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Isla al Sur

LA DOCTORA

LA DOCTORA

Ilustre desconocida de mi país, Tania Salvador es especialista en Dermatología y ha dedicado su trabajo al servicio de la sociedad. El mejor regalo ha sido la gratitud de los pacientes.

Texto y foto:
IRIS DE LA CRUZ SABORIT,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Me recibió en su casa, cómodamente vestida y con un trapito en la mano derecha, que llamó poderosamente mi atención. Entré en su departamento y preparé el móvil para grabar el diálogo que sostendríamos. Mientras ella sacaba brillo a la mesa del comedor, se dispuso a contestar mis preguntas, que tal vez, si no son las más originales, pudieron al menos sacar de su memoria las más diversas historias de una vida como médico, porque ella, la doctora hoy jubilada Tania Salvador Cubas, es una de tantas mujeres que han dedicado su existencia a ser útil a la sociedad.

Nació en 1944, en Guanabacoa y creció en Camajuaní, Villa Clara, entre ambos lugares ha transcurrido su vida. Es la mayor de tres hermanas, con las que compartió dudas infantiles y junto a las que tuvo el primer contacto con la Medicina, cuando las tres jugaban con un set de doctores regalo de una tía; tendría entonces unos nueve años.

-Su curso inauguró la escuela Victoria

de Girón y por aquella época el

Comandante en Jefe visitaba el centro

asiduamente, ¿cómo vivió esos momentos?

«La inauguración fue el 7 de octubre de 1962, día único, nos reunimos muchos alumnos que nunca nos habíamos visto en el patio de Girón, y el acto lo presidió el Comandante en Jefe Fidel Castro. Durante el curso, el Comandante en varias ocasiones asistió a nuestro centro, unas veces para saber cómo nos iba en los estudios y cómo eran las condiciones de alojamiento, y otras hasta estudiaba con nosotros porque teníamos una asignatura, Bioquímica, que era la que más nos golpeaba a todos, y él iba, repasaba con nosotros y nos daba la seguridad de que íbamos a poder vencerla».

-¿Qué tan difícil fue estar becada?

¿Tuvo algún percance que

la alejara de los estudios?

«En nuestro caso, lo único difícil era que estábamos alejados de la familia, pero en Victoria de Girón las hembras estuvimos albergadas en las casas de alrededor del centro, que tenían todas las comodidades, y los varones en el mismo edificio donde radicaba la parte docente. En segundo año nos trasladaron hacia El Vedado, los varones en el edificio de G y 25 y las muchachas en el de Línea e I, en los bajos de cada uno había cocina y comedor, además, contábamos con lugar de enfermería. Y si bien no es lo mismo que estar en la casa de uno, tampoco eran tan difíciles las condiciones.

»Cursando el cuarto año de la carrera, tuve que ser intervenida quirúrgicamente de urgencia por la ruptura de un quiste ovárico. Eso me produjo gran pérdida de sangre y quedé con anemia marcada, por lo cual los médicos que me operaron le recomendaron a mi padre que no continuara los estudios ese año, yo vivía en Las Villas y tenía que venir para La Habana. Entonces me incorporé en el siguiente curso».

-¿Siempre tuvo decidido que su

especialidad a estudiar era Dermatología?

«Cuando yo estaba cursando cuarto año de la carrera, estudié la asignatura Dermatología y tuve la suerte de hacerla en el hospital “Fajardo” con el profesor Castanedo Parra, que era uno de los dermatólogos más brillantes con los que hemos contado siempre. Las clases eran tan motivadas, tan bonitas, que desde entonces sentí que esa sería la especialidad que yo quería realizar cuando terminara la carrera».

-¿Al terminar  la especialidad

dónde empezó a trabajar?

«La especialidad yo la hice en el hospital provincial de Santa Clara, en el servicio de Dermatología, y al finalizarla tenía que realizar el posgraduado. En esos momentos, el Hospital Militar necesitaba dermatólogos, se hizo un llamado al cual yo respondí y desde entonces me incorporé a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Eso fue en 1971».

-Estando en las FAR, ¿cuál fue su

primera misión internacionalista?

«Tuve la oportunidad en el año 1989 de que me llamaran para si estaba dispuesta a cumplir misión internacionalista y, por supuesto, dije que sí. Fui enviada a Mozambique y en aquel entonces no sabíamos cuál iba a ser la situación de nosotros en aquel país, porque a pesar de que ya Mozambique había obtenido la libertad, existía la guerra del Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) con la Resistencia Nacional Mozambicana (RENAMO) y la situación era muy inestable, nos asignaron para trabajar en el Hospital Militar de Maputo. La misión duró 26 meses.

»Al llegar vimos un gran contraste. Maputo es una ciudad muy bonita, muy moderna, fundada por los portugueses, podríamos compararla con Miramar; pero había una gran pobreza, situación a la que no estábamos acostumbrados: muchos niños en la calle pidiendo limosna, no limosna en dinero sino comida, ellos siempre nos caían atrás: “Tía una polacha”, es decir, una galleta, y eso nos hacía sentir mal porque en nuestro país no veíamos a los niños en tales condiciones».

-¿Cómo era el estado sanitario

del pueblo mozambicano?

«Allá la atención médica no era buena porque es un país pobre, estaba incluido, en ese entonces, entre los 15 más pobres del mundo y la gran mayoría de la población no tenía acceso a los servicios médicos, aunque en esa época que yo fui había brigadas de otros lugares, en el Hospital Militar laboraba una brigada búlgara y en los distintos hospitales civiles encontrabas personal de la Organización Mundial de la Salud (OMS) también trabajando.

»Mozambique tenía un alto índice de desnutrición y en cuanto a dermatología, donde se atiende piel y las infecciones de transmisión sexual, en ese país el índice de SIDA y de otras enfermedades venéreas era elevadísimo, por ejemplo, yo nunca había visto un Linfogranuloma venéreo porque eso en Cuba no existía hacía muchos años, antes de estudiar no se veía y allá se ve con relativa frecuencia. Para mí fueron un poco difíciles esos casos porque no los conocía, aparecían en los libros de lectura, pero no los había tratado, después que se ven es menos probable que se te confundan».

-¿Cómo fue el trato de

los mozambicanos?

«Ellos atendían muy bien a los cubanos y como las costumbres de los africanos no son tan diferentes a las nuestras, el tiempo de estancia allí no fue muy duro que digamos».

-¿En algún momento enfrentó

diferencias culturales grandes

en alguna otra misión?

«Años más tarde, en el 97, fui de colaboración médica a Yemen, y allí sí, la diferencia de culturas, de costumbres… son muy diferentes a las de nosotros los occidentales. Allá la mujer está muy limitada, no disfruta la libertad que tenemos nosotras, ellas no pueden realizar muchas actividades; aunque ya estudian, van a la Universidad (un número reducido), el hombre es el que tiene todos los derechos y las damas, subordinadas a lo que ellos decidan.

«Eso por un lado, por otro, las costumbres propias, diarias, digamos que no se visten como nosotras. En Yemen son más radicales que en otros países árabes, las mujeres están completamente cubiertas, dependen de los hijos o del esposo para que las acompañen a cualquier lugar, a una consulta al médico van con los hijos varones, no pueden ir solas por la calle, la gran mayoría, por supuesto, siempre hay la excepción de que algunas familias no sean tan retrógradas y las féminas puedan efectuar alguna otra actividad.

»El primer día que me invitaron a una casa a almorzar para mí fue una sorpresa. Ellos comen sentados en el suelo, todos con una sola fuente circular donde sirven la comida y todo el mundo come de allí con la mano y a mí eso, vaya, me sorprendió, no estaba habituada, no queda más remedio para uno que va a un país y lo invitan a una casa que tratar de hacer lo que ellos hacen para no ofenderlos o que se sientan mal».

-¿Y alguna vez fueron víctimas

de las diferencias culturales

en el pueblo yemenita?

«Cuando llegamos nos dijeron que las mujeres teníamos que vestirnos con ropa larga y taparnos el cuello para no llamar la atención, puesto que los hombres allá no están acostumbrados a ver a las mujeres descubiertas completamente, por supuesto, no era que nosotras nos cubriéramos enteras, pero sí dentro de lo posible usábamos vestidos más largos, con mangas, sin escote, y siempre se lo decíamos a las que iban llegando nuevas.

»En una ocasión, casi al terminar la misión, llegó una pareja y ella, que era una muchacha alta, esbelta, le gustaba mucho ponerse pitusas. Nosotros le decíamos que si se ponía el pitusa debía ser con un pulóver largo que le llegara a medio muslo, para no llamar la atención, pero ella dijo que era cubana, que no era yemenita, que se vestiría como se hace aquí. Y salió a la calle, entonces un grupo de jóvenes le lanzó algunas piedras, aunque se disgustó mucho, no sufrió grandes daños, nosotros se lo habíamos advertido. Cuando tú vas a un país extranjero no hay que hacer todo lo que ellos hacen, pero sí tratar de no quebrantar sus leyes, sus costumbres».

-¿Cuándo terminó sus

servicios para las FAR?

«Cuando regresé en 1999, no tenía mi plaza en las FAR por una reestructuración que estaban haciendo, entonces me incorporé al Ministerio de Salud Pública. Preferí que fuera en un policlínico, por eso trabajé en el “Luis Galván Soca”, de Centro Habana, hasta que decidí jubilarme en 2008».

-Sin contar los casos atendidos en

Mozambique, ¿cuál considera

el más complicado?

«El caso más difícil que tuvimos fue cuando regresé de Mozambique. Era un muchachito con acné conglobata fulminante que estuvo muy mal, con peligro para su vida. Tanto la cara, como el tronco y los brazos, estaban llenos de  lesiones que se infestaban secundariamente, se rompían y dejaban cicatrices enormes, deformantes y a pesar de los esfuerzos por aliviarlas seguían saliéndole; se trajo el medicamento ideal del extranjero solo para él y logró vencer la enfermedad, aunque quedó con secuelas, unos queloides que no se le pudieron eliminar totalmente».

-¿Y su familia?

«Me casé. Tuve dos hijos, una hembra y un varón, a los que les dije siempre que podían estudiar lo que quisieran, no importaba qué, solo que estudiaran. Él estudió Física en Hungría, y ella, Medicina. Tengo tres nietos, dos hembras de 13 años y un varón de 15. Buenos alumnos los tres y no, ninguno se ha inclinado por estudiar Medicina».

-Entre los muchos reconocimientos que

ha recibido destacan las medallas

conmemorativas 40 y 50 Aniversario

de las FAR, la medalla “Piti Fajardo” y la

de combatiente internacionalista, pero

de toda su vida como médico, ¿qué

es lo que más le ha emocionado?

«Por todo eso me siento agradecida a nuestra sociedad, por haberme dado la oportunidad de servirle en lo que he podido. Muchas veces las enfermedades de la piel no son tan malas como la gente imagina, solo que el daño psíquico suele ser mayor, por eso lo mejor es cuando el paciente se siente agradecido por el bien que uno le ha hecho».

Pie de foto: «Me siento agradecida de nuestra sociedad, por haberme dado la oportunidad de servirle en lo que he podido», dijo emocionada la doctora Tania.

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