LA VIDA ES MIRAR
Qué lo inspiro a elegir su profesión, su juventud como estudiante y sus proyectos actuales: acerca de esto y más habla el joven fotorreportero cubano Kaloián Santos Cabrera.
Texto y foto:
DENISSE MACHADO TABOADA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Kaloián Santos Cabrera es un joven fotorreportero de solo treinta y tres años, que ya desde su época de estudiante era reconocido por su trabajo y tenía secciones fijas en espacios como Cubadebate y La Jiribilla. Cuando lo vimos por primera vez llevaba puesta una atípica camiseta con una fotografía policial de Elvis Presley. Su voz y cadencia poseían un cierto deje argentino, probablemente adquirido durante su estancia en el país latinoamericano mientras realiza su Maestría en Periodismo Documental en la Universidad “3 de Febrero”.
«Yo cursaba Estudios Socioculturales y, por las alas de la vida, me fui a viajar Cuba de mochilero con unos amigos. Decidí entonces empezar a hacer fotos para tenerlas de recuerdo, no para hacer nada con ellas».
Nos mira mientras lo grabamos con cámaras y celulares y los señala con un movimiento de la cabeza. Estamos en la Facultad de Comunicación y él viene a regalarnos sus vivencias.
«Ahora es mucho más común tener un celular con una camarita. Lo mejor a lo cual podía aspirar entonces era a una cámara soviética de rollo. Empecé a hacer esos viajes en el 2002 y esa fue la primera que me compré y, a diferencia de las actuales, no tenía un software remedidor de la cantidad de luz, que si no hay suficiente adiciona un flash automático para poder realizar la foto. Fue necesario comprarme una cámara y esta me costó, nunca se me olvida, siete pesos convertibles, en Holguín. Soy de allá, pero como todo buen oriental que se respete, vine a estudiar a La Habana y me quedé aquí. Ahora estoy en Argentina. Estudié Periodismo en La Universidad de La Habana, mitad Santiago de Cuba, mitad allí.
»Ahí comenzó mi inquietud, cuando empecé a conocer Cuba, a amar el país y a tener mi noción de patria. La patria uno la construye con muchas cosas y una de las que me hicieron amar más mi nación, la obtuve después de haber salido de Holguín, ya de grande.
»Era un chico de ciudad, del asfalto. Iba a las discotecas, pero de ahí no había salido. Venía a La Habana en las vacaciones a ver a mis tíos, pero de verdad conocer una Cuba profunda, experimentar eso que dicen acerca de cómo los cubanos te lo dan todo, incluso el campesino que no tiene nada, observar los paisajes hermosos, la gente solidarizándose con uno, lo empecé a ver después, cuando me decidí a viajar la Isla. Yo sentí la necesidad de escribir eso, pero más que escribirlo, fotografiarlo y, sin proponérmelo empecé a hacer un periodismo muy particular, para mí, no para los medios.
»La fotografía con esa camarita me atrapó y fue un viaje de ida. No sabía si algún día pudiese llegar a vivir de algo como esto y si esa fuera a ser mi carrera, pero supe que de ahí no iba a salir más. No tenía claro lo que quería, pero sí aquello que no quería, y eso era seguir en Socioculturales; lo mío era buscar una forma de aprender, especialmente, fotografía documental, fotoperiodismo, y la vía fue estudiar Periodismo».
Nos habla de su etapa como alumno en la Facultad de Comunicación perteneciente a la Universidad de La Habana. En su tesis sobre el Periodismo Gráfico fungió como oponente el ya fallecido Premio Nacional de Periodismo Liborio Noval. Nos comenta cómo después de su graduación, en el 2008, realizó su servicio social en el periódico Juventud Rebelde.
«Recuerdo algo que fue una inmensa oportunidad. A los meses de estar ahí se hizo un reportaje grande acerca de un trasplante de riñón. Para mí eso fue un punto máximo; estar dentro y seguir esas historias. Y ese trabajo global, de las cosas expresadas en imágenes y las formuladas en palabras, me enseñó mi primera lección: una imagen NO vale más que mil palabras, la máxima no siempre es acertada, a veces sí y a veces no.
»Mi segunda lección fue que ser profesional no depende de una buena cámara, el profesional es quien está detrás. Hacer buena fotografía es un acto mecánico: velocidad, luz y diafragma. Si sabemos ajustar eso tenemos técnicamente una buena fotografía. Lo difícil en el fotoperiodismo es aprender a mirar. No nos preocupemos por la cámara de diez megapíxeles, preocupémonos por tener algo con qué registrar esa imagen que se nos ocurre, pueda ser una camarita “shopinesca”, como se le conoce popularmente, un celular o la “supercámara”».
El conmovedor relato visual de Alejandro Quinchú, un joven fotógrafo argentino, fue el primero de los trabajos mostrados al aula de Periodismo de primer año que lo escuchaban en vilo.
«Alejandro ganó con el trabajo hace dos años el Premio World Press Photo, el galardón más importante dentro de este arte. Es muy fácil llegar a un gran acontecimiento donde no había nadie, hacer la foto y tienes la primicia. Ahora, lo difícil es encontrar una buena historia de la cotidianeidad. Su mérito está en que el cuento es el de sus abuelos y en cómo lo armó durante tres años».
El trabajo muestra los diferentes puntos en la relación de un anciano que cuida a su esposa, quien tiene Alzheimer, hasta que finalmente ella muere. Las imágenes están llenas de un simbolismo espontáneo donde se combinan las desgarradoras escenas de ternura y dolor de una pareja que poco a poco se pierde el uno al otro.
«En el periodismo eso de que tenemos que tratar de mirar: la historia desde afuera está en veremos. Una de las máximas del fotoperiodismo la dijo uno de los grandes, Robert Kappa, el de la Guerra Civil Española. Él fue quien instauró la definición de corresponsal de guerra con “La muerte del miliciano”. Kappa expresó que si sus fotos no son buenas es porque no estuvo lo suficientemente cerca. En mi opinión, por mucho tiempo se malinterpretó esa idea como algo físico, en vez verla como estar involucrado en el hecho».
Esta máxima está presente en los trabajos de Kaloián en el libro “Con luz propia”, donde se recogen imágenes de su exposición “Cincuenta veces Cuba”, centrada en la enseña nacional.
«Es mi mirada particular, la de un joven cubano, nacido después del triunfo de la Revolución y quien tiene sus grandes felicidades, pero también sus grandes tristezas con su país, volcada hacia lo que sé hacer, realizar fotografía.
«Cuando estaba haciendo mi tesis en el 2008 vi los portafolios de la mayoría de los fotógrafos cubanos aún vivos, de aquellos que cuando triunfó la Revolución salieron a las calles y tuvieron la inmensa oportunidad de fotografiar ese hecho. Viendo las imágenes, me llamó la atención cómo la gente salió a celebrar el triunfo con la bandera cubana, no poniéndola en un pedestal, sino poniéndosela en el sombrero, tatuándosela, haciéndosela un vestido. Decidí mostrar cómo, medio siglo después, todavía se mantiene en Cuba esa mirada acerca del símbolo más allá de todo: más allá de la Constitución, de aquello impuesto en la escuela, de cómo se nos dice que debemos amar y respetar esos símbolos. No es un libro sobre la bandera cubana, es sobre los conceptos que yo fui a buscar de Cuba, donde el hilo conductor es la bandera.
«Quiero crear sentido con estas fotos, particularmente desde el fotoperiodismo. No busco hacer fotos lindas, pues son, sobre todas las cosas, un medio, una herramienta, a través de la cual quiero hablar, dialogar y, sobre todo, profundizar acerca de las cuestiones preocupantes de la sociedad donde estoy, del país o acerca de los conceptos que me pasan por la cabeza».
Nos cuenta también de Pechito, «un loco lindo», el cual marcó su vida personal y profesional.
«Durante diez años de su vida vivió en una de las esquinas más famosas e importantes de Buenos Aires, en uno de los barrios más caros. Vivía en un colchón, con un televisor y dos perros, pero era, extrañamente, aceptado por ese estrato social. La gente le daba corriente y cable para que recibiera los canales internacionales. Lo estuve siguiendo por dos años; mi tesis de grado, un documental filmado, se la iba a dedicar a él. De pronto, desaparece. El Gobierno de la ciudad, que es de derecha y quería sacarlo de ahí, se lo lleva supuestamente para un hospital. La gente se tira a las calles y en esa esquina se aglomeran cerca de doscientas personas. Al cabo de dos días lo encontramos en un lugar de la ciudad y a los perros en otro. Apareció en calzoncillos, todo golpeado, deshidratado. Siete días en terapia intensiva y después muere».
Refiriéndose a sus trabajos, expresa: «No me interesa ganar dinero por un proyecto como el de Pechito o como el de las banderas. Para mí, la mayor satisfacción es ser invitado a lugares a exponer, que llamen y me digan: “Queremos publicarte tal historia”, para poder así darle voz a quienes son invisibles».
Pie de foto: Para Kaloián Santos Cabrera el mayor premio es poder darle voz a quienes no la tienen.
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