LUZ CONTINUA
IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ
La maestra Rosa Ross les pide que piensen en el momento en que José Martí cae herido de muerte y, desde sus corazones, digan lo que sienten sobre ese cubano bueno a quien la poetisa chilena Gabriela Mistral definió como el hombre más puro de la raza.
Las manos se agitan. Los ojos se abren grandes de impaciencia. Massiel lo imagina vestido con chaqueta negra, como de luto, largo tiempo cabalgando en el caballo casi blanco de crines rubias. Precisa que iba delante y rápido, impaciente por la libertad de Cuba. Aniela habla de la muerte entremetida que no le permitió ver la libertad de la Patria; y Bruno, detenida casi milagrosamente la mirada en un punto de la verde pizarra, comenta que Martí luchó por reunir a los cubanos y a los principales líderes de la Guerra de Independencia y, sin embargo, cayó pronto en el campo de batalla.
El Maestro lo había dicho: "El hombre de actos solo respeta al hombre de actos". Y también: "¡La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería! y morir, para que la respeten los que saben morir". Y allá estaba el 19 de mayo de 1895, pasado el mediodía tórrido de la sabana de Dos Ríos, en Jiguaní, camino al campamento de La Vuelta Grande. De nada valió que Gómez, ante la sorpresiva embestida enemiga, le ordenara pasar a la retaguardia. Junto a su ayudante Ángel de la Guardia, andaba el Delegado en el fragor del lance, uno de los primeros de la guerra necesaria que convocara y organizara.
Era la suya bravura grande. Cuando llegó a Cuba el 11 de abril por las costas de Playitas de Cajobabo, junto al Generalísimo Máximo Gómez y otros valientes patriotas, sabía de la posibilidad de la muerte. No la temía, pero valoraba los riesgos de una causa en ruta hacia la independencia, en pos de una Patria digna y próspera. Según apuntan investigadores, durante los diez días tremendos de su estancia en los llanos del Jiguaní insurrecto, el guía de la Revolución del 95 recorrió más de 38 000 metros lineales y visitó varios campamentos, entre ellos los de La Jatía y Bijas de Dos Ríos.
Tres disparos españoles dejarían abatido al más universal de los cubanos, al ser humano que José Lezama Lima llamó "un misterio que nos acompaña", Cintio Vitier calificó como "hombre interminable", y Fidel proclamó "autor intelectual del Moncada". Otros le han definido como el prosista más enérgico que ha tenido América, el hombre de mayor contenido político de Hispanoamérica. Y todo ello resumido en poeta, pensador, estadista y líder revolucionario que amasara el mundo nuevo de una Patria "con todos y para el bien de todos". Poco antes de su partida sin regreso había sentido algo como la paz de un niño.
El mismo Maestro escribió que las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes, por eso, retomo en estos pequeños del quinto grado de la escuela primaria Don Mariano Martí, muy cerca de la Casa-Museo del Apóstol, palabras sencillas para componer la figura del Delegado. Nathaliee lo imagina peleando duro, y Yesenia, viajando para reclutar patriotas por el mundo.
Les pregunto, entonces, con qué palabras mágicas lo vestirían en sus admiraciones, cuando se cumple el aniversario 112 de su caída en combate.
Darío dice: hombre bueno; José Francisco: defensor de la Patria; Zoe, quería mucho a los niños; Yanelis: escribió bellos libros; Dayron: carácter bondadoso; Adrián: cuidaba a sus hermanas; Yailén: La Edad de Oro; Doreen, hombre pensador; Susset: valentía; Arisney: poesía; Dianelis, sinceridad; Ramón: defendía a los esclavos; Jessica: Ismaelillo; y Aylem: nunca maltrató a sus amigos.
Así va en nosotros la luz continua del primigenio que se propusiera impedir a tiempo que los Estados Unidos se apoderaran de Cuba y se extendieran por las Antillas. De quien cayera por la independencia cubana y de América, por el equilibrio del mundo. Como definiera Armando Hart: "En Martí cristalizó la articulación de la ciencia y la utopía para forjar un pensamiento liberador de la conciencia humana de validez universal".
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