LLEGA A CUBA LA ÓPERA ALEMANA
CLAUDIA PÉREZ VILA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
El holandés errante es una de las óperas más reconocidas del músico y compositor alemán Richard Warner. Interpretada por el Teatro Lírico Nacional de Cuba en la sala Covarrubias del teatro Nacional, la esperada presentación se estrenó del 15 al 17 de noviembre (2014) y contó con el apoyo de la embajada de Austria y Alemania.
También conocida como El buque fantasma, está basada en una experiencia personal del autor cuando iba para Londres por desavenencias políticas. La travesía que se esperaba que durara tres días se extendió 95 y fue una verdadera odisea para el músico y su esposa, la actriz Minne.
Este es el referente en el que la obra se basa, la historia de un holandés que carga con la maldición de andar navegando por la eternidad y desembarcar cada cierto tiempo. En uno de sus viajes por la tierra encuentra el amor, pero será imposible tenerlo, pues debe naufragar durante toda su vida.
La difícil tarea de preparar por primera vez en el país una ópera en alemán, cantada por cubanos, estuvo a cargo de los directores artísticos Andreas Baesler y el maestro Eduardo Díaz, que desde 2006 ha trabajado regularmente en este país caribeño. La compenetración artística entre ambos creadores tuvo como resultado una destacada organización de los músicos, exquisita banda sonora que se mantuvo en vivo durante todo el espectáculo y la confianza con que se mostraban los intérpretes.
Un elenco conformado por jóvenes artistas donde destacan la soprano Johana Simón, los tenores Yuri Hernández (Teatro Lírico de Holguín) y Bryan López, el bajo Marcos Lima, y las mezzo Lily Hernández y Dayamí Pérez, secundados por el Coro y la Orquesta del Gran Teatro de La Habana, reflejan la calidad de la enseña artística en la Isla Caribeña.
Llevada al teatro en tres escenas y una duración aproximada de 160 minutos, la obra con algunas adecuaciones artísticas del artista de la plástica cubano Alexis Leyva Machado (Kcho), quien con su estilo abstracto logró armonizar las escenas utilizando maderas y tela para reflejar las travesías sufridas por el holandés.
El diseño de vestuario a cargo de los alemanes Tanja Hoffman, Stefan Bolliger estuvo acorde con el momento en que se enmarcó el suceso. Cada personaje iba afín a su papel y a la escena. En el caso del holandés, interpretado por el ucraniano Andrei Maslakov, invitado especial, se mostró como un vagabundo sin un destino marcado ni un lugar en el que terminar su vida a causa de la maldición que llevaba.
El austriaco Harald Thoren, quien también colaboró con el diseño de vestuario, fue el responsable de las luces y el montaje de la escenografía. El color gris y azul fueron los más empleados, pues son característicos de días tempestuosos y el primero expresa agonía y desesperación. Otros como el verde, amarillo y rojo también sobresalieron por reflejar las distintas escenas, desde románticas hasta terroríficas, en que se desarrollaba la obra.
Si por primera vez la escena cubana cuenta en su repertorio con la creación de este compositor del romanticismo alemán es resultado de las acciones que se llevan en la capital para fundar el Círculo de Amigos Richard Warner, además de que el público cubano desea escuchar algo más que los acostumbrados italianos, que tanto bien hicieron a la solidificación del género, y los griegos, que con sus melodías transitaron la frontera del tiempo y continúan hoy como paradigmas culturales.
El suceso en la Isla fue un acontecimiento cultural, pues coincide con los 170 años de su puesta en Dresde, Alemania, el bicentenario del nacimiento de su compositor y el cincuentenario de la creación del Teatro Lírico Nacional de Cuba.
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