda como quien va a comenzar a narrar una historia de novela y empieza a contar.

“La vida militar no era lo mío, necesitaba algo más. Entonces llega una persona muy importante para mí, la Doctora Graziella Pogolotti, y esto le da un giro de 180 grados a mi vida, tanto personal como profesional.” Me doy cuenta de su pasión al hablar de la Pogolotti. Me plantea que la conocía de antes, pues habían sido presentados por su primera esposa.

“Llegó un día, me dijo que fuera con ella y la ayudara como su secretario en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Imagina mi sorpresa, que una persona tan admirada te pida eso. No dudé ni un segundo y gracias a su ayuda hoy estoy aquí.”

Encuentro que es el momento preciso para pedirle su concepto de curaduría. Me mira fijamente, como si estuviera esperando que le hiciera esa pregunta. Se vuelve a acomodar en su sillón y sonríe: “La curaduría es un acto de creación, en el cual la capacidad de relacionar una idea con otra crea nuevos significados y es fundamental la información que seas capaz de consultar. Tiene la función de abrir interrogantes y mover ideas, pero al final este es mi concepto personal y puede cambiar con el tiempo.”

Trabajando con la Pogolotti comienza los estudios universitarios por curso dirigido, la Licenciatura en Historia. Luego de graduarse pasa varios posgrados, más relacionados con el mundo del arte.

Recuerda su estancia en la galería de arte “La Casona”. Allí comenzó como especialista del director Luis Miret y terminó al frente de la institución tras la salida de este. Para reincorporarla a las exposiciones internacionales más prestigiosas del mundo del arte tuvo que reorganizar ideas, conceptos y estructurar una nómina de artistas contemporáneos que crearon un proyecto cultural sólido.

Hoy se encuentra trabajando de manera independiente (freelance). Por su muestra colectiva “El Péndulo de Foucault”, a la cual califica como una de sus más completas y concisas creaciones y que formó parte de las exposiciones colaterales de la 12ma. Bienal de La Habana, ha sido seleccionado Premio Nacional de Curaduría 2015.

Pie de foto: Alejandro Machado Font, Premio Nacional de Curaduría 2015.

ENTRE CASA Y TERRAZAS

ENTRE CASA Y TERRAZAS

Marcia Leiseca Hernández, mujer de la clandestinidad, amiga de Haydée Santamaría, asesora sociocultural de Las Terrazas y vicepresidenta de Casa de las Américas. Dama de pocas palabras, pero de gran saber.

NAIMY HERRERA PEREIRA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Foto: ROBERTO CHILE.

Es una menuda señora que a sus 79 años se muestra tan jovial  como una adolescente. Sus sagaces ojos dejan ver que hay más  historias de las contadas, a lo mejor porque le tocan allá dentro, en  el lado izquierdo del pecho. La marca la sobriedad. Acercarse a las  cámaras y dar entrevistas pueden ponerla "al borde de una crisis",  aunque ha tenido que hacerlo por ser la asesora sociocultural de la localidad Las Terrazas, hoy reserva de la biosfera, y vicepresidenta de Casa de las Américas.

Hoy es viernes y el sol ha alcanzado el centro del cielo. Llego al emblemático edificio ubicado en la esquina de G y 3ra, atravieso la recepción, subo las anchas escaleras en busca de mi objetivo. Me  llama la atención el aire hogareño que se respira en su oficina de Casa de las Américas: varias plantas adornan la entrada, en lugar de un buró encuentro una mesa circular sobre la que descansa el ordenador portátil y muchos papeles, organizados, pero muchos. Un pequeño librero, un  televisor y dos sillones complementan el decorado de la habitación.

Marcia Leiseca fue amiga de la heroína del Moncada, Haydée Santamaría: "La conocí en el año 1957 y en esa época portaba el nombre clandestino de María". Respira profundo, continúa: "El contacto con ella cambió el rumbo de mi vida”. El acercamiento a Haydée hace que se vincule al Movimiento 26 de Julio, donde llevó su existencia al límite, quizás por eso se aferra tanto a los recuerdos y los comparte con recelo.

Ahora se reclina en el asiento, pierde la mirada como si evocara lo  ya vivido: “Tengo dos proyectos en mi vida que he podido ver nacer y desarrollarse: uno es Casa de las Américas y el otro Las Terrazas."

Comenzó a trabajar en Casa desde su instauración el 28 de abril de 1959, con solo 22 años: "Viví momentos decisivos del centro como la creación del premio Casa de las Américas, el Festival de Teatro, el concurso de composición, las publicaciones y el surgimiento del Fondo Editorial con importantes colecciones.  

"Siempre quise formar parte de un proyecto más vinculado a las  demandas y necesidades del pueblo, pues Casa era un mundo relacionado con la cultura y las ideas." Siete años  más tarde, en1966, fue en busca de lo que llama su “proyecto  romántico”, un plan de reforestación en Sierra del Rosario, Artemisa. Allí vivió durante cinco años en tiendas de campaña junto a la persona de quien se enamoró y luego compartiría momentos de felicidad, Osmany Cienfuegos, arquitecto y promotor de la idea.

Su voz es fina como el cristal, pero cuando se refiere a Las Terrazas y todas sus aventuras se nota la pasión, por lo que no puede evitar emocionarse.

"Me ocupé fundamentalmente de todos los aspectos sociales, creé un proyecto para elevar el nivel cultural de los hombres y  mujeres que participan en la tarea, en su mayoría jóvenes y pobres, pero con ganas de hacer y aprender. Trabajábamos todo el día, incluso en la noche sentíamos el ajetreo de los tractores en las lomas”.

Las faenas diarias se  hacían bajo muchos peligros, pues en varias ocasiones hubo accidentes fatales. En una ocasión, el operario de uno de los tractores a la hora de maniobrar le temió al irregular terreno que lo desafiaba. Marcia, decidida, cogió el timón y subió pendiente arriba, demostrando que para ella no había tarea imposible.

“Allí toqué lo que era la extrema pobreza, la toqué con mis manos, me di cuenta lo que era, la compartí, la viví y colaboré a su  transformación."
La conversación fue corta, no quise robarle más tiempo. El teléfono  había sonado varias veces y los recados no cesaban.

Pie de foto: Marcia Leiseca, fundadora de Las Terrazas, hoy reserva de la biosfera.

“¿CABEN DOS PATRIAS EN UN CORAZÓN?”

“¿CABEN DOS PATRIAS EN UN CORAZÓN?”

DAVID DELGADO SECO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Alessandro Pietro no es un italiano más, lleva viviendo en Cuba 15 años y su día a día está ocupado por lo habitual de cualquier semejante del patio: su cola para el pan, le molestan los precios en los mercados, disfruta del humorístico Vivir del Cuento, y sueña, al igual que muchos, que las relaciones entre nuestro país y los Estados Unidos mejoren y todos nos veamos beneficiados.

Licenciado de Bellas Artes y Literatura en la Universidad de Torino, el carismático “futuro best seller” (categoría a escritores con éxito en las librerías), como el mismo se denomina, conoció a Dalia Barros, una joven cubana que estudiaba en su país natal cursando una beca de Maestría en Marketing.

“Dalia me cambió la vida, y mira si lo hizo que hasta después de separados no creo que sea capaz de marcharme de aquí”, dice  entre risas. Curiosamente, Alessandro, seguro de no querer regresar a su Palermo natal, vive en una casa en Playa, pero más que un hogar cubano, de esos portentosos que caracterizan 5ta. Avenida, su morada parece un pedazo de su Italia en nuestra capital. Un interior adornado con reproducciones de cuadros de Leonardo Da Vinci, con imágenes de viejas partituras de Verdi y pequeñas esculturas que simbolizan distintas ciudades italianas, su refugio refleja una evidente nostalgia.

“Lo que se dice extrañar, no lo he sentido nunca. Cuando  tengo deseos de ver a mi familia, a mis amigos, tomo un vuelo y me marcho a Sicilia. Pero la mayoría de las veces son ellos los que vienen a visitarme. Ahora, el exótico soy yo”, vuelve a bromear.

Con tatuajes sin mucho atractivo y un vestir despreocupado, da la sensación de estar frente a un aventurero, uno que sueña con convertirse en un escritor famoso. “Llegué a Cuba enamorado, no podía pensar en nada más, ¿una locura? Sí, pero quién no hecho locuras por amor. Dalia fue mi musa y mientras estuve casado con ella escribí tres libros. No los busques en Internet, no creo que los hayan leído millones de persones y grandilocuentes críticas me alaben”, comenta  jocosamente. “Por cuestiones de la vida decidimos tomar caminos separados, aunque seguimos manteniendo muy buenas relaciones, el contrato de musa, expiró”.

Entre risas me enseña papeles escritos a tinta, o mejor, papeles llenos de tachaduras con tinta que afirma lo lanzarán al éxito, pero entre col y col: “Clases de italiano, soy el director de una academia en Playa, la Leonardo Da Vinci, y la verdad, adoro enseñar. Toda mi vida he estudiado mucha escritura y literatura italiana, y las veía bien en la Universidad como cultura general, pero ahora me dan de comer. ¿Quién lo diría? Dalia también es profesora de la Academia, ¿quién sabe? Tal vez se vuelva a enamorar de mí algún día”.

Conversar con un personaje tan alegre y positivo como este da la sensación de que todo en la vida cobra sentido con solo vivirla, que todo llegará, no hay que desesperar, que todo es posible.

La despedida fue a un estilo muy europeo: un abrazo, dos besos y al caminar hacia la puerta, una bandera de Italia. Me detengo…

-Alessandro, ¿Cuba o Italia?

-No sé, ¿caben dos patrias en un corazón?

Pie de foto: Alessandro (pullover negro), presentó su último libro Alcune strate per Cuba, en la pasada Feria Internacional del Libro, La Habana 2015.