EL COLOR PÚRPURA: UNA NOVELA DE GÉNEROS Y COLORES
DAINERYS MACHADO VENTO,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
El sometimiento de la mujer a las leyes sociales implantadas implícitamente durante la historia de la humanidad, ha sido tema tratado en innumerables ocasiones y de las más disímiles maneras por las diferentes manifestaciones artísticas.
La literatura no ha escapado del hechizante reto que significa filosofar, directa o indirectamente, sobre la posición de la mujer en las sociedades, invariablemente plagadas de machismo. Se calcula que en la actualidad dos tercios de los analfabetos del planeta son de género femenino.
Títulos como Ana Karenina, de León Tolstoi; La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas (hijo); Jane Eyre y Mujercitas, de las hermanas Brontte; son solo algunos ejemplos que vienen a la mente al pensar que numerosos escritores, signados por épocas y conflictos diferentes, han coincidido en tratar, con enfoques heterogéneos, los problemas sociales de género.
Pero una de las más atrevidas autoras, una de las más arriesgadas, y exitosas, en las formas de abordar este conflicto ha sido, sin lugar a dudas, la afronorteamericana Alice Walker.
No nos engañemos pensando que asume el reto de escribir sobre la segregación femenina con más audacia, por ser una figura contemporánea. Antes de ser una escritora de tiempos actuales, y por sobre las ventajas que esto podría implicar, Alice Walker (n.1944) es una mujer negra, nacida en una sociedad racista (Estados Unidos) en una época de convulsas acciones y reacciones xenofóbicas.
Con una obra, compuesta por ensayos, poesías, novelas y cuentos, su trabajo encuentra su momento cumbre en la novela epistolar El Color Púrpura, publicada por vez primera en 1983.
La tesis de esta conmovedora historia podemos hallarla en las palabras de la prologuista de una antología de escritoras afronorteamericanas que vio la luz en 1960. Reflejo de la impaciencia de las autoras que componían la antología por poder expresarse, en el preámbulo de la misma se leía: “Si nosotras las mujeres vamos a ir a la esencia de las cosas, lo primero que tenemos que averiguar es qué significa la liberación para nosotras, qué debemos hacer para alcanzarla y cuáles son los beneficios que nos aportará”.
En la búsqueda, tal vez inconsciente en alguna medida, de esas respuestas, se debate Celie a lo largo de la novela; y no solo ella como protagonista de esta historia, sino todos los personajes femeninos que construye la escritora.
Nettie, se va de casa huyendo de un padre que ya cometió incesto con su hermana mayor (Celie) y que ante la ausencia de esta quiere cometerlo con ella. Llega, sin quererlo, al encuentro de sus raíces, preocupación común de muchos de los personajes de Walker, como de ella misma.
Shug Avery representa a la mujer en apariencia feliz, que por dentro sufre el complejo de ser rechazada por todos a causa de su fama de libertina. “Shug Avery está enferma, y en toda la ciudad no hay quien quiera tener en casa al Ruiseñor de Oro”.
Sofía es la que más se acerca a la “liberación”, pero no a la felicidad. ”A algunas mujeres no se les puede pegar—le dice Celie a Harpo, esposo de este personaje—Sofía es de esas”. Pero en el tiempo en que se narra la novela— primeras décadas del siglo XX— la mujer negra que no era aplastada por el machismo, sufría el racismo o las desigualdades sociales, y después de que Sofía le pega al Alcalde y a su mujer en defensa propia, es convertida en criada. Entonces, Nettie le cuenta a Celie que “le hablé y me pareció que eso la violentaba, porque hizo como si se desvaneciera”.
Las pseudotramas de estos personajes, y de otros menos complejos, enriquecen la trama central y nos permiten ir ahondando en las raíces culturales de una raza africana desarraigada, que a pesar de muchos años de aplatanamiento en tierras norteamericanas, no llega a ser aceptada por los oriundos. En El color púrpura, como en la realidad estadounidense, la protagonista es la más afectada por poseer la doble condena de ser mujer y de ser negra, con todo lo que esto implica (explotación sexual, laboral, incultura, maltratos psicológicos y físico).
Tal vez por ello la autora se apoye en el estilo epistolar para narrarnos esta historia de dolores y esperanzas a través de los ojos del personaje protagónico, que completa sus conocimientos de los acontecimientos con lo que los otros personajes le cuentan; o con las cartas de Nettie, suerte de narrador testigo que aparece hacia la mitad de la obra para traernos, a nosotros y a Celie, la esperanza en la felicidad, y en la posibilidad de un futuro mejor.
La crítica ha alabado en reiteradas oportunidades el uso que da Walker al “resplandeciente poder” del lenguaje, y que ella misma ha definido como black folk English (negro popular inglés). Recurso que nos acerca aún más al Sur agrario y subdesarrollado que vive Celie.
El habla popular de cada personaje, las alegrías y tristezas que matizan las relaciones entre ellos, las contenciones y complejos que sufren, la marcada humanidad de que los dota la autora; nos acercan a una impresionante construcción psicológica, en la que ninguno es totalmente malo, ni totalmente bueno, y todos son símbolos de la realidad social.
La de Alice es una novela sentimental, con una gran carga psicológica, que trasciende una historia individual para llevarnos a una representación sociológica de los primeros años del siglo pasado, tiempos tan fatales para los afronorteamericanos que incluso, el marginado barrio de Harlem, se erigía como paradigma de felicidad para los negros sureños. En una de sus cartas Nettie cuenta a su hermana: “...Nueva York es una ciudad hermosa. Y la gente de color es dueña de todo un barrio que se llama Harlem”.
Walker nos narra la historia de la heroicidad de cada día y nos sumerge de forma desprejuiciada en las decisiones y desesperaciones de sus personajes femeninos.
Porque el conflicto del que nos hace parte va más allá de la lucha por la igualdad racial, que no es ni siquiera comprendida en toda su magnitud por los propios protagonistas de la novela. El conflicto encuentra su centro en la búsqueda del amor y de la comprensión como necesidades humanas, porque como dice la controvertida cantante, Sugar: “todo quiere ser amado, hasta lo más pequeño e insignificante”.
Shug Avery y Celie encuentran en el lesbianismo la única manera de vivir el amor que les ha sido negado por sus familias, por sus conocidos y por el destino mismo:
“A mi nunca me han querido.
“Yo te quiero, Miss Celie, me dice. Entonces se levanta un poco y me da un beso en la boca.
“Hum, dice como sorprendida...
...Yo y Shug dormimos como leños... ¿Que cómo es? Pues como dormir con mamá, sólo que yo no recuerdo haber dormido nunca con ella”.
Y de esta manera tierna y cruda, Alice Walker nos va describiendo más de treinta años de tristezas, temores y amor sincero.
Así apostamos— arriesgándonos a oponernos a muchos criterios— por conectar a la protagonista de El Color Púrpura con su autora. Ambas poseen el empeño de luchar por ser felices. Son mujeres negras que se enfrentan a una vida llena de conflictos, en una sociedad llena de contradicciones. Son desprejuiciadas, una por temperamento, la otra por inocencia; y ambas adquieren conciencia a lo largo de sus existencias del misticismo de sus raíces africanas.
Nos descubren mediante sus palabras todo un mundo de desesperanzas, anhelos y alegrías. Walker pone sus denuncias en la pluma de la inocente Celie, juntas le cuentan a Dios los pesares de una sociedad racista y esclavizante. Juntas nos dan el privilegio de ser partícipes de una novela desgarradoramente necesaria. Nos permiten descubrir una mágica novela de mujeres devenida denuncia, o para ser fieles al título de este trabajo: nos permiten descubrir una mágica y terrible historia de mujeres negras.
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