GRAZIELLA
ELIZABETH MIRABAL LLORENS Y CARLOS VELAZCO FERNÁNDEZ,
estudiantes de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana
Esta entrevista obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Cultural Monchy Font 2005, que entrega la UNEAC a periodistas menores de 30 años.
Cuenta que cuando niña, un primero de septiembre de 1939 en la lejana Polonia la obligó a desarraigarse de Italia y de Francia para apropiarse por siempre de otra lengua y otro sentido de patria en una pequeña isla del Caribe. Seis décadas y seis años después de aquella ruptura, Graziella Pogolotti Jacobson aseguraba en el Salón de los Espejos del Palacio del Segundo Cabo de La Habana, que desde entonces ningún suceso, por muy distante que parezca en la geografía, le resulta ajeno.
Faltando veinte días para su cumpleaños 75, la Doctora Pogolotti contesta un cuestionario un mediodía de enero sentada tras un gran buró en su oficina de 17 y H. Las casonas del Vedado han conquistado su tenaz espíritu, particularmente laborioso. Pareciera que las privilegia trabajando en una de ellas, en medio de vitrales, esos cuadros solo apreciables con toda intensidad cuando el sol decide.
La disposición del mobiliario en su despacho determina que el visitante, al detenerse frente al umbral de la puerta, vea el respaldo de una silla en la que apenas sobresale una nevada cabellera, que permanece quieta escuchando con atención las últimas noticias del día.
Graziella no tiene puestas las gafas oscuras y al alcance de su mano izquierda está la caja de cigarrillos y el encendedor. Es de las personas que descubre en una "simpática y graciosa tacita de café" el puente ideal para el disfrute de una buena compañía. Ha decidido pasar las horas reflexionando y opta por mantener en secreto sus amores. Concibe a la crítica lejos del castigo y amén de los consejos de gigantes, escogió satisfacer curiosidades propias, sin esperar jamás ni aplausos ni elogios.
Hoy recibe "aplastada" la noticia de que es Premio de Literatura 2005 con una sencillez también aplastante para quienes conversan con ella.
Cuentan que de niña decía que cuando creciera quería ser intelectual...
Realmente no sé, (risas). No recordaba haberlo dicho, lo que sucede es que mucho más tarde me lo comentó Dora Alonso. Decía que ella recordaba eso de cuando yo era niña. Tuve el privilegio de que siempre me gustó estudiar. Estudiar era un modo de satisfacer la curiosidad, y siempre he sido una persona muy curiosa; también desde que aprendí, desde que me alfabeticé me gustó leer. Posiblemente esos factores contribuyeron a que yo definiera esa vocación. También es cierto que me movía en medio de intelectuales y ellos pueden haber constituido un modelo para mí.
¿Cómo se le ocurrió aquella idea de marcar con alfileres en un mapa de Europa el sitio de las batallas de la Segunda Guerra Mundial? Entonces, era pequeña.
Esa no fue una idea mía. Fue una idea de mi padre, que creo que era una idea pedagógica, una manera de enseñarme en la práctica a conocer geografía y a reconocer los datos de la historia, obligarme a estar al tanto de los acontecimientos que sucedían cada día y ubicarlos en el tiempo y en el espacio.
Reconoce en las artes y las letras la expresión más alta de la obra humana. ¿Por qué?
Lo considero así porque en primer lugar la palabra es una de las cosas que define al ser humano y nos separa de los animales, de los cuales descendemos. El gran salto de la especie humana se produce mediante el trabajo de la mano y la conquista del lenguaje. De modo que eso tiene que ver con la historia del hombre y la construcción por parte de la especie humana de su inteligencia y de su espiritualidad. De la misma manera que desde fecha muy temprana, el ser humano no solamente empezó a fabricar objetos utilitarios, sino que empezó a expresarse a través de imágenes. De modo que la voz, la imagen, el sonido organizado son las más altas expresiones del ser humano.
En su combate por la vida, como intelectual, ¿cómo afinca los pies sobre la tierra?
Creo que afincar los pies sobre la tierra es también una manera de entender el mundo. A pesar de la importancia que tienen los libros, hay algo que no es desdeñable, sino todo lo contrario, que es la experiencia de la vida. Y esa experiencia de la vida dialoga con los libros. Quiere decir que en todos estos años mi manera de poner los pies sobre la tierra ha sido participar socialmente. No me he dedicado profesionalmente a la política, pero la política siempre ha sido un tema importante para mí, pues creo que tiene que ver con la vida de los seres humanos. De modo que en la escuela, en la universidad tuve una participación activa que me ayudaba a poner efectivamente los pies en la tierra. Después eso continuó desde la cátedra, desde la universidad. Posteriormente cuando estuve en el Escambray dirigiendo un trabajo de investigación sociocultural con la Escuela de Letras, tenía que en primer lugar conocer una dimensión de la realidad para mí totalmente desconocida. Yo he nacido y he vivido en la ciudad. El campo para mí era un territorio desconocido y entonces eso significó descubrir esa realidad, conocer en términos muy concretos al campesino, sus problemas, sus conflictos, su manera de ver el mundo y así sucesivamente.
¿Con qué matices recuerda las contiendas electorales universitarias donde intervino y fracasó, según dice, "estrepitosamente"?
La FEU en aquella época se estructuraba de una manera bastante similar a como se hace ahora. Había una instancia de base que aquel momento estaba constituida por delegados de asignatura, de los cuales a su vez salía el delegado de año y de los delegados de año salían los presidentes de las facultades que componían la FEU. Cuando nosotros entramos a la Universidad, mi grupo, entramos en la contienda política y aspiramos a ser delegados de asignatura. Creo que hubo en aquel momento una cierta ingenuidad. Pretendimos dar la batalla únicamente a partir de principios abstractos y desdeñamos el trabajo más directo con las personas, con nuestros compañeros. Nos planteamos el problema en términos de ideas. El resultado fue que obtuvimos únicamente nuestros propios votos, quiere decir que tuvimos la unanimidad en contra (risas). No volvimos a tener aspiraciones electorales, aunque sí participábamos en los distintos comités que tenía la FEU. No abandonamos la participación política, pero bueno, comprobamos que éramos de una impopularidad notable.
Graziella, ¿ha estado usted enamorada?
Sí, claro.
¿Y de quién?
Ah no, los problemas de la vida privada pertenecen a un mundo ajeno a la vida pública.
¿Se atrevería a conceptualizar qué es la crítica?
Siempre he reivindicado en general el espíritu crítico, que a mi entender tiene dos instancias: una, la de mantener una vigilancia activa en cuanto a lo que uno considera mal hecho, tratar de intervenir mediante la palabra o la acción, también la crítica se ejerce en términos de acción. Y esta crítica tiene una segunda parte en la autocrítica, no creo en la autocrítica como una forma de flagelación, sino como una vía para reconocer los errores y tratar de que no le suceda a uno lo que se supone que nos pase a los seres humanos que, según se dice, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. En lo que se refiere a la vida, la crítica y la autocrítica son vías para tratar de no tropezar dos veces con la misma piedra. Y en ese sentido siempre he tenido la costumbre al final del día de hacer mi pequeño autoanálisis, y por eso titulé mi primer libro publicado Examen de conciencia.
Su libro preferido es La Cartuja de Parma.
Ese es uno de mis libros preferidos, según dije en aquel prólogo, uno de los libros que me llevaría a una isla desierta, pero no quiere decir que sea el único. En ese, en particular, convergen muchas cosas, una de ellas es el diseño de una trama que de algún modo reconstituye las distintas opciones que se le abren al ser humano ante la vida, a partir del entrecruzamiento de los tres personajes fundamentales. Creo, además, que la construcción de esos personajes está lograda de una manera admirable, y esa trama y el acontecer de esos personajes proponen una estructura abierta, le permiten al lector un diálogo muy intenso en la búsqueda de respuestas a los problemas que cada uno de nosotros tiene.
Su padre dijo que en una autobiografía se trata de reconstruir con la mayor precisión posible la trayectoria a fin de captar el sentido de la vida. ¿Usted entonces escribe ahora sus memorias para hallar el sentido de su existencia?
Estoy empezando a escribir mis memorias para entender un poco lo que ha pasado. En la medida en que uno va describiendo se recolocan los temas, se sitúan ante una determinada perspectiva y eso es necesario en un momento dado de la vida, cuando uno ha cumplido una trayectoria. Es una manera de dejar un testimonio muy personal de estos tiempos.
¿Influyó Marcelo Pogolotti a la hora de escribir esas memorias?
Sí, aunque pienso que lo estoy haciendo de otra manera. Él realmente organizó su historia de una manera orgánica, de una manera muy coherente. Yo por lo menos en lo que estoy haciendo hasta ahora, voy rescatando por fragmentos. Vamos a ver lo que sucede al final.
¿Por qué disfruta caminar sin rumbo fijo?
Sin rumbo fijo. Porque eso es lo que te abre la posibilidad de descubrimiento. Si uno tiene un rumbo trazado de una manera muy rígida, pues se autolimita. Tú tienes que dejar un espacio para la sorpresa.
En sus palabras: "Pienso que la base real de la resistencia a la globalización está en rescatar esa posibilidad de que el individuo se reconozca como un ser actuante, un ser quizás frágil (...), pero que desde su fragilidad puede construir un mundo y es capaz de modificar las cosas, no de someterse a ellas." ¿Cómo hace usted para construir su mundo y cambiar las cosas a partir de su fragilidad, si es que es frágil?
Lo que uno no puede ser es megalómano. Debe tenerse una clara conciencia de sus posibilidades y de su alcance real. Trato de modificar las circunstancias moviendo las pequeñas piezas que están a mi alcance y, de ese modo, aunque parezca que no, se van transformando las cosas. Es como un juego de ajedrez, que cuando tú mueves un peoncito estás moviendo todo el sistema de relaciones.
¿Y el retrato en óleo que le hizo su tío político Anatole Dubois cuando usted tenía seis años?
Está guardado en mi casa (risas)
Su amor por la letra impresa nació cuando descubrió la rotativa del periódico El Mundo, pero fue Bruno quien le mostró por vez primera los principios del proceso de impresión en una tipografía con la que hacían invitaciones, obituarios y tarjetas de visitas.
Sí. Lo que sí existe todavía es aquella imprentica, que ya no se usa, pero en ese último viaje estuve allí. Es un lugar pequeñito. Los recuerdos de la infancia están a escala del tamaño que uno tiene, siempre los evoca como algo mucho más grande. Aquello era un local verdaderamente bastante pequeño, con su maquinaria también modesta. Pero ahí está, conservado como un museo porque ya no se usa.
¿Qué fue de Bruno?
Bruno murió. La última vez que estuve en Italia, y fui a la aldea de mi familia, pregunté por él y había muerto pocos años antes de un infarto cerebral.
Usted ha confesado que compensaba la mutilación de padre convirtiendo la cotidianidad en espectáculo, describiendo todo lo que sucedía a su alrededor. ¿De qué modo ameniza Graziella su camino, su desandar?
Sin que me diera cuenta, eso me ha llevado muchas veces a ver los acontecimientos del mundo, de lo que me rodea, desde esa perspectiva. Lo que produce una relación muy ambivalente porque a la vez soy partícipe bastante apasionada y, sin embargo, siempre tengo mis momentos de distanciamiento en que trato de colocar las cosas en su lugar como si las estuviera historiando o tuviera que estar contándoselas a alguien.
Durante una época se consideró a los intelectuales una clase ambivalente. ¿Cree que se ha superado esta creencia?
El problema no está en los intelectuales. El problema está en ciertos prejuicios que han existido históricamente en una zona de la izquierda respecto a los intelectuales, por distintos motivos. En primer lugar por la procedencia pequeño-burguesa de los intelectuales. En una sociedad clasista, el que accede a la universidad, el que accede a un determinado desarrollo en el campo del conocimiento parte de ese origen, de un origen pequeño-burgués. A eso se une el hecho de que a los intelectuales se les ha considerado muchas veces vacilantes por definición. Sin embargo, no creo que eso haya sido históricamente la situación de los intelectuales en el Tercer Mundo, particularmente en América Latina. A diferencia de lo que sucedía en otras zonas, los estudiantes en nuestro continente han tenido una tradición de lucha, de participación política que fue muy importante en el siglo XX, y que empieza desde el movimiento de Córdoba, en Argentina en el año 1918, que sigue en Cuba después con Mella, la creación de la FEU y se mantuvo viva en mi generación. Eso condiciona el que haya todo un sector de esas capas intelectuales que se radicalice y que, por lo tanto, se comprometa. Yo he tenido en algún momento que vencer esos prejuicios, sobre todo cuando era muy joven, pero después en la medida en que he ido madurando y objetivando el análisis de la realidad, pues eso no me ha afectado desde el punto de vista personal.
Según Helmo Hernández, la infancia de Vera en La Consagración de la Primavera está inspirada en usted.
No soy ella. En La Consagración de la Primavera, yo creo que Vera se inspira, quizás en parte, en la madre de Alejo. No totalmente. Vera es un personaje construido a partir de muchos ingredientes, pero tiene una raíz en la madre de Alejo. Ella era rusa y por circunstancias de su vida, que no coinciden con las del personaje, tiene que emigrar a otros países, primero a Europa Occidental y después aquí, a Cuba. Me parece que hasta ahí la referencia. No tiene absolutamente nada que ver conmigo. A mí me sucedió algo parecido a Vera porque tuve que desprenderme de varios lugares, pero en lo absoluto Carpentier hubiera pensado en mi historia personal. Carpentier me conoció a mí de niña, desde que nací, y, como suele suceder, él siempre me vio como la niña.
¿Por qué se sintió aplastada cuando se supo ganadora del Premio Nacional de Literatura 2005?
A mí eso francamente me ha sorprendido y no me he repuesto todavía de la sorpresa. Hasta ahora los Premios Nacionales de Literatura han sido poetas, narradores, aunque en muchos casos comparten este ejercicio literario con el ensayo, pero el premio no se les ha dado primordialmente como ensayistas. Nunca me he dedicado a la ficción y tampoco creo tener una obra tan extensa. Mis trabajos están dispersos por ahí. Muchos de ellos no han sido recogidos en libros ni organizados. Esto ahora me ha caído como una tarea. He tenido que ir revisando todo lo que anda perdido a ver cómo se puede organizar.
Fernando Ortiz y José Lezama Lima le aconsejaron en distintos momentos que se limitara a un área específica de estudios.
Ellos me aconsejaron eso. Creo que posiblemente yo tendría en ese caso una obra más extensa, pero precisamente por esa curiosidad que a mí me ha dominado siempre, por esa sensibilidad por lo que ocurre en el momento, no me he podido sujetar a ese tipo de disciplina. También es cierto que buena parte de mi trabajo y de mi tiempo han estado absorbidos por otras tareas. Por una parte, la enseñanza, la docencia durante muchos años, y por otra, responsabilidades de tipo organizativo en ese mismo campo. En fin, por una infinidad de tareas que no me dieron espacio para que me sumergiera de una manera prolongada en investigación de archivos, de bibliotecas, que es algo que no me gusta.
¿Por qué nunca se ha arriesgado a escribir un cuento, una novela?
Una vez intenté escribir un cuento, pero me pareció tan espantoso el resultado, que sencillamente lo eliminé y no volví a reincidir. En ese caso, el espíritu crítico me ha impedido hacerlo. Quizás si hubiera persistido hubiera hecho algo, pero no.
¿No considera que algunas de sus historias solo sean posible relatarlas valiéndose de la ficción?
Quizás sí, pero creo que en la ficción hay no solamente la necesidad de tener algo que contar, sino hay que desarrollar un oficio a través del tiempo y de la práctica. Hay que tener qué contar, pero hay que saber también como se cuenta. Y eso yo creo que no se improvisa.
¿Qué extraña en particular?
En este momento de mi vida, extraño cierta libertad de movimiento. Extraño también ese encuentro con amigos, con compañeros, que se va reduciendo, en la medida que algunos van desapareciendo y también porque las circunstancias hacen que cada cual esté muy ocupado, muy involucrado en la solución de sus propios problemas y ese tiempo libre para departir, para conversar, se va perdiendo.
¿Cómo ocupa su tiempo?
Actualmente el trabajo es lo que más tiempo me ocupa y es lo que le da sentido a mi vida. Tengo mi trabajo aquí en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), mi trabajo literario. Tengo que pensar. A mí me gusta pensar, y la reflexión me ocupa un tiempo. Pensar y procesar, no solo los acontecimientos importantes, sino además los hechos de la vida cotidiana, los detalles, el comportamiento de la gente y eso me llena el tiempo. Escucho música, trato de mantenerme informada con la radio, con la televisión, pero el trabajo es el eje central.
Hace poco también fue reconocida como Maestra de Juventudes.
El magisterio ha sido para mí una vocación, que se desarrolló a través de la necesidad de dialogar con generaciones sucesivas. Empecé a dar clases muy joven, en aquel momento inicial mis alumnos eran prácticamente mis contemporáneos. Cuando salíamos de clases, pues nos íbamos a pasar el rato, a conversar, a tomar unos tragos. Después, con el andar del tiempo, me resultaron cada vez más jóvenes. Esa vocación de magisterio se compone de generosidad, y al mismo tiempo, de egoísmo, en la medida en que uno va aprendiendo a través de ese diálogo. No se ejerce en una sola dirección. Es lo que he tratado de hacer mientras me ha sido posible: no solamente transmitir conocimiento e intentar abrir caminos, sino también, escuchar y entender.
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