Blogia
Isla al Sur

“UNA SOCIEDAD SIN BUENOS MAESTROS ES UNA SOCIEDAD SIN FUTURO”

“UNA SOCIEDAD SIN BUENOS MAESTROS ES UNA SOCIEDAD SIN FUTURO”

El Doctor Alfredo Díaz Fuentes, rector del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, afirma que la Academia debe ir calzada por los principios Revolución, y asegura que mientras más conocimientos adquiera una persona, mejor podrá comprender la magnitud de la obra de la revolucionaria.

 

 

LUISA MARÍA GONZÁLEZ GARCÍA,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana. 

“¡¿Cómo me las arreglo para hacerlo todo en 30 minutos?!”, pensé molesta mientras sacaba con torpe apuro la libreta de notas, antes de comenzar la entrevista. Yo había llegado cinco minutos antes a la cita de las nueve de la mañana, y por suerte, ya me estaba esperando.

No pensé que aquel hombre que me saludó carismático en la puerta de la oficina fuera el rector del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Era él. Ya me habían alertado de que parecía mucho más joven de lo que en realidad era, pero al tenerlo al frente me llevé tremenda impresión.

Todo iba bien hasta que con una amplia sonrisa preguntó:

-¿Y la entrevista  va a demorar mucho?

-Bueno… hay unas cuantas cosas de las que quería conversar con usted…

-Pero yo tengo una reunión a las 9:30 con el Consejo de Dirección. Solo dispongo de media hora.

-Mmmmm…Entonces vamos a empezar ya, y veremos hasta dónde llegamos.

A pesar de sentirme incómoda por la presión, yo sabía que de alguna forma, el doctor en Ciencias Pedagógicas Alfredo Díaz Fuentes, respondería esa mañana hasta la última de mis preguntas.

Nació en Jovellanos, antiguamente un pueblo muy pobre de Matanzas, típico del capitalismo, donde tuvo una niñez tranquila al amparo de la familia humilde. Era inquieto y travieso, y le gustó la idea de viajar cuando era aún muy pequeño: “A regañadientes de mi papá, mi abuela me trajo para la capital. Ella me llevó a conocer La Habana, lo bueno y lo malo. Me mostró quién era Fulgencio Batista y por qué había que estar en contra de él. Me educó para convertirme en una buena persona; me enseñó a leer, a estudiar, a ser decente. Siempre decía: Zurcido, pero decente. Mi abuela siempre ha sido mi paradigma. Regresé a Jovellanos cuando terminé sexto grado, porque mi familia me extrañaba y me necesitaba”.

-Tengo entendido que usted estudió

y trabajó al mismo tiempo…

Sí. En las mañanas asistía a la escuela, y en las tardes vendía pollo. ¡Imagínate! La situación nuestra antes del triunfo de la Revolución era bastante difícil. 

Aunque por esa época había un movimiento revolucionario en Jovellanos, Alfredo cuenta que él no lo percibía mucho. En su adolescencia era un muchacho muy divertido, le gusta la música y el baile: “Cerca de mi casa había muchos bares. Allí conocí a varios músicos que frecuentaban mi pueblo, incluido Benny Moré. Pero hay un bar que me trae recuerdos especiales, porque además del Benny, en él vi por primera vez a Fidel Castro.

“Cuando la Caravana de la Victoria marchaba hacia La Habana en los primeros días de 1959, el Comandante se detuvo para almorzar, y fue justo en el bar de frente a mi casa. Después de ver a los famosos barbudos, me incorporé a la Revolución, y con toda sinceridad confieso que fue casi por azar de la vida, por cosas de muchachos. Pero a pesar de no tener una conciencia revolucionaria, lo que sí tenía claro era que yo estaba en contra de Fulgencio Batista”.

-Era usted muy joven, apenas tenía 11 años,

cuando se incorporó a la

Campaña de Alfabetización en 1960.

¿Cómo reaccionó su familia ante su decisión?

¿Cómo se enfrentó un “casi” niño al reto de enseñar?

Es que yo no fui el único, mis dos hermanas también se incorporaron, y el viejo mío no puso ninguna objeción. Para enseñar, fue de mucha ayuda haber crecido en una familia como la mía, en la que mucha gente se dedicaba a la enseñanza: mi hermana, mi tía, mi tío, y sobre todo, mi abuela. 

Pero en verdad, fue muy difícil. Nos daban el uniforme, la mochila y el farol, nos montaban en una guagua, y mandaban para donde fuera necesario. Me tocó ir a Palma Soriano. Al principio estuve en la casa de un matrimonio con dos hijas. El campesino me ponía a trabajar por el día en la tierra, con los animales. Nunca dejó que entrara en la casa, y tenía que dormir en el portal. Era muy celoso, no permitía que alfabetizara a la mujer ni a las hijas. Allí casi estaba perdiendo el tiempo. A pesar de que la brigada trató de convencerlo de la necesidad de la alfabetización, nunca entendió. Entonces me llevaron para el batey, donde me fue muy bien.

Al terminar la campaña, Alfredo Díaz vino a La Habana a estudiar secundaria básic: “Nos alojaron en las residencias de Miramar que la burguesía había dejado al irse del país. Mi albergue quedaba a media cuadra de la casa del Che, y en las tardes, él jugaba pelota con nosotros. ¡Qué lejos estaba yo de pensar que aquel hombre que se divertía con nosotros, sería el Comandante Che Guevara!”

-En 1964, tras del llamado de Fidel,

usted entra al Pedagógico,

¿lo hizo por vocación o por cumplir

una tarea de la Revolución?

En aquel momento, lo hice por cumplir con la Revolución. Fuimos un grupo que ingresó a la Universidad con noveno grado. Así entré al Instituto Pedagógico, que era por esos años la facultad Ciencias de la Educación de la Universidad de La Habana. Yo no estaba muy convencido de ser maestro, a pesar de la influencia familiar. Pero empecé… ¡y mira!, me ha durado hasta hoy.

-¿Por qué Biología?  

Porque siempre me han gustado muchos los animales. De chiquito, cazaba pajaritos, lagartijas… Me entretenía con la experimentación y los intentos de averiguar qué tenían por dentro.

De 1964 a 1968, Alfredo fue estudiante del Pedagógico. Recuerda que fueron años muy intensos, llenos de actividades y tareas que cumplir: “Había grandes confrontaciones ideológicas en esos momentos. Era una convulsión. Casi todos los días Fidel iba a la Universidad, sobre todo en las madrugadas. A veces amanecía allí. Se producían intercambios muy interesantes”. 

Al graduarse, hizo las prácticas en la escuela Felipe Poey, anexa a la Universidad. Allí, a pesar de ejercer diferentes cargos, nunca abandonó la docencia: “Tuve excelentes alumnos que hoy día son médicos, ingenieros... Yo me asombro cuando los veo después de tantos años. Eso da una satisfacción enorme. Y como era joven también, participaba con los muchachos en todo. Lo mismo jugaba fútbol o pelota, que los llevaba a actividades políticas, o productivas. Pero algo que siempre me ha gustado, por encima de todo, es cuando me dicen Profe”. 

En 1972 regresó al Pedagógico, donde lo esperaban retos inimaginables: “Después de algún tiempo, me mandaron para lo que se convirtió en el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech. Por la necesidad que tenía el país de profesores de secundaria básica, tuvimos que formar como maestros a alumnos de décimo grado. Lo mismo que hicieron conmigo, lo reeditamos en el 72”.

-Pero ahora usted no como alumno,

sino como director…

Exacto. ¡Imagínate tú! Fue una nueva etapa de mi vida que duró hasta el 76. Teníamos que atender Pinar del Río, Matanzas, Provincia La Habana y Ciudad de La Habana, con filiales en muchísimas ciudades. Pasamos por cada una formando los equipos de dirección, haciendo las orientaciones metodológicas. Fue una etapa muy linda en mi vida, y creo que también decisoria en la historia de la educación revolucionaria. Si no fuera por el Destacamento, no tuviésemos los avances de hoy. La educación cubana se sostiene primero por la Revolución, y después por el Destacamento Pedagógico.

Una mañana de 1976, lo llamaron urgente del Rectorado de la Universidad de La Habana. ¿Para qué? Ni una palabra. Después de hacer un recorrido apresurado entre Ciudad Libertad y la Colina, Fernando Rojas, entonces Rector, lo recibió y le leyó una carta de Raúl Castro en la que lo designaba como político para la ofensiva final en Angola. La respuesta fue rápida: “¿Para eso ustedes me llamaron aquí? ¿Cuándo me tengo que ir?” Mañana.

“Estuve un año en la guerra en Angola. Fue impresionante la pobreza. Los 500 años de coloniaje que tenía ese pueblo se le veían demasiado. Yo había leído sobre la esclavitud, pero no imaginaba tanta crueldad. Esas diferencias enormes entre las personas, la mujer era un cero a la izquierda, miles de niños desamparados, una desnutrición tremenda. Un país tan rico, y al mismo tiempo tan pobre.

“Cuando regresé, mi esposa y mis hijos casi no me reconocen. Pensé que nunca iría otra vez a Angola, pero volví en el 78 al frente del Destacamento Pedagógico Internacionalista Che Guevara. Todo el sistema de clases de secundaria que teníamos aquí con el Manuel Ascunce, lo llevamos para allá, para el Che Guevara. En total, estuve casi 11 años como Vicerrector al frente de los Destacamentos Pedagógicos”.

En 1990, lo enviaron a la escuela de formación de maestros de primaria para organizarla y convertirla en una Facultad, en la que luego quedó como Decano: “Fue en pleno periodo especial. Tuvimos que hacer de todo: sembrar, guataquear, hasta una yunta de bueyes teníamos para producir alimentos. Había que mantener dos escuelas (José Martí y Salvador Allende). Esa fue otra nueva experiencia porque yo no había trabajado nunca en la educación primaria y pre- escolar. Por eso tuve que leer y estudiar mucho”.

Desde el 13 de marzo de 1996, Alfredo Díaz es el Rector del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Como tal, ha estado al frente de algunos programas de la Batalla de Ideas: los maestros emergentes, los profesores generales integrales (PGI), la Universidad para todos…

-Hablemos de la educación en la actualidad.

Ha sido una necesidad del país la formación

de maestros mediante programas emergentes

que han traído cierta inquietud a la población,

porque en varios sentidos no se

alcanzan los resultados esperados.

Un signo alarmante es el hecho de que las

universidades se estén viendo en la obligación

de hacer cursos intensivos de nivelación,

por la desigual e inconsistente preparación que

traen los muchachos de las enseñanzas anteriores...

Mira, para hablar de ese problema hay que hacer un poco de historia. Nosotros hemos tenido que formar maestros en emergencia desde 1959, lo que sucede es que las coyunturas son diferentes.

Desde mi punto de vista, algo que influye es que el pueblo tiene mucha más preparación hoy que hace 20 años, y las personas a veces olvidan cómo llegaron a ser lo que son. Enfrentamos, por ejemplo, algunas contradicciones. La gente quiere que sus hijos pequeños tengan una buena educación, pero se niega a que sus hijos mayores elijan una carrera pedagógica. La familia debe entender la necesidad de que sus hijos se conviertan en maestros.

Además de eso, hemos cometido errores que poco a poco estamos tratando de erradicar. Por ejemplo, los PGI de secundaria antes llevaban todas las asignaturas, y ya no. Ahora los hemos dividido por áreas de conocimiento, para que puedan profundizar en las diferentes materias. Dentro de la Batalla de Ideas, estos han sido programas muy tensos, pero los hemos enfrentado, y tenemos que seguir trabajando sobre las deficiencias para obtener mejores resultados.

-En la sociedad compleja de hoy,

rodeada de contradicciones, y en la que

tanto se habla de una profunda crisis de valores,

¿cuál es el rol de la escuela cubana?

Es cierto eso que planteas de la complejidad de la sociedad, y también que el papel de la escuela es primordial, sencillamente porque los que en un futuro continuarán la obra de la revolución están hoy sentados en las aulas. Si la escuela no rectifica sus errores, no rectifica las deficiencias de los planes de estudio, no va a superar esta difícil coyuntura que atravesamos.

Nuestra escuela es una institución llamada a inculcar no solo los conocimientos, sino también los valores y principios que debe tener un ser humano, y un revolucionario. La escuela tiene un papel en el rescate, el fomento y la continuidad de esos valores perdidos. Pero ella sola no es suficiente, sino que necesita el apoyo de la familia, de la comunidad y de la sociedad en general. Y sabemos que una sociedad sin buenos maestros es una sociedad sin futuro.

-Usted ha recibido muchos reconocimientos,

y hay dos que me llaman la atención:

las medallas Rafael María de Mendive y la José Martí,

porque fueron ellos dos grandes

maestros en la historia de nuestro país.

Entonces, ¿qué es ser maestro?

Para mí es, en primer lugar, ser alguien con una amplia cultura que permita transmitir todo el conocimiento necesario. Un maestro es una persona muy solidaria, que siente la necesidad de ayudar y guiar a los demás, sobre todo a los más jóvenes. Y a pesar de ser un evangelio vivo, el maestro no deja de ser también una persona normal, una persona de pueblo.

-Este 2009, el Instituto cumple su aniversario 45.

¿Qué significan todos estos años de Pedagógico

para su Rector, y también para un fundador? 

Ser fundador del Pedagógico significa que he formado, o contribuido a formar, muchas generaciones. Ese es mi mayor premio. Aquí he sido siempre un revolucionario, y siempre he tratado de que la Academia vaya calzada por los principios políticos de la Revolución. Yo sostengo que mientras más conocimientos uno adquiera, mejor podrá comprender la magnitud de la obra de la revolucionaria, con sus tantas imperfecciones, y sus grandes virtudes. Cuando deje de ser Rector, me dedicaré a enseñar, a transmitir experiencias.

Este Instituto significa para mí la vida, por todo lo que me ha dado como persona y porque me ha permitido convertirme en lo que soy hoy. Lo defiendo con las uñas, porque a veces hay tristes incomprensiones. Yo vivo orgulloso de mis estudiantes, de mis profesores, de lo que ha hecho esta institución. Y te aseguro que me moriré siendo profesor del Varona.  

Casi no lo podía creer. “Terminaron las preguntas”, dije aliviada, y me equivocaba. La última pregunta la hizo él, y por el reloj en su muñeca izquierda, comprendí que era pura retórica. 

-Bueno, ¿qué hora es?

Las 10:35, dije sin atreverme a levantar la vista del reloj, asombrada por lo rápido que se había ido el tiempo.

Sentí haberlo demorado, pero sus joviales palabras me reconfortaron: “Todo lo que quiero es que esta entrevista sirva para que quien la lea, comprenda lo que ha hecho este Instituto por la educación en Cuba”.

Cuando salí, varias personas esperaban impacientes en el pasillo. Otra vez me sentí culpable. Eran Maestros. Y yo tuve la certeza de que allí había más de una historia que contar, historias de vida…y del Varona. 

Esta entrevista forma parte del libro en preparación Rostros del Varona, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario 45 de la casa de altos estudios pedagógicos.


 

0 comentarios