BITÁCORA CON MEDIO SIGLO DE RECUERDOS
La profesora Juana Betancourt relata los pasajes de su vida como educadora desde los doce años de edad.
Texto y foto:
ALEX PÉREZ POZO,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
“Lo que han de llevar los maestros por los campos, no son solo explicaciones agrícolas e instrumentos mecánicos; sino la ternura, que hace tanta falta y tanto bien a los hombres”, así inmortalizó nuestro Apóstol al referirse a la labor más humana de todas: enseñar, a la cual muchos como Juana Betancourt Torres, se consagraron y a la vez han sido madres y padres de familia, y han sido reciprocados con hijas e hijos de la de vida.
Esta mujer, quien conoce la importancia de una niñez plena, no encontró más amor y felicidad que en la sonrisa de los infantes con dificultades especiales, que por ser discapacitados no son distintos al resto de los niños, “todo lo contrario, son muy especiales”.
Nacida en la famosa ciudad de los parques, Holguín, proviene de una familia dichosa y formadora de valores como la responsabilidad, honradez y honestidad; con un padre que conocía los campos de caña y una madre que dedicó la vida a sus cinco hijos.
“La profe es especial”, me comentó uno de sus alumnos en el pasillo. Y la verdad…, no se equivocó. Es realmente conmovedor ver a esta mujer hablar de su historia y de cómo fue creciendo en la vida. Juana recuerda entre sus primeras experiencias, la cita el primero de mayo de 1959, un hecho trascendental en su vida, como ella lo llama: “Una vivencia muy exclusiva. Mi papá, motivado, nos vistió a todos los hermanos y nos llevó a la Plaza de la Revolución”.
Desde pequeña nació en ella la vocación por enseñar y creció viendo a sus padres luchar por el progreso del país. Tal vez, por eso, con apenas once años se incorporó a las primeras patrullas juveniles dirigidas, en aquel entonces, por el teniente Antonio Gil, en Luyanó: “Éramos un grupo de niños que luego formamos parte de los Jóvenes Rebeldes y en ese momento comenzó el reto”.
En los tempranos meses de 1960, el país daba sus primeros pasos dentro del proceso revolucionario y uno de los desafíos que superó fue la alfabetización del pueblo: “A pesar de que no pude viajar a través de la nación por cuestiones de salud para realizar esa tarea, estuve dispuesta y alfabeticé en las Alturas de Luyanó, en la barriada de Martín Pérez, aquí, en la capital.
“Incluso desde tan pequeños teníamos que formar a personas adultas, estoy hablando de cuando tenía doce años de edad y durante la campaña cumplí los trece. Esa fue una de las tareas más difíciles, porque apenas con la cartilla, el manual y algunas orientaciones metodológicas básicas que nos dio la profesora Ponce, hicimos historia”.
Los recuerdos son casi vividos otra vez en sus pupilas y la emoción en su voz es evidente. Sus manos, que disimula bien entrecruzadas, ahora se mueven inquietas como si quisieran agarrar la tiza y ponerse a enseñar en la pizarra.
“Recuerdo que no sabíamos dar lecciones, solo tenía una noción de ese trabajo y tuvimos que empezar silabeando las palabras graficadas delante de personas de diversas edades. Éramos un grupo de ocho profesores, de los cuales cinco eran mis hermanos y yo”.
“Con el pueblo cubano libre de analfabetismo y una victoria que marcaría la diferencia en América Latina, la barriada de Luyanó también estuvo de fiesta. Mi papá hizo un libro de madera gigante que colocamos en la cuadra enganchado por una soga para festejar el final de la campaña”.
Pero este es solo uno de los pasos que dio Juana antes de consagrarse a ser maestra, porque en 1962 comenzó en el proceso de integración a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y años más tarde ingresó en la Universidad para estudiar Psicología: “A la misma vez impartí clases de Matemática, trabajé en un círculo infantil y comencé la investigación acerca de la preferencia de los niños por la lectura”.
Y el reto se volvió aún mayor, “ese período fue otro de los más difíciles y a la vez gratificantes. Trabajaba, estudiaba y, además, tuve a mis dos primeros hijos, quienes me acompañaban a todas partes. Incluso a las reuniones de la “Juventud”, a las asambleas de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) e, increíblemente, las disfrutaban. Tú los podías ver correteando por los pasillos, y agrégale a eso, que les encantaba participar en las actividades programadas por las organizaciones para el desarrollo de la cultura de nuestros estudiantes”.
Juana es un ejemplo típico de la mujer cubana, que conoce del valor del trabajo y de sacrificios, necesidades y satisfacciones y por sobre todo, consciente de que su obra es para el mejoramiento de las personas como miembros de la sociedad.
El Varona llega a su vida
Ya para la década de los años 80 Juana había empezado a trabajar en el Departamento de Psicología del Instituto Enrique José Varona. “Fue cuando me acerqué por primera vez a la educación de los niños especiales, la más bella de todas, en la llamada Facultad de Defectolgía en aquel momento”.
Luego asumió cargos como Jefa del Departamento de Formación de maestros para trastornos de la conducta, y a la vez impartía clases de Psicología. Más tarde se convirtió en la Vicedecana de la Facultad, para un total de 17 años entre las dos tareas.
Pero su labor no concluiría ahí: “En 1992 escribí junto a un colectivo de autores un libro acerca de la Psicología Especial y otro sobre La educación de los trastornos en Cuba, auspiciado por la UNICEF. Después de estar graduada de Doctora, dirigí el Modelo Teórico Metodológico para la prevención y atención de trastornos de la conducta.
“Desde entonces, dentro de este proyecto se han editado diversos libros acerca de la comunicación educativa y los niños con necesidades docentes especiales. Uno en particular, La prevención de los trastornos de la conducta, obtuvo el Premio de la Academia del MINED, en 2007. También contribuí a la formación de másteres en la educación especial en países como México, Venezuela, Brasil y Bolivia. Además, cerca de nueve doctores se han graduado bajo mi tutela”.
-¿Qué diferencia marca la educación
especial en Cuba con respecto
a la de otros países?
Ante todo, que es una educación gratuita y en otros países es muy cara, porque se necesitan cerca de un maestro cada cinco o siete alumnos y, en el caso de los niños autistas es casi un educador por cada infante. El desarrollo de esta especialidad en América Latina ha tenido un auge, solo en los últimos tiempos.
Por ejemplo, cuando visité el estado de Sucre, en Bolivia, en 1998, había un solo psiquiatra infantil y una sola escuela de enseñanza especial que no incluía otros tipos de peculiaridades. Era un lugar muy pobre, los niños que requerían este tipo de aprendizaje estaban en las calles, o “guardados” en la casa. Allí la educación pública no era capaz de atenderlos.
No fue hasta finales de los 90 que recuerdo un despunte de la educación general y masiva promulgada por la UNESCO y entonces, los maestros de esos países asimilan la incursión de los alumnos especiales a las aulas de instrucción regular.
En cambio, Cuba ya tenía un sistema muy bien estructurado desde los años 70. Incluso, desde ese aspecto fuimos un país referente, cardinal para el resto del continente. Cuba hoy cuenta con muchísimos graduados de la universidad que son ciegos, con debilidades auditivas, otros con dificultades físicomotriz. Aquí no hay prohibiciones o limitaciones para ninguno. Tampoco se apartan o aíslan a los niños, todo lo contrario, se trata de acercarlos a un ambiente sano.
Nosotros buscamos que ellos se sientan útiles para la sociedad y no reservarlos de ninguna actividad social y mucho menos que se sientan diferentes. Por eso considero que un profesor decidido a educarlos debe ser una persona sensible, que sepa quererlos y no discriminarlos. Por otra parte, debe saber lograr la motivación individual por aprender en sus alumnos y debe estudiar los métodos de trabajo para con ellos. Debe ser una persona modesta, colaborativa y desinteresada.
-¿Alguna recomendación
para los futuros maestros?
Que estudien y aprendan métodos de enseñanza que les permitan a los niños acceder a la cultura. Que sean hombres y mujeres de bien y logren inculcar valores a cualquiera que les rodee. Que sepan enseñar la importancia de las personas dentro de una sociedad y que sean útiles, muy útiles.
A esta apasionada de los libros sobre policíacos y amante de la música clásica, sin duda alguna todavía le falta mucho por hacer. Descubrir algún misterio como su escritora favorita, Agatha Christie o aventurarse al reto de atrapar sueños y convertirlos en realidad.
-¿Se imagina la vida sin el magisterio?
Más bien no me la imagino sin ser psicóloga. Enseñar fue lo que aprendí y aún aprendo a hacer durante mi vida y es muy gratificante, es lo segundo que más me causa estímulo y me motiva, ¡porque lo primero, ahora, es mi nieto, por supuesto!
Su espíritu aún es jovial y no encuentra espacios para momentos tristes. Ella acierta con la felicidad del mundo cuando ve a sus alumnos con deseos de estudiar y aprender, esforzándose por ser mejores. O cuando toman un libro y les ve motivados, o en esos momentos en que trabajan con los niños especiales.
La magia de Juana Betancourt empezó a los doce años cuando descubrió que podía llevar la luz de la enseñanza a la gente y hoy, sigue disfrutando ver en los ojos de los que ilustra esa mirada de descubridor de un mundo nuevo, interesante. Y cómo una bitácora en el barco de la vida, guía en el mar de los saberes porque no conoce de fronteras o límites para conceder un poco de su experiencia. Ella ve en cada persona un potencial a desarrollar. Sabe la importancia de ser maestro, de formar hombres para la vida, y tiene la certeza de que todos somos necesarios.
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