ESPAÑA EN LA MEMORIA
A casi media centuria de su participación en la Guerra Civil Española junto a los republicanos, los ariguanabenses Alejo Sánchez y Arístides Saavedra coinciden en que el odio al enemigo llenó de un hálito mayor para alentar la victoria.
Texto y foto:
IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ
Pocos conocen en el pueblo la historia a casi medio siglo de los acontecimientos. Quizás hasta algunos piensen que son fantasías de viejos en el eterno deseo de los hombres de perpetuar su memoria. Pero no, aquí están frente a mi estos dos ariguanabenses que pelearon junto a los republicanos en la Guerra Civil Española. Ha sido una suertaza descubrir a Alejo Sánchez y Arístides Saavedra en San Antonio de los Baños, la tierra roja como tantos la han llamado en expedita referencia a su afiliación revolucionaria. Quiero, entonces, intentar rescatarlos del olvido.
Pasos hacia España
Alejo, barbero de seis reales, exhibe en 1936 una larga lista de huidas de la policía, y mucho antes había estado preso durante cuatro meses por su ideas revolucionarias. Parte hacia España en noviembre de 1936.
Saavedra, sin trabajo en Cuba, en Estados Unidos ofrece servicios como mensajero y se vincula al Club Julio Antonio Mella, base de los revolucionaros cubanos allí. Julio de 1937 es la fecha para unirse a los españoles republicanos.
Alejo llega a París. Atraviesa ilegalmente Los Pirineos. Lo esperan el Castillo de Figueras y después Valencia, Albacete y el Estado Mayor de las Brigadas Internacionales. En el recorrido también recuerda a Madriguera, Tarasona de la Mancha, Madrid, y la primera prueba de fuego: la Ciudad Universitaria. Combate en la 15 Brigada Internacionalista, Batallón 24.
Saavedra recuerda un frío endemoniado cruzando Los Pirineos. Después, el estreno de un tiroteo durante un almuerzo en el Castillo de Figueras. Cuando se restablece la calma, “me tragué el arroz con mulo, que mire que no había quien lo ablandara”, y se incorpora también a la 15 Brigada, Batallón 12.
Lo más terrible de la guerra
Alejo Sánchez achica tanto los ojos para el recuerdo que apenas son dos líneas en el rostro. Evoca a compañeros a quienes se les cortó la mano helada, luego de estar asida al fusil una larga noche de vigilia y ventisca. También habla de hombres con el vientre abierto, mordiendo el brazo para no estallar en llanto: “La muerte es dura, muy dura”.
Una larga bocanada da a su cigarro Arístides Saavedra. Ha visto campos de olivo chapeados o con las raíces de los árboles vueltas hacia arriba por la metralla. Pero, sobre todo, ha visto hombres despedazados, dispersos y revueltos entre la tierra: “¿Cómo puede olvidarse el espanto?”
El peor combate
Alejo: El invierno fue crudo y las botas y las mantas mil veces remendadas. Tres días y tres noches estuvimos caminando para llegar al puente del río Ebro, volarlo, y contener así al enemigo. Subimos y bajamos montañas, bebimos agua de la corriente revuelta y sucia, pasamos el río, nos reorganizamos, contraatacamos, vencimos de nuevo el río y llegamos a Gandesa. “Los hombres remaban duro, pero apenas podíamos dominar la corriente. Teníamos un solo cañón para enfrentar al enemigo si nos descubría”, reconstruye.
Saavedra: En el Barranco de la Muerte –lugar que divide las sierras de Pandolls y Cabal, en Tarragona, Cataluña-, muchos muertos sirvieron de protección contra el fuego rasante. Allí se perdió la Oncena Brigada española por la intensidad del ataque. El terreno plano no daba posibilidades reales de triunfo frente a un enemigo bien pertrechado. “En medio del combate, un compañero con el vientre abierto nos pedía agua. Era algo demasiado cruel y fantasmagórico”, revive.
El pueblo español
“Vivían muy mal. Conocí bien la zona de Aragón y Cataluña donde el agua escaseaba y había que abastecerse por las norias. Son lugares en los que casi nunca se ve el sol por las altas montañas. Muchos niños pordioseros. La miseria pintada en los rostros de las gentes”, dice Alejo.
“Los españoles querían combatir junto con los cubanos, pues decían que éramos muy valientes. Pero ellos también eran valientes, aguantaban, resistían mucho. Es triste recordar a la España devastada, los campos arrasados y la miseria galopante. Vi campesinos a los que era difícil reconocer la tela original de sus pantalones tan llenos de remiendos. Yo le digo que la Guerra Civil Española fue dura”, confiesa Saavedra.
Último combate
Los dos en la Sierra Pandolls.
Alejo combate hasta el final, cuando el batallón se retira a Barcelona. Luego va a Francia, al campo de Angelés-sur-Mer, y después a Gurs, para ser repatriado a Cuba y abrazar las costas de la patria el 29 de mayo de 1939: “Parecía mentira haber salido vivo”.
Un poco antes dejó de pelear Saavedra, herido en un muslo con fractura de fémur. Comienza la peregrinación por el hospital de Salinosa y Mataro, hasta llegar a Francia y en una pequeña villa de Claiveres permanecer mal atendido, abierta la herida durante casi un año, hasta que regresó a Cuba –uno de los últimos-, en noviembre de 1940: “Solo la naturaleza me defendió de la gangrena. No sé qué cantidad de gusanos me quitaba yo mismo todos los días de la herida. ¿Atención? Ninguna. La guerra fue así”.
De vuelta a Cuba
Alejo Sánchez nuevamente a las tijeras en el oficio de barbero. Después, huyó de pueblo en pueblo por ser revolucionario. No eran tiempos de recibimientos gloriosos a los internacionalistas cubanos.
Fue al triunfo revolucionario de enero de 1959 que trabajó como secador de tabaco a fuego, administrador de las granjas Pedro Rodríguez Santana y Pedro Lantigua, también fungió como jefe de lote y llegó a la jubilación.
Ahora, con 77 años, se mantiene activo y ofrece sus experiencias a los más jóvenes. Está muy orgulloso de su Medalla de Internacionalista.
Arístides Saavedra al regreso la pasó mal con la pierna. La herida todavía está presente en una profunda cavidad que se resiste a perderse para mostrar permanente la evidencia. Después deambuló por las calles como fotógrafo hasta radicar un modesto estudio. Siguió mal viviendo con poco dinero.
Solo después de 1959 es que logró “levantar cabeza”. Primero administró varias granjas dedicadas a la avicultura y más tarde la Empresa de Medios de Propaganda de San Antonio de los Baños. Ahora, plantado en sus 74 años, tiene entre sus más preciados recuerdos ser fundador del Partido Comunista de Cuba y merecer las medallas de Internacionalista y la XX Aniversario.
Combatir en España
Alejo: “Es la historia que hicimos allí. Lo más importante en la guerra era y es ir al combate y salir con vida de él, después de haberte batido con dignidad por tus ideales”.
Saavedra: “En la guerra te parece que vas a morir, pero cuando llega el combate olvidas el miedo y vas hacia delante. En la guerra los hombres se crecen cuando ven tantos compañeros despedazados por la metralla. Es como si el odio al enemigo que agrede la libertad nos llenara de un hálito mayor que alienta a la victoria. Allí, en realidad, supimos por qué éramos revolucionarios, sentimos la utilidad de nuestra presencia solidaria en España. España fue vivir plenamente”.
La Habana, noviembre de 1984.
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