PARA RESCATAR AL PEQUEÑO PRÍNCIPE
CLAUDIA OJEDA FERNÁNDEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Era una tarde de enero. Tenía sólo ocho años. Mi pasión por la lectura iba como un torbellino cobrando fuerza. Mi interés por descubrir las cosas de la vida se acrecentaba cada vez más. Mis padres, ansiosos por cumplir mis deseos, me colocaron un regalo encima de la cama. A la llegada de la escuela la sorpresa fue grande: un libro reposaba sobre la almohada.
Tal vez parezca un regalo cualquiera para quien de una primera ojeada sólo ve un niño dibujado en la carátula y un motón de dibujos infantiles en las páginas interiores, pero la realidad fue otra. Hoy, una década después, recuerdo y releo aquel libro “infantil” que guardo entre mis sueños como una obra maestra que le dio rumbo a mi existir.
Nuestro mundo vive una época convulsa donde lo esencial del ser humano, lo que los ojos no ven, lo que las manos no palpan, lo que sólo el corazón sabe, ha quedado en los fantasiosos cuentos infantiles que reposan olvidados en algún baúl y que vemos como una alucinación.
La envidia, la codicia, la vanidad y el egoísmo, son espinas que hoy pinchan corazones y nos alejan de la nobleza, la ingenuidad, el respeto, la fidelidad, en fin, de lo maravilloso de nuestro existir, y que olvidamos cuando nos volvemos demasiado prácticos, dogmáticos, cuando no somos capaces de poner un pétalo de rosa en nuestro quehacer, cuando dejamos morir el niño que vive dentro de todos.
Sin embargo, hay quienes, con pinceladas de inocencia, recuerdan ese chiquillo que un día fueron y entremezclan la amistad y el amor, como verdaderos sentidos en la vida a los que debemos arraigarnos para no dejar crecer la oscuridad en nuestro mundo. Así fue Antonie de Saint-Exúpéry, quien con El Principito nos legó un libro para todos los tiempos.
Por recrear una historia, a primera vista simple, es considerado una obra infantil, pero sus metáforas lo hacen trascender de década en década como un texto sobre la sensibilidad humana, recordado por quienes lo han leído como su realidad cotidiana.
Un piloto, que cuenta la historia, perdido en el desierto del Sahara por una avería de su avión, se encuentra con el Principito y en las conversaciones con él, demuestra su visión sobre la humanidad y la sabiduría de los niños, que se pierde cuando estos se convierten en adultos.
El Principito, un niño proveniente del asteroide B 612, vive los días cuidando su planeta de los problemas, atiende a los baobabs, los cuales pretenden echar raíces para destruir su pedacito de tierra. Lo acompañan, también, una rosa y tres volcanes.
Un día, cansado de los reproches de la rosa, emprende un viaje y en su recorrido visita seis planetas, habitados cada uno por un personaje que representa cómo se vuelven las personas cuando crecen: un rey, un vanidoso, un borracho, un hombre de negocios, un farolero y un geógrafo.
¿Y el aviador? A él lo conoce cuando viaja al planeta Tierra, recomendado por el geógrafo. El encuentro sella la unión perfecta entre el pequeño del asteroide B 612 y el piloto que aún conservaba un niño interior y guardaba con ternura sus primeros dibujos, los cuales nunca entendieron las personas mayores que frustraron su anhelo de ser pintor. Esta última idea, desarrollada al inicio de la obra, es una crítica sarcástica a los adultos y a la fuerza que ejercen para conducir a los niños por el camino “correcto”.
Publicado por primera vez en los Estados Unidos el 6 de abril de 1943, es el relato corto más conocido del, también, aviador Saint-Exúpéry y ha sido traducido a ciento ochenta lenguas y dialectos.
Saint-Exúpéry es considerado como uno de los mejores escritores de su época con obras como Vuelo nocturno (1931) y Tierra de hombres (1939). Perteneciente a las tropas de la Francia Libre, muere en una maniobra militar en 1944, cuando un avión alemán bate el suyo en el sur de Francia.
Su obra es enfocada tan antropológicamente que, a pesar de ser adultos, de vivir una vida agitada, donde lo esencial es invisible para los ojos, nos muestra que no podemos permitir que muera en cada uno de los seres humanos el pequeño Príncipe, pues sólo con el corazón se puede ver bien.
El Principito es, sin duda alguna, un libro que nos lleva a transitar por los senderos con amor, amistad, inocencia, pureza, sencillez, que nos hace ver la esencia de la vida y dejar a un lado cualquier riqueza materia. Un libro que permite a todos sus lectores, sea cual sea la edad, echar a volar ese ángel que nos acompaña y que con los años dejamos olvidado. Es un arma para rescatar al pequeño príncipe personal e intransferible que llevamos dentro.
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